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miércoles, 30 de abril de 2008

2003 – 5 años de mí – 2005: Del Juan José Paso al Nohab

Hace bastante tiempo, en años casi nada, muy poquito hice uso de la tiza. Renegar con los alumnos, un clásico. Los cursos de adultos los codicio porque me puedo permitir todos los gustos que quiera, sin hacerme ninguna clase de problemas. Pero los adolescentes... sí, los adolescentes que van al nocturno pienso que van porque... no lo sé. Porque el nocturno es el último receptáculo del día. De adolescentes que repiten eternamente, que van cuando les parece y al final abandonan, porque no les interesa nada. No les importa nada. Porque percibo que no quieren tener obligaciones que tener. Se creen que la escuela es la que tiene la obligación de darles todo... no lo entiendo. No estudian...

Estoy harto. Harto porque cuando estoy explicando, pienso que a ellos no les queda nada. ¿Les quedará algo? Dicen que sí. Me piden que me abra, pero nadie piensa un poco en mí. Siempre pienso que es porque ha llegado un punto en el cual todo se ha dado vuelta, como que se han perdido los límites y en vez de vivir en la libertad, vivimos una suerte de libertinaje. Sí, libertinaje, donde pienso que tengo por encima mío un montón de caciques que intentan mandar pero ninguno corta ni pincha. Desde los rectores que no salen de sus despachos hasta los preceptores que en plena hora de clase se van a la vereda a fumar. Mejor que no necesites un auxilio, estás en la vía total...

Cuando estoy fuera del escritorio, me meto de lleno en los trenes. Sí, ellos. Ellos me transportan a otro mundo. Todo dentro de la geografía, pero bien al natural. Soy feliz cuando saco un pasaje y, aunque sea, como pasajero, me embarco y salgo corriendo y esos paisajes pasan y pasan...

Pero me pudre cada sábado de por medio tener que ir a un ateneo a escuchar un recetario de cocina de pedagogía para clase. Ya no hay receta para curar ese mal, me pudre. Entonces, es cuando me falla la expresión en esos sentidos y no doy pie con bola. Hace tiempo que he descubierto que lo que hace a pedagogía no va ni para atrás ni para adelante.

Todavía no sé pero por esas casualidades caminaba por el hall central de Constitución. Me senté en el solitario andén 14 a no se qué. A pensar que tengo ganas de largar la tiza porque me tienen harto. Harto de obligaciones pero que bien poco velan por uno. Es entonces cuando ví al nohab en silencio en la vía 12.

Le clavé los ojos a ese nohab estacionado hasta que la alsthom se interpuso en mi mirada y me tapó todo. Casi me agarra un ataque de histeria! Debí contenerme porque no es la culpa de los muchachos, fueron a maniobrar, pero la mejor solución la hice dando la vuelta. Y lo tuve delante de mis ojos...

Era viernes. Saqué mi billetera y conté los pesos disponibles. Me subí. Me senté. Sentí ese aire de viajero... hacía mucho tiempo que no lo hacía. En ese momento lo que menos me importó fue que tenía que ir al colegio a dictar clase. Que se fueran al diablo todos juntos...

Y así pasó. Porque en la hora que tenía que estar en el aula, estaba de viaje. Alejarme era como irme alejando de todos los problemas de la maldita Capital, esta ciudad de porquería de gente que por cualquier cosa te está juzgando para el otro lado. Busco otra cosa. Irme de ahí.

Me dormí como nunca. Nunca un viaje, lejos de la eternidad nocturna, se fue tan rápido. Lo supe cuando el guardatren me puso la mano en mi hombro “Amigo, estamos en General Alvear”. Desperté, me desperecé y me fui a tomar aire fresco. La gran felicidad pero lo bueno, tiene su final...

...y así fue. Volví al nohab, al mismo que me trajo. Estaba cansado, aunque dijera que había dormido, pero mi físico requería un descanso como corresponde. Y durmiendo volví, hasta que las primeras luces del día me hicieron despertar. No sé qué hora era y nuevamente estaba en el mismo punto de partida... en Plaza Constitución.

Mi segunda vuelta al nohab, por esas cosas raras de la vida, uno nunca sabe cuales son sus vueltas, lo que menos iría a pensar que pudiera patear el tablero de veras. Cuando supe que sería el mecánico del nohab, me dije “Es un chiste”. No es en serio pibe. Sí, fue cierto, y eso que no tengo ninguna palanca en los rieles, por eso me considero un super suertudísimo el haberme metido. Cómo, no sé. Que lo hice y lo logré, ya está.

