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viernes, 17 de octubre de 2008

Un pacto para vivir



Fotos Gentileza: Roberto Yommi, Marcelo Soto y Fede Pallés (Del SAT)
Videos Gentileza: Fragmentos de la película de Pino Solanas (ATE Rosario)

2003 – 5 años de mí – 2008: Historias del terraplén

Desde la ventana del quiosco ubicado en el andén descubierto de la estación de Cañuelas, Elena, la quiosquera, observa con atención el movimiento de trenes. Algo más que trenes, el personal en particular. Porque es la responsable de que varios caigan bajo sus garras.

Pacientemente, mientras vende caramelos, alfajores y chocolates, le cobra a la señora que está en la ventana con sus nenes, se acerca Marcelo al tranco de paseo. Se sienta en el banquito, y cuando se va la señora con sus hijos, se acerca a la quiosquera.

Pocas palabras y dos gestos bastaron para que los dos concretaran un encuentro a solas. Es que el encuentro fue directo: a un cuartito, con un somier, Elena y Marcelo fueron a tener un encuentro íntimo.

Pero ahí no acaba todo.

Después de dos horas, Elena volvió al quiosco. No era ninguna tonta la chica: había dejado un reemplazo. Norberto oficiaba de comerciante mientras la esperaba. Cuando llegó hasta el quiosco, Marcelo se fue al tren y quedó en el negocio con Norberto.

El tren ni bien partió, el andén quedó desierto. Elena y Norberto aprovecharon para apretar como si fuesen dos novios, con la diferencia de ser dos conocidos de tránsito. Por delante apretaban, por debajo metían mano sin hacerse ninguna clase de problemas. Menos mal que las golosinas tapaban todo… casi, casi terminan en lo mejor, pero la llegada inoportuna del tren desde Ezeiza cortó todo.

Algo excitado salió Norberto del negocio y, como si hicieran relevos de personal, arribó al lugar Alexander.

Elena, como buena comerciante, había adquirido suficiente destreza, audacia y astucia para vender; también empleó esas mismas virtudes para aprender el oficio de la chica de buenos momentos, a la vera de la vía.

Desde su llegada, hace unos cinco años atrás, permitió darle un poco de alegría a la estación. Pero en los últimos tres años, las andanzas del personal se hicieron muy conocidas entre todos, y no faltó quien las desparramara por todos lados, y se hicieron eco en las bases de Temperley, Lavallol, Escalada y, en Plaza Constitución llegó muy atenuado.

Alexander era muy popular a la hora de las andanzas terrapleneras. No perdía ocasión de estar con cuanta muchacha se le cruzara por delante del tren. Pero de todas sus conocidas, Elena tenía ganada por varias cabezas la medalla de oro: siempre elegía Cañuelas para sus aventuras amorosas, y él mismo las contaba en un papelito con un lenguaje raro, y las guardaba a todas. La prefería a ella porque según él “Era la que mejor entendía sus gustos en la cama”. Bueno, a él le era lo mismo tener una cama, porque siempre tenía el as bajo la manga para tener un rato amoroso. Ninguna clase de delicado el hombre.

Elena tenía en un cuadernito escrito en italiano las correrías diarias. Tenía ese cuaderno escrito en italiano porque, en caso de que viniera algún curioso externo, no entendiera absolutamente nada. Como que de hecho ha sucedido varias veces, que solo alcanzaron a hojearlo, pero nunca lograron entender ese italiano que habla y escribe muy fluidamente.

Pero un buen día, aterrizó al negocio Mario. Como buen amigo de andanzas, sabía como era el juego. Y con el tiempo se convirtió en habitué de Cañuelas. Hasta que, mientras Elena atendía unos clientes, Mario sacó de un cajón un cuaderno. Lo abrió y vió esas escrituras. Y las empezó a leer. Elena miraba de reojo a Mario leyendo las escrituras y le sonó sospechoso que estuviera detenido en la primer hoja, con atención. Cuando acabó, deseó saber cuál fue el motivo que lo llevó a mirar ese cuaderno.

Mario le dijo que su técnica empleada era buena, pero acabaría por aclararle que él se dedica a hacer traducciones de italiano. Y le leyó las notas del cuaderno. Le ofreció darle una perfección del italiano a cambio de buenos momentos a solas. Y así fue. Él se convirtió en el “docente” de italiano, mientras Elena perfeccionaba el idioma. Sin descuidar el motivo principal por el cual aterrizó.

