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sábado, 21 de junio de 2008

2003 – 5 años de mí – 2005: Blanco Jardín

2ª parte


Blanco pasa por la casilla de maquinistas. Allí, Edmundo lleva a Blanco a la cocina.

Encalada... están pasando algunas cosas graves con usted – le dice Edmundo.

¿Ah sí? Que casualidad que sean conmigo... – contesta Blanco.

No, sabe porque los otros días se le dijo expresamente que debía recuperar el atraso, y lejos de recuperarlo, lo incrementó más. Ahora está el problema con su sueldo y me pasó por encima... – le recrimina Edmundo.

Mira, no sé si te lo dijeron, pero tal vez sea el primero en revelarme hacia ti, vos acá en el mundo de los rieles no servís ni para taco de fusíl– le dice irónicamente Blanco.

Ah, por cierto. ¿Usted sabe que de acá desapareció la pava con la azucarera? – vuelve a decirle Edmundo.

¡Ya sé! También vas a decir que soy un chorro. ¡Pero que boludo que soy! – exclama Blanco.

Precisamente, para no tratarlo de ladrón, desvistase... – le ordena Edmundo a Blanco.

A Blanco se le desorbitaron los ojos - ¿Qué? Estás loco...

No estoy loco y desvistase... le ordena Edmundo a Blanco y éste empieza a quitarse las ropas hasta quedar con la camisa y el pantalón.

¿Ves que entre mis calzoncillos es medio dificultoso que pueda meterme una pava y una azucarera? Sos un estúpido Salerni – contesta irónicamente Blanco.

No, pero me voy a tomar el trabajo de revisar su bolso – dijo Edmundo y empezó a sacar una por una las cosas que Blanco tenía en el bolso.

Y dale que va el pajarón este – refunfuña Blanco.

Bien... puede vestirse – dijo Edmundo y salió de la cocina. Blanco se vistió y volvió a guardar las cosas en el bolso.

Días después, volvió a Retiro para prestar servicio. Firmó el parte diario. Y si algo debía complicar el asunto, es que la conducción del tren la tenía Blanco y su socio era nada menos que Edmundo.

Ese viaje a Tucumán fue uno de los peores. Ninguno de los dos se dirigieron la palabra, salvo para aumentar un poco más la tirantez entre ambos.

Lo de su sueldo por el momento está congelado... – dijo Edmundo.

¿Congelado? ¿O vos lo echaste al freezer? – pregunta Blanco.

No, porque de la empresa no dan ninguna respuesta – contesta Edmundo.

¿O no será que vos no te calentás en averiguar un corno? - pregunta Blanco.

Pero yo jamás voy a actuar de esa forma con ninguno de los compañeros... – dice Edmundo.

No me hagas cuentos chinos Salerni... mirá que conmigo sos un flor de turro – le dice Blanco.

Yo a usted lo trato como a todos los demás compañeros Encalada... – le dice Edmundo.

A otro perro con ese hueso Salerni... no me hagas creer que soy un pelotudo porque te aseguro que el tiro te va a salir por la culata... – dice Blanco.

No sé... pero mira. Para bajar la temperatura, mi sugerencia es que hagas llegar a horario el tren, por cierto, llevas un atraso considerable de veinticinco minutos – le dice Edmundo.

¡Vos y los atrasos me tienen harto! Mantente con la jeta sellada si no quieres que te haga migajas bajo estos hierros – dijo Blanco amenazante.

Estación Tucumán. El tren arriba con dos horas y diez minutos de atraso. El andén se colma de pasajeros que abandonan la formación. Mientras, Edmundo y Blanco bajan de la locomotora.

Blanco va a hacer el desacople. Edmundo lo vuelve a recriminar - ¿No le dije acaso del atraso en el viaje?

Blanco terminó el desacople, subió al andén y tiró los guantes engrasados en el suelo - ¡¿No te dije acaso que me tenés las bolas llenas?! Y le dio un empujón a Edmundo, que casi lo hace caer.

Mire Encalada... por favor, guarde la calma porque esto va para peor... – le dijo nuevamente Edmundo.

¡Me podriste con tus cuentos! ¡Me tienes harto! ¿Entendiste? ¡Harto! ¡Te pido que veas qué pasa con mi sueldo de hace por lo menos dos meses, después el atraso de las seis horas, después me humillas tratándome de chorro y ahora otra vez con los atrasos!!! – le grita Blanco a Edmundo.

Medio pasaje se detiene para ver la discusión entre Blanco y Edmundo.

¡Porque a usted nunca le dijeron que como maquinista es un desastre! – le dijo Edmundo.

¿Desastre? Veamos que tan desastroso soy – dijo Blanco y le dio una trompada en la nariz de Edmundo, que lo hizo caer en el suelo - ¿Viste que desastroso soy conduciendo?

Estación Tucumán. Edmundo toma un líquido corrector y en el parte diario borra el presente de Blanco, colocando la frase “ausente sin aviso”. Jaime entra a dicha oficina y ve a Edmundo lo que hace, pero éste no se da cuenta que lo observa Jaime.

Edmundo saca las hojas y al darse vuelta se topa con Jaime – Parece que conmigo no se jode ¿verdad? – le dijo irónicamente.

Perdón, usted no tiene nada que ver con TUFESA así que lárgate de aquí – le contestó Edmundo.

Sí, tienes razón, pero no te das una idea de la sorpresa que te está esperando... – le dijo Jaime.

Jaime se fue a un locutorio de la capital tucumana. – Blanco... este turro de Edmundo Salerni hay que sacarlo del medio...

¿Qué hizo ahora? – pregunta Blanco.

¿Qué hizo? Te puso en los partes diarios “Ausente sin aviso”, o sea, vos, este mes, no ves la plata ni en sueños – le dijo Jaime.

Semanas después, en Retiro notificaron a Blanco de que no cobraría el sueldo por haberse ausentado del trabajo injustificadamente, junto con eso una suspensión de tres meses sin goce de sueldo.

Blanco no se quedó de brazos cruzados y una noche descubrió la alteración de los parte diario. A la mañana siguiente, tuvo una charla con uno de los directivos de la empresa.

Señor... mire, vengo a plantearle el tema de las ausencias injustificadas... – dijo Blanco.

Acá en las planillas figura ausente sin aviso.

Sí, dirá eso, pero ponga el papel al trasluz y verá que está mi firma de puño y letra – le dijo Blanco al directivo, tomo el papel, lo puso al trasluz y se distinguió la firma de puño y letra de Blanco.

Pero usted no es un ferroviario que vaya a hacer esta chanchada... máxime teniendo en cuenta su legajo...

Si señor, será cierto, pero mucho más cierto es que acá dentro de esta empresa hay muchos detestables ¿no le parece? – dice Blanco.

Hasta tanto pudiesen resolver el lío de los presentes, Blanco momentáneamente esta suspendido. Pero si algo debía ser el punto límite, fue cuando Edmundo Salerni acusó a Blanco de haber roto una locomotora de la empresa NCA. La acusación llegó a la empresa TUFESA y dictaminaron el despido definitivo de Blanco Encalada.

Encalada, el lunes de esta semana entrante es el último viaje que usted realiza para esta empresa, desde Retiro a Tucumán – fue lo que le dijeron de la empresa.

¿Se puede saber cuál es el motivo del despido? – deseo saber Blanco.

Usted ha roto una locomotora de la empresa Nuevo Central Argentino – le contestaron.

Blanco desconfió. Y había un buen motivo.

Es evidente que el mundo es demasiado chico para todos... no cabemos todos en él – dijo Blanco delante de los directivos de TUFESA.

Al salir de la oficina, Blanco se sentó en un banco y empezaron a correrle las lágrimas. Al mismo tiempo, se le pasaron por su cabeza los recuerdos de Edmundo Salerni, ese delegado que estaba esperando ver a Blanco fuera de los rieles.

Blanco se secó las lágrimas y se fue a la explanada de Retiro a comprar un arma. La guardó en el bolso, junto con las balas. Al lunes de la semana entrante, tomó servicio, como de costumbre.

Cuando firmó el último parte diario, todos lo miraron. Y Blanco también los miró. Sabía que este último viaje lo acompañaba Edmundo Salerni. Si algo hacía que para ambos fuese el último viaje, era: para Blanco, el último día de trabajo, pero para Edmundo, el último día en la tierra.