No tuve otra que largar la tiza, ejem, perdón, es decir, le dí de patadas al tablero. Del día que me fui de viaje a esto, no volví más al colegio. Me llamaron pidiendo mi renuncia, cosa que nunca firmé, así que no sé cómo hicieron. En definitivas, me habían hartado, todo el mundo me medía con una vara de dos metros y ahora yo les estaba dando la vara por el tuso... esa misma vara, bien merecida la tenían.

Todo eso dejé por el nohab. Por eso, el 17 de septiembre, al pasar por delante de un busto de Juan José Paso, me echó en cara haberlo dejado en la vía. Como un niño, le saqué la lengua. Burlas le dicen. No me importa, soy feliz haciendo lo que hago. Pienso que mi pasado con Paso fue algo positivo en mi vida, pero es algo que está irremisiblemente cumplido, no tiene vuelta atrás.

Mi vida pasa por ese coche motor, el nohab. Muchos son los apodos que he escuchado, pero este me quedó grabado a fuego: la cucaracha. Y es entonces cuando canto “La cucaracha, la cucaracha...”

2003 – 5 años de mí – 2008: Los lamentos de Luján

Observaciones: Cualquier semejanza con los personajes y los hechos, es pura casualidad


Luján Elizabeth Olivera hacía apenas ocho meses que estaba en pareja con un señor llamado Marcos Lucero y, desde hacía unos dos meses y medio, residían en la ciudad de General Pico, en la provincia de La Pampa.

  • ¿Qué haces Marcos?

  • Sacando una foto amor... – contestó mientras retrataba unas locomotoras de Ferroexpreso Pampeano.

Ella lo observaba sentada en el césped.

Sonó el teléfono.

  • Hola

  • ...

  • Marcos no está. ¿Deseas que le diga algo o... o dejarme un teléfono?

  • No porque no va a llamar.

  • No, te va a responder...

  • ¿Tiene previsto venir a Buenos Aires?

  • La semana que viene vamos los dos.

  • Lo veré ahí.

Marcos hacía maniobras con un corte y suena el móvil. Le aparece un teléfono desconocido. Lo mira “Sea usted bienvenido a esta ciudad, podrá conocerme”. Guiñó los ojos. Siguió en su tarea.

Una noche llegó una carta. Luján la levantó del suelo. Estaba destinada a su marido y en el remitente, figuraba Anahí Troncoso. Provenía de Buenos Aires. Se fue con la carta, se sentó, la abrió y sacó una hoja. Leyó:

Marcos:


El hecho de que te hayas fugado a tu ciudad de origen en nada justifica todos los desastres que has hecho y el tendal de cuentas impagas que has dejado. Yo ya tengo tus antecedentes, me los pasó Dardo, sinceramente, me habían pasado otra imagen tuya pero bueno... por mí, no me importa, no gano ni pierdo un carajo, Dardo, menos, lo vergonzoso es que a la madre de Dardo le debes 300 mangos de no sé qué, has mezclado los ganados. Tenía muchas ganas de viajar a Rosario, tenía muchas ilusiones, una gran expectativa pero ahora... ahora con lo que sé nunca viajaría – contigo – a Rosario, es más, me voy de vacaciones bajo el puente de la Juan B. Justo. Me duele porque has engañado a esa chica, me refiero a Luján, una chica hiper inteligente y que fuera a terminar con una cucaracha como vos. Yo sé que van a venir a Buenos Aires, pero estate atento, a que te pongo las manos encima”.


La carta cayó redonda al suelo. Luján quedó muda y fría como una estatua.

  • Marcos... – fue el hilito de voz de Luján.

  • No te preocupes, está todo bien...

  • ¿Sí? Pues lee esto – levanta la carta del suelo y se la da a Marcos para que la lea.

Marcos lee la carta. La da vuelta.

  • ¿La conoces a Anahí Troncoso?

  • La ví una sola vez... no debes amargarte en esto. Vamos...

Una semana después tomaron el tren que los llevó desde General Pico a Once. Estuvieron varias horas viajando. Llegaron muy cansados los dos y se fueron a la casa de una tía de Luján.

Luján llamó por teléfono a Anahí por unas cosas.

  • Anahí, trae los papeles que me los llevo.

  • ¿Todos?

