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viernes, 20 de marzo de 2009

Localidad de Riobamba, Ecuador




Localidad de Quito, Ecuador












Localidad de Cuenca, Ecuador














Camarote 5

Una fría noche de julio del año pasado, justo reciencito el tren había llegado a Córdoba desde Retiro, con un importante atraso en su horario. Al pasaje mucho no le molestaba el llegar fuera de hora, quizá, porque es la costumbre de un país como Argentina andar sin horarios. Claro, en los trenes de larga distancia más específicamente. Todo estaba en calma y quietud, el pasaje dormía y con el sueño pegado, pisaban el andén. El viento castigaba duro en la cara y unos nenes tiritaban de frío. Y el inspector Andrés Tavella los veía a todos alejarse. Excepto una mujer que se quedó mirando una ventanilla del coche dormitorio.

Muy pocas cosas se sabían de este hombre: 37 años recién cumplidos, cinco de divorciado antecediendo dos de separados. Pero aún compartía su hogar con su ex. En el trabajo se había ganado un cierto respeto, marcando los límites suavemente. En su haber casi no se le conocía que hubiera multado a alguno, sí los llamados de atención. Justo de palabras, parecía medirlas. No menos atento.

Esa noche, por esas cosas de la vida, a pesar del crudo frío, se quedó observando a la mujer. A su gusto, era preciosa. Cabellos castaños con un corte en degradé largo, tez morenita, una bonita figura estilizada pero con un montón de abrigos encima. Encima la miraba por la espalda. Tenía una campera de corderoy marrón, bufanda verde, pantalones de jeans color rojo y unos borcegos negros de caña alta.

Sí, a Andrés lo estaba tentando aquella mujer, pero optó por quedarse en su sitio y hacer de cuenta que nada pasó.

Se mete la mano derecha al bolsillo del pantalón cuando se le acerca la mujer a la cual había estado observando.

“Disculpe… ¿sería mucha molestia si puedo ver un camarote por dentro?” – le solicitó.

Andrés miró a la mujer y se sorprendió por el pedido “Vaya pedido raro de un pasajero… en fin, acompáñeme”.

La mujer acompañó al inspector Tavella al camarote. Eligió el número 5 porque sabía que era el único que había salido vacío desde Retiro. Con la llave giró la cerradura, abrió la puerta “Adelante, pase” – le indicó.

“Gracias” – le contestó e ingresó al camarote. Le dio una mirada superficial y sus ojos se fijaron en la ventanilla.

Andrés cerró la puerta “Hace mucho frío afuera, tenga una visita confortable”.

Como si hiciera un tour, Tavella le fue mostrando los rincones del camarote. Por su cabeza, iba tejiendo un plan. La cama la dejaría para lo último.

Hasta que cuando llegaron a la parte de la cama, pícaramente Andrés le pidió: “Acuéstese así siente que tan mullido es el colchon”.

“¿Usted lo probó?”

“Alguna vez”

“¿Y qué tal?”

“Como todo. Claro, algunos colchones parecen que no duermes sobre ellos, sino sobre el elástico de la cama”.

“¿Duermen en una colchoneta?”

“No es eso. Es del uso. Piensa que no todos los que pasan por los camarotes tienen pesos como usted y yo. Hay pasajeros que denotan un claro exceso de peso y vienen a estos habitáculos, pero no se lo puedo impedir. La empresa tampoco”.

“¿Un visitante?”.

“Dos segundos no son nada”.

“De seguro que duermen en todo el viaje…”

Andrés se sentó en una silla “Cuando te metes en el camarote, a menos que por algún motivo de fuerza mayor o a pedido del mismo pasajero, durante el viaje ninguno del personal está autorizado a entrar. Ahora lo hacemos porque el tren está acá vacío. Solo nos podemos limitar a golpear la puerta y punto. Ahora, siempre suponemos que ahí dentro lo que hacen en la mayor parte del viaje es dormir, pero… pero hay una frutillita en el postre, en especial cuando van parejas y novios. Piénsalo dos segundos”.

