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martes, 10 de noviembre de 2009

Café Ferroviario II: La marca indeseable

Observaciones: Es solo un cuento.

Era un domingo por la mañana común cuando a las 9.20 el altoparlante de Constitución despachó al tren con destino a Mar del Plata. El cielo estaba de color plomizo y cada tanto hacía amagos de querer llover. Solo soplaba algo de viento y más de uno ahí dentro iban de viaje de placer. Y Carolina no era menos. En realidad, ella se excusó del viaje de placer para visitar a su amigo Franco, el mecánico.

Muy poco se sabía de esa amistad. En realidad, nada debía rendir ante los demás, si su edad superaba ampliamente los 21. Mayor de edad y punto para decidir.

Se sentó en ese asiento clase primera, recostó el respaldar, apoyó su cabeza hacia el costado y se colocó los auriculares. Un rato después se durmió profundamente.

Mientras, un inspector y un guarda empezaron la recorrida pidiendo boletos. Nada parecía fuera de lo normal para la típica tarea de controlar boletos.

Uno a uno fueron por los vagones hasta que llegaron a ese vagón donde estaba Carolina durmiendo en su asiento. El inspector miró a todos lados hasta que le apoyó su mano sobre el pecho haciendo algo de presión. Le acercó el rostro y le respiró cerca de su cara.

Ella despertó algo sobresaltada al ver la mano del inspector sobre su pecho. Lo miró. Éste solo se limitó a decirle “Su boleto”.

Sin salir del susto, sacó de su bolsillo el boleto. Mientras, el guarda seguía con los demás pasajeros, el inspector quedó detenido con Carolina. Como si la hubiese marcado con una cruz, examinó puntillosamente el boleto como buscando algo fuera de los normal. Luego le mandó una mirada acusadora, para luego acabar picando el boleto y retirando la parte A.

“Debe conocer en profundidad la ciudad del Plata ¿verdad?” – preguntó ingenuamente el inspector.

Carolina le contestó “Algo… ¿qué motivo tiene usted para preguntar qué voy a hacer allá?”.

“Nada que llegue a molestar, acostumbro a preguntar por arriba, simplemente”

“Hubiera elegido otro pasajero y, como por desgracia no hay otro tren, tengo que aguantarlo a usted”.

“Hay otro tren, otros, mejor dicho”

“Sí claro, ninguno que me garantice que no le voy a ver su jeta”

A medida que el inspector inquiría a Carolina, ella se ponía molesta.

Finalmente, éste se retiró.

Ella respiró aliviada. Guardó su boleto y se dispuso a seguir durmiendo. Su compañero de asiento le hizo unas preguntas:

“¿Conoces ese sujeto?”

“¿El inspector? No. Para nada” – respondió Carolina.

“Medio pesado. Pide ayuda si es necesario”

“Gracias, mejor no cruzarse con ese tipo. No hay que ganar enemigos”.

El inspector era el que se movía con total libertad en el tren. Pasaba los minutos con sus compañeros en el coche comedor. Ella, en cambio, media los pasos.

Siguió durmiendo hasta que despertó y fue rumbo al baño. Afuera estaba el inspector “Otra nos hemos encontrado ¿no?” – le dice irónicamente.

Carolina hizo caso omiso y se metió al baño. Minutos después salió pensando que se había ido, pero no.

“Un momento – le dice el inspector, la toma del brazo atajándola – contigo voy a conversar un poco”.

“Tú, porque yo no tengo absolutamente nada que conversar contigo” – le contesta secamente Carolina.

“Me supongo que no le gustaría terminar mal este viaje ¿verdad?”

“Si usted se quitara de mi vista, haría mi viaje muy confortable”

A paso apurado llegó al asiento, bajó el bolso y se lavó las manos con alcohol en gel. De su carterita extrajo su celular y se lo echó al bolsillo del jean.

Se fue al pasillo, previo ver que no anduviera el inspector. Sacó del bolsillo el celular y llamó por teléfono. A su amigo, para alertarlo de lo que sucedía en el viaje.