Un día, por esas cosas, Matías hacía maniobras con una locomotora de Ferrosur. Y desde la cabina vió unos movimientos extraños. Sigilosamente, dejó el vehículo, camino y con todo el tiempo del mundo, escondido en un árbol, pudo observar que Elena tenía relaciones con un auxiliar de la estación. Lo hizo hasta el final, salió como que si nada sucediera, cruzó la vía y se fue con los compañeros a la casilla. A comentar lo que había visto en el quiosco. Justamente, no falto Lisandro que oyó la conversación que había tenido con sus compañeros sobre lo que vió. En la oficina de la Unidad lo atajó a Matías. Sin mediar demasiadas palabras, le mostró un video donde aparecía él mismo, y otros compañeros de Ferrosur con la quiosquera.

Y se armó el tole tole monumental.

Como si el andén fuera el cuadrilátero de boxeo, se enfrentaban todos contra todos. Mientras, Elena atendía su quiosco.

Primero fueron a las palabras, para luego saltar a los fuertes gritos e insultos. Pero luego apareció Elena, quien enfundada en una bata, se puso en el medio, se quitó el cinturón y dejando caer la bata, quedó con lo básico cubierto. Y los contrincantes enmudecieron. Clavaron sus ojos en el físico de ella. A nadie le convenía que estas cosas se supieran.

El único al cual se le pudrió el rancho fue a Lisandro. Porque Ferrobaires lo despidió, según las malas lenguas, por “prostibulero”, y vaga en las oficinas como administrativo en la municipalidad.

sábado, 11 de octubre de 2008

2003 – 5 años de mí – 2008: El jefe de la selva

Santos Alvares es un morocho alto, de físico fornido. Está baldeando el andén techado de la estación.

Su mujer, Marcella Soutias, iza la bandera de Brasil en el mástil. La había pasado por la lavadora.

Hace años viven en una estación ferroviaria. Es que Alvares es el jefe de una estación donde el pueblo se compone mayoritariamente de población indígena, conocidos como shua.

En la ubicación geográfica espacial, sucede en la selva amazónica.

Desde la llegada del ferrocarril, pocos ferroviarios se han animado a convivir en esa estación, debido a la cierta fama que han adquirido por sus constantes enfrentamientos con los indios. En más de una ocasión, se ha cobrado sus víctimas.

Cuentan las páginas, que al inicio, los trenes de carga eran objeto de continuos y reiterados asaltos por parte de los shua. En mas de un asalto, perdían la totalidad de la mercancía y, cuando no, el personal era secuestrado para siempre, o perdía la vida directamente.

Aún así, Alvares y su mujer, aceptaron hacer rancho en aquella estación.

Al inicio, la convivencia fue algo dura: por empezar, no lograban hilvanar las palabras, después, la prueba de fuego sería la supervivencia con el entorno selvático. Paciencia, el tiempo les fue enseñando.

Y un buen día aparecieron los cargueros de ALL. Alvares pensó que podían ser un buen enlace entre el gran mundo urbano y la selva.

Cuando creyó que podía sentarse a disfrutar un poquito de la lectura de un periódico atrasado de Río de Janeiro, sucedió algo imprevisto. Su esposa, Marcella, había ido a colgar ropa al tendedero cuando sin quererlo sintió que en el talón de Aquiles algo le estaba atravesando, como si fuera una aguja. Cuando se dio vuelta para ver, vió la serpiente de tamaño respetable que la había mordido. Enseguida recordó que era venenosa y que su vida pendía de un hilo.

En la oficina, Marcella manifiesta los síntomas de la mordedura. Su pierna empieza a dormirse. Alvares sabe que no hay médico que cure, así que irá a ver a un curandero de la manzana 5. Allí, recibirá de manos de un viejo shua un antídoto para beber. Por suerte, todo salió bien.

- Ojo con las picaduras – le dijo el shua a Alves.

- Lo sé –contestó Alves.

- Perdón el molestar…

- Usted no molesta

- ¿No será generoso en darme algún aguardiente?

- En el próximo tren lo espero.

- ¿Todavía transitar trenes cargueros?

- Si.

- ¿Mercancía?

- Lo que imagines…

Alvares se fue ganando a los shua con inteligencia. De esa forma, consiguió que ellos pudiesen sacar su producción de bananas y cacao a otros puntos del Brasil.

- No pedir dinero shua, con provisiones alcanzar – manifestó el jefe shua.