“¿Y qué siente cuando los escucha?”

“Mira, uno no es de piedra. Yo no los veo, los imagino simplemente. Pero bueno, yo tengo que trabajar y punto, aunque a veces ese tipo de situaciones son un tanto incómodas, si debes hacer algún llamado de atención y descubres esa situación. En fin…”.

Y se quedaron en silencio. Andrés aprovechó para seguir observando aquella mujer que estaba acostada. Se daba cuenta que algo raro le estaba pasando por su interior. Hasta que se animó y le pasó dos dedos por la mejilla derecha. De ahí saltará por todo el rostro. Ella, en silencio.

Bajó sus dedos por el cuello para finalmente con ambas manos tomarle el rostro como sujetándoselo, le pasó la punta de la nariz sobre la de ella y, con sus labios apenas le rozará los de ella. Apenas tomó distancia para ver la reacción de la mujer.

“Disculpe inspector si mi visita aquí ha servido para elevarle la testoterona. No ha sido mi intención ponerlo en una situación incómoda” – se disculpó la mujer.

Andrés la miró de fijo a los ojos “Situación incómoda sería si esto lo hiciera en pleno horario de servicio. Fuera del trabajo, despreocúpese”.

Así fue como él la tomó de una mano a la mujer, ésta se levantó de la cama y ambos quedaron enfrentados. La llevó contra una pared para besarla apasionadamente. Mientras, aprovechó para quitarle el grueso suéter que ella tenía puesto encima.

Como pudo, ella le quitó el saco. Andrés le puso la gorra a la mujer. Y se siguieron besando.

En tanto, Andrés iba abriendo la camisa de la mujer despacito, botón a botón. Le tuvo que sacar la gorra para poder quitarle la camiseta.

Ella estaba hermosa, saber el nombre era lo de menos. Lo que al inspector más le importaba era poder desvestir a su ocasional compañera.

Al final se terminó quitando la camiseta y los borcegos. Andrés le desabrochó el jean y suavemente se lo fue bajando hasta dejar que sola la prenda siguiera descendiendo hasta el suelo.

Andrés se quitó los zapatos y el suéter, tomó de la mano a su compañera y se tumbó junto a ella en la cama, siguió besándola y, como pudo, le quitó su sutién.

Siguieron besándose con pasión. La mano de Andrés siguió recorriendo el vientre y finalizó en el muslo, con suma suavidad. Ella seguía besándolo con suavidad y pasión, como si éste fuese su novio.

Nuevamente, la mano de Andrés empezó a subir hasta llegar nuevamente al muslo, hasta la mitad, donde la piel conservaba cierta tibieza, tacto suave, casi terciopelo, él sintió una erección.

Llegó a lo más íntimo de su compañera y se la acarició, excitándola. Ella lo abrazó al inspector y volvió a besarlo con pasión… y más pasión. Los dedos de Andrés no paraban de tocar la parte sagrada de ella, su intimidad. Le quitó la única prenda que le quedaba y siguió metiendo mano en ella, tocando y excitando a su compañera, estaba a punto de humedad y sus dedos resbalaban en aquel sitio. La miró y ella estaba tendida con la boca entreabierta, dando pequeños suspiros de placer y los ojitos cerrados.

Pudo tomarse dos segundos, suspirar, para abrazar al inspector, y susurrarle al oído:

“Por favor, llama a tu compañera Julia”

“Julia… yo soy el inspector Tavella”

Le pasó la mano por el pecho, sobre la camisa “Seguro que tienes un bonito nombre”

“Andrés”

Apenas se separaron, él se quitó la camisa y la camiseta, se bajó totalmente el pantalón y su prenda interior.

Y los dos quedaron frente a frente. Y la abrazó como si ésta fuera su propia mujer.

“Haz de cuenta que estás con el novio que nunca tuviste” – le musitó.

Nuevamente se fueron a la cama. A esta altura, ella se dejó caer, rendida a su compañero eventual. Abrió sus piernas y, dando un toque de humor, le soltó Tavella “La cena está servida cariño”. En realidad, él estaba excitado.