Bajo un sol el tren llegó con cincuenta minutos de atraso a Tucumán. Edmundo fue a hacer el desacople. Blanco abrió el bolso y de adentro sacó la pistola. Bajó al andén, el mismo se mostraba colmado de pasajeros.

Edmundo vuelve de hacer el desacople y ve a Blanco “Bueno Encalada, fue un placer haber compartido unos cuantos años acá trabajando juntos” – le dijo. Blanco levantó la mano derecha, destrabó el gatillo, apuntó, sin mediar palabra, efectuó todos los disparos disponibles en la pistola. Edmundo jadeó y cayó al suelo, sobre un charco de sangre.

Blanco bajó la mano, de su mano cayó la pistola al suelo mientras miraba impasible a Edmundo, que yacía en el suelo sin vida. Segundos después se sentó al borde del andén.

Minutos después, Jaime aparece corriendo y se sienta al lado de Blanco, lo abraza - ¿Qué hiciste Blanco?

A Blanco vuelven a correrle las lágrimas por sus mejillas, le contesta – Más de lo que perdí, no tengo más por seguir perdiendo.

No es por eso pero... ahora te van a llevar preso y peor aún, sabe Dios si tendrás retorno al mundo de los rieles.

Blanco Encalada fue arrestado en la estación de trenes de Tucumán y juzgado por un tribunal de la capital tucumana. Fue condenado a 8 años de prisión por el homicidio simple de Edmundo Salerni. Su amigo incondicional, Jaime, fue el único que fue a verlo durante el tiempo que estuvo preso.

Salió en libertad en el año 2005.

¿Qué sucedió después? Blanco se empleó en un taller mecánico por unas pocas monedas a arreglar automóviles. Hasta que un buen día, su amigo Jaime Loria acompañado de un ingeniero de Ferrocentral, fueron a verlo. Él estaba debajo de un automóvil, con su ropa llena de grasa.

Varios días después, en su casa, suena el teléfono. Atiende.

Señor Encalada, mañana preséntese en la estación de trenes de Tucumán – fue lo que oyó Blanco. Se quedó helado. O porque tal vez no podía creer lo que había oído.

Al día siguiente caminó hacia la estación de trenes de Tucumán. En la misma oficina, lo esperaba una entrevista.

Señor Encalada. A usted se lo notificó para volver a servicio, pero tenga en cuenta que usted cuenta con un antecedente judicial... – le dijo un directivo al cual nunca le había visto la cara.

Los ojos de Blanco se pusieron vidriosos. Recordó aquel día trágico.

Semanas después, Blanco volvió a tener el mando de un tren. Pero para él, nada volvió a ser como antes...

lunes, 16 de junio de 2008

Cuentos de Alcoba 2007 XVI: No te hundas en el silencio Tandil

Dardo Zurano Lezama se acomoda su traje de guardatren con prolijidad detallista. Pero aún más detallista lo es cuando se mira al espejo. Y continúa retocándose mientras lo asaltan muchos pensamientos llenos de recuerdos, de alegrías y tristezas, de dolores y nostalgias, de emociones mientras recuerda en un segundo viajero las tantas veces que ha recorrido los pasillos de los salones, las tantas veces que ha escrito boletos con su puño y letra, los silbatos de partida y las tantas veces que ha visto en los boletos que el destino principal es... Tandil.

Y se detiene en el espejo. Un grandote corpulento enfundado en ese traje gris, de sus ojos emanan lágrimas. No llora de alegría. Sabe al pie de la letra que el día de hoy tiene una gran connotación, negativa, por cierto: hoy será su último viaje en el Tandilero.

¿Qué será de Dardo después de su último viaje? La empresa la solucionó tan simple: un traslado a la base Mar del Plata. Pero nunca le terminó de conformar ese traslado.

Como si el tiempo pasara tan rápido, la hora del tren... sí, la marcada por la empresa que sería la última, pasó. Pasó sin glorias, pero con muchísima pena. Ese día, la estación estaba colmada. Muchos habitantes vinieron a ver como ese tren hacía sonar por última vez su bocina... Como si las súplicas se hubiesen encontrado, allí todos rogaban que el tiempo se detuviera o... o que en los segundos siguientes la historia se diera vuelta...

Y pasó... José Dos Santos se sentó en el andén y detuvo su mirada en los rieles. Pensó en su pasado en Río de Janeiro, que aún no logra asimilar totalmente el español, que continuamente lo mezcla con el portugués. Aún ignora qué lo trajo a esta ciudad bonaerense. Pero no dudó en hacer sentir su voz de protesta a favor de la preservación ambiental en contra de las minas. Su destino había sido el mismo que el de sus compañeros: el traslado a la base de Mar del Plata.

Mientras José quedaba sentado en el andén, Martín Sotelano tenía el timón del tren. No podía concentrarse lo suficiente, de solo pensar que algo tenían que hacer por salvar lo suyo, lo nuestro, lo de todos...

En la noche, el tren se hunde a acabar su recorrido final por la vía Mar del Plata en sentido descendente. Y a media noche, el Tandilero acabó su recorrido. Para siempre ¿para siempre? Martín cuando bajó de la máquina, abrazó a Dardo que lloraba desconsolado como un niño, para decirle “No todo es para siempre”.

¿De veras?”

De veras. Siempre que llovió, paró. Dardo...”

¿Qué?” – y seguía llorando.

Vamos a mover cielo, tierra y mar. Esto no se queda así...”

Martín decía la verdad.

Pero Dardo no encontraba consuelo. Estaba muy deprimido. Apenas tenía ánimo como para cuidar de su familia. Manifestó ganas de quitarse la vida.

José mitigaba su angustia bailando el ritmo carioca junto a sus amigos, vecinos y compañeros de Ferrosur.


Una noche, Dardo se levantó y en silencio, se deslizó hacia la cocina. Había un espejito en una de las paredes. Se miró. Se le vino una catarata de recuerdos que le hizo emanar lágrimas de dolor. Fue hasta la mesada, abrió el cajón y sacó una cuchilla afilada. Miró las venas de su brazo izquierdo.

Alterado psíquicamente, Dardo se cortó las venas y se hizo daño en otras partes del cuerpo. Desvanecido, cayó al suelo. Horas después lo encontró su esposa, no quería que los chicos no vieran la espantosa escena.

Tuvo suerte, a pesar de haber llegado tan mal al hospital, se pudo reponer muy bien. Pero su parte psicológica, estaba muy alterada. Y había un buen motivo de sobra.

Sus compañeros no supieron inmediatamente este intento de suicidio. Ellos estaban ocupados juntando firmas para que el Concejo Deliberante les prestara su ayuda. Por ahora, contaban con el beneplácito de los tandilenses que se resistían a tener al silencio y a la soledad como compañeros en los rieles.

Así escribió Juan Jelinek en el diario local “No deberá constituir ningún pecado amar lo que cada uno quiera, entonces, no podemos odiar nuestro gran amigo, el tren, porque no somos los culpables de que lo que debía haberse hecho se lo hubiera tragado la tierra o haya quedado esparcido en alguna explosión en alguna cantera tandilera... entonces ¿no será hora de que nos preguntemos que hacen con nuestros pesos que van en impuestos y más impuestos? ¿al relleno de ciertos arcones? ¿a qué negociados?... ¿Por qué nos hemos de tener que ir a la cama con el pensamiento de que el próximo año hemos de resistir y sobrevivir anhelando...? para ustedes les parece una insignificancia, para nosotros, que solo vemos sus espaldas desde Tandil como deciden desde un edificio a punto de venirse abajo allá en Hornos y Brasil... eso es porque ni siquiera tienen las pilchas gauchas suficientes para bajar de aquel 4º piso e intervenir para escribir otra historia... Estamos por brindar por un venidero 2008 pero nos causa tristeza por esto... a todo esto, mis compañeros sufren, y si por suerte, un ejemplar les llega a sus manos – y bueno sería que uno llegara al despacho de Daniel ¿puede ser? – que el guarda corpulento que sabemos ver en el tren, quiso quitarse la vida pero sepa también que nosotros moveremos cielo, tierra y mar para dar vuelta esto. Ahora que en Febrero esto pasa a la Nación, recuerden que aquí hay gente que llora...”.