- Bien. ¿Cuánto aguardiente quieren? – preguntó Alves.

- Mire que el amigo está ronco…

- Está ebrio – le contestó Alvares al shua y le señala con la mirada su compadre borracho.

- Si… estar borracho. Haber perdido apuesta…

- ¿Apuesta?

- La de quien aguanta tiempo sin perder hilos…

- Yo sé de otra mejor…

El curandero lo miró perplejo.

- Podrían hacer una apuesta quitándose todos los dientes. El que aguanta el dolor agudísimo, tiene la suerte de alzarse con el botín.

En el andén un alguien golpea la puerta de la oficina. Alvares abre.

- ¿Sí?

- Me mandaron a hacer curaciones…

Al mismo tiempo aparece un shua.

- Alvares! Alvares! Tren descarrilar y maquinistas agonizar!

- ¿Dónde? ¿Dónde?

El shua y Alvares fueron siguiendo la vía y se metieron selva adentro. Encontraron un tren corto, de unos siete vagones, de los cuales cuatro estaban descarrilados y la locomotora incluida. El maquinista había salido de la cabina y siguiendo sus huellas, a escasos metros encontraron el cadáver: tenía olor a orina. Estaba desgarrado.

Alvares se estremeció de pies a cabeza, pero recordó aquel episodio del gringo: la gata de la selva piensa que todos son asesinos. Lo aprendió de los shua.

Entre el shua y Alvares llevaron ese cadáver tan putrefacto como oloriento. Le planteó al shua que faltaba uno más.

Llegaron hasta la vía y enfilaron hacia la estación. Allí, con el teléfono, llamó a la base más cercana. Horas más tarde llegó un vehículo de auxilio. Entre el shua, Alvares y su mujer enterraron al maquinista muerto. Al velorio apareció su socio acompañante, un tal Gonçalves, arrastrándose.

- Gonçalves – dijo Alvares.

- Ay Alvares! Ay! – se quejaba de dolor Gonçalves.

La mujer de Alvares y el shua llevan a Gonçalves mientras Alvares termina con los ritos del funeral.

En la diminuta pieza del lavatorio, Marcella Soutias lava una por una las heridas de Gonçalves. Él se queja del dolor agudo.

- Aaaayyyyy!!!! Mataría a mi compadre por meterse a esa reputísima selva! Pelotudo de mierda carajo!!!!!!!!

- Ya pasará Gonçalves – le contesta Marcella mientras lo lava – el shua fue por el curandero.

- Si cuento el cuento Marcella…

- Pero este boludo haciendo cosas de idiotas…

- ¿Qué hizo?

- Salir de cacería en lugar de pedir auxilio. Mejor que se lo comió esa gata asquerosa que a mí me hizo mierda…..

- No se lo comió. Le mandó unos profundos arañazos, tipo surcos, donde la sangre ha salido con mayor fluidez. Ella ha bebido esa sangre y lo ha marcado con la orina.

- Se lo regalo… ¿Y qué cuento llevo ahora a mi regreso a Porto Alegre?

- Mmmm… dí la verdad. ¿Y qué vas a hacer entonces?

- Matarlo!

- Está muerto tu compadre.

En eso llegó el shua con el curandero.

- Llegar curandero.

En ese momento, el curandero enhebró una aguja con hilo y, pacientemente, empezó a coser una por una las heridas. Por fortuna, no eran profundas.

Al inicio, Gonçalves aguantó el dolor, hasta que llegó un punto en que no pudo soportar más. Y gritó muy fuerte, hasta quedar afónico.

- Aguante compadre, sea bien machote y banquese los dolores – le dijo el curandero.

Gonçalves bebió un trago de aguardiente que le calentó la garganta.

- ¡La puta madre!!!!!!!!!!!!! – gritó cuando el curandero empezó a coser la herida de la ingle – Ahora si que matenme!!!!!! – volvió a gritar como deseando su muerte.

- Gonçalves – dijo Marcella – Esto es la vida de la selva, y es así. Hay códigos y leyes que respetar. No porque estén escritos, sino porque te los impone la misma naturaleza.

Horas más tarde acabó el curandero de coser a Gonçalves. Estaba dolorido.

Había una cuadrilla trabajando para encarrilar el tren y restituir el normal tránsito ferroviario.

Un día de lluvia fue el peor día de su vida.

- ¡Mis heridas van a estallar! – se quejó Gonçalves cuando vió que sus heridas cosidas estaban muy hinchadas.

