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martes, 29 de diciembre de 2009

Café Ferroviario II: Carhué

Buscando el balneario, Tamara equivocó el camino y se fue con la marea humana rumbo a la estación. Cuando vio el tren detenido, observó cómo los pasajeros se acomodaban en sus asientos, otros subían y bajaban sus maletas de los vagones, los empleados cargaban las encomiendas mientras que al mismo tiempo un ejército de ferroviarios corrían tras la vaporera repostándole el “combustible” y el agua necesarios para partir.

Tamara se preguntó en un momento si los trenes en Carhué era algo cierto.

Tanto tiempo tuvo para ver como el jefe de la estación tocaba la campana y la vaporera hacía sonar su silbato insistentemente. Una densa nube de vapor cubrió el andén solo para ponerse en marcha y llevarse a los pasajeros rumbo a Buenos Aires. Dentro de unas horas, nuevas familias estarán llegando en otro expreso para hacer turismo en la ciudad.

Quedó sola y, como el jefe no era muy amante de ver transeúntes en la estación, fue hacia ella.

- ¿Qué hace usted acá? – gruñó el jefe.

- ¿Acá yo? – contestó con una pregunta Tamara.

- No vaya con vueltas…

- Disculpe pero yo solo busco el balneario…

- Olvídalo porque tengo laburo para ti…

- ¿Para mí? – preguntó sorprendida - ¿Y se puede saber de qué?

- ¡A barrer la oficina! – gritó.

Tamara camino los metros hacia la oficina y se dispuso a barrerla, y, de paso, le tocó limpiarla por orden del jefe.

Uno por uno fue limpiando los electos, con un trapo harapiento, ante la exigencia de un jefe de pocas pulgas pero con su traje muy bien acomodado.

Tras tres horas de limpiar toda la oficina, preguntó - ¿Puedo descansar señor? -.

En su reloj inglés, que extrajo de su bolsillo derecho, abrió la tapita y le dijo – Solo tiene cinco minutos – y empezó a controlar el tiempo.

Tamara suspiró - ¿Por qué tengo que limpiar toda la roña de esta estación habiendo empleados holgazanes? -.

El sonido del silbato, el jefe chilló - ¡Vaya a atender el tren que acaba de llegar y pronto traiga la documentación – le ordenó a ella como si ésta fuese su secretaria privada.

Otra vez salió ella hasta el tren de la fruta que llegaba. Recogió la documentación en tanto que los vagones eran cargados no solo con fruta, sino con verdura. Le preguntó al maquinista - ¿A dónde va este tren? -.

- Baja a Buenos Aires, al Mercado Central específicamente -.

Y miró anonadada.

Desde el andén, el jefe chilló - ¡La documentación! -.

Tamara regresó con los papeles.

El tren terminó las últimas revisiones técnicas y partió a todo vapor.

En el andén, Tamara le preguntó al jefe – Señor, ¿a qué hora es el próximo tren?

- ¿Tren? ¿qué tren?

- Carga o pasajero.

- ¡Pos mira lo que han hecho con la estación! ¡Un paradero de micros!

- ¿Y el tren?

- Olvídalo… hace décadas nos abandonaron, murieron… como yo me fui a la tumba

Café Ferroviario II: Ojos febriles los del jefe

Un tren con su locomotora

Viene aproximándose raudo

Haciendo sonar insistente

El silbato a la distancia

Y de la sala de espera

Todos salen al andén.

Decenas de pasajeros se encuentran

Algunos esperan sus encomiendas

Otros a sus seres queridos

Varios con sus maletas para viajar

El andén está colmado de gente

Creando la viva postal ferroviaria.

El tren ha llegado

La espera solo dura cinco minutos

Donde suena la campana primero

Y luego el silbato

Los motores de la máquina rugen

Para ir con su tren

Sin rumbo a ninguna parte.

Solo el jefe sabe que sus hombres

Andan en la vía trabajando

Poco y nada le preocupa lo que pase

Entre el personal y el pasaje

Solo sabe algo: en poco rato

Ha quedado en soledad.

Y hoy por hoy ese jefe mismo

Sale al mismo andén

Triste, solo, desolado y desierto

Valga la redundancia de la pregunta

Y el último tren fue…

…hace veinte años.

