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miércoles, 2 de enero de 2008

24-mar-2007.Esos ojos negros...

Nota: es una fantasía. Cualquier semejanza con la realidad es pura casualidad

Para que tengamos una idea de qué tipo de ferroviarios eran F. Tron y M. Fleitas, yo – no voy a decir mi nombre real, diré que soy Juan Pablo Anchepe – les cuento que su trabajo los hacía felices. Cada día era motivo de una sonrisa porque navegaran en la riqueza económica. No. Sonreían porque amaban lo que hacían.

Tron hacía el trabajo del empleado de estación que hace el mantenimiento. Fleitas trabajaba en la cuadrilla de vía y obra. Y yo hacía el trabajo de chancho de control de pasajes en la entrada. Paso a aclarar que, para quienes piensen que estábamos desperdigados como Inglaterra y sus hijos, no, estábamos más cerca de lo que imaginan. Todo sucedía en Federico Lacroze, en el sector de los trenes locales. Yo a ambos los he conocido muy bien, compartí muy buenos recuerdos... debiera ser algo digno de recordar pero cuando llego al final... es una cosa que resulta sumamente triste y angustiante.

Fleitas era quien se anunciaba primero ante la oficina, con una sonrisa oreja a oreja. Más sonreía si el día anterior había ganado su equipo favorito: Estudiantes de La Plata. Tron siempre ayudaba haciendo cuentos y chistes, aunque más de uno eran puras macanas, pero era un Artaza en potencia, claro, no estaba en un escenario. Luego venía yo, saludando a todo el mundo diciendo que todo iba sobre ruedas. Y les aseguro que, si bien las manzanas podridas estaban, en ese entonces se era más compañero que nunca.

Pero a ellos dos quiero recordar en este día. No es el cumpleaños de ellos, no voy a soplar velitas de una torta. Los recuerdo por algo más triste aún. Desde aquel maldito 24 de marzo de 1976 cuando la democracia nuevamente era arrebatada por los militares. Todo inicialmente parecía andar muy normal, todo calmo, tranquilos. Y aquí estábamos los tres trabajando, cada uno en su sector.

Pero no todo fue así. Lo más lindo que nos pudo haber sucedido a nosotros tres – perdón, algo también para nuestras familias, porque tenemos chicos, excepto M. Fleitas – fue ir todos juntos al Monumental a ver aquella final que nos consagrara campeones por primera vez, en 1978. Nosotros ahí nos olvidamos totalmente que estábamos en pleno gobierno militar porque estábamos más pendientes de que había que festejar... la pelota se encargó de tapar la verdadera situación. Más no podemos olvidar que en algún sector de la cancha, estaban ellos, los ojos negros, mirando a un país ya con pocas esperanzas. Pero festejamos por días y semanas...

No nos resultó ninguna novedad saber que en alguna oficina del edificio de Hornos 11 danzaba De Marchi. Según decían por ahí, era de temer. O metía miedo, si gustan llamarlo así. Que gustaba el uniforme militar y era amante de mandar. Yo me tenía al margen pero F. Tron siempre se la pasaba haciendo chistes. Hasta que un día hizo un chiste medio pesado. Lo supe cuando nos mandaron a suspender, y acá no había lugar a preguntas. Suspensión y se acabó. Luego supe que Tron tuvo la osadía de hacer un chiste relacionado al amigo De Marchi. Tron amaba hacer cuentos irónicos sobre los dirigentes y en estos momentos, era un Artaza, pero los contaba a escondidas. ¡Qué tiempos dulces aquellos! Todos moríamos del delirio por reír, cuando llegaba el franco, el lugar donde nos hacíamos las juntas era justo este: en el sótano de la casa de M. Fleitas, en estación Lourdes, pero del lado del partido San Martín.

Las cosas a escondidas funcionaban bien, demasiado bien hasta que un día, De Marchi exigió que Tron contara cuentos. Y Tron no sabía si pedir que la Tierra lo tragara o qué...

Juro que cuando M. Fleitas me contó eso a mí casi más me agarra un síncope en pleno hall central. Pero no, pasé. Le rezé a todos los santos que tenía a mano, no debo haber dejado santo en paz... mi mujer compró tantas velas como nunca. Y las tenía encendidas. Hasta que un día Tron me llamó por teléfono y entonces mi alma volvió a la Tierra. A Tron lo tenía nuevamente entre nosotros.

Entonces debatimos el asunto del sótano de Fleitas. Lo sugerente fue dejar que el avispero se tranquilizara, pero el olfato de Fleitas estuvo a punto tal que olió que De Marchi algo se traía entre manos. Y resultó efectivo.

Un buen día nos caímos del catre, y lo recuerdo perfectamente porque no había lugar a sonrisas, ni chistes ni cuentos de ninguna especie. Es que había compañeros de otras líneas desaparecidos y la amenaza de un paro andaba latente. Nos sentimos entre la espada y la pared. Sí, así. Fue entonces cuando rogué que esto acabara de una vez por todas, que lo nuestro ya no era vida... no éramos dueños de hacer nada sin tener el ojo inquisidor de algún militar de vaya uno a saber de dónde...

Mala decisión la de mis compañeros, pero al mismo tiempo me hace sentir satisfecho de haberlo hecho. Es un sentimiento antagónico el que me persigue, pero para nosotros fue una de las pocas formas de decirle al gobierno militar de la época que estábamos desconformes.