Por detrás, aparece el inspector y le quita el teléfono, cortando la llamada “No sabía que tuvieras un príncipe azúl salvador ¡contestá!”

Carolina miró hacia abajo. No dijo nada.

Miró el ojo de buey y tomó a Carolina de un brazo y la llevó a la fuerza al baño. Se encerraron.

“¿Por qué me trae a este cochino lugar inspector?” – pregunta Carolina.

“Creo que eres perfectamente consciente de todos los males que has hecho en este viaje”

“Yo no hice nada que pudiera ofenderlo………..”

“¿Y su amiguito mecánico? ¿Qué es eso? Parece que la grasa le sienta bien”

“Usted usa sombrero y birome pero tiene en la frente la marca de hijo de puta”

“No te preocupes, por marca, te dejo mi impronta” – le dijo el inspector y abusó de ella.

Después del amargo rato de Carolina, le dijo muy sutilmente “Ahora sal como que si nada hubiera pasado”.

Carolina volvió a su asiento, pero no podía quitar de su cabeza el amargo momento. Tenía ganas de llorar, pero no le salió. Quería pedir auxilio pero se sintió nuevamente sola.

Bajó del portaequipajes su bolso y revolvió. De sus zapatillas de tela le sacó los cordones. Los anudó en los extremos. Se los guardó en el bolsillo.

Contó los pesos y se fue al comedor. Allí en una mesa encontró al inspector leyendo el diario.

Ella se sentó en una mesa y pidió un café con leche. Mientras esperaba que le sirvieran el café, miraba al inspector y pensaba. Pensaba en darle un escarmiento.

Le sirvieron el café y se acercó a la barra a pedir una medialuna. Mientras el mozo calentaba la medialuna, se acercó por detrás al inspector, sacó del bolsillo el cordón anudado y con él le rodeó el cuello. Tuvo tiempo para hacer un nudo y, sin que éste se cortara, con todas sus fuerzas, fue apretando hasta asfixiarlo.

La cabeza del inspector cayó sobre la mesa.

Carolina se llevó el cordón y se fue a su asiento, sin tomar el café.

Al llegar el tren a Mar del Plata, le dijo a su amigo el mecánico “Mi próxima casa son las rejas. Tu compañero es un hijo de puta”.

Café Ferroviario II: Pinamar [2009] - Diccionario ferroviario 2009

Que divino volver a romper un poco los cojones. Qué mejor que esto.

***

TRENES: Fierros atados con alambres y algún pedazo que otro de goma por ahí……………

FERROSAUNA: Elegante forma que tiene un pasajero de cocinarse dentro de un coche hermético cuando no funciona el aire acondicionado.

TRENES DE BUENOS AIRES: Empresa que presta servicios en dos de los seis sistemas ferroviarios pero gana la medalla de oro a todo lo que se pueda decir “Pésimo”, a lo que se presume que tanto Mitre y Sarmiento si salieran de sus tumbas quemarían a Cirigliano y su Grupo Plaza de bondis.

AMÉRICA LATINA LOGÍSITICA: Brazucas que llegaron al país de la mano de Pescarmona para acabar hundiendo el sistema ferroviario argentino y llevarse las ganancias al país vecino.

TRENES ESPECIALES ARGENTINOS: Empresa que con su Gran Capitán, como escudo de defensa, se dedica a combatir como puede el capital foráneo, es decir, unos brazuquitas conocidos como ALL.

FEPSA: Empresa de cargas conocida como “Il sucesore di’l verso”

DESCARRILAR: Acción y efecto de salirse de los carriles, o bien puede interpretarse como el deporte que practican por excelencia las concesionarias por no hacer los arreglos que deben hacer sobre los rieles.

REPUESTOS: Algo que en varios sectores si aparecen, es porque se adquirieron mendigando en alguna iglesia.