A decirse verdad, sin ninguna clase de prisas, se tomó el tiempo del mundo para penetrarla. Con suavidad y mucho cariño. Sintió perfectamente la humedad de ahí abajo, pero en dos segundos de conciencia de pensar en lo que podría pasarle, pensó “Las cartas están echadas”.

No supo nunca qué pensaba ella, solo sabía que la estaba pasando muy bien. Que se abrazaba muy fuerte al inspector Tavella, pero no gritó ni gimió. Se tuvo en el más absoluto silencio. Los dos.

Despacito. Suavemente. Sin prisas ni pausas.

Ambos cuerpos parecían pegados el uno al otro. Un par de desconocidos. Entregados al placer en ese momento. Iba en aumento.

Su compañera sintió como el semen de Tavella le bañaba las entrañas, en tandas. Se miraban como si fueran dos tortolitos.

Exhaustos, abrazados y aún así, se miraron.

“Estuvo hermosa la cena Andrés”

“Sabía que la pasarías lindo”

Eso sí: las sábanas de la cama estaban todas manchadas.

“¿Qué puedo hacer por las sábanas?” – preguntó ella.

“No te preocupes, las repondré yo” – soltó Tavella.

En realidad, era imposible dejar esas sábanas tan manchadas para que las limpiaran en la empresa. Trajo unas en reemplazo de las que había.

Unos meses después, volvieron a verse en Buenos Aires.

“¿Te acuerdas de mí?” – le soltó ella.

Andrés la recordó por lo sucedido esa noche en el camarote.

“Obviamente que sí, en especial porque quisiste saber cómo era un camarote y por lo que hicimos después”

Entre idas y vueltas, le contó que esperaba una hija. Y no la pudo soltar de ahí. Lloró como un niño, y le dijo “Como vivimos en un mundo lleno de crisis, merece llamarse Amparo”

Y así fue.