Plácidamente dormía la siesta José cuando sonó una bocina. Pero siguió durmiendo hasta que el ruido lo despertó. Salió de la cama y fue hasta la ventana para ver el mismo ritual de siempre en ese tranquilito barrio donde habita: raro, pero cierto, porque ahí el tren le pasa por la vereda de las casas. Para José no era nada nuevo que un tren pisara la vereda de su casa, es más, cuando le contó a sus compatriotas en Río, pensaron que era un cuento. Cuando vieron la foto, se convencieron de que era cierto.

Un día de sol, una locomotora liviana se detiene frente a la casa de José. De la cabina baja Juan y le golpea la ventana donde dormía José.

  • ¡José! ¡José!

José seguía durmiendo.

  • ¡José! ¡José!

Abrió un ojo y dormido dijo - ¿Qué?

  • ¡José! ¡Soy Juan! – gritó Juan.

José se levantó de la cama y abrió la ventana.

  • Juan... – le dijo dormido.

  • Preparate toda la artillería carioca que acá por la city tandilera viene el náutico...

  • No tengo soldaditos...

  • No salame! En quince días viene Scioli y hay que inventar algo para llamar su atención...

  • Yo estoy soñando...

José tenía la impresión de estar hundido en un sueño.

  • ¡Despertá tarado! ¡Despertá que estás frente a la ventana conversando con un cristiano!

  • Diré que puede que esté viviendo en la realidad, pero me da la impresión de vivir en carne propia un sueño...

Es que José, a pesar de haberse levantado, no estaba despierto. Soñaba con que era un tren de pasajeros el que pasaba frente a su vereda. Imaginaba que su casa era un simple y mero refugio.

  • ¿Qué esperas con el tren de pasajeros? – pregunta José.

  • ¿Tren? ¿qué tren? ¿qué pasajeros? José salí del sueño...

  • Pero estás detenido frente al refugio...

  • ¿Refugio?

  • ¿Y qué buscas?

  • José, estás soñando, acá no hay ningún tren de pasajeros – Juan se impacientó.

  • ¿Y entonces? ¿qué hace toda esta gente esperando subir?

Juan comprendió que José deliraba.


Tres días después, Martín supo del delirio de José. Pero José seguía hundido en más que un sueño, un delirio.

  • Martín, tengo un alegrón por darte. Luego se la dirás a Dardo.

  • ¿Alegrón? – desconfió – Pues...

  • Tenemos otra vez trenes de pasajeros...

  • ¿Trenes? Que yo sepa, tenemos los de la vieja Fortabat, o los vestigios pero de los otros...

  • No, creedme: ví pasar un tren de pasajeros por la vereda de mi tranquilo barrio, había muchos pasajeros esperando para subir. Juan me insistía que yo soñaba.

  • Bueno, en algo dijo la verdad...

  • No, está equivocado: vamos a tener servicios en estos tranquilos lugares...

Martín no tardó en saber que en esta historia del silencio tandilero, se estaba cobrando su segunda víctima.


  • Martín... ¿qué desgracia hice para merecer esto?

  • Flagelarte Dardo – le contesto Martín.

  • ¿Mal?

  • Re mal.

  • Este sitio de cuarta donde vienen a parar de todo tipo de gente habidos y por haber...

  • ¿Y tú?

  • Hablo de los trastornos...

  • Bueno... tú también estás algo chiflatuti...

  • ¿Yo? Yo estoy bien, me siento bien...

  • Estás deprimido. Continuas alterado, no estás bien Dardo, pero quedate tranquilo, que en esta, ya tenemos el segundo lugar.

  • Pensé que el trastornado era yo...

  • No. José diría que padece un cuasi deliruim tremens...

  • ¿Delirio carioca?

  • Sueña con trenes que no existen... los ve por cualquier lado a cualquier hora.

Dardo se desmayó.


A todo esto, Martín iba rumbo directo a ser la tercera víctima en todo esto. Hasta el momento sobrevivía haciendo changas.

Hasta el momento, los compañeros de Ferrosur, en solidaridad con sus colegas de la provincia, se están ocupando de juntar firmas. Dardo consiguió salir del neuropsiquiátrico y está en el INTA. José, en un delirio, totalmente inconsciente, una tarde soleada, tuvo un accidente que lo dejó en estado vegetativo. Por ahora, irreversible.

Veremos como sigue esta historia tandilera...

Cuentos de Alcoba 2007 XV: Dos chicos ¡Qué chicos!

La línea San Martín, en especial, a lo que hace a los servicios de larga distancia, últimamente se ha especializado en una cosa particular: la de convertirse en el receptáculo de ferroviarios cesanteados por otras empresas. Tal es el caso de Aldo Lemos, que viniera de Metrovías y, después, Mateo Leronés, y su cesantía de Ferrovías.

Una de las recientes incorporaciones, Aldo Lemos, tiene una particular característica: su condición homosexual. Pero él no sería el único, ya que en la empresa, existe otra persona con su idéntica condición, pero muy diferentes entre sí. Más allá de las diferencias, ninguno de los compañeros lo soporta.

En el hall central de la estación de Retiro se encuentran Fabio Camargo y Mateo. Caminan hasta el sector de boleterías.

Mateo.- Tengo unas ganas de ir al baño... vos que hace años estás acá ¿sabés si en las oficinas hay baños de empleados?

Fabio.- Sí, en aquella puerta clarita es el baño de hombres (le señala la puerta del baño).

Mateo camina hacia el baño, empuja la puerta y ve la suciedad en extremo que hay, el papel higiénico dentro del inodoro, y otras suciedades imposibles de ser descriptas. Sale de inmediato y se dirige hacia Fabio.- Fabio... ¿pisaste el baño de acá hoy? ¿dónde está el chico de limpieza?

Fabio.- ¿De dónde voy a ir al baño en el día de hoy si recién acabamos de venir de Junín? ¿Por qué?

Mateo.- Te invito por favor que vayas porque lo que he visto... quiero pensar que son terriblemente mugrientos...

Fabio.- ¿Cómo?

Mateo.- Sí, vé y verás que lo que digo no es ninguna macana...

Fabio se queda pensativo.- Tal vez porque veníamos de la noche, pero como nunca vengo a este baño de acá... Andá al baño que yo traigo dos cortados para el desayuno.

Mateo sale hacia el baño del hall y Fabio va a la máquina de café y saca dos cortados. Los trae hacia la mesa y saca de su bolso una cajita con una porción de torta. Regresa Mateo.

Fabio.- Acá está el cortado...

Mateo.- ¿Cuánto es?

Fabio.- Sesenta centavos.

Justo llega Mauricio, uno de los boleteros. Se anuncia a todo trapo.- Buen día (Con voz muy afeminada).

Fabio y Mateo.- Buen día...

Mateo.- ¿Y este mamotreto?

Fabio.- Hace un tiempo largo que está en boletería... creo que es el descarte de Lacroze.

Mateo.- Si... pero él es muy... ararado...

Fabio (Hace una mueca con la cara).- ¿Raro? ¿En qué te hace pensar que es raro?

Mateo.- Tiene voz muy afeminada... o sea, tú y yo tenemos voces de chabones corrientes y este es como que... se le agudo demasiado.

Fabio.- A menos que desee ir al Coro Kennedy... iría de películas con los agudos...

Mateo.- No seas bestia Fabio. Ese tipo tiene una seria alteración pero en lo que hace a caracteres sexuales masculinos.

Fabio.- A menos que...

Mateo.- Sí boludo! No puedo creer que vos estando desde hace mayor tiempo acá y no te hayas dado cuenta de este careta...

Fabio.- Bueno, yo no piso mucho por aquí. Tampoco lo trato demasiado. A propósito... ¿sabes dónde tienes tu birome?

Mateo.- La olvidé en la máquina, pero en esta oficina tiene que haber (Se levanta y va hasta la ventanilla de donde saca una birome del lapicero. Se halla Mauricio atendiendo la boletería. Mateo ve que el capuchón está mordido y tiene roña en la punta) Mauricio... ¿por qué está birome está así? ¿sabes el motivo?

Mauricio.- No sé... pero escribe igual ¿eh?

Mateo.- Pero a mí esta birome en estas condiciones me da cierta asquerosidad... ni loco la uso...

Mauricio (del otro lado de la ventanilla hay un señor adquiriendo un pasaje).- Ay! Sos un delicado de las cosas... no jodas.

Mateo (deja la birome arriba de la computadora y sale hacia donde está Fabio).- Fabio... este Mauricio, no me lo quita nadie de la cabeza: es algo afeminado.

Fabio.- ¿Y la birome?