DESMANTELAR: Deporte muy practicado por nuestras concesionarias cuando se ven con el agua hasta el cuello cuando deben reparar los vehículos rotos. Algo así como decir “Desvestir un santo para vestir a otro”.

RICARDO JAIME: Amiguito que a lo único que se dedicó fue a gastar millonadas de sopes comprando trencitos chatarra a España y Portugal, haciéndonos creer que eran nuevos (Y están sin usar, lo mejor de todo).

LA FRATERNIDAD: Sindicato que agrupa un puñado de conductores de locomotoras y que cada tanto osa romper las pelotas. También son conocidos por el mote de “Fratachos”.

ARCO IRIS: Arco de tres colores formados dentro del gremio de la Unión Ferroviaria, donde se pelean los colores verde, bordó y violeta. A decir verdad, los verdes, alias verdolagas, son los de Josesito Dondemepongo; los bordolinos son los de la Medusa Sobrero; y, los violetas ¿qué tajada cortan en esta rueda?

SERVICIOS: Concepto ignorado por todo el mundo, bah, las concesionarias.

PASAJEROS: Animales que viajan como ganado en vagones jaula para hacienda.

SUBSIDIOS: Dinero que nuestros idiotas que tenemos por representantes despilfarran dándoles a las concesionarias para mantener un sistema ferroviario sumergente que, más de uno deduce que acaba abultando bolsillos.

ESTACIÓN: Instalación que apenas va sobreviviendo en la Argentina del siglo XXI. En otros lugares, se están organizando excursiones masivas de escolares para que tengan la sensación de estar en contacto con los trenes, aunque estos están desaparecidos.

VÍAS: Vigas paralelas de acero que según pasan los años, están revirándose y mal. Signo de que algo esta funcionando mal, y muy mal.

FERROBAIRES: Empresa estatal bonaerense que hace añares entro en emergencia económica.

TREZZA: Amigo inventor de Ferrobaires, una elegante forma de seguir currando junto a un cabezón conocido como Duhalde.

FERROCARRIL: ¡SOS!

Solo fue un hasta pronto – 2ª parte

A Nelsón y a Juan Pablo que fueron mis compañeros de viaje

Huetel pasó sin pena ni gloria y paramos en Del Valle. No recuerdo si paramos en alguna otra más, pero deduzco que la siguiente parada fue…………… Bolívar. Ahí nos deben haber tenido parados como unos 10 minutos. A esta altura no importaba para nada la hora si lo que interesaba era llegar a destino. Ya estaban consumidas las tres cuartas partes del viaje, ¿cómo no aguantar la última?

Salimos de Bolívar pero la alegría de correr por una vía sobre piedra duró como un suspiro. Hasta Urdampilleta, fue soportable, amén de la felicidad que daba quitarnos de encima a los familiares de los reos. No debo olvidar que en el medio, cruzamos un carga de FEPSA.

La última parte de todas, hasta Daireaux, llámese, insoportable. Pienso que Manuelita caminando llegaba más rápido que el tren, todo sea por la culpa de FEPSA. En fin y al cabo, el reloj daba las 4.40 de la mañana de un fresco sábado despejado, una ciudad que nos recibió con todos en la cama.

Daireaux puede ser concebida como el punto de escala a Bahía Blanca. Tan increíble como fuera, solo 250 kilómetros nos separaban de aquella ciudad. Y otros tantos de Guaminí. Pensar que no se está lejos de Lago Epecuén……….. en el hotel me trataron como los dioses, dormí como un relojito y desayuné como en el campo. Comí con ellos como si estuviera en mi casa, el trato en esa ciudad es muy cálido, me sentí por una vez en el paraíso sin tener que pensar en alguien dispuesto a hacernos daño u otra cosa parecida… pero lo bueno pasa rápido.

La noche es posible ir a sentarse un rato al anden de la estación y pernoctar a oscuras sin que nadie ose molestar, a excepción de quienes cruzan la playa a altas horas de la madrugada. Hasta que una falsa luz hizo crear la falsa ilusión de un tren de FEPSA procedente desde Guaminí. Lamentablemente era una ilusión.

