Existió, porque esto hay que hablarlo en términos pasados, un compañero llamado Valentino.
Valentino era señalero en la localidad de Tandil. Antes de llegar a los rieles, se ganaba la vida como botellero, a cambio de unos miserables centavos.
Su primer empleo en los rieles era el del clásico mulo: limpiar la mugre de los demás. De los vagones. De las máquinas. O de donde fuera. Era un mulo. Como mulo estuvo hasta que pasó a ser cambista.
Oficio tan mudo como el del cambista, al poco tiempo fue a parar como señalero.
Gracias a los rieles, Valentino salió de la miseria que lo tenía hundido: pasó su infancia en una casilla de chapa y cartón, empezó a trabajar a los 14 años para ganarse su propio pan. Pero ahora podía darse el lujo de vivir con todas las comodidades sin necesidad de hacerse mala sangre. Hete aquí que con los pesos guardados que tenía se compró una casa quinta modesta, después fue equipándola con lo necesario hasta que por último, compró un tanque de gas licuado. No olvidó las pequeñeces, hasta se compró una computadora y metió mano como pudo.
Tenía trabajo, un trabajo bien pago, una casa con todos los lujos pues ¿qué más quería?
Conforme fue pasando el tiempo, Valentino empezó a darse cuenta del factor tiempo. Empezó a ver cómo el tiempo se le escurría de las manos y que a pesar de tenerlo todo, tenía un enorme vacío interno.
Su vacío interno empezó manifestándolo en el ámbito laboral. Su trabajo como señalero empezó convirtiéndose en una rutina. Y hasta llegó a aburrirlo. Llegó a tal extremo que se preguntaba porqué hacía lo que hacía.
En su vida particular, mientras caminaba por la calle, nadie notaba su estado anímico. Cuando llegaba a su casa, miraba a su alrededor y se hundía en un llanto sin explicaciones.
Un día, en el trabajo, le preguntó a un maquinista en la casilla de cambios:
¿Tienes idea del por qué? – preguntó Valentino.
¿Del por qué? – le contestó su compañero.
Sí... siento algo que no me sale explicarlo – dice Valentino.
No entiendo... – le dice su compañero.
¿Qué puedo hacer? – pregunta Valentino.
Vé a ver a un psicólogo – le contestó su compañero.
Tiempo después, Valentino se hundió en una depresión total. Era capaz de cambiar repentinamente de estado de ánimo: podía saltar de la risa al llanto y viceversa. Una noche, en un papel, garabateó lo siguiente:
“Si no fuera porque la vida es una espiral donde uno pasa por tantos estados anímicos, quisiera saber cuál es el motivo que me impide alcanzar la felicidad perfecta...”.
Se largó a llorar tendido en la cama.
De cuando escribió estas líneas pasaron unas tres semanas hasta que otra noche Valentino fue al cajón de cubiertos y se llevó el revolver. En su alcoba, se sentó a escribir.
Tras largo rato de escribir, dobló el papel por la mitad. Se levantó y se miró al espejo. Se colocó el revolver en la cabeza.
Mi vida no tiene sentido – dijo y se descerrajó un tiro y cayó como una bolsa de papas.
Dos días después apareció aquel maquinista y encontró a Valentino sin vida en su alcoba. En una mesita, encontró una papel doblado. Curiosamente, estaba dirigido hacia él:
“Federico:
Esta carta quiero que la leas solo tú, pero solo léela una sola vez y después quemala, para no dejar evidencias.
Me siento extremadamente desahuciado... la vida ha sido implacable para mí.
Siempre he tenido la creencia de que saliendo de la pobreza que me marginaba, podía tener una vida mejor. En parte fue así, pues lo único que encontré fue una felicidad material ficticia. De nada me servía tenía todo lo que quisiera si en lo afectivo sentía una enorme soledad...
No tenía problemas con los míos, ni tampoco con el laburo pero me di cuenta que todo es una sucesión rutinaria de porqués...
No entiendo porqué siempre tenía que repetir lo mismo... es más, el llanto y la alegría eran exactamente lo mismo.
Perdón si te hice estas preguntas idiotas, quiero que me perdones pero ahora ya no me verás más, ya no me tendrán que soportar en el laburo... gracias por todo lo que hicieron, no me extrañen... no vale la pena.
Te lo repito, no divulgues lo que acabas de leer. Solo conserva los buenos momentos vividos.
Por esos motivos, he resulto poner fin a mi vida.
Espero poder acompañarte.
Valentino”.
Federico no cumplió con la voluntad de Valentino. La dobló en cuatro y se la guardó en el bolsillo. Actualmente conserva estas líneas en algún cajón íntimo en su casa. Fue entonces cuando meses más tarde, fue a ver a un psicólogo por otro motivo. Y deseo saber qué mal escondía la carta.
El profesional después de haber leído la carta, le dijo - ¿Nadie le dijo a esta persona que debía hacer un tratamiento psicológico?
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