  • Lo que más se pueda...

Acordaron encontrarse en un punto para no encontrarse con Marcos.

  • Anahí... ¿por qué tienes tanto recelo a Marcos? ¿viene porque es mi pareja...? dímelo.

  • No. No es eso.

  • ¿Entonces...?

  • Lo ví solo una vez.

  • ¿Una vez?

  • Si. Justo fue una vez que fuimos de paseo a Ezeiza. Andaba con el nono de barba y pelo en pecho.

  • Sera el mono...

  • No, el nono, un pobre perejil que no corta ni pincha.

  • Ah... che, quiero saber algo.

  • Tú dirás...

  • ¿Es verdad que debe a todos los santos?

  • Le debe a Dios y María Santísima, los santos y si me apuras también, al infierno también.

Se quedó muda.

  • ¿Te vas a amargar con un tipo de esa calaña?

  • Me duele porque es mi primer pareja...

  • Yo acumulo todo el tendal de cuentas...

  • ¿Las tienes?

  • Por supuesto. Este recibo es de último bimestre, gastó en pesos una cantidad como 250. dejó la cuenta del gas, esta es la boleta, unos 280. de cable adeuda 140 en Multicanal y 310 en Telecentro. Todavía no sé cómo garpó el agua, pero hay más...

  • Ni digas que dejó más lamentos...

  • En la municipalidad debe como 460 mangos del ABL. Después adeuda 780 de Rentas y lo que sí se me fue de las manos es las cuentas que dejó por los boliches. Quisiera saber ¿garpa los servicios en Pico?

  • No sé porque como me ocupo yo...

  • Dejalo un mes a ver qué hace.

  • Con eso es suficiente. Si no lo hizo en Haedo, menos lo hará en Pico.

Quince días después volvieron a Pico.

  • Oye... hicieron un reclamo que debes unos 300 mangos a la madre de Dardo.

  • ¿Trescientos pesos? No, no es así. No creas lo que te dicen por ahí.

  • ¿No? Pues espera un momento – va a buscar a un cajón un sobre con las fotocopias de los servicios impagos y regresa con él. Lo abre y saca todos los papeles – Mira, pues mira. Ahora dime si estoy loca.

Marcos no contestó. Solo golpeó el vaso de cerveza en la mesa.

Esa noche, Luján prefirió dormir en la cama cucheta, sola, para no pensar que dormía con un chanta.

Días después, cuando Marcos se fue a trabajar, olvidó el móvil. Arriba de la mesa de luz. Lo supo Luján porque justó sonó. Fue a ver y era un mensaje de texto. El mismo decía “¿Cuándo vas a devolver el par de locomotoras que te llevaste?”. Lo dejó en su sitio. Se tiró en la cama, algo desolada.

  • ¡No! ¡Vas a tener que pedir una audiencia! – dijo Marcos como si fuera una autoridad importante.

Y Fernando lo vio pasar sin decir nada. Se fue hasta la casa.

  • Luján...

  • ¿Sí? ¿Qué hubo esta vez?

  • Tu marido huye cuando se le recuerdan los desastres que ha dejado en la vía...

  • Tengo las cuentas...

  • Bueno, este es el reclamo de pago por alguna de ellas...

Luján tomó el par de telegramas.

  • ¿¡Otra vez con el cuento de las cuentas!? ¡No sigas metiéndote con los aficionados! ¡Aléjate! – gritó Marcos.

  • ¡Las cuentas no son ningún cuento! ¡Lo que tengas con los aficionados no me interesa pero eres no solo chanta, sino hasta mentiroso! – gritó Luján.

  • ¿Me tratas de mentiroso?

  • Sí. Ya dudo hasta de mi propia sombra.

Esa noche, como varias anteriores, Luján se fue a dormir a la cucheta.

  • Me siento más cómoda y confortable con el gato...

Caminaba por las calles de Pico hasta su casa. Venía del hospital. Algo desolada. Con bronca. Dolor.

Se fue al teléfono. Llamó a Anahí.

  • Hola Anahí, soy yo...

  • ¿Cómo estás? Si esta pregunta incomoda...

  • Es buena. Anímicamente estoy como el orto.

  • Se explica...

  • Hace unos días atrás tuve una fuerte discusión, también dejé de ir a dormir en la cama grande...

  • Tienes que irte de ahí...

  • Por la cuestión laboral, no me preocupa, otra cosa me preocupa, que me da vergüenza...