Valga la redundancia, no hay que olvidarse el abrigo, porque en las noches, refresca…………… pero el sabor salado del agua invita a refrescar el cuerpo y el alma, la mente y el espíritu aventurero.

No relataré la visita al cementerio, es un mundo a respetar y guardar silencio.

Tan rápido como regresar a la estación, sacar un boleto y de nuevo a embarcarse. Solo es posible despedirse con la postal de quienes se acercaron a despedir al tren… pero a la cita no faltaron quienes lo despidieron desde la vereda de sus casas, tan solo para decirles hasta la próxima semana, nosotros, al menos yo, dije “Hasta…”, supongo que será hasta el próximo año.

Y la noche nos fue ganando en el camino, despacio el tren se fue llenando de viajeros que debían viajar a Buenos Aires. Yo también iba al mismo sitio, cabeceando……………… amen de aguantar a la abuela y la nieta, la abuela con una mirada de culo y la nieta caída del catre……… bueno, aunque mis cabeceos despiertos siguieron en el subte hasta que llegué a mi casa y encontré a mi cama que estaba… esperándome para dormir. Pensar que de la hora que salí con el tren a la hora que llegué a Plaza, me pasé unas 11 horas viajando, increíble, ese tiempo lo podría haber usado para ir a Bahía en fin……………

Después de todo, el Bolívar me sigue acogiendo, de otra manera.

Café Ferroviario II: Solo fue un hasta pronto – 1ª parte

A Nelsón y a Juan Pablo que fueron mis compañeros de viaje

De la última vez que dejé de viajar en el Bolívar, muchas cosas me las hice a razón de un planteo, más, metas pendientes. Y muy simple: hacer el recorrido en su totalidad.

Cuando lo dejé, sentí que esa segunda casa que había sido durante tantos años, se me estaba yendo de mis manos. Más, había cosechado dos grandes amigas, que a esta altura no es necesario mencionarlas. Sin la presencia de ellas, varias cosas carecerían de sentido.

Y solo me reduje a algunas visitas esporádicas… pero ni por joda se me iba a ocurrir volver a viajar en el Bolívar, era como que internamente, mi pasado, estaba irremediablemente cumplido. Etapas cerradas. Listo y se acabó.

Solo lo oía. Punto. Hasta que la buena mano de un amigo me ofreció viajar a Daireaux. Y a mí se me encendió una llama en mí. La de los recuerdos, pero, valga la redundancia, sabía que ahora era momento de mirar con otros ojos.

Sí, tal cual. Ese pasaje a Daireaux me impuso retornar a mi segunda casa. Impensado para mí porque a esta altura, era un pasado. En fin…

Y los tiempos se aceleraron después de aquel 1º de enero, cuando, raramente, volví a pedir un boleto para ese tren. Sí, otra vez sería pasajera de ese tren. Para la alegría de mis grandes amigas del camino. Todos a Daireaux.

Ni mi madre ni mi padre, hermanos o abuelos me hacían compañía. Solo estaba yo con un par de amigos. En tres coches clase turista, sentados donde nos uniera un asiento, en el primer vagón, entreverados entre quienes iban a Ernestina o bien se iban de visita a la cárcel de Urdampilleta. Diré que lo mejor en estos casos era concentrarse en el mundo nuestro y no en las caras que poblaban el vagón…

Increíblemente, hasta el guarda era el mismo que hace tantos años atrás. Pero hasta los años se le habían venido encima. A todos nos pasan los años ¿verdad? Todo menos el vicio del pucho.

El día ayudaba a tener al pasaje despabilado, no llamaba a la cena, sino a unos mates. Todo iba bien hasta que a la salida de Empalme Lobos nunca acabe de entender qué le pasó al tren. Por suerte, seguimos viaje.

Mis amigos eligieron mandarse un par de cervezas, por cierto, estaban bastante alegres. Yo, elegí una gaseosa. Por un poco de sobriedad. Y para tener las ideas claras.