Marcella le pasa por ellas una especie de crema para evitar futuras infecciones.

- Nosotros sabemos mucho y de todo en la selva.

Y se oyó el bocinazo de un carguero de ALL.

- ¡Me rajaré para siempre de este asqueroso ambiente selvático! - gritó Gonçalves.

- ¿Y a dónde irás? – preguntó Alvares.

- ¡Lejos de aquí! – gritó Gonçalves.

En un momento que Alvares y su mujer se descuidaron, limpiando la estación, Gonçalves se colgó de un carguero y se fue. Cuando advirtieron su ausencia, pronto supieron que no sobreviviría demasiado.

Como que de hecho fue así: un par de indios shua que estaban cazando vieron como una gigantesca boa constrictora lo asfixió y se lo tragó en una digestión horrible. Y corrieron a la estación.

- Alvares, Alvares – llamaron los shua.

- ¿Qué sucede? – pregunta Alvares.

- Boa se enroscó en cuerpo de Gonçalves y comerlo vivo.

Alvares palideció.

- No poder nacer nada Alvares.

- No se preocupen…

No faltaron los comentarios de la base más próxima que dijeron que los shua habían matado a Gonçalves. Los salvó Alvares.

- Indios ser afortunados en tenerlos a ustedes – dijo el curandero.

- El placer es nuestro compadres – les agradeció Alvares.

Desde que Alvares y su mujer se instalaron en la selva, nunca más volvieron a ver a sus familias. Pero se sienten felices de vivir en ese ambiente. Aparte, llegar allí los ayudó a olvidar el fantasma que vivían en estación Paraná: en todo el pueblo estaban en la mira porque nunca pudieron armar una familia. Marcella sufrió mucho, al igual que Santos. Solo los shua pudieron acertar el motivo: una esterilidad que nadie difunde, pero que aceptan. Por eso aprendieron a mirar la vida de otra forma.

Esa estación selvática tiene un ritmo de vida que puede, para alguien que no le guste vivir con la naturaleza, puede tornarse muy aburrido. Pero hay algo que no existe en otras estaciones ferroviarias: un cementerio. Porque allí, el registro de ferroviarios muertos, es una larga lista. Como el ceremonial a los muertos y vivos anual.

viernes, 3 de octubre de 2008

2003 – 5 años de mí – 2005: Almas en pena

Observaciones: Es un cuento sobre la base del accidente de Quebrada del Agua, con una mirada filosófica


En una imagen de paso rápido se aprecian los restos de aquel tren que desbarrancó la medianoche de un día de 1996. Es que es de día, el sol cae a plomo bajo ese cielo diáfano sobre el ramal C-14, en Salta.

Según pasan los años, hoy por hoy hace más de una década que pasó, es imposible no recordar ese suceso. Máxime para quienes hacen travesías, al ver esos hierros retorcidos, son la prueba del delito. Conforme pasó el tiempo, los restos se preservan ahí, en la ladera de la montaña, entre las rocas.

Entre tanta soledad y tanto silencio, el calor del día y el frío de la noche, se sabe que Quebrada del Agua tiene mala fama: la de cobrarse víctimas. Dicen, las malas lenguas, que en la montaña está lleno de almas errantes. Pero… ¿qué es el alma en sí? Un espíritu que da vida, que anima la parte material, el cuerpo. ¿Y cómo erran estas almas? Lo que pasa es que, por un motivo u otro, no encontraron el camino de regreso a sus hogares y recalaron en estos parajes.

Varias son las almas que vagan por ahí, por eso es que uno de los conductores – el Fede Mansilla específicamente – sostiene la teoría de que cada travesía por la cordillera es como el cruce de San Martín. Aparte, prefieren esquivarlo. Aunque llega un momento en que alguien debe dar el primer paso y animarse, frente a todos los miedos. Incertidumbres.

Más importa saber cómo vagan esas almas. A simple vista son imperceptibles, no se sabe si están volando, o qué. Están vagando. Por ahí.

Los pocos trenes que frecuentan el lugar, temen a ese fenómeno: es una tradición, es común que los conductores y los peones de vía y obra oigan ruidos extraños… como si el viento les hablara.

Federico Mansilla tembló el día que bajó del tren y fijó su mirada en la tumba, para recordar a sus compañeros caídos. Por suerte Sheila mantuvo la calma y ese viento que le hablaba, se le apareció una persona.