  • Tener un chanta como Marcos...

  • Que sea papá de un nuevo hijo...

Estaba desolada.

Pero un día tomó una decisión inadecuada. Esperó a que Marcos regresara del trabajo. Estaba harta de los reclamos por las cuentas impagas. De las discusiones.

Marcos abrió la puerta como de costumbre.

  • Hola Luján ¿Todo bien?

Luján le apuntó con la escopeta. Disparó unas tres veces. El tercer tiro, fue directo a la cabeza.

  • Ahora sí que está todo bien Marcos – dijo Luján irónicamente.

2003 – 5 años de mí – 2008: Extraña soledad

**Publicado en Crónica Ferroviaria**


La Patagonia, tal como muchos la imaginan, nada es como es, esos campos inmensos, tantas hectáreas que dan cuenta de más soledad y silencio quede la presencia de sus dueños, a los cuales no tenemos ni la más pálida noción de lo que es verles las caras porque desde afuera mandan todo... Zapala, es mucho más que esa playa donde convergen los trenes de Ferrosur cargados o vacíos, esperando la cosecha o el mineral para ir a los puertos. Pero las distancias mandan...

Por suerte estuvo la sabia mano del hombre. Sí, esa mano que se atrevió a desafiar este duro y bonito paisaje, donde encontrar un camino de tierra, parece salido de otro planeta. Bah, que a los trenes de pasajeros se los trago la tierra, yo sostengo otra cosa distinta: a los trenes de pasajeros se los tragó un alma riojana. La última vez que supe de su paso fue cuando se hicieron los festejos por la beatificación de Ceferino Namuncurá.

Sí. Más que tarde, era la noche la que iba ganando terreno. El calorcito del día iba desapareciéndose por la brisa otoñal que estaba anunciando que esta sería una noche fría. Aún estoy en el playón de cargas en Zapala preparándome con mi socio para partir con un convoy de 30 vagones cargados con frutas... de las mejores. Pienso en ese licorcito que mis abuelos nos enseñaron a elaborar pero como quien dice, lo primero, es lo primero.

De pronto, obtengo la orden del jefe de tráfico, con el termo en la mano, el mate, luces, bocina, motores acelerando y... adios Zapala. Hasta dentro de unos días. Por unos días estaré atravesando todo un país en el sentido de los paralelos, parece mentira ¿no? Sea como sea, estoy en camino a Bahía Blanca.

Yo no sé cómo está la noche, porque en la cabina estamos calentitos, tenemos calefacción ¡Qué bendición! Pero en la noche hay que estar muy atentos, porque dos por tres nos juega una mala pasada. No es la primera vez que he quedado en el medio de la nada sin comunicación, tengo experiencia de sobra. Pero así es el sur. Todos los sureños lo sabemos. Y matamos el viaje entre mate y charlas. No hay lugar al sueño, para eso debemos descansar lo suficiente. El tren es como un camión, pero nosotros vamos sobre rieles. En el largo trayecto que hacemos, siempre hay tiempo de sobra para recuerdos.

Alguno se preguntará tal vez sobre qué conversamos en el largo viaje. De todo. Del fútbol dominguero y la liga local. De algunos compañeros nuestros que están haciendo el colegio secundario, que adeudan materias o que quedaron libres. De nuestros enfermos en la familia... ellas, nuestras familias. A ellas que buena parte del año se bancan solas con los chicos esperando nuestro regreso. Y después conversar de otros temas menores, que la televisión, la radio, pero este tema, que al menos entre los neuquinos nos da vueltas en la memoria de las blancas palomitas: Carlitos F.

Ya a esta altura no sé cuantas curvas y contracurvas he hecho, pero sé de todas las otras tantas que quedan. Afuera hace frío y en demasía, pero no lo siento. Tuve que apagar la calefacción porque al final me estaba empezando a provocar sueño con el riesgo de quedarme dormido. Más vale prevenir que curar.

Después de unas 13 horas y algo más he arribado junto a mis compañeros a Bahía Blanca, más específicamente, al puerto. A descargar la mercancía y regresar con el tren vacío. Ya a esta altura, sabemos que otras personas están esperando para hacer las maniobras con el tren para la posterior descarga de la mercancía. Y yo me voy camino al hotel porque a esta altura de la jornada, aunque sea pleno día soleado, estoy cansado... de tanto viajar.