Cuando el tren llegó a Ernestina, agradecí que se bajara medio mundo, en especial la nena que tenía al lado mío.

A la salida de 25 de Mayo opto por ir al baño. Ya saben que ir al baño en ese tren, en clase turista, a los zarandeos, es una misión imposible. Piensen si con una mano tienes tus ropas, con la otra te tienes en la pared, con un pie tienes la puerta y con el otro haces equilibrio en una letrina……………. Y bue…………. Todavía era un milagro encontrar una gota de agua a esta altura del viaje.

Me fui a cenar. Me agarro la bronca del siglo porque había olvidado los cubiertos para comer la ensalada pero, valga la redundancia, recurrí a un improvisado cubierto: busqué en el bolso una tijerita de papeles, la limpié y ese fue mi cubierto. Obvio que mis amigos se descostillaron de la risa y uno de ellos, no pudo contener sus ganas de sacar una foto y justo embocó la de la arveja…………… por suerte, no salió.

Promediando viaje me pongo a escuchar música hasta que en Mosconi nos recibieron como el, mejor dicho en gráfico, como el culo. Nos tiraron piedras a la pasada y desde adentro bajamos las persianas tan rápido como se pudo. Tipo en trinchera pasamos esa estación y lo mejor era rajar rápido de ahí………………

Café Ferroviario II: Truman Capote les dá con… ¡el trole!

Aquí me pongo a cantar,

Al compás de la vigüela,

Que las noticias ferrucas

Están a la vuelta de la vía

Hacía mucho tiempo

Que no osaba romper las pelotas.

Desde la llegada de la chica Pilates

Solo sabemos de imbecilidades

De pelearnos con nuestro pasado

Porque es una bendita mala palabra

Y los trenes un poco más

Y terminan con el formato de una bala.

Pero hay otras cuestiones de fondo

Morlacos, morlacos y más morlacos,

Negocios y arreglos truchos

Que dan muchos calambres

Después de todo tenía razón el Cabezón

“Estamos condenados al exit”

Condonar deudas es un deporte por excelencia

Como también reconciliarse

Esa lección muy rápido aprendió Urquía

Y consiguió beneplácitos de la Reina Cristineta

Como hacer la vista gorda

A las inversiones que nunca hizo

A veces me planteó qué son los subsidios

Pero termino concluyendo en una cosa

Que es una elegante forma

De abultar bolsillos

Para no decirlo en crudo

Que a lo único que se dedican es a robar

Y mis queridos ferroviarios

Yo les doy un mero consejo de madera

Siéntense en el suelo todos

Porque si esperan mejoras

Acá si les digo que, en serio

La muerte les llega primero.

Por eso mis queridos chichipíos

Nada mejor que ser un tranvía

Molestando solo una vez por semana

Entorpeciendo el tráfico callejero

Si estuviera en las vías…

Viviría… descarrilado.

Café Ferroviario II: Truman Capote [2009] – Y alguna vez fuimos reyes en Mar del Plata

Cuentan los libros de historia – no los escolares, por supuesto – que alguna vez, hace varias décadas atrás, Mar del Plata en materia de transporte, estaba dominada por los tranvías. Es decir, el asunto de los rieles no acababa en los trenes.

Basta con recordar las coloridas postales del sol, la playa y el mar. Que es posible que el mar se trague una tormenta o ver la luna brillar sobre las aguas. En medio del tráfico, alguna vez hemos sido felices. No he de tomarlo con dolor, simplemente, vamos a recordarlo ¿sí?

Más de una vez me pregunto si actualmente nosotros no podríamos contribuir al turismo, atrayendo a miles de pequeños a dar vueltas. Lástima que hemos quedado reducidos a un colega que va desde el taller hasta una estación dentro del Parque Camet. Listo.

Algunos dirán que la culpa la tuvieron los colectivos. No sé. Puede ser.