“No temas niña – le decía – estás acompañando a tu padre en esta infernal travesía, mientras te deleitas viendo las montañas, él tiene la mente puesta en otra cosa. Muere del susto de no saber qué aguarda la noche, pero es de día. Dile que los conductores pecan de cobardes, que si son hombres de firme valentía, deben hacer frente a los peligros. No porque estén en las alturas solo deben pasar el miedo, sino en los llanos y en los bajos también lo sienten, a diferentes niveles”.

Sueltamente, Sheila le preguntaría “¿Y cómo es que usted a llegado a hacer de la montaña su lugar de residencia?”

“Simple. Mientras tu padre guarda silencio frente a esa tumba, delante de tus ojos veís esa maraña de fierros inservibles. Verás, de los llanos salí, repté las montañas y acabé desbarrancando aquí. Y aquí me guardaron… hasta que la pacha Mama diga basta”.

Sheila miró.

“Fue un mero accidente. Hoy vago junto a varias almas más acá. Nunca más volveré a casa. ¿Sabes? Era como tú, en facultades mentales, lo intelectual y físico. Pero al final acabé perdiendo la vida… mira, es complejo, porque no camino más sobre la tierra, pero materialmente. Espiritualmente sí”.

De ahora en más, cada vez que Sheila acompañe a su padre en esta clase de travesías, cuando el viento susurre cosas en el oído, ya sabe automáticamente que alguien le está confesando algo.

“No me llores. Recordad este momento, y recuerda cada vez que pases por aquí”.

“¿Sheila? ¿Tú hablabas?” – pregunta Federico a Sheila.

“¿Sabes una cosa papá? El temor de ustedes se ve reflejado en esas almas en pena que esperan que algún tren detenga su marcha, por unos dos minutos y que las escuche” – le contestó sueltamente Sheila.

2003 – 5 años de mí – 2008: Dormir para siempre

“Mirá al perejil que trepa a la locomotora” – comenta Demián.

“¿El gordito?” – pregunta Saúl.

“Obvio. El boludo aquel… ese hijo de puta” – responde Demián.

“¿Ah?”

“Nos va a reventar a todos”

“Se precisa ser guacho”

“¿Guacho? Hijo de puta rematado”

“Y pensar que… tenía pinta de ser otra cosa”

“¿De qué te ibas a imaginar?” – pregunta Demián.

“No sé… de bueno”

“¿Bueno o buenudo?”

“De pelotudo”

“Esa encaja más… bueno, ojo que los pelotudos pueden acabar serruchando el piso por donde menos imaginas”.

Esos fueron los comentarios entre Demián y Saúl desde el andén, en Retiro San Martín. Estaban dirigidos hacia un compañero en particular: Darío Plá.

“Plá es peor. Dijo que nosotros habíamos sido unos buchones en decir que el delegado Méndez se había afanado los inventarios” – comenta Saúl por lo bajo con Demián.

“¿Me querés explicar qué haría Méndez con los inventarios? Los usaría de papel higiénico” – contesta Demián.

“Nos manda al muere este…”

Darío Plá tiene la conciencia limpia. Porque sabe que él no actúa en mala fe, sino que hace lo correcto. No se tomó ni dos segundos de su vida en pensar que hablar puede arrancarle el tesoro más precioso. Su temperamento se lo indicó por una cuestión de ética y moral. De amor y pasión por su trabajo.

Ignora que estos son sus últimos viajes a Junín. Él no sabe. Ni lo imagina. Cree que puede llegar a caerle un despido de la empresa. Pero sabe mucho más que los delegados en Retiro. Sabe que se están robando los repuestos que deben mandar a Junín para reparar las locomotoras. Los vagones. Sabe que los venden a precios irrisorios. Y le duele.

“Pienso que hoy va a ser un gran día” – comenta Darío mientras en su cara pegan los rayos del sol amaneciendo.

“Sí Darío… ¿qué hiciste ayer?” – pregunta su socio, Felipe.

“Lo mismo de siempre Feli… bah, cambié el programa por uno más interesante”

“¡Que bueno! Por lo menos dejaste de andar en esas idiotas investigaciones de papeles y toda esa mierda”

“¿Y qué hay? A mí me gusta y soy feliz”

“Bue… ¿Y qué hiciste?”

“Después de comer, salí a dar una vuelta por Junín y finalicé en el sector rojo”

“¡Vamos!”