Llego al hotel – no es el lujo de 5 estrellas, pero para apoyar la cabeza y dormitar un poco, suficiente – y en una habitación de uno por uno nos metimos los tres y teníamos que dormir en 1 cama! O sea, 2 debían dormir en el suelo. No me interesa, lo que sí sé es que pasé por la ducha y en una bolsa de dormir, puse mi humanidad. Ni bien lo hice, me dormí, como le dicen a los chicos que duermen como los angelitos, yo era feliz durmiendo. Ni supe del paso de las horas porque despierto y me doy cuenta de que estaba atardeciendo...

Salí al patio del hotel y justo me acordé de mi señora, Jimena, que a estas horas estaba en camino al cole ¿o no? Que los chiquis están con la abuela. Los amo. Son mi familia. Ah, eso del cole, ya lo padecí hace... unos dos años atrás cuando por orden de la empresa me obligaron a hacer el secundario. Recuerdo que Jimena me sugirió que hiciera el acelerado de 3 años y terminé haciendo uno en 5 años orientación letras, o sea, nada que ver con el laburo que hago. Bueno, ya que tenía que ponerme el delantal, le insistí a Jimena que volviera porque había dejado el secundario en el 4º año... después de que había repetido creo unas 2 veces 3º y en 4º se quedó libre... y como quien dice, bolas de nieve, todo empieza como algo chiquito y después acaba yéndose de las manos. Casi me ahorcaron – con amor! – cuando llegó el primogénito. Y Jime tenía... 20 años. Casi nada. Y yo ya tenía como dice una frase “barba y pelo en pecho”, 28.

Ya sé que ella sale a las 22.35 de la escuela y está contenta. Sé en qué curso está: 5º 4ª de físico – química, en la misma escuela donde estuve. Viene cansada, pero es el último año. ¿Para qué lamentarse sobre las cosas que no hizo a su edad? Siempre me dice “Vos estuviste peor, empezaste el industrial y lo dejaste en 1º no más...”. No importa, por lo menos, es un grado más en el nivel de los estudios.

Me fui a la cocina para hacerme algo de comer porque me estaba picando el bagre. Mis compañeros seguían durmiendo como las rocas. Un buen puré de calabaza con una presa de pollo fue una santa cena. ¡Qué bendición! En casa nunca falta nada, pero hoy, estaba lejos de mi familia... comiendo despacio y pensando en algún fin de semana para estar allá, tan lejos, tan cerca... sentir en la cara el viento, ese mismo viento que en el invierno, es como una fina agujita que se te cuela por las venas de tu cuerpo...

Varias veces he salido a jugar con los chicos y Jimena en la nieve. Lo que nunca he pensado que me fueran a preguntar, realmente ahí es cuando quisiera que estuviera cierta persona para dar explicaciones, es porqué no pueden viajar en tren. Recuerdo que esa noche nevaba con todo, hacía unos 10º bajo cero. Pero si la temperatura era tan baja, para mí se fue por las nubes: sudé de forma tal que me corría el sudor por mi frente... ¿cómo responderle a ellos, dos chicos de 6 y 8 años que alguna vez hubo trenes de pasajeros en Zapala y que vino Calitos y les pegó un tijeretazo? Mi esposa la quiso arreglar, pero no había forma, intentó decirles que algún día “nos íbamos con papá en el tren de carga”.


En la tarde del día siguiente, es decir, del día miércoles volvimos los tres hasta el puerto. Hubo que rearmar el tren y... como aprendí de conocidos del campo, el caballo cuando vuelve para la querencia, lo hace más rápido que cuando salió. En fin, cuando partí, tenía carga y ahora solo llevaba vagones vacíos.

Tantos años oyendo ese mismo traqueteo de los convoyes, ruidos de máquinas, bocinas, el silencio del paisaje de confería una cierta soledad. Porque el viaje en sí era solitario. Como lo estaba la playa cuando arribó, con algunos hombres cumpliendo horario nocturno.


En las tinieblas me desaparecí. Miré el reloj y ví que se había detenido en las 21.59, pero algo me llevó a suponer que eran más de las 23. El viento castigaba fuerte en mi cara. Caminaba hasta mi casa donde todos dormían y no me escucharían. Después del café, cuando apoyé mi cabeza sobre la almohada en la matrimonial, cerré mis ojos hasta dentro de unas horas, no más.