Mateo.- Fabio, quiero creer que los boleteros son unos cochinos que se comen las biromes y se limpian no sé, la cera de las orejas...

Fabio.- Sos detalles...

Mateo.- ¡Boludo! ¡Eso sí me da más asco! ¡Que usen las biromes para ese tipo de cosas! Sería como si usara la birome para limpiarme el ombligo...voy a buscar una birome (sale de la oficina y se va a la boletería de la LSM) Valaco ¿tienes una birome de descarte?

Valaco (de adentro de la boletería).- Toma una de recuerdo de la LSM (se la pasa por abajo del vidrio).

Mateo regresa a la oficina de la Unidad.- Fabio, ya conseguí birome, recuerdos de la LSM...

Fabio.- Sos un manga...

Mauricio (grita desde la boletería).- ¡Una birome muchachos!

Mateo.- ¡Comprala en la librería!

Mauricio.- ¡Qué gracioso! (Se mete la parte del capuchón en el oído).

Mateo.- ¡Y encima sos un asqueroso! ¡Te estás metiéndote la lapicera en la oreja maricón cochino!

Otro en notar las cualidades raras de compañero fue Aldo Lemos.

Aldo.- Mauricio, ¿sabes dónde están los papeles?

Mauricio.- Ay mi amor, tu sabes dónde debes buscarlos (con su voz afeminada).

Aldo.- Gracias corazón de melón (abre un cajón contiguo y revuelve unos papeles).

Mauricio atiende a una persona del otro lado de la ventanilla.- ¿Destino?

La persona pide un pasaje con destino a Junín.

Mauricio.- Mi amor, para el día de hoy será imposible un pasaje a ese destino porque hay servicio corto...

Aldo escucha la excusa burda que Mauricio le da al pasajero.- Mauricio ¿no tienes una excusa más idiota por dar?

Mauricio.- ¿Y tú sabes del servicio recortado?

Aldo.- Sí, recortado a La Picasa... no me hagas reír que noventa kilómetros después de Junín nos caemos con el tren al agua...

Mauricio.- Estoy hablando de Junín...

Aldo.- Y yo estoy contestándote que por acá la cosa anda muy normal...

Mauricio.- ¿Y quién maneja la computadora?

Aldo.- Vos manejas la computadora pero yo acabé de venir de Junín... no me hagas creer en los Reyes Magos. ¡Ah! Otra: dejá de comerte las biromes porque después cuando venimos los maquinistas a buscar alguna nos da asco verlas en ese estado, pero no te preocupes, ya me pasaron el dato de que tú te las comes, las mordisqueas y te limpias las orejas. Había una birome de la LSM ¿Dónde está?

Mauricio (se la muestra).- Acá Lemos...

Aldo (ve que está mordisqueada).- ¡También mordisqueaste la de la LSM! ¡Sos de lo peor Mauricio! Dejate de jorobar la existencia terrena (se va).

Mauricio.- Ay! Que delicado sos Lemos...

Mateo, Fabio y Aldo se juntan para conversar en la casilla de maquinistas. Fabio y Mateo toman mate. Llega Aldo.- Muchachos...

Mateo.- ¿Pudiste llamar?

Aldo.- ¿Llamar? (suspira)

Fabio.- Dijiste que ibas a ringtonear...

Aldo.- Con ese Mauricio ahí dando vueltas (da un sorbo al mate) es imposible llamar...

Mateo.- Ah, hasta es chusma ¿qué más le queda a este cristiano?

Fabio.- Confesar su condición (ceba el mate).

Aldo.- Chicos, no sean tan crueles, pero les voy a decir algo: ustedes dos saben que yo también soy igual de homosexual...

Mateo.- Pero tu caso es distinto, pasas desapercibido total...

Aldo.- Fantástico. Pero el cristiano aquel como dices Mateo, yo lo respeto por su condición sexual, por lo que no lo aguanto es por lo pésimo compañero que es.

Mateo.- Eso sí, que gran certeza. Mira, los otros días quería ir al baño y Fabio me mandó al baño de la oficina de los empleados. No te das una idea la roña que era, era de tal forma que terminé garpando 25 centavos al de afuera, estaba más limpio. Deben de estar diciendo que somos unos roñosos de porquería...

Fabio.- ¿Y las biromes? Se te olvidó esa...

Aldo.- Lo del baño pero... ¿cómo es eso de las biromes?

Mateo.- El muy hijo de su güena mandarina ¿sabés qué hace? Caza las biromes que hay en la oficina, cuando necesitas una, por un motivo zeta que sea, se come los capuchones y se las mete en las orejas para limpiárselas. Están todas mordisqueadas y llenas de cera de los oídos. Me dio tanto asco que yo agarré y me fui a ver a mis vecinos de la LSM y conseguí una, la uso y la dejo para una próxima, no sé porque voy a buscarla otra vez y estaba toda mordisqueada y me dio tanto asco... ya no sé qué hacer. La próxima me voy a traer mis biromes de mi casa pero me las regreso conmigo mismo...

Aldo.- Lo de las biromes me lo paso por el traste pero lo del baño ya supera todos los límites... pero noté una actitud medio antisocial. Los otros días le estaba haciendo el verso a un pasajero con un servicio recortado...

Fabio.- ¿Servicio recortado?

Aldo.- Yo le dije que sí, pero recortado porque 90 kilómetros después de Junín nos caemos con el tren al agua...

Fabio.- Pi, pi... (con el mate en la mano).

Mateo.- No es de extrañarse con este sujeto...

Fabio.- Muchachos, este amigote, si así gustan llamarlo, antes de ir a parar a la boletería, era chancho en el Sarmiento, luego lo enviaron a Lacroze y ahora es el descarte...

Mateo.- Fantástico. Que sea lo que sea, pero lo que nosotros no soportamos den él es lo pésimo compañero que es, chupamedias al mango, mugriento...

Fabio.- Hace varios días un pasajero se quedó mirándolo como diciendo que chico raro pero por cuatro...

Los tres se miran. Fabio.- ¿No tendrá alguna experiencia en culeadas?

Aldo.- Yo no le voy a pedir que se baje los pantalones para saberlo...

Mateo.- Aldo, no sientas vergüenza de lo que eres, vos, sos un santo, el otro, es una m...

Cuentos de Alcoba 2007 XIV: Yo si tal vez...

2ª parte


Minutos antes de que empezara la melodía, le advertí a mi compañera que no sabía bailar tango.

Volvió a mirarme para indicarme que ella sería mi guía y que yo dejara llevarme. Así de simple.

Empezó la melodía. Dí unos tropezones de entrada y medio mundo advirtió que era un burro. ¿Quién no fue ignorante alguna vez? Mi compañera hizo de cuenta que acá no pasó nada y yo seguí el baile. Mis pies llegó un punto que los enredé que ya no sabía que estaba haciendo, sentí una profunda vergüenza que al acabar la música, salí corriendo hasta el pilar a reflexionar.

Segundos después a mi costado izquierdo estaba ella, mi compañera, para darme consuelo. E indicarme que todos se equivocan alguna vez, hasta los más sabios y experimentados, también tienen sus tropezones. Volvió para insistirme que la acompañara otra vez. Pero me negué rotundamente.

Insistió otra vez y de parte mía partió una segunda negativa.

Pero hubo una tercera insistencia, miré a los demás bailar y después a ella, para decirle que sí.

Volvimos. Esta vez, ella me señaló las maniobras, más allá que lo hacíamos desacompasados con la música. Prefería bailar despacito, pero bien. En mi espalda sentí el tecletear de sus dedos indicando las maniobras, los cortes, que los había, figuras que ignoro y debo aprender, aunque ella me enseñó que en ciertas ocasiones, hay que improvisar para salir del paso. Dejo volar un pie, escoro a estribor, me indica que no separe las piernas más de lo necesario, ella pone los pies con elegancia y yo debo seguir. En un momento me detuve cuando no debía hacerlo, entonces, mi compañera me indicó cuando hacerlo con leve presión con el dedo medio sobre la columna. Como en este caso, yo vuelvo a interpretar el papel de la dama, hasta tanto aprenda, me indica que debo poner la mujer en el punto muerto y quedarme congelado mientras ella hace los firuletes.

Hasta aquí, una pequeña partecita. Pero ya aprenderé algún día. Es un ponerse, nada más.

