El tren hacia Bolívar no había pasado aún. Eran las 21.30 en los relojes terrenos cuando alguien en la pieza imprudentemente dejó la ventana abierta y ahí se coló el viento que venía de afuera...
Inocentemente se fue a dormir Miguel. Ese viento de afuera hizo que se agarrara un enfriamiento. Las enfermeras del geriátrico corrieron a ver lo que tenía: tenía temperatura. El médico lo mandó a internar al hospital.
Pasó sus primeras horas en el hospital con oxígeno. Dormido, casi hundido en el límite de la vida y la muerte, Miguel vió las almas embarcarse en un tren.
¿Qué destino tiene ese tren? – preguntó.
Ese tren tiene como parada final el cielo – contesto el amigo de control.
Como si ese sueño hubiera durado una eternidad, en la Tierra velaban por su bienestar. Y volvió de ese sueño aletargador. Como recordando aquel tren, expresó su deseo final.
Horas después se volvió a hundir en el sueño aletargador.
¿Y? ¿Nos acompaña en este viaje? – le dijo un alma.
Pero he de volver... – contesta Miguel.
No, no Miguelito. No – le dijo San Pedro, abrió su libro gordo e hizo unas anotaciones – Acá tienes tu pasaje para embarcarte en este próximo tren que está por partir.
¿Qué? – preguntó Miguel.
Si don... ahorita son las 14.32, tiene tiempo para estar en la sala de espera pero a las 18.30 parte este tren – le dijo San Pedro y rápido como un rayo lo devolvió a la tierra.
Y despertó nuevamente. Para emitir un montón de sonidos, sin cesar. Pero su salud estaba mal. Solo en un instante, muy breve, alcanzó a decir – Me tomaré el Bolívar a las 23.30.
En esos cinco minutos finales de vida, ignorados, el alma de Miguel tenía las valijas listas.
Y sonaron las campanas. A las 18.30 de los relojes de la Tierra, Miguel partió para embarcarse en el Expreso Celestial. Ante la tristeza de quienes veían que la vida se les iba de las manos, él miraba desde una ventanilla a quienes lo rodeaban. Y se fue invisiblemente para perderse en los abismos de este cielo, para saber que en la estación de destino lo estaba esperando el abogado que lo llevaría para defenderlo ante los pies del Supremo Maestro.
¿Saben cuánto tiempo llevó ese viaje desde la tierra al cielo? – preguntó el Maestro ante los nuevos pasajeros.
Los nuevos pasajeros se miraron unos a otros.
Y el Maestro les dijo – Este viaje duró la milésima de segundos de los relojes de la Tierra. Como verán, casi nada. A la velocidad de un rayo. Y hoy están delante de mí para rendir algunas cuentas...
Miguel le dice a su abogado defensor – Oye... quisiera ver algo más.
Pues lo verás – así le dijo su abogado defensor y lo llevó al sector de los santos azulgrana – A partir de ahora desde aquí verás como los Santos que juegan allá abajo se encargan de que todos nosotros estemos en la cima del campeonato.
Pero quiero saber cómo está mi familia – dijo Miguel y el abogado defensor lo llevó a la tierra.
Ahí tienes – le dijo el abogado defensor.
Mi hija se gana la vida limpiando en la casa de un pintor en San Telmo, mi nieto labura y tiene un sueldo mediano, mi nieta es docente y trabaja por moco y mi yerno... que familia la mía, lo dejo aquí... – dijo y ambos volvieron al cielo.
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