Inés, la rehén

Haciendo maniobras en Bolívar estaba Fabio. Y vió pasar por la playa una delgada silueta, a la que le restó importancia. En la noche, cuando se fue a dormir, se quedó pensando en la silueta pero más tarde pensará que solo fue una mera fantasía.
Al día siguiente, pero desde la oficina, vio pasar la misma silueta a la misma hora. Pudo distinguir que era una mujer. Le comenta a su compañero “Urgente debo hacerme lentes nuevos, no veo un pomo” mientras se restregaba sus ojos.
“No sabía que cada día más perdieras la vista”
“Los años no vienen solos…”
Los días sucesivos pudo ver como pudo aquella silueta. Lo destacado era la altura. Un buen día la verá acompañada de un hombre. Pensó que era el novio. Después se sabrá que sí.
“Ese tipo que ví acompañando a la muchacha me suena conocidísimo”
“Y en qué te hace pensar al respecto”
“Que alguno de la muchachada se la tiene”
“Lo llamativo es que fuera a meterse con… con Velazco”
“¿¡Velazco!? ¿Nada menos que con ese??? Habrá que preguntarle el secreto”
“¿Es jefe?”
“Nada. Una cucaracha que está en el tren de pasajeros”
Un día domingo, Fabio caminaba por la plaza de la ciudad. Se sienta en un banco a leer un libro y sin quererlo, en la punta estaba aquella silueta que tanto perseguía, pero prefirió guardar silencio.
Unos chicos que pasaron le robaron los lentes a Fabio y se fueron corriendo. Maldijo e insultó, pero fue en vano.
“¿Cómo diablos llego a mi casa si no veo un pomo?” – se lamentó.
“No se preocupe señor – le dijo una voz por detrás – yo lo acompaño”
Se dio vuelta y apenas pudo divisar que era la silueta “Usted no debe preocuparse por mí, llegaré a tientas a mi casa”
“¿Y sus lentes?”
“Ya fueron. Me haré unos nuevos…”
“Deje que lo acompaño, venga, vamos”
Tomado de la mano y siguiendo los pasos de su acompañante llegó a su casa.
“Le agradezco muchísimo que me haya ayudado a llegar hasta aquí. Mañana prometo ir al doctor que me recete unos nuevos lentes” – le dijo Fabio a la muchacha.
Fabio quedó mirando a la muchacha, le corrió algo por dentro. Al día siguiente comentará con sus compañeros en la estación “Velazco anda tratándo de hacerme polvo”
“¿Polvo?”
“Sí, pues tuve la sensación de que pusieron un revolver en la nuca mientras caminaba rumbo a la estación…”
“Si crees que fue por lo de ayer, no debe ser como piensas…”.
Horas más tarde, la muchacha golpeó la puerta de la casa – “¡Señor! ¿Cómo anda de la vista?”
Fabio salió a la puerta “Ya tengo lentes, gracias por venir y preocuparte. Antes de que te marches a tu rancho, dime ¿conoces a Velazco?”
“Sí, lo conozco. ¿Algún motivo?”
“No, ninguno, no tiene importancia alguna”
“Desde el momento que me preguntas por Velazco, motivo tiene que haber y conociendo los comentarios playa dentro y fuera, entre ustedes se las saben a todas, así que sugeriría que largues o me tendrás aquí toda la noche” – se cruzó de brazos.
“Es un compañero… nada más. Cosas de trabajo, no divulgamos lo que sucede vías afuera ni tampoco me interesa meterme en cosas que no me corresponden, así que si tienes dramas con Velazco, creo que eres lo suficientemente grande, adulta y responsable como para salvarlos tú” – le contestó de firme Fabio.
La muchacha se quedó mirandolo, a los ojos.
“Mírame a los ojos todo lo que quieras, no me pienso mosquear de mi posición. Las miradas no me seducen en lo absoluto, si esa es su intención…” – volvió a contestarle tajante.
Ella se cruzó de brazos y siguió apuntando su mirada a los ojos de Fabio. Él hacía dibujos con el pie en la tierra.
En la pura realidad, entre ella y Velazco mantenían una relación bastante tormentosa. De infidelidades y mentiras. Y Fabio lo sabía, solo que no le interesaba meterse en esos temas.
“¿Por qué miente u oculta ciertas cosas?” – le retruca la muchacha a Fabio.
“Te lo digo por última vez: ¿qué parte de la historia no has entendido? Lo que tengas con Velazco es tuyo y punto, a mí no me interesa. Si pretendes saber de él, pregúntale a los otros muchachos, si te va mal, no me hago cargo” – le dijo paciente Fabio.