Café Ferroviario II: Todos contra Moyano II

En el norte, no todo parece marchar sobre rieles. Al menos los últimos descarrilos en Belgrano Cargas así lo indican. O puede que sean los meros preludios de ferroviarios que, cada día que pasa, quedan más estupefactos de las locuras de una empresa en conjunto con un sindicato están vaciando a pasos agigantados.

Así se destapó el mecánico Pérez, al cual muchos creían un analfabeto, pero con una excelente carta, está haciendo mucho ruido.

***

Queridos cumpas ferrucas:

Debo confesarles compañeros, valga la redundancia, me refiero a los que estamos acá, en las montañas, los demás no intenten ni por chiste colgarse de allá abajo ¿entendieron?, que siento pena y dolor por estar discutiendo siempre cosas en este bendito país. Sí, lo que dije: discutir cada letra, parece increíble ¿no? Un país que si logra asomar un poco la cabeza es gracias a cada uno de nosotros, no gracias a nuestros gobernantes y, en especial, al par de panzas gordas que viven en sendos chalets de lujo mientras varios de nosotros aún no sabemos que es la energía eléctrica. Ya casi estamos por ingresar en el año número 10 de este siglo XXI pero de la masacre ferruca transcurrieron más de 15, por eso cada vez que los veo a ustedes siento algo más que dolor… tal vez pueda decir asco porque otra no se me ocurre. Y que lo que hacen hoy por hoy no es defender los fierros, más, quítense la máscara y digan que el ferroviario les importa muy poco y nada… me resulta sumamente indigerible, cada vez que me entero que un cumpa, con las mismas funciones que nosotros, en otras partes de este largo y ancho país, ganan ¿el doble? De lo que ganamos nosotros acá. ¿Por qué somos el últimos orejón de tarro señor Pedraza? Y después lo vemos gastando fortunas en lujosos hoteles en Brasil mientras que nosotros acá en la montaña solo salimos de vacaciones a algún valle o quebrada por ahí… y después escuchamos a la arrogante mujer que nos representa y a la cual ustedes tanto le chupan las medias decir de los hambrientos, por favor, como quisiera quitarles de buena onda esa gran fortuna que ostentan así se la reparto entre mis cumpas que más de uno está chupandose los mocos porque no llega ni a fin de mes o le meten el palo en el traste con el cuento del despido… así veo delegados inútiles, vendidos al precio que ustedes quieran ponerle pero yo, aquí sigo, al igual que mis cumpas, casi, casi bajando mi cabeza al yugo sin protestar… más, cómo quisiera que Belgrano mismo saliera de su tumba y los ahorcara a todos juntos. No terminaría nunca esta carta si tuviera que escribir a qué actividad extra se dedican mis compañeros para poder tener una entrada más, ah, claro, otra: el día de mañana, como que sigan haciendo cajetilla las jubilaciones, me preparo para vender chipas a los turistas en el Tren de las Nubes, hacer velas… fabricar artesanías porque ustedes se habrán llevado la plata que con tanto sacrificio de años de laburo puse para tener en mi futuro… para descansar como Dios manda el resto de mi vida.

Espero no haber hartado a mis compañeros con esta carta.

El cumpa analfabeto.-

Café Ferroviario II: Sueños belgranienses 2010

Hace varios días el cielo parece caerse a pedazos del color plomizo. Mateo se va al teléfono público. Disca un número “¿Hola…?”

La llamada duró apenas un minuto. Mirando el rojo tren parado en el andén descubierto, se fue a la máquina.

Una vez ahí dentro, se sentó y se puso a pensar. Estaba muy absorto en sus pensamientos que no daba cuenta de que afuera tronaba. Solo se dio por enterado cuando hubo que mover nuevamente ese tren con destino incierto.

Lo tomó como un viaje más. Mejor dicho, le pasó por indistinto.

Aquella vía que, en tiempos otrora fuera un juguete, ahora era una tortura. Pero echaría las culpas a la empresa de cargas.

Muy poco le preocupa del destino de ese tren. Tampoco le importa de la vida de ese pobre caserío de chusmas.

Pero no todo le fue “no le importa”: recordó a la chica que lo fue a buscar a la pulpería aquella vez que se puso en pedo, o cuando se perdió en un monte lejos de toda civilización.

Como era de suponer, en el medio de la noche llegó el colorado tren. La estación apenas tenía un cartel de madera pintado de rojo y un modesto edificio. Toda la formación fue conducida a un desvío apartado.