Yo me pregunto cómo en las grandes ciudades del mundo conviven todos en armonía. ¿Será que los cerebros tienen mejor ingenio en materia de planificación de transporte?

Y sí, celósamente, fuimos los reyes del transporte marplatense.

Se cuenta, entre todos, que la estación del Casino era el punto neurálgico de la ciudad. De ahí te tomabas uno a cualquier sitio, el puerto, el faro, Punta Mogotes, La Perla, el regimiento, La Serena, la estación de trenes – y cuando llegaban los pasajeros iban todos abarrotados con sus maletas! – y otros puntos.

Dicen también que, tanto el motorman como el guardatren, usaban trajes de color azul, zapatos negros, camisa blanca y gorra. Lo llamativo era que no usasen corbata. Tantos años tras no pasaba ni la mitad de las cosas que suceden hoy, es posible creer que su laburo fuere tranquilo. Excepto el guardatren que por enamorarse de una turista y, al verse despechado, dicen que se suicidó arrojándose al mar, otros dicen que lo hizo a la pasada de los trenes a Miramar, lo cierto es que nunca se supo con certeza cómo se desapareció.

También hay que dar cuenta que el tráfico no era para nada parecido a la locura de hoy. Bueno, allá tampoco había edificios en demasía como los hay ahora. Era más tranquila. La vida era otra. Se vé que los que iban a bailar hace tantos años atrás usaban los boletos de cartón del tranvía para escribir despechos amorosos, o bien, lo que no les salió hacer por algún motivo. Celósamente guardamos un cartón donde en el reverso figura la siguiente leyenda “Esta no me dá ni cinco el cuero para llevármela. Asquerosamente imposible”.

Y la llegada de los colectivos nos mató… nos condenó a irnos sin rumbo a ninguna parte. Como la canción de Soledad, “A donde vayas”, así le replicó un motorman a su tranvía “Llévame a dónde vayas… ahí quiero estar… contigo”.

Y en silencio, se fueron… o como digo yo: las aguas se los llevaron.

Café Ferroviario II: Doris [2009] – Y un buen día se destapó……… ¡Y con tutti!

Gracias por una vez más a la generosidad de mi hermana Elisabetta, tuve el privilegio de leer las líneas de su novio que habita del otro lado del océano. La verdad que después de haber leído la carta……….. bueno, saquen sus propias conclusiones. Para reflexionar.

***********

Elisabetta:

No hace falta ser un catedrático en el arte de la mecánica y la electricidad, así que considerando – y porque no – abusando de la confianza que nos tenemos mutuamente, tal vez este sea un buen destape mío. Ahora verás que no hace falta tener mucho conocimiento sobre ciencias relacionadas al arte de la política, sino es cuestión de tener un poco de seso y cordura.

De aquella vez que te encerraron por motivos burdos, válgame el diablo que el mundo está lleno de pequeñeces por las cuales nos agarramos de los pantógrafos y algo más, cada vez que leo, y veo – Si hay tecnología que no se note………. – las notis de tú tierra, pienso que tienes acero para largos años y varios más, que cien años no son nada. Me cuesta comprender cómo se puede convivir en una empresa donde el signo peso está invisible hasta en las paredes. ¿Cómo explicar que no haya trenes porque no hay material rodante necesario??? ¿Qué hacen con la plata??? Esta última pregunta es la prima por desgracia y si existen respuestas, vale la aclaración que no hace falta ser filósofo ni catedrático ¿claro? Más, ¿cómo explicar un país que en vez de ocuparse en reparar el material rodante desperdigado tipo Inglaterra y sus hijos por todo el mundo???? ¿No será que debiéramos ir cada uno de nosotros a preguntarle en las narizotas de un tal Ricky Jaime (Me lo pintaron ansí!), o bien, este otro que está ahora (Tiene un nombre complicado, llamemoslo JuanPi, algo así) cómo funcan los negocios? ¿testaferros???? Aprender de ellos a hacer negocios que luego a la larga son más caras que intentar bajar el nivel de desocupación y pobreza ¿verdad? De esa forma todos podemos comprar chatarra a valores de material cero kilómetro, ¿o por qué no inflado tal vez? Bueno, pienso que así como Elisabetta y sus hermanas descarrilan mal, el sistema en sí está descarrilado. Solo en países del tercer o cuarto mundo es posible aceptar que los pasajeros hagan zonacleo en el techo de los trenes como una mera diversión………. O bien pareciera que evadir los controles es un deporte natural, aunque puedo darle una cuotita de comprensión: ¿cómo descargar la mufa de un choto servicio si el ente encargado de hacer las veces de policía se rasca el ombligo a trocha y mocha? A veces, lo tienen muy bien merecido. O sus vidas se ven taladradas por imbéciles imberbes que lo único que se dedican a hacer es tirar piedras inconscientemente, sin saber que se atenta contra la vida de terceros. Por más poli y gendarmes, no alcanza. Parece insuficiente. En fin…