La muchacha le tomó los anteojos y se los sacudió en el andén.
“¿Por qué haces eso con mis anteojos?” – le preguntó Fabio, molesto.
“A partir de ahora te vas a grabar estas cuatro letras: Inés” – le contestó la muchacha.
“¿Y qué hay para que me arrojes con violencia mis lentes?”
“Sabrás tú”
“Te lo pido por favor: no me saques, tengo paciencia pero todo tiene un límite, y cuando toco ese límite, me saco mal”
“No es necesario que se saque ni nada, solo le pido que me conteste lo que le pido”
“Tal vez Velazco tenga todas las respuestas a toditas tus preguntas”
“No me venga con cuentos chinos…”
“No es ningún cuento chino, detrás suyo… compruébelo con sus propios ojos” – le dijo Fabio y le señaló a Velazco que estaba detrás de la muchacha.
“¿Inés? ¿qué hacías con este chamaco?” – preguntó Velazco entre dientes a la muchacha.
La muchacha no contestó.
“¿Y vos?”
“¿Yo? ¿qué? A mí no me metan en camisa de once varas…” – contestó atajándose Fabio.
“No sabía que te gustaran las mujeres a ti cortón de vista” – le dijo despectivamente Velazco.
“No te preocupes que cada día me estoy quedando más sin vista… y para quedarme con tu novia la necesito encima mío” – le contestó Fabio.
“¿Qué te crees que eres? Pero no preciso nada para saber que andas detrás de Inés”
“Andá a meter tu cabezota al freezer a ver si se te congelan un poco esos ataques de ira” – le dijo Fabio y salió caminando hacia la oficina. De atrás Velazco sacó una sevillana y lo tomó del cuello de la camisa “Te veo de nuevo con Inés y vos ponete a contar tus días en la tierra”.
Fabio se sacó, sacudió los brazos con los puños cerrados hacia el suelo “¡Estás loco, rematadamente loco Velazco!”.
“¡Qué no se te olvide la advertencia!”
La muchacha complicó la situación: una mínima distracción de Velazco fue suficiente para que ella se acercara a Fabio y le diera un beso. A Fabio los ojos se le pusieron saltones cuando vió que Velazco se le venía encima. Intentaba quitarse a la muchacha, pero ella no tenía intenciones de dejar a Fabio. A los forcejeos, se desprendió.
“¡Me mata!” – salió corriendo Fabio, tropezó con una piedra y cayó, se lastimó la boca. Se levantó y fue a curarse al hospital.
Durante varios días, Fabio y Velazco mantenían una suerte de “tregua”. Uno estaba ocupado en los trenes de carga y el otro con los trenes de pasajeros, entonces no tenían tiempo para cruces y enfrentamientos. Fabio lamentaba los dolores en la boca “Serás pelotudo Velazco, mi jeta me está matando”.
“Tu boca parece una morcilla, disculpando” – le comentó por lo bajo la muchacha.
“¿Y recién ahorita lo descubres?” – responde con una pregunta Fabio.
Con el correr del tiempo, le se fue la inflamación en la boca “Espero que ahora me dejen de romper las pelotas” – le comenta al jefe.
“No te preocupes, Velazco está en Pinamar” – le contesta el jefe.
“¿Pinamar? Que lo dejen ahí para siempre…”
“Pero algún día ha de regresar, no sé cuando va a acabar tu felicidad… aparte, ¿por qué vives más pendiente de Velazco que de los trenes de carga?”
“Yo tengo la respuesta: el día que esa piba se desaparezca de la tierra, bueno, al menos de la estación, va a haber una paz infinita”
“Y quiero pensar que a Velazco se le van a pasar las calenturas”
“Que va a dejar de romper los huevos seguro”
La felicidad para Fabio duró como un suspiro. Esa noche regresó Velazco con el tren. Para los colmos, esa noche tenía como destino Daireaux “Tengo malas notis Fabio” – le dijo el jefe.
“Si es lo que pienso, ni digas una letra”
“Que bueno que sabes leer los pensamientos…”
“No es eso… ¿quién es ese salame que emerge de la ventanilla de la cabina de la 7902?”
“Ah, de veras, que idiota soy”
Desde la locomotora, Velazco le hizo una seña a Fabio con el dedo índice indicando “te corto la cabeza la próxima”.
Se acercó a la locomotora, pero desde abajo, le gritó “¡Dejá que te haga mil cachitos con la máquina!”