Me llamo Guillermo. Como soy novato, no me atreví a preguntarle a mi compañera su nombre. Según mi compañera de baile, pocos son los que hablan. Le pedí a mi compañera si aceptaba sentarse a tomar algo. Ella me consintió. Y picamos algo. De paso, conversamos un poquito más a fondo. De fondo teníamos esa música sonando, parejas bailando. No era música de nostalgia. Reímos y sonreímos. Fue entonces cuando ella también se me presentó como María José. Me explicó que de herencia mamó el tango, de sus padres. Que no baila con cualquiera, que este mundo está lleno de personas algo avejentadas y ahí la cosa se pone espesa. Que un buen caballero es raro de conseguirse. Pero que también hay que ser paciente cuando por ahí tu acompañante no sabe a la perfección.

Fue entonces como aprendí a querer el tango. Le agradezco infinitamente a María José, quien con sus dedos me transmitió las claves del movimiento. Me hizo bailar. Un poco mal, pero algo.

No me importa caminar las poquitas cuadras, no me cuesta para nada llegar hasta mi casa. Casi, como una costumbre, empecé a hacerme habitué del lugar y me gastaba la plata del bondi que destinaba para ir a bailar a algún boliche de Laferrere, no me interesa. Algunos fines de semana me enfundo en zapatos, botines, zapatillas, en cualquier calzado, pero por el tango aprendí a reservar los zapatos, ellos se ganaron su espacio en mi vida. Vale la pena. El resto de la semana se me pasa en el laburo, atrás del culo de los trenes. El tango por lo menos me distrae del mundo ferroviario.

Después de ver a María José durante varios fines de semana en el boliche, por esas cosas raras, me la topé en estación González Catán. No era la dama que había conocido bailando tango. Era muy distinta, es más, una típica adolescente, de zapatillas, jean gastado, campera polar... pero ese día se cortó el pelo tipo melena. Se acercó para saludarme. En ese momento le solté si podíamos bailar tango sin necesidad de ir al boliche. Y ella se detuvo a pensar unos segundos para decirme que con gusto me enseñaría unos pasitos y seguir mejorando el baile. En verdad, ella baila muy bien, yo soy el pata dura. Pero es una chica muy linda, un poco rea, pero cuando va al boliche, es una dama con todas las letras.

Ese sábado, lluvioso, esperé a María José en la esquina del boliche. Y salió de adentro. Le pregunté a dónde iríamos y me contestó que a dónde quisiera yo. Entonces me salió decirle que ante la lluvia que caía torrencialmente, lo más cercano era mi casa, además, tenía ganas de que ambos nos distendiésemos.

Juntos hicimos las siete cuadras hasta mi casa. Adentro estaba limpio. Le parecía raro a María José que yo viviese solo y me hiciera las cosas. Después de picar algo ligero y hacer la digestión, ella trajo el secador de piso (No sé porqué no la escoba, los tienen mango ¿no?) del baño y me dijo que debía atarme a sus ordenes. Y obedecí a su mandato. Pues me aclaró posteriormente que no íbamos al boliche así podía perfeccionarme algunos pasos.

María José me miraba mientras yo sonreía a un secador... sí, un miserable secador de piso, él no sentía absolutamente nada pero seguro que para quien tuviera ganas de reír, tranquilamente podría haber sido el hazmerreír. Vuelvo a sonreír con franqueza, de pie, obvio. Al secador lo tenía conmigo, para nada me iba a despechar (María José si tiene ganas sí lo podría hacer). Al final preferí sonreírle a María José, arrimarme a ella.

La ética que impera no nos permitía a ninguno de los dos hacernos los desentendidos. La conduje a un rincón de la habitación para luego llevarla al centro, bien donde pega la luz para dibujar nuestra sombra bailando. María José creo que no tuvo tiempo a soltar palabras puesto que la tomé algo más fuerte para seguir el siguiente compás.

Y cuando la pieza musical acaba, le comento si desea hacer un alto. Ella me comenta que está bien.

Luego me comentaría de todos los que fueron al telo de ese boliche. Yo le contestaría que aún no he debutado y que el tiempo no me apura para nada.

Me mira de arriba hacia abajo para luego pasarme su mano por mi rostro. No pude menos que devolverle la caricia.

Le pedí que por hoy basta de baile, si quería, hagamos otra cosa. Y me propuso ir a dormir.

¿Dormir? Más que sueño, fue el debut en la cama.

Sin noción del tiempo trascurrido, nos dormimos en mi cama.


Cuentos de Alcoba 2007 XIII: Yo si tal vez...

1ª parte


Hete aquí que mis compañeros me dijeron: déjate de hinchar las pelotas, sos un chico con mucha juventud por delante, disfruta del día y de la noche al por mejor... vivís en la urbe, no será gran cosa, hay inseguridad por todas partes pero seguí adelante con tu vida.

Claro. Eso me dijeron mis compañeros. Pero en un descanso en González Catán, quise saber si hay alguna danza por ahí que pudiera ser bailada de a dos, sin ser la clásica cumbia villera. Y me dijo: “¿Quieres de verdad salir del mundo de la villa? Yo sé de otro. Pero mira que el caballero conduce siempre a su compañera, tenlo presente. Acá en González Catán, hay un salón de baile llamado Aníbal Troilo. En ese salón siempre hay bailes de 2 x 4, dicho en gráfico, es el clásico tango de Buenos Aires. Pues bien muchachito, los viernes y sábados son de velada nocturna, los domingos se baila por la tarde, pero bueno, te irás enterando de los horarios, etcétera, etcétera. Bien. Irás a ese salón. Te vestirás con traje, si es posible, negro y camisa blanca. Te sentarás por cualquier lado, inocentemente, pero puedes optar por sentarte en el mostrador y tomarte alguna bebidita. Varios optan por la cerveza, pero la cerveza te da ganas de ir al baño luego, por eso, no la recomiendo. Tantearás el ambiente. Cuando creas que te hallas listo, te acercarás a alguna de las damas que estén cercanas a la caja registradora”.

Yo escuchaba con atención. Luego pedí a un compañero mío que me cubriera la próxima salida, así me daba tiempo a seguir escuchando al amable pasajero. Me siguió diciendo: “Las damas optan por un vinito, no piden cosas fuertes, pues por una cuestión de fineza, las cosas fuertes es de hombres, quizás, por una cuestión de bruteza ¿no? Y la cerveza, más vale que queda para el hombre, ya te había dicho anteriormente el efecto que produce, y en una dama, no es para nada elegante verla entrar y salir del baño. No es muy bien visto”.

Yo ando solo y el resto de la semana de la paso encerrado en un habitáculo, como le digo a la cabina de la locomotora, haciendo varios viajes a diario por el conurbano. Y digo la verdad, me pudre estar todos los santos días ahí haciendo esa tarea tan monótona como rutinaria, pero por lo menos, a veces ligo un buen acompañante con quien matar el tiempo y cuando llego a casa, directamente más que cocinar, es a irme a la cama. Entonces, no me entero que estoy solo. Pero hay momentos en mi vida en los cuales me gusta estar en compañía con los míos, aunque hace tiempo me dí cuenta que busco algo distinto y si es posible, que me aprieten y apretar bien fuerte. Confieso que odio esas apretadas que hacen mis compañeros con las amigas del terraplén, esas son para pasar el momento, no sirven en absoluto.

Me puse a pensar seriamente en lo que me dijo este hombre y ahí me dí cuenta que puedo ser muy suelto bailando cumbia, pero de tango no sé absolutamente nada. Pero si no iba, era lo mismo que la nada. Así que fui a ver a mi tío, que vive a la vuelta de mi casa y le pedí prestado su traje negro, ese que usa en su trabajo como chofer de velorios, pues no podía ir con mi uniforme de trabajo, qué espanto sería. Los zapatos los saqué de unos que tengo guardados por ahí, no eran los ideales, pero algo, eran algo. Y la camisa... no sé, mi viejo me prestó una.

La hora, en tanto, pasaba. Eran las 20 cuando salí de mi casa e hice las siete cuadras que separan mi casa de ese salón. En el camino, por mi cabeza se me cruzaron mil y un pensamientos, pero acabé concluyendo que estaba algo nervioso y mis manos me lo delataban: estaban sudadas. Y el billete de cinco pesos para pagar la entrada, estaba todo arrugado cuando lo saqué de mi bolsillo.