Y el paro se ejecutó. Solo recuerdo que hacíamos una protesta pacífica en las vías cuando vinieron varios militares y nos surtieron a golpes... el que lograba huir, era todavía un héroe y el que caía... es aquí cuando nuestra historia entre Fleitas, Tron y yo se convierte en un verdadero infierno.

Solo sé que varios huyeron, pero muchos fuimos arrestados. Pero también varios dejaron la vida. Un paro ¿a qué precio? La cuestión es que me tiraron al suelo violentamente entre tres tipos, de apretaron la cabeza contra el suelo y me arrestaron. Luego me cargaron en un camión. Yo iba por un lado, fue cuando perdí el rastro de Tron y Fleitas. Sé que el viaje me resultó muy largo. De hecho, fue bastante largo: nos llevaron a Campo de Mayo.

Allí pude volverlos a ver. Estuvimos los tres en una celda junto a otros muchos compañeros más. Hacinados a más no poder. Todo debíamos hacerlo ahí. Debíamos guardar hasta el más mínimo comentario, porque cualquier palabra la pagábamos con una tortura.

La comida era un espanto. Nos trataban como si fuésemos delincuentes. Recuerdo que una vez nos sirvieron unos zapallos al vapor que tenían olor feo de los tantos días que tenían de hechos. También sabían darnos arroz reseco a más no poder... más de una vez nos ha tocado tener que compartir la comida con las ratas... los cubiertos eran cosas que se ignoraban por completo... así que a usar los dedos, o comer a lo chancho. Es cochino, pero cuando no te queda otra...

La primer vez que a M. Fleitas le trajeron el almuerzo, pobre, juro que no me podré quitar jamás esa imagen. Tanto a él, como a nosotros también, nos resultó tan asqueroso la presentación de la comida, pero una cosa es decir que la presentación es mala, otra muy distinta es la presentación deplorable que delata el mal estado de la comida. Recuerdo que Fleitas palideció, pero comió porque tenía hambre y pensamos que de acá debíamos salir vivos, o que alguno de los tres debía salir vivo de acá para contar el cuento. La cuestión es que comió su plato de comida, horroroso. Al rato, lo que no nos podíamos imaginar: a Fleitas le agarraron vómitos. Y parecían imposibles de ser parados. Todos en la celda gritamos pero los militares... bien gracias.

Haciendo malabares le curamos los vómitos a Fleitas. Yo me quedé pensando si eso me podía pasar a mí y juro que fue cuando entendí que debía guardar más odio aún hacia estos personajes.

Así pasaron los días... las semanas... no sé cuánto tiempo hacía que estábamos encerrados pero sabíamos qué día era porque en una pared hicimos un calendario precario.

No sé qué día era, pero uno bien lluvioso, seguro. Sentía la lluvia caer torrencialmente. Tenía hambre pero cuando vimos pasar a varios grupos de uniformados, algo nos hizo presentir que debía estar por pasar algo. Y efectivo que pasó.

Un grupo numeroso de uniformados vino a nuestra celda y a los gritos nos formaron en una fila india y debimos salir caminando hacia qué sector, no sé. Llegamos hasta ahí. Lo curioso es que en ese lugar nos separaron, pero quedamos juntos Tron, Fleitas y yo. Los otros fueron... supimos que fueron porque escuchamos los ruidos de una fuerte balacera.

A nosotros no nos fue demasiado mejor. Recuerdo que nos sometieron a un interrogatorio. No entendía porque tanta ira y tanto enojo hacia nosotros. Pero cuando miraron a Tron y le recordaron la acusación por la cual se lo tenía acá, Fleitas guiñó los ojos y yo miré el piso. Por lo menos habremos estado unas seis horas tratando de contestar un interrogatorio inútil. Nada teníamos que ver con el gremialismo, esas no eran cosas de las cuales nos metiésemos. Por suerte, nos devolvieron a nuestro sitio.

Muy poco duramos juntos hasta que a Tron lo llevaron. Según dijeron, había muerto. Pero las malas lenguas dicen que les dieron una anestésico general, los cargaron en una avioneta y tiraron su cuerpo en altamar. Después de eso, con Fleitas pensamos que si queríamos seguir dando vueltas en la Tierra, debíamos conseguir salir por nuestros medios.

Aprovechamos una revuelta que se generó en otros pabellones. Eso hizo que los chabones estuviesen bien ocupados. Ahí nosotros aprovechamos a camuflarnos y salimos por la puerta principal sin hacer ruido. Cuando calculamos que estábamos lo suficientemente lejos, recuerdo que fuimos a terminar el resto de lo que quedaba del proceso en el sótano de M. Fleitas. Como topos pasamos bastante tiempo ahí. Aún así, los tipos siguieron buscándonos.

El regreso de la democracia nos hizo salir de nuestra covacha. Sentimos un enorme vacío que merecía una buena explicación. No puedo decir que nos ganó la alegría, porque la tristeza acaparaba nuestras miradas. Aunque las entidades de derechos humanos nos prometieran el oro y el moro, para nosotros nada volvió a ser igual.

Mucho después volvimos a los rieles. Pero que nos llevaran a estación Palermo fue una bendición. Fue una forma de no tener que recordar los fantasmas del pasado.

Donde nos agarrara, siempre pedimos por la aparición con vida de F. Tron. Cuando pensamos que De Marchi podía estar sepultado, vaya insulto a la memoria que hicieron dedicándole a su memoria un vehículo. No podemos entender ni tampoco entenderemos la ignorancia del pasado. Y mucho menos el de una lacra llamada De Marchi.

Está muerto... pero el daño, lo hizo.

Los muertos están quietos y en silencio ¿verdad? Menos mal...

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