“Y bueno… ya sabes, no te diré como acabó el día”

“Sí, porque se te fue la guita”

“Al margen”

“Perdona que sea chusma… se puede decir el nombre de la chica”

“Claro. Decía llamarse Clara”

“¿Cómo era?”

“Flaca, morochita, buen busto, cabello lacio, maquillada y una vestimenta a tono”

En realidad, Darío le estaba mintiendo a Felipe: no había estado con ninguna chica, es más, con su Fiat 600 se fue a los talleres y allí encontró el origen al interrogante: ¿qué había sucedido con un par de compañeros que hace días andan desaparecidos?

Como si fuese un forense experto, se tomó el trabajo de revolver en todo el predio y analizar al detalle todo lo que hallaba a su paso. Pero al llegar a la mesa giratoria que utiliza ALL para invertir sus locomotoras, quedó atónito: oculto, en la parte de abajo, con signos de violencia había un cadáver. Estaba en estado de descomposición. Aún conservaba su ropa de guarda. Eso le permitió saber que a Wilson hacía tiempo lo habían asesinado. Brutalmente. Delataba signos de haber sido maltratado antes de morir.

Salió de la mesa y adentro de una locomotora abandonada encontró el otro cadáver: tenía un avanzado estado de descomposición. Tenía sus miembros separados del tronco principal. Presentaba signos de maltrato físico. Conservaba la cédula de identidad encima, eso le permitió saber que era Mateo Martos. ¿Por qué se ensañarían de semejante forma?

A su regreso a su casa, se sentó en la mesa y ató hilos. Wilson y Mateo supieron del negocio sucio: el desguace de cientos de toneladas de vagones, la venta de toda esa chatarra y los pesos que se llevarían. En Retiro halló de puño y letra una denuncia de pedido de despido para los delegados. Y estaban traicionando a sus compañeros: en su momento pregonaron la defensa laboral, estaban permitiendo los despidos fuera como fuera.

Felipe creyó a medias la mentira de Darío: sabía perfectamente que no había estado con ninguna mujer, lo había visto en el coche. Lo que no vió fue qué rumbo tenía.

“Pero… yo te ví a media tarde con tu coche” – dice Felipe.

“¿Y por qué iría de pasarme toda la tarde con ella?” – le da la respuesta de gracia Darío. Así justificó su paseo en el coche.

Aún así, con sus días contados, tuvo ánimo de acercarse a una mujer: Belén Martí. Sacaría a relucir su costado pasional, aquel que hubiera dejado tapado durante años mientras estaba metido de cabeza investigando los negociados sucios. Estaba harto de la corrupción. Del chantaje. Hacía rato que sospechaba que los compañeros mismos podían llegar a jugarle una trampa. Y que el sindicato contribuiría a hacerle una zancadilla.

El agente de seguridad de ALL hará el remate.

“Méndez”

“Sí Indarte… usted dirá”

“Mire que el domingo anduvo Plá”

“¿Plá? Que mierda fue a hacer al taller”

“Mi compañero quedó en la garita y lo seguí para ver qué hacía. Anduvo revolviendo todo y encontró un par de cadáveres”

“La puta madre… acá sí que se viene la noche”

Después de eso, Méndez se dio cuenta que se venía la noche: Plá iría a algún juzgado penal y radicaría la denuncia. Y tiene mucho para hablar. No perdió dos minutos y llamó a Demián.

“Demián… soy Méndez”

“¿Qué tal?”

“Dejá esa pregunta para otro momento… hay otra cosa más urgente”

“¿Qué pasó entonces…?”

“Plá encontró los cadáveres en los talleres, no sé quien pudo haber cometido esa barbaridad, pero al margen, hay que marcarlo porque este nos hace un buraco del tamaño del techo de una casa”

“Pero boludo, vamos a hacerla más cortita: para ganarle de mano, antes de que llegue a las oficinas de Retiro, a Plá hay que sacarlo de la vía”

“¿¡Qué!?”

“Sí pelotudo, lo que te dije: a Plá hay que hacerlo cagar fuego muy elegantemente, que nadie piense que se lo mandó a matar”

Colgó el teléfono. Quedó pensativo.

El tiempo pasó muy rápido, como un suspiro: muy poco fue el tiempo que tuvo para disfrutar de Belén. Ni siquiera de tener un noviazgo. Porque la fugacidad del tiempo ayudó a la pronta llegada de un hijito.

“Manitos…” – dijo Belén.