Una vez que traspasé la puerta de calle hacia el interior, me resultó un sitio muy extraño, pisos de azulejos blanco y negro, mostrador, escenario esperando a que la orquesta viniese en minutos a tocar, alguna que otra mesa dispuesta para alguna pareja que rondara por ahí, aunque, el lugar se mostraba bastante iluminado, pero después, esa luz se volvería en apenas, una penumbra. Y la gente caía despacio al baile. Es que el baile estaba anunciado para las 21 y eran las 20.50, faltaban unos 10 minutos, pero yo ya tengo sorbida experiencia de ferroviario, que esos 10 minutos se pueden convertir en 15, 20 y alguno que otro más...

Para matar la espera, me senté frente al mostrador y empecé a observar las bebidas disponibles, me hice el planteo si acá la gente se agarra las mismas borracheras que en los boliches, si en el peor de los casos, también se cagan a trompadas limpias en la calle por meras boludeces, y si no terminan en la comisaría, hospital o en el más allá. Quiero creer que por ser algo más fino, también habrá más delicadeza a la hora de beber, dado la clase de bebidas: licor, coñac, whisky, paddy, caña de azúcar, y, después las clásicas, el vino y la cerveza. Y tuve tiempo para mirar una carta, si alguien quisiera picar algo en caso de haber hambre. No diré los precios porque... venían algo saladitos, pero para ganarse la complacencia de la dama, hay que tener unos pesitos de reserva, total, todos los meses tengo mi sueldo.

La orquesta tardó unos 15 minutos en empezar a tocar, yo ni enterado, estaba más prestando atención a la parte de las bebidas del mostrador que otra cosa. Y mientras la música tocaba, recordé al hombre que me decía todas las cosas referentes a esta danza. Pero muy poco había oído de ella.

El sábado por la noche, uno busca cualquier cosa, pero solo pido algo: que respeten mi franco. Y yo seguía ahí, en el mostrador observando las bebidas, mientras creo que pasaron dos o tres temas. No sé, pero parecía que me había olvidado a qué venía realmente. Y que era yo quien tenía que fichar, y no los demás que me ficharan.

Me doy vuelta en el asiento y veo que al mismo ritmo que beben alcohol, empieza el camino al baño. ¿El baño un lujo masculino? Parece que aquí, sí. Y para colmo, la puerta era vaivén, cada vez que la empujaban, venía esa ráfaga de amoníaco, bueno, en un boliche esos de cumbia villera, no son muy distintos que digamos, en fin... y volvían más dispuestos a continuar el baile.

La música seguía sonando y yo metí mi mano en el bolsillo para sacar un pañuelo y soplarme los mocos. En ese momento, el más indeseado, vino una señorita muy sensual a sacarme a bailar. Ella sonreía muy sugestivamente y había clavado su mirada en la mía. Yo la miré de arriba hacia abajo y se me heló la sangre, no sé bien el porque, la cuestión que en vez de ser yo quien condujera a la dama, era al revés, era algo que no estaba entendiendo...

Ella optó por tomar mi mano, por sostenerla, tal vez por mi timidez, me llevó a pararnos enfrentados al borde de la pista. Ella sabía cuando dejar que tense el hilo, que el bandoneón creciera y entonces, en algún acorde, yo debería ponerle el brazo alrededor de la cintura y zarpar.


Continúa en la 2ª parte

Cuentos de Alcoba 2007 XII: Crónica de un final anunciado

Fantasía.


En un bar en la localidad de General Pico, Fernando golpea con fuerza un vaso de vidrio contra la mesa. Había estado bebiendo caña. A la mesa con un vaso de ginebra, se acerca Teodoro:

  • Dale Fer, reaccioná, reaccioná que estás mamao – le dice Teodoro.

  • ¡Qué cornos me importa un esto! - contesta borracho Fernando.

  • Está en juego nuestro laburo...

  • Lo sé boludo, pero acá en La Pampa hay un hijo de puta o unos, como quieras llamarlo, que nos están vendiendo mal...

  • ¿Te pensas que soy tan pelotudo que no sé que hay alguien ensañado con nosotros?

  • Yo sé por dónde viene el hilo de la madeja, el perro está entre nosotros, falta encontrarlo...

  • Sí, pero no podés ponerte en pedo así...

  • Tenés razón – menea la cabeza Fernando y vuelve a golpear el vaso contra la mesa.

  • Dejate de joder, no podés seguir así, vamos – lo lleva de un brazo a Fernando y deja un billete arriba de la mesa.

Ambos salen del bar y caminan por las calles de la ciudad bajo un sol tibio rumbo a la estación. Al llegar al andén de la estación, Teodoro le advierte a Fernando:

  • No pises por la casilla de maquinistas, te van a vender el pedo que tenés y ahí sí que te van a zampar ´e cabeza en el tanque de agua. Están todas las mierdas, ojo, yo en un segundo vengo con los papeles y firmas acá ajuera, porque hasta el jefe está metido hasta la manija – le dice Toedoro.

  • Y el jefe nada hace a nuestra empresa... ¿Qué demonios tiene con estas ratas?

  • Mira que pa´ cagarte, todos son madaos a ser, esperame y hazme caso por una vez en tu vida, te lo digo que soy tu socio y tengo pirulos – le dice Teodoro, sale a la oficina del jefe. Allí se encuentra con el jefe:

  • ¿Cómo le baila? - le dice groseramente.

  • Me baila igual que a usted don, si no desea que lo zampe e' cabeza en la bebida e' los cochinitos – le devuelve la misma respuesta Teodoro.

  • Dejaron estos papeles...

  • Sí... los firmo y los devuelvo... esperame un tantito – le dice Teodoro y sale de la oficina del jefe. En el andén, vuelve por Fernando: - Dale animal, zampa un gancho pa' que sepan que diste uso e' tu presencia...

Fernando estaba borracho y apenas coordinaba los movimientos – ¿Podrá usted cubrirme en la conducción?

  • Más vale que sí... pero ese pedo se te tiene que pasar antes que lleguemos a la Bahía Blanca, nos espera má´e la pesada...

Fernando y Teodoro salen con el tren con destino a Bahía Blanca. Tomándose el tiempo del mundo, hicieron las centenas de kilómetros entre ambas ciudades.

Luego de un día y medio de viaje, arribaron a Bahía Blanca. Uno de los delegados de La Fraternidad pidió tener una charla a solas con Fernando:

  • Digame... ¿usted tiene alguna desaveniencia por algún motivo?

Fernando lo mira - ¿De pensar para el otro lado? A menos que no tenga ni dos dedos de frente...

  • Mire, es muy simple, la empresa solicita a los conductores que apuren los tiempos de viaje...

  • Qué pedido ridículo... - contesta Fernando.

  • Aparte, también, sin desmerecerlo, los ingenieros no están muy conformes con el desempeño de ciertos ferroviarios, en especial de gente como usted que tiene años...

Y Fernando dió el portazo final – Yo no me voy en palabras zalameras.

Arrastrando los pies, Fernando se fue a su casa. A encontrarse con su mujer y sus nenas. Tres adolescentes en edad escolar. Fue precisamente Mariela, su mujer, quien levantó el tubo a los cinco minutos de haber llegado su marido:

  • Fer, cariño, alguien desea hablar contigo... es de la empresa

Fernando toma el tubo – Hace un largo rato estuve allá y tengo ganas de tirarme a descansar con mi familia y no en seguir pensando en el penoso viaje, así que no molestes...

  • No se preocupe porque antes de tomar servicio, pase por la oficina 2.

Fernando se quedó pensativo para contestar luego – La misma oficina de la cual están cocinando alcahueterías... no se preocupe ingeniero, usted será muy ingeniero, pero yo con el sentido común, aprendí a no creer en las zalamerías. Que no tenga que ver su osamenta bajo las ruedas de algún tren por ahí...

Colgó. Tenía bronca de sobra.

En tanto, Teodoro descubrió la mentira que el sindicato escondía: supo que la empresa en vez de enviar los trenes con una dotación mínima de tres personas, lo hacía con dos bajo la excusa de que estaban con mucho trabajo o, por ahí, la demanda. Pero no era así, la empresa lo hacía para gastar lo menos posible en personal. Y el sindicato encubría la excusa de la empresa. Fue precisamente Teodoro quien los sorprendió en plena zancadilla para ponerles las pruebas sobre la mesa: - Muy bien señores, muy bien planeado. Sigan así, sigan porque así es el país que tenemos, donde el ciego es rey y el tuerto, presidente.

