Nota: Fantasía
Fuera de toda joda, Marcos, un corpulento maquinista, es uno más como todos. Pero todos los que habitamos en la estación Gowland lo queremos. Lo apreciamos. Porque él con su par de vagones afanados a TBA – y todavía hay que darse por satisfecho – podemos viajar de un lado a otro. Todos los días viene con esa vaporera y ese tender, padeciendo toda clase de inclemencias climáticas, desde el calor veraniego hasta el agua que lo moja porque se entra adentro de la cabina. Pero ese es su trabajo: llevarnos a donde sea.
Por ejemplo: una mamá con sus dos niños acaban de llegar a la estación de Luján. Caminaban tan apurados los tres, como podían, para no perder el tren, pero él, con el espejo retrovisor, tuvo unos segundos para esperarlos a que subieran.
En cambio, los estudiantes de la Universidad de Luján salen a montones y se amontonan a ambos lados del andén con sus libros y papeles. Suben y siguen comentando acerca de tal o cual cátedra del día presente que está por finalizar, de hace un tiempo atrás o lo que sucederá mañana cuando estén frente a un parcial o al tribunal examinador. Los que se reciben o los que quieren entrar en los claustros.
Pero cuando en el año hay un par de veces en que Luján se convierte en una gran ciudad donde convergen las masas peregrinas con destino a la Basílica. Es entonces cuando el tren se colma de tantos peregrinos que viajar puede convertirse en una misión imposible.
Siempre hay chicos y chicas, de todas las edades, que suben a ese tren cuando salen de las bailantas. Hace tiempo que Marcos ve como pueden estarse besando como agarrándose de los pelos, a las piñas y a las patadas. También ve otras cosas como... que en vez de usar el baño, hagan las necesidades ahí al paso sin ninguna clase de reparos o... o que prefieran hacerlo como los animales. Prefiere hacer la vista gorda.
Pero, como todos, tiene sus problemas. Hace varios meses que le tomó una fuerte bronquitis que lo tuvo varios días en cama. Esos quince días que estuvo con temperatura, estuvo solo. Solito en su casa de Moreno. Sin nada para mirar, le pregunta a su socio reemplazante:
- ¿Cómo va todo, amigo?
O solía preguntar también:
- ¿Lo trata bien este servicio especial, compañero?
Y ahí nomás su reemplazante empieza a relatar deseando su regreso. Para su sorpresa, no es bienvenido entre su pasaje, es más, el expreso vaporero ha perdido pasajeros. Marcos se pone colorado y la temperatura trepa por las nubes...
Aunque un día, Marcos tuvo un día realmente complicadísimo. Por esas cosas que esconden los ferrocarriles, la vaporera conducida por sus sabias manos, acabó descarrilando metros antes de llegar a estación Lézica y Torrezuri.
Los pasajeros pensaron que había sucedido un accidente fatal por los bruscos movimientos, pero no. La locomotora, con el tender incluido, habían saltado de la vía, incluyendo el eje de un vagón. Adentro, todos estaban ilesos. En la máquina, también. Junto ambas manos y dijo:
- ¡Gracias Tata Dío! Hemos salido totalmente ilesos de este descarrilo, si lo vieran de la empresa...
- Ah que fue grande el descarrilo... solo queda una vía libre – opinó el guardatren.
- Diles que aguarden a que pase el tren que viene desde Mercedes a que los pueda dejar en la estación. ¿Están todos bien? ¿Nadie está lastimado? ¿Pueden bajar por sus propios medios?
Marcos fue hasta los vagones para ver que todo estuviera bien. Los pasajeros estaban muy preocupados pensando que algo le hubiera pasado. Querían saber el motivo del descarrilo, pero no se podía, porque había que subir al tren que venía de regreso hacia Moreno. Otros, optaron por irse caminando. Y ellos quedaron en el lugar, mientras pasaban los demás trenes, con demoras, por supuesto.
Claro que ese día, el servicio vaporero quedó interrumpido. Marcos, con radio en mano, llamó al taller de Haedo para que vinieran a poner en la vía la vaporera, el tender y el eje del vagón. Al fin de cuentas, era el único que conocía a fondo aquella vaporera...
Marcos se acomodó el uniforme, miró con mucha pena lo sucedido con aquella máquina y también, como muchos curiosos con cámaras digitales y teléfonos móviles en mano, llevaban el descarrilo como recuerdo de postal, le contestó al guardatren:
- Esta gente... sí, esta gente que esperara el paso del vaporero, hoy los dejaremos en la vía compañero.
Pero su compañero, el guardatren, estaba más pensando en que su jornada laboral acabaría más temprano. Lo único que lo puso alegre fue ver la llegada de la grúa para volver a la vía la máquina.
- Bueno Marcos, me pegas el tubazo así vuelvo mañana – sugirió su compañero.
- Sí, sí, vaya tranquilo – le contestó Marcos, en señal de que podía tomarse el día.
- Que careta el guardatren...
Marcos se metió la radio al bolsillo y restregó las manos con cierta bronca por la actitud del guardatren.
- No puedo creer que solo esté por un puñado de billetes – dijo por fín. Si fuera el dueño de este expreso vaporero, te juro que ya lo hubiera rajado hace tiempo y espacio.