Después que el tren siguió camino, Fabio se topó con la muchacha “No debes hacerte mala sangre con Velazco”
“Te ruego que te quedes con él pero deja de perseguirme” – le dijo y se fue camino a su casa.
Al día siguiente, precisamente por la tarde, cuando solo quedó una guardia en la estación, Fabio salió al andén a tomar fresco. Pero se fue a la oficina cuando vió cruzar la playa a la muchacha. Por la noche, le golpearon la puerta. Abrió y era la misma muchacha “¿Qué necesitas?” – preguntó Fabio.
“Hablar con usted”
“Estoy de guardia y no puedo seguir exponiéndome por su culpa, si quiere, pase y le explico mejor, venga” – invitó a pasar a la muchacha y le sirvió café que tenía en un termo.
“¿Está usted solo así puedo comentarle mejor?”
“Sí, hable con total soltura que no hay moros en la costa”
“Si todo este tiempo lo he venido siguiendo insistentemente fue por una causa, y usted no se mete, entiendo los motivos, busca vivir en paz y no hacerse mala sangre por meras estupideces. Tiene derecho pleno a hacerlo”
“Debo felicitarla porque al menos pudo reconocer que me perseguía y que ahora se anima a decir los motivos”
“No sabe quien es Velazco…”
“Sé perfectamente bien quien es Velazco, lo conozco más de lo que imaginas”
“Pero no su ira…”
“La conozco también. Sé de las reiteradas veces que agredió a los compañeros”
“Escucheme. Si lo sigo insistentemente es porque usted tiene una paciencia de acero, tranquilamente es el polo opuesto a Velazco”
“Le agradezco. Me gustan las chicas pero yo aquí. No me apura tener una relación tipo la tuya”
“Pero no sabe cuán harta estoy del maltrato de Velazco, deje que el viento lo lleve” – le dijo melancólica y abrazó a Fabio. Se besaron.
Fabio tomó un poco de distancia.
“No se prohiba de este gusto, vamos, deje llevarse por su instinto” y volvieron a besarse con soltura y pasión.
“¿Sabe que podemos hacer la próxima?” – le dijo Fabio.
“No sé… ¿qué puede ser?”
“Usted y yo solitos en la camita”
Nuevamente siguieron besándose con pasión y soltura, sin ninguna clase de problemas.
“Debo confesarle que hay veces en las cuales quisiera tenerla a usted conmigo, pero… tampoco puedo abusar de la situación” – musita Fabio.
“De parte suya nada constituye un abuso… sacar del medio a Velazco es más fácil de lo que puedes imaginar…”
“Si tú lo dices…”
Así pasó la noche del sábado en la oficina del jefe.
Y la muchacha fue dispuesta a terminar su relación con Velazco “Mira, hoy pongo fin contigo porque tu temperamento es irascible”
Increíblemente, Velazco no dijo nada. O si lo dijo, se lo guardó en el pensamiento. Pero increpa a Fabio esa tarde, en la estación: “Decime algo cortón de vista”
“¿Qué te pasa ahora chamaco?”
“¿Vos te la mandaste a la Inesita?”
Fabio lo miró sin entender nada.
“No te hagas el idiota que sabes bien a qué me refiero”
“Pues lamento decirte que equivocaste a quien hacer consultas, así que lárgate de aquí”
“Pues me largo si se me canta la soberana gana ¿entendiste pajarón?”- le dijo Velazco y tomó de la camisa a Fabio.
“No entendí un carajo y deja de arrugarme mis pilchas si no quieres que haga huevos a la plancha con los tuyos… ya sabes”
“No te preocupes que no va ser necesario que los hagas fritos, pues para eso ya te habré pasado para el matadero”
En el andén aparece un supervisor de tráfico “¿Pasa algo muchachos?” – pregunta.
“Nada de lo que deba preocuparse” – contesta primero Velazco.
Fabio se mordió los labios. Sabía que Velazco mentía alevosamente. Y se puso a hacer dibujos con el pie en la tierra.
“¿Y qué dibujas en la tierra con pata jetón?” – le preguntó despectivamente Velazco.
“¿Qué no tienes otra cosa mejor que romper los huevos todo el santo día en la estación?” – le preguntó sacado Fabio a Velazco.
Velazco le mostró un cuhcillo y le guiñó los ojos.
El fin de semana de ausencia de Velazco fue la ocasión propicia para que la muchacha y Fabio se encontraran. Bien sabido era que iban a otra cosa.