Por un camino de tierra se alejó de la estación, que era lo único que iluminaba el lugar y las casitas todas estaban oscuras. Supuso que todos estaban descansando. Solo él caminaba buscando algo… luego recordó qué.

Llegó hasta una casita modesta y prolija, de barro pintada con cal por fuera. Llamó a la puerta. Nadie contestó.

Golpeó un poco más fuerte.

De adentro, alguien se levanta, se pone las pantuflas y arrastrando los pies, se acerca a la puerta. Pregunta “¿Quién es?”.

No contestó.

Abrió, pensó que podía ser un caminante o un viajante.

“Buenas noches. Oso molestar su dulce descansar”

Se quedó muda. Luego le contestó “No, para nada, pase” – inquirió.

Pasó. “Sí que sigue conservando la misma gracia de la última vez que la ví”

Mientras le hacía una leche con unas tostadas, le contestó “Tan llamativo como aquella vez que lo fui a buscar borracho a la única pulpería del pueblo. En esta casa todos tienen lugar”.

Mateo recordó su borrachera “Es cierto”

“Como también lo poco sociable y lo uraño que es… a lo que supongo que lo sigue siendo”

“Estás en todo tu derecho de recriminar que soy eso, no puedo evitarlo… tampoco puedo evitar mirarla a usted”

“¿A mí? No creo que tenga nada de provecho para usted”

“¿No? El físico y su temperamento” – y se metió las manos a los bolsillos.

Le sirvió la leche.

“Hacía mucho no disfrutaba de que alguien me sirviera la leche”

“Cuando vuelva a su casa seguro va a tener que servírsela solo… a menos que se lo haga su novia o su mujer”

Le dio un trago. Miró al techo. Luego volvió a mirarla a ella “Es que a pesar de tenerlo todo, algo me falta”

Lo miró.

“No soy malo… qué se yo… me siento solo”.

Por dentro, tenía el ardiente deseo de tener aquella chica consigo.

“Mira, sin ser bruja ni adivina, en tus sabiola hay pajaritos volando…” – le dijo sutilmente.

Después se fue a dormir. Antes de partir, le propuso “¿Por qué no viene a pasarse unas vacaciones conmigo a Villa Rosa?”

“¿Villa Rosa? ¿Y qué plan tiene?” – le preguntó.

La mirada de Mateo echaba chispas. Odiaba que le preguntaran tanto.

“Mire, se la hago simple. Las vacaciones las paso donde yo quiero. ¿De acuerdo? Y si no, igual” – le dijo, le alcanzó el bolso y lo despidió.

Mateo volvió a mirarla “Los trenes son mucho más que este caserío, hay mucho para que descubras y unas vacaciones escolares descubriendo el sistema ferroviario, no te viene mal. Te doy cinco minutos antes de que me marche”.

Por una enésima vez, ganó la actitud antisocial y uraña de Mateo. Ella tenía ganas de… de matarlo, en el sentido figurado. En el fondo, lo quería.

“Conociéndolo a usted, con sus rarezas y sus actitudes extravagantes, no creo que encuentre mujer que quiera compartir un solo segundo de su vida, y entre ellas me incluyo”

Y salieron caminando a la estación.

“Pensé que usted podría darme una cuotita de comprensión…” – balbuceó Mateo.

“Mire… usted es un adulto hecho y derecho, de lo contrario no hubiera llegado hasta acá. No sé cómo habrá sido de niño pero solo me limitaré a darle un consejo antes de su partida en el tren rojo: deje de reprimir sus emociones o lo que no sean las emociones, realmente siente ganas de hacer cosas que nunca ha hecho por algún motivo equis. En definitiva, dar rienda suelta a sus expresiones interiores no está mal, siempre y cuando no te dañen a ti mismo ni destruyan tu entorno. Y cuando hayas entendido este palabrerío, puede que yo te pueda admitir en un viaje de vacaciones”

Se quedó pensando. “Tengo la impresión que mi intimidad es con soledad” – dijo Mateo.

“¿Tengo? ¿Por qué no lo afirmas? Tienes una novia guardada bajo la manga”

“No lo entiendes……. Distinto sería si en vez de decir soledad a la nada, lo invisible se lo pudiera decir a un alguien de carne y hueso, por ejemplo, que te lo diga a ti”

Tras un breve apretón de manos, subió a la máquina, tocó la bocina y se marchó raudo, rumbo a Retiro.