Entre tanto, una veintena de operarios estaban trabajando tratando de regresar a la vía la máquina con el tender. Trabajaban a contrarreloj: las horas pasaban y las tareas se ponían cada vez más dificultosas. Todo se complicó cuando descubrieron que faltaban 10 metros de rieles y durmientes.
Ese mismo día la cuadrilla pidió al taller de Haedo rieles, durmientes y clavos para vías, además de algunos hombres de más. Es que en el lugar del descarrilo, los rieles estaban retorcidos y los durmientes ni existían. El balastro había sido removido violentamente quedando solo la tierra revuelta. Por la tardecita pasó el tren de larga distancia rumbo a Bragado, con suma precaución.
Desde la GT, curiosamente, su colega Reyes, se tomó su tiempo para parar, asomarse por la ventanilla de la locomotora y averiguar qué le había sucedido:
- Marcos... ¿qué ha acontecido? – preguntó Reyes con su acento español.
- Solo fue un pequeñito incidente – le contestó Marcos mostrando la evidencia.
- ¿Pequeño gran incidente? Casi nos hemos clavado de narices ¿Cuánto tardarás en volver con el expreso vaporero?
- Casi nada... aunque creo que va llevar un tiempito.
- A mi regreso de Bragado estarás...
- Si tienes suerte y fortuna y no me sigues encontrando aquí.
Reyes hizo sonar la bocina de la GT y siguió viaje. De pronto, varios niños pasaron para ver al tren de vapor descarrilado. Entre ellos empezaron a comentar con preocupación cómo irían a viajar. Pero más querían saber cómo iban a volver a la vía al tren.
Con ojos tristones veían que la cosa no era simple. La noche estaba ganando terreno y la cuadrilla paró para descansar. Pasó la noche en un vagón dormitorio y retomaron las tareas al día siguiente muy, muy temprano.
En tanto, los niños y los adultos volvían a sus lugares. Y deseaban saber cuándo podrían volver a viajar en el expreso vaporero. A media mañana, sin que nadie atinara a saberlo, llegó una citación para Marcos. Debía realizar un descargo en la oficina de Moreno por el tema del descarrilo.
En un colectivo llegó a Moreno donde hizo el descargo. Pero los delegados y los supervisores no creyeron que el descarrilo fue una mera causalidad y lo culparon por haberlo provocado. Tan rápido como sea, como se dice vías dentro y fuera, más rápido que los bomberos, le dieron por la cabeza cinco meses sin sueldo, y lo peor de todo, a sudar la frente junto a la cuadrilla.
Colorado lo que se dice colorado como un tomate no se puso, pero que la temperatura de su cuerpo trepó varios grados eso sí. Y no es porque estuviera enfermo, sino porque también su corazón latía más rápido y sudaba por todos lados pensando que él era el responsable del descarrilo.
Marcos se dio cuenta de que tenía que desenmascarar a aquellos que se ensañaron con él, y qué mejor cosa le resultó que ponerles las evidencias en las jetas.
Si hay tecnología que no se note, con móvil en mano fotografió cada cosa que podía ser sujeto a pericias.
No obstante, cuando la cuadrilla reparó totalmente el tramo de vía roto, encontró entre unos pastizales una herramienta de porte pesado, que el descarrilo había sido provocado por terceros. Eso lo llevo a la conclusión de que habían aflojado la vía. También sospechó de algunos más, pero tenía varias confusiones: por un lado, los viajeros que culpaban a vándalos pero Marcos tenía sus buenos motivos para pensar que todo provenía de alguna reñida interna.
Y se hizo efectiva la sospecha de Marcos: cinco ferroviarios afectados por telegramas de despido de hace unos meses, pidieron la reincorporación pero como la empresa se lo negó, provocaron esto. Y las pruebas estaban a la vista. Entonces, para solicitar que levanten la suspensión de aquel maquinista que pasa con el vaporero por Gowland, se juntaron varios viajeros y fueron a reclamar exigiendo la pronta restitución de Marcos, o de lo contrario, amenazaron con bloquear el paso de los trenes.
Los delegados y los supervisores cuando vieron la muchedumbre, pensaron que tal vez los iban a linchar, pues ellos cantaban “¡Marcos a la vaporera, por un tren más justo!”.
Alguien, suicida, pero debían dar una respuesta a una muchedumbre enardecida, dijo “¡Les prometemos que tan pronto como sea posible, lo tendrán!”. Desde el fondo se escuchó un gordito enérgico que gritó eufórico “¡Lo queremos ya! ¡Ya! ¡Nosotros no esperamos! ¡A él sí lo esperamos! ¡A ustedes, ratas del diablo, no!”.
Y se desató el tole, tole monumental. Bloquearon la vía por espacio de unas tres horas hasta que apareció la vaporera con el ténder y los vagones. Se anunció con todo. En un primer momento desconfiaron hasta que alguien de la multitud vió que de la cabina era Marcos, gritó: “¡Es Marcos, embarquen todos!”.
Marcharon al ritmo de la vaporera hacia Mercedes. Un tren más. Pero el más apreciado, sin lugar a dudas. El de los niños. Los adolescentes. Estudiantes, universitarios, laburantes. De todos. El mismo que nos lleva y trae todos los días.
“Aloooo...” – dijo Marcos desde la cabina en estación Universidad de Luján. Una chica le siguió el verso “...presidente Chávez. ¿Cómo está usted?”