¿Por qué hemos de aceptar un choto servicio por más que nos digan que cuesta moco? No entiendo como es posible rebajarse más y más todo por unos centavos. Pienso que no hemos entendido que somos ciudadanos del siglo XXI, en otras cosas, vivimos pegados al siglo XVIII.

La culpa no es de quienes ponen la cara, hacen lo que pueden. ¿Acaso no les compete culpa a los que mandan? Hablando mal y pronto, se llevan el 100% en complicidad con los grupos inversores. Y los trenes terminan siendo víctimas. Meras víctimas de idiotas con títulos que se creen estar cuatro o cinco peldaños más que los demás, dicen representarnos y por ellos, perdón, perdón Elisabetta, siento asco.

Perdóname nuevamente Elisabetta, pero siento la necesidad de que sepas que, independientemente de nosotros, algo en tu país no va sobre rieles. Tú sabrás que esta parte la dedico a quienes se dicen representarlos. Es decir, los presidentes que les han pasado. Sé de los siete presidentes allá por el 2001, aquel presidente de transición, pero los que más me revuelven las tripas son el matrimonio de pingüinos. Un cuasi carismático y la otra una dictadora. No sé si acabar comparándolos con Menem, aunque creo que éste último no le llega ni a los talones de este par de tiranos déspotas, que se llenan los bolsillos de verdes a expensas de un país cada vez más dividido y una Patria Ferroviaria que, va sin rumbo a ninguna parte. Bah, como me dicen siempre desde el Cono Sur, rumbo a la destrucción.

Tilín.-

Café Ferroviario II: Oleada

La madrugada del lunes nos levantamos los dos. Yo acompañaría a Agustina a la estación Villa María a tomar el tren a Retiro. Solo eran unos días y eso me tenía tranquilo. La ayudé con los bolsos, eran como tres. Para que viajara más cómoda le saqué un boleto en clase pullman, ni siquiera había para que fuera en el camarote.

Mientras fuimos en el remis hasta la estación, ella me daba varios encargues: que le pague la luz, el gas, el agua, que le riegue las plantas, que le limpie la casa, que me quede alguna noche, que me conecte con la computadora (Y yo apenas sabía cómo encenderla y apagarla). Yo la tranquilizaba diciéndole “No te preocupes cariño, todo va a estar bien a tú regreso”.

Llegamos a la estación y descargamos los bolsos. El tren, como era de suponer, traía una buena demora. Creo que eran como las 4.33 de la madrugada cuando apareció. Solo tuve tiempo para darle un besos de despedida, alcanzarle los bultos en la puerta, verla desaparecer para luego volver a verla por las ventanilla del vagón que se acomodaba en su asiento. Apenas se sentó cuando me dirigió su mirada como queriendo llorar……. Cosas del laburo dicen ¿no? Y el maquinista hizo sonar la bocina cuando el convoy se puso en marcha. Apenas le agité mi mano para terminar de despedirla.