Los delegados estaban fastidiosos de que Teodoro los hubiera descubierto, por eso, mandaron a suspenderlo.

Por otro lado, como si eso era poco, en General Pico se tejía otro ardid: sacar a los ferroviarios más experimentados. Y Fernando despacito empezó a saber quien era el ideólogo: un tal Matrera.

  • Teodoro, no te gastes más, porque esto, no tiene remedio, va a reventar en cualquier momento – le dice Fernando.

  • No te preocupes, estoy suspendido por lo que descubrí... ¿qué querés que te diga? nuestros delegaos, las mierdas que votamos pa´ que nos defiendan, son los que nos sacan el cuerpo, no´ venden... no tienen perdón del Tata... - llora Teodoro.

  • ¿Sabes? Es en estos momentos en los cuales pienso que alguna vez fui feliz en los rieles, me dieron una linda señora y tres divinas niñas, pero ahora ¿qué carajo me dan? un sendo dolor de cabeza carajo!

  • El problema e´ que son uno´ vendidos, unos chupamedias, alcahuetes y mil cosas má´h, además de mentiroso´ empedernidos. No sé si seguir aquí...

  • ¿Y qué vas a hacer boludo?

  • Aún no lo sé, si me ves pidiendo limosnas, no me des la moneda, por favor...

  • ¡No seas idiota!

  • Pero esta porquería no la vamo´h a solucionar, se va a acabar el día que les pianten una buena patada en el culo y se dejen de romper las pelotas... el real problema es que los delegados meten acá a sus hijos a trabajar y el desempeño la verdad, los hubiera puesto ¿sabés a qué? A trabajar e´ una estancia domando potros como lo he hecho yo durante varios años de mi vida.

  • No saben un pito, no tienen ni noción de la realidad. Mira hasta qué punto que en estación Pelicurá se mandaron con un corte por vía tercera a 40 por hora, enterraron el tren hasta la manija... casi nada, tres luquitas y... nada, una bicoca como por ahí podrían decir: son dos sopes chicos, no pasa nada.

  • Sí...

Ambos sabían las cosas al pie de la letra. Porque tenían sus años de lidiar en el mundo de los rieles. Y saben quienes hacen y no hacen nada, se conocen entre todos.

Una mañana, Teodoro llegó al playón de Ingeniero White a tomar servicio. Por un motivo extraño, pasó por la oficina 2, miró en el escritorio la parva de telegramas. Uno de ellos estaba dirigido hacia él. Lo tomó y lo leyó. Supo que se extinguía el vínculo laboral.

Lo dejó nuevamente sobre el escritorio. Salió de la oficina y en el playón vió que hacían una maniobra con un corte. Y apoyó su cabeza sobre un riel. En el retroceso con el corte, las ruedas decapitaron a Teodoro. Un momento después cuando regresó con la locomotora, Fernando vió algo raro en el suelo: salió disparado como un rayo y vió que su socio, con quien tantas veces había matado penas, había puesto fin a sus días – Pobre... – dijo mientras puso su mano sobre el cadáver – ahora sí que ya no tendrá sanguijuelas con las cuales renegar. Era cierto, no les dió el gusto de que le dijeran que estaba despedido.

A los veinte días le siguió Fernando. Le habían notificado previamente su extinción del vínculo laboral. Pero pudo comprobar fehacientemente que el ideólogo de todo esto era un tal Matrera. Entonces pensó de qué forma podía hacer para que Matrera tuviera su merecido.

  • Por favor Matrera, acompáñeme que hoy no tengo socio disponible – fue la excusa que Fernando usó para engañar a Matrera y traerlo desde General Pico hasta Bahía Blanca.

  • Vamos compañero – le dijo Matrera, con su tono cínico. Y ambos salieron de viaje hacia Bahía Blanca.

Al llegar a Bahía, dejaron el tren cumpliendo con todas las normas. Se despidieron al día siguiente. Fernando fingía absolútamente todo.

Al día siguiente, supieron que la locomotora en la cual habían traído el tren el día anterior tenía una fisura en el tanque. Matrera abarajó a Fernando, culpándolo – Digame, ¿usted no sabe tratar los vehículos aquí?

  • Usted me está cargando Matrera...

  • No, fíjese cómo está el tanque, y usted conducía...

  • ¿Y usted qué cornos hace? ¿Nada como siempre? - ya empezaba a perder la paciencia Fernando.

  • No joda porque ya acá usted está muy jugado, aparte, tampoco es un ferroviario competente cuando se le requiere que haga tal o cual cosa ¿sabe? - le increpa Matrera.

Fernando quedó en silencio y Matrera se acercó a un tanque de aceite, el cual le abrió la tapa y observa el aceite limpio para las locomotoras.

Por detrás se acerca Fernando, lo toma de la cabeza con una mano y lo empuja hacia dentro del tanque y con la otra le termina de sumergir el cuerpo.

  • ¿¡Qué hace!? ¡Está loco! - grita Matrera pero Fernando, en silencio, cierra la tapa sellándola. Adentro, Matrera patalea pero muere ahogado.

Los efectivos que vinieron en ese momento, encontraron el cadáver de Matrera dentro del tanque de aceite. No tardaron nada en saber que el autor fue Fernando.

Aún todavía, mientras los delegados siguen pensando que fue un asesino, Fernando pasa sus días en un instituto psiquiátrico. Lejos de Teodoro, pero no de su familia.

Cuentos de Alcoba 2007 XI: Sueños Belgranienses II

Nota: Toda semejanza con la realidad es pura casualidad.


En ese pueblo, la vía fue desapareciéndose. Primero, esas piedras filosas celósamente encastradas entre sí se fueron perdiendo entre la tierra y otro poco se fueron entre el lavado de las lluvias. Así, el terraplén quedó al descubierto y en poco tiempo fue llenándose de verde, no cesped, sino verde del maligno... yuyos, pajas... ese tipo de especies de plantas que crecen hasta tapar... que tuve la valentía de tomar una foto y parecían que en la foto eran un hermoso paisaje de ensueños... en la realidad, la vía estaba perdiéndose entre los yuyos que impiadosamente se encargaban de ocultarla... hasta que un buen día, esas dos barras de acero, desaparecieron sin dejar rastros... se fueron con su óxido quien sabe a dónde...

¿A dónde podía ir? Acá estábamos estancados, perdidos en el medio de la nada, sin nada que nos saque. ¿Qué más nos queda? Parecemos castigados por los medios de transporte. Querer protestar, es imposible, podemos alzar nuestras voces pero ¿quién nos va a escuchar?

Veo a mis conocidos transitar esos caminos de tierra cansados de tanto trabajar, con la frente baja. La semana pasada, supe de alguien que para llegar al hospital más cercano, debió montar a caballo y salir a la buena de Dios...

***

Volví a la estación. Si bien cuando la conocí estaba algo ruinosa, ahora es una pila de escombros. Apenas quedan los vestigios del fugaz paso de Ferrovías, los carteles dejaron abandonados, solo el baño permanece en pie para creer que el pasado aún se resiste a morir.

Me volví a sentar en el mismo lugar donde sabía molestar al chico de la locomotora. Con la diferencia de que la playa es un montón de yuyos. Un paisaje deprimente.

Pero si vamos abandonando este pueblo, pensé para mis adentros, se muere este poblado de ensueños.

***

Un día me fui a Buenos Aires. Tenía apenas unos 20 pesos, ni para el pasaje de un bondi. No tuve más remedio que hacer dedo.

Debo haber estado como tres horas, fácil, con un cartel en mano, tratando de conseguir que alguien por lo menos me acortara la distancia de viaje. Tuve fortuna que alguien me levantó y me alcanzó hasta Boulogne. Algo es algo. El resto del viaje lo completé en el tren.

Cuando llegué a la estación de Retiro, me fui a golpear la puerta de la oficina. E iba dispuesta a todo. A no rendirme ante el primer no. Porque de alguna manera debía conseguir torcer el brazo de la empresa, que nos dejó en banda.

Toqué la puerta. Nadie atendió. Volví a tocar. Tampoco. Entonces pensé que en el lugar, hay gente, pero que no quieren perder dos minutos de sus vidas en escuchar una petición.

Por detrás, una mano abrió la puerta y me dice “A ese escritorio ve”.

Yo hice lo que me dijo. Medio mundo me miro, hasta que alguien me dijo secamente “¡¿Qué está haciendo usted aquí?!”.