“Las manos tocan de todo, hasta lo que menos imaginas” – contesta Darío.

La noche previa al viaje a Junín, en el escritorio de la oficina de Retiro, tomó un papel y empezó a escribir unas líneas. Las dirigía hacia su novia, Belén.

Al día siguiente, apareció Méndez por allí.

“¿Cómo le va Plá?” – preguntó Méndez.

“Ahí Méndez. ¿Usted?” – contestó con una pregunta Darío.

“Bien. Todo en orden, aunque los líos están a la orden del día”

“Si usted lo dice” – le contesta Darío mientras sigue leyendo un libro.

“¿Pero algo al respecto?” – pregunta intentando arrancarle algo a Darío.

Darío no contesta.

“Me preocupa la larga desaparición de los dos compañeros… pobres, ¿qué habrá pasado?” – pregunta irónicamente Méndez.

Darío le va a contestar con otra ironía “Interrogue a su conciencia amigo”.

“Mi conciencia la tengo limpia, fueron malditos si alguien los secuestró”

“Yo no pensaría lo mismo, pero bueno, yo confío a pleno Méndez…”

Darío nunca confió nada a Méndez ni nunca le creyó ni cuando saludaba, porque desde el momento que pronunciaba las palabras, eran mentiras seguras. Siguió leyendo el libro.

Félix le creyó a Méndez cuando difamaba a su compañero Plá delante de todos. Ese día, se sentó a conversar con él.

“Darío… quisiera saber algo”

“¿Qué hay que te falte saber Félix?”

“En serio. Me hago cruces de los motivos por los cuales Plá siempre habla mal de ti delante de todos sin ninguna clase de escrúpulos”.

“¿Y qué dijo ahora?”

“Que tú acusaste a Méndez de que robó los inventarios”.

“Pues pienso contarte la recusación de Méndez. Eso sí, desde ya te digo que si quisiera, le hago un agujero más grande que uno negro”

“Te escucho”

“Tal vez te preguntes la historia del inventario. Esa es mentira. La verdad empieza cuando Wilson Hernández y Mateo Martos supieron que de los talleres Junín estaban mandando a la venta los repuestos destinados a la reparación de vehículos de esta empresa. Los venden a privados y se reparten la plata, pero previamente tuvieron que permitir el despido de muchos mecánicos, como fuera, sin importar los motivos. Y cuando se les hace el pedido de interceder ante la empresa por esos motivos, por delante decían que iban a hacer todo lo posible cuando en realidad lo que hacían ellos era cajonear todos los pedidos. No daban curso a ninguno, porque no les conviene a ellos que otros vean los negocios sucios. Y lo peor de todo es que todos los votamos, no se mostraban así. Pero no te hagas ninguna clase de drama Félix, que no me tiembla el pulso de hacerlos ir a pasar unos cuantos años en la gallola y que paguen todo el mal que están haciendo”

“¿Y qué pasó con Wilson y Mateo que hace rato no se los ve?”

“Los hicieron cagar fuego. Los cadáveres están tal cual los encontré en los talleres, allá en Junín. Estoy a un paso de pedir que vengan los forenses, eso sí, estate atenti que a Méndez, Demián y compañía se les pudre el rancho”

“Dios te oiga…”

“Si llego a tiempo de contar el cuento…”

A media mañana, fue a la cocina a calentar el agua y hacerse un café con leche. Cuando tuvo la taza de café servida, sonó el teléfono. Era Belén. En esos minutos que estuvo atento al teléfono oyendo la noticia de la llegada de un hijo, fue el tiempo que tuvo Saúl para ponerle unas gotas de un mortífero veneno en el café.

Cuando regresó del teléfono, se tomó el café y salió para hacer la maniobra. Pero en pleno hall central empezó a tener fuertes convulsiones. Eran los efectos del veneno ingerido. Se armó un revuelo tal que llamaron a la ambulancia, pero su tardanza fue suficiente para acabar con su vida. Cuando la policía hizo la autopsia al cadáver, descubrieron que había ingerido veneno.

Esa tarde, le tiraron una carta, de puño y letra, anónima, a Belén Martí. La felicidad por el hijito se convertiría en tristeza. Cuando abrió el papel, leyó lo siguiente:

“Su novio se durmió para el resto de su existencia”.

Hasta la fecha, nadie ha hecho nada para esclarecer los asesinatos.

Y Félix llora a Plá, como también lo hace Belén.