Yo me quedé ahí en la casilla de maquinistas si dentro de tres horas tenía que entrar a laburar. Me acosté a dormir hasta las 7 que supuestamente vendría un tren camino a, ya ni sé qué estación.

Me levanté como si me hubieran agarrado entre una veintena de tipos y me hubieran dado una paliza de aquellas. Por suerte, el tren no vino nunca. Tuve tiempo de tomar el desayuno y, justo a la llegada de un compañero mío, preguntarle cómo se usa eso llamado “chat”.

Muy amable y paciente, como buen experto de usar computadoras, me dijo que el “chat”, como lo llamo entre comillas, es un programa de conversación escrito. En vez de hablar por teléfono y gastar plata y plata, conversas todo el tiempo que se te ocurra. Después de todo, no estaba nada malo, por lo económico, creo que cualquier día le pego un voleo al teléfono, y de paso me saco de encima un gasto inútil.

Luego me preguntaría el motivo. Solo atiné a decir que fue mi novia.

Él me dirá que no sea tonto, que hasta entre compañeros de laburo se puede conversar. Y mandar chistes y varias yerbas. En vez de gastar 75 centavos en un correo, mandas cartas de hojas y hojas con todo lo que quieras, llámese: fotos, videos, bla, bla. Para mí, increíble. Para él, no.

En la noche, me fui a la casa de Agustina a dormir. Y me senté en su computadora. Antes de encenderla me hice la señal de la cruz y bueno, por lo menos, no pasó nada. En su escritorio, me dejó varias hojas para leer, tipo machete si tenía problemas.

Tocando y tocando, logré dar con ese programa que ella joroba. Después de todo, estaba divertido el asuntito. No sé qué hora era hasta que le dije que me tenía que ir a dormir, que debía laburar.

Los restantes días pasaron sin pena ni gloria. Claro, cuando a algún indeseable de NCA se le antojó mandar una suspensión masiva.

Y ahí empezó mi hecatombe.

Solo sé que iba a laburar de muy mal humor. Y cuando me pongo de mal humor, no me aguanta nadie, ni yo mismo me aguanto.

Hasta ligaba Agustina mi humor. Y, por una supuesta lógica, se enojó.

Varios días después, el jefe de la estación Villa María se comió un par de piñas. Después me dí cuenta que no tenía la culpa.

Fue entonces cuando me senté a tomar un café con leche en la casilla de maquinistas en Villa María y se me vino encima una catarata de recuerdos. Que el laburo era lo de menos si debía comparar la amistad con una persona. Miro el celular y veo que al día siguiente ella volvería a Villa María.

Esa noche, cuando fui a su casa a dormir, le lavé algunas ropas que habían quedado dando vueltas y, a muy altas horas, me senté en su computadora para mandarle un mensaje. Pensaba solamente que espero que lo pudiera leer a tiempo. Y me fui a dormir algo intranquilo.

Al día siguiente, por lo menos me sentía tranquilo de poder tenerlo libre. Descansado, me fui pata por cuadra a la estación. En un rato llegó el tren a la estación y yo miraba el tumulto de pasajeros que bajaban. Yo pensé que entre ellos estaba Agustina hasta que después de varios minutos, no estaba. Me dio una desazón cuando escuché la bocina del tren y siguió camino a Córdoba. Volví a mi casa amargado.

Pensé que el martes volvía. Y a la misma hora, estuve en la estación y no vino. Volví a repetir lo mismo el sábado.

Hasta que el martes volví a la estación. Me extrañaba que ella no cumpliera con la promesa, porque siempre cumple, pero a lo mejor seguía enojada. Ese día, el tren llegó puntual. De entre el tumulto, el guardatren se acerca y me entrega una urnita. La abro y contiene cenizas. Quise saber qué pasó y me dio la hoja de periódico sobre lo sucedido. Lo abrí y el titular hablaba del accidente, del avión que no logró despegar. Con el andén solitario, cabeza baja, marché, como los barcos que navegan a la deriva, sin rumbo a cualquier parte.