Ni corta ni perezosa respondí “A pedir lo que nos corresponde: un servicio de trenes”.

¿Ah sí? ¿Y a usted quién la manda?”

¿Y a ustedes quienes los manda a dejar a todo un pueblo en banda?”

Es decisión de la empresa”

Es... es... es la... insensatez de ustedes contra nosotros”.

Y no dijeron nada.

Usted sabe que activar un servicio tiene sus inconvenientes ¿Vió?”.

Usted trata de desalentarme. ¡Nunca lo logrará!”

Mire, acá no se venga con esas” y quiso sobornarme con un fajo de verdes.

Nadie en mi vida me ha venido a sobornar con plata, ni a comprar mi voluntad. Se perfectamente qué quiero pero no se hagan problema, movere cielo, tierra y mar para que sepan que ustedes son unos corruptos”.

Alguien de atrás me pone la mano y trata de llevarme hacia afuera, cosa que no pudo dado que dí un giro imprevisto. Y volví a la carga.

Deberán responder mucho por haber dejado morir ese tren”.

Llamen a la policía” indico alguien y otro la llamó.

***

Bastaron menos de cinco minutos para que la policía viniera a llevarme a otra oficina, a someterme a un interrogatorio inútil. Ya ni pensaba que fuera a terminar en un calabozo, porque sabía que a algo había venido. No pensaba en ese amigo llamado Mateo, tenía otra misión. Sabía que debía arreglarme sola, debía imaginar que estaba sola en un desierto y con las cosas que tuviera al alcance, arreglarmelas.

El día se acabó y la noche iba ganando espacio cuando un oficial vino a decirme “Tuviste suerte, vete ¡Y no quiero verte más!” un poco desubicádamente.

Sin dar las gracias me levanté y salí al hall central. Estaba semidesierto cuando alguien vestido de azul y botines negros permanecía parado ahí.

Yo no supe a dónde ir cuando me dijo “Lamento mucho este desagradable momento que la empresa te ha hecho pasar...”.

Yo lo miré medio ida “Y tú... Mateo, cuando siempre te has evadido de mí y ahora...”.

No lo crea seño” - dijo.

¿Cómo?” - pregunté.

Vos hiciste que volviera a estar aquí. Tú sabes...”

Miré hacia abajo, no sabía qué hacer. Luego me dijo “Yo sé a qué has venido: viniste a luchar por el tren fantasma, la empresa te mandó acá porque no le conviene que vengas a reclamar algo que les corresponde. Más allá de lo uraño que sea, tú tienes algo que a mí me falta en ciertas medidas: inteligencia”.

Me abrazó y me dió un beso. Yo lloré...

***

Estaba con Mateo durmiendo en un furgón hecho pedazos en la playa del San Martín. ¿Podía ser un sueño lo que me estaba pasando o era la pura realidad?.

No sé qué hora era, pero despertamos, lo supe porque el sol estaba colándose por las endijas pero Mateo me dijo “Hoy haremos algo especial...”.

Lo miré y le pregunté “¿Qué lo ha llevado a mostrar su costado amable?”.

Lo tomas o lo dejas” - me contestó secamente.

Disculpa... no pensé que te molestara”.

Salimos de ese furgón maltrecho y seguimos por la playa hasta una vaporera con dos vagones de madera, algo ruinosos.

¿Ves esa vaporera? Sube y no preguntes cómo sigue esta historia” - me dijo, echó leña, la encendió y salió de la playa hacia la vía principal.

***

El momento que me adentré en vía principal con Mateo me sentí que a mi lado tenía una persona realmente uraña y antisocial, pero al mismo tiempo, una ladrona de trenes.

No pregunté nada, ni abrí la boca para tomar un sorbo de agua, tenía sed pero me las banqué. Mateo estaba ahí, bien firme llevando esa vaporera.

Pero él rompió el hielo “¿Por qué tiembla de miedo? No voy a robarle nada”

No Mateo, pero tú sinceramente no cambias más... te vas a morir siendo un reacio”

¿Le parece? Tú tienes algo...”

No me lo diga porque ya las intenciones con las cuales me baraja...”

No sabes realmente qué pienso... debí aprender demasiados años de mecánica, electricidad, práctica y tengo derecho a mirar con otros ojos a una seño ¿no?”

Yo callé. Callé porque bien sabía donde empezaba lo malo del viaje. Donde este viaje se iba a convertir en una pesadilla.

El tren se adentró en la misma vía que alguna vez tuviera tantas piedras y ahora era un yuyal crecido. Los pasos había que adivinarlos.

Mateo dijo “¿Sabrá la empresa lo que es esto? ¿Por qué no me habrán dicho de esto?”.

Lo miré y le dije “Yo sabía de esto. No quise decirte nada. No hay problema Mateo, estamos en el baile, bien en el medio”.

Sí, claro, porque el que conduce soy yo, no tú”.

Grité “¡No tengo problemas en tomar el timón si el capitán decide abandonar el barco!”.

Creo que en ese momento que le grité eso, a Mateo lo hice sentir cobarde.

Penando no sé cuánto más, llegamos a ese pueblo fantasma. Para la sorpresa de todos, el andén estaba colmado de gente. Por las caras, muchos lloraban, otros tiraban florcitas a la vía pero ahí paramos. Al tren le hacían una fiesta. Y la fiesta duró tanto como...

***

...un suspiro.

Al día siguiente, las noticias se nos volvían como un castigo hacia nosotros, parecía que la empresa no quería en absoluto que viésemos el tren. Pero no solo nos costó caro, sino hubo otra víctima de esto: Mateo. Se quedó sin trabajo, por ser declarado por la mismísima Ferrovías como “Ladrón de trenes”.

Pero hay una vuelta de tuercas más.

Mateo aprendió realmente cuando la vida te da ciertos golpecitos, hete aquí que quedó en este paraje. Fui tan amable con él mientras fue necesario, hasta que un día partió a Villa Rosa y ahí supo el verdadero castigo de no tener nada para moverse. Yo lo supe porque lo acompañé con un caballito que conseguí prestado y lo llevé hasta la ruta. Lo ayude a hacer dedo, pero recién a media tarde alguien se dignó a levantarlo para continuar viaje. De ahí en más, que sea lo que fuera.

Yo volví con la cabeza baja, ya me parecía esos chacareros que regresan de trabajar cansados y hartos de preguntarse tantas veces el porqué y porqué. Algo de eso cargaba también.

Mi sombra cada vez se hacía más larga y esa arena polvorienta se mezclaba con el calor del día, de un atardecer que caía y yo que volvía para volver a levantarme en un nuevo día, y pensar, que este poblado, no debe morir así porque sí.

***

Casi un mes después, vaya uno a saber qué pasó en el medio, pero aparecieron las cuadrillas con centenares de hombres trabajando a brazo partido sobre esa vía oculta. Muchas cosas asaltaron mis pensamientos, todas ellas eran objeto de comentarios en la pulpería del pueblo, mientras otros amén de hacer comentarios, terminaban bastante ebrios.

Aquel día que volví de trabajar con la tiza, encontré un papel tirado por abajo de la puerta de mi casa. Lo levanté, lo abrí y leí:

Pronto las cuadrillas visitarán tus pagos para descubrir esa vía tapada. Se paciente porque nuevamente los iremos a visitar.

Yo volví bien, aquí estoy. La Secretaría de Transportes se apiadó de ustedes y les ¿echó? en cara a Ferrovías haberlos dejado en banda.

Pronto te veré.


Mateo”

***

Sin aviso de ninguna especie, una noche, a la misma hora de siempre, un tren arribó a la estación. Yo estaba de casualidad, pero me fui hasta allá para saber si estaba el don de la carta. No ví a nadie. Bajé la cabeza, dí la vuelta cuando justo me topé con alguien que me dijo “Ya sé que fuiste ahí para ver si estaba”.

En realidad quiero saber del autor de estas líneas” - dije una excusa.

No se excuse seño, no se preocupe, así como el tren volvió, yo también he regresado”

Ya veo... porque volverás a las mismas actitudes urañas y antisociales”

En realidad, he aprendido algo muy grande de acá: a querer a quienes me quieren y valorar lo que tengo porque ciertas cosas tienen doble oportunidad. Venga seño, vamos a tomar algo sin que el cantinero meta las narices”

No se preocupe que todos están comentando este acontecimiento”

Era cierto, en la pulpería, todos comentaban el regreso del tren.