El martes viajó a Buenos Aires. La muchacha lo que menos imaginó era que Velazco la estaba esperando.
“Hola Inés” – le dijo Velazco en el andén.
La muchacha se dio vuelta y se le vino a la cabeza los recuerdos tormentosos.
“No tengo tiempo, tengo que hacer cosas” – contestó.
“¿No tienes tiempo? Ahora sí vas a tener tiempo de sobra” – le dijo Velazco y la amenazó con una sevillana.
“¿Por qué deseas acabar con mi vida?” – pregunta la muchacha.
“Seguramente no entendiste absolutamente nada cuando te metiste conmigo” – le dijo Velazco.
“Oye… reconoce que tienes un temperamento muy irascible, nuestra relación era un terrible tormento, no la estaba pasando nada bien”
“Te equivocas. Y mal. Pero no importa, en la vida todo se paga, así como me pegaste el cachetazo mal de involucrarte con ese ciego que anda en los cargueros, ahora nos vamos a ir a vivir muy lejos de aquí” – le dijo Velazco y bajo amenaza se la llevó consigo.
La muchacha deseaba por todas las cosas del mundo llorar. Gritar. Insultar. Pero no se arrepentía de haber dejado a Velazco. Tomó el teléfono en Plaza Constitución y llamó a Bolívar “No me revientes Fabio si esta vez Velazco me está por reventar a mí…” – le salió un llanto de viva voz.
Velazco le quitó el teléfono violentamente “Sabía perfectamente bien que andabas con ese piojo, pero no importa, vete despidiendo de él que nos vamos a Mar del Plata”.
Fingiendo lo que no era, llevó a la muchacha hasta la máquina y la obligó a subir a la cabina. Una vez allí, con miedo, le preguntó “¿Qué he hacer aquí?”
“¿Qué vas a hacer? Muy sencillo – Velazco le apuntó con la sevillana – siéntate ahí – le señaló el asiento del conductor – y ya que has tenido tiempo para maniobrar en Bolívar, vas a tenerlo de sobra para hacerlo a Mar del Plata, sin ninguna pregunta”
Nuevamente deseaba llorar.
Bajo amenaza, la muchacha fue ejecutando a medias lo que le indicaba Velazco. No tuvo tiempo de pensar cómo podían permitir una situación límite. Y nada menos que con un servicio de pasajeros.
Pararon en el medio del campo, antes de llegar a Maipú “Quédate aquí que voy a revisar qué sucedió… ojito con lo que haces”.
La muchacha miró a Velazco revisar el motor de la máquina. Calculó que una llamada de auxilio sería su salvación. Tomó el teléfono y llamó a la policía. Muy despacito, entre lágrimas, intentó describir lo que le estaba pasando. Hasta que aparece Velazco y le quita el teléfono “¿A quién llamaste? ¿A tu amante del alma?”
“A la policía así me dejas en paz” – alcanzó a gritarle.
“¿A la policía? ¿Qué bonito…? No importa, ahora vas a seguir – le amenazó Velazco otra vez con la sevillana – Y esta vez, la próxima, vas a contar las horas sobre la tierra… ¡Qué esperas para salir!”
Como pudo lograron seguir camino. La muchacha pensaba “¿Por qué tengo que ser rehén de un desquiciado conductor?”
La llegada a Mar del Plata le dio algo de paz y alivio, aunque no lograba suavizar su tormento. Una vez que la estación quedó desierta, ahí bajaron los dos.
“Bien Inés, acá vamos a ser muy felices los dos” – le dijo Velazco.
“¿Qué más hay que hacer?” – preguntó.
“Me vas a acompañar hasta la casilla, completo unos papeles y nos vamos a casita”
“De acuerdo” – contestó entre tranquila y sarcástica.
Fueron hasta la casilla de los maquinistas. Velazco completaba unos papeles y la muchacha vió una soguita en otra mesa. La tomó y se quedó mirándola. Sin pensar dos segundos, se acercó al oído de Velazco “¿Aún deseas dejarme embarazada?” – le preguntó.
“Por supuesto que lo haremos, ni se dice”
“Qué lástima, porque tus días en la tierra ya se te acabaron”
“¿Qué?” – preguntó Velazco y la muchacha le presionó el cuello con todas sus fuerzas para ahorcarlo… asfixiarlo con el mismo sufrimiento que le hizo pasar durante todo el tiempo que estuvieron juntos.
“Listo Velazco. Ahora no harás penar ni sufrir a nadie más”
La muchacha pasa sus días en el penal de Urdampilleta. Fabio va todas las semanas a verla.