2003 – 5 años de mí – 2008: Marcos maquinista

Nota: Fantasía


Fuera de toda joda, Marcos, un corpulento maquinista, es uno más como todos. Pero todos los que habitamos en la estación Gowland lo queremos. Lo apreciamos. Porque él con su par de vagones afanados a TBA – y todavía hay que darse por satisfecho – podemos viajar de un lado a otro. Todos los días viene con esa vaporera y ese tender, padeciendo toda clase de inclemencias climáticas, desde el calor veraniego hasta el agua que lo moja porque se entra adentro de la cabina. Pero ese es su trabajo: llevarnos a donde sea.

Por ejemplo: una mamá con sus dos niños acaban de llegar a la estación de Luján. Caminaban tan apurados los tres, como podían, para no perder el tren, pero él, con el espejo retrovisor, tuvo unos segundos para esperarlos a que subieran.

En cambio, los estudiantes de la Universidad de Luján salen a montones y se amontonan a ambos lados del andén con sus libros y papeles. Suben y siguen comentando acerca de tal o cual cátedra del día presente que está por finalizar, de hace un tiempo atrás o lo que sucederá mañana cuando estén frente a un parcial o al tribunal examinador. Los que se reciben o los que quieren entrar en los claustros.

Pero cuando en el año hay un par de veces en que Luján se convierte en una gran ciudad donde convergen las masas peregrinas con destino a la Basílica. Es entonces cuando el tren se colma de tantos peregrinos que viajar puede convertirse en una misión imposible.

Siempre hay chicos y chicas, de todas las edades, que suben a ese tren cuando salen de las bailantas. Hace tiempo que Marcos ve como pueden estarse besando como agarrándose de los pelos, a las piñas y a las patadas. También ve otras cosas como... que en vez de usar el baño, hagan las necesidades ahí al paso sin ninguna clase de reparos o... o que prefieran hacerlo como los animales. Prefiere hacer la vista gorda.

Pero, como todos, tiene sus problemas. Hace varios meses que le tomó una fuerte bronquitis que lo tuvo varios días en cama. Esos quince días que estuvo con temperatura, estuvo solo. Solito en su casa de Moreno. Sin nada para mirar, le pregunta a su socio reemplazante:

- ¿Cómo va todo, amigo?

O solía preguntar también:

- ¿Lo trata bien este servicio especial, compañero?

Y ahí nomás su reemplazante empieza a relatar deseando su regreso. Para su sorpresa, no es bienvenido entre su pasaje, es más, el expreso vaporero ha perdido pasajeros. Marcos se pone colorado y la temperatura trepa por las nubes...

Aunque un día, Marcos tuvo un día realmente complicadísimo. Por esas cosas que esconden los ferrocarriles, la vaporera conducida por sus sabias manos, acabó descarrilando metros antes de llegar a estación Lézica y Torrezuri.

Los pasajeros pensaron que había sucedido un accidente fatal por los bruscos movimientos, pero no. La locomotora, con el tender incluido, habían saltado de la vía, incluyendo el eje de un vagón. Adentro, todos estaban ilesos. En la máquina, también. Junto ambas manos y dijo:

- ¡Gracias Tata Dío! Hemos salido totalmente ilesos de este descarrilo, si lo vieran de la empresa...

- Ah que fue grande el descarrilo... solo queda una vía libre – opinó el guardatren.

- Diles que aguarden a que pase el tren que viene desde Mercedes a que los pueda dejar en la estación. ¿Están todos bien? ¿Nadie está lastimado? ¿Pueden bajar por sus propios medios?

Marcos fue hasta los vagones para ver que todo estuviera bien. Los pasajeros estaban muy preocupados pensando que algo le hubiera pasado. Querían saber el motivo del descarrilo, pero no se podía, porque había que subir al tren que venía de regreso hacia Moreno. Otros, optaron por irse caminando. Y ellos quedaron en el lugar, mientras pasaban los demás trenes, con demoras, por supuesto.

Claro que ese día, el servicio vaporero quedó interrumpido. Marcos, con radio en mano, llamó al taller de Haedo para que vinieran a poner en la vía la vaporera, el tender y el eje del vagón. Al fin de cuentas, era el único que conocía a fondo aquella vaporera...

Marcos se acomodó el uniforme, miró con mucha pena lo sucedido con aquella máquina y también, como muchos curiosos con cámaras digitales y teléfonos móviles en mano, llevaban el descarrilo como recuerdo de postal, le contestó al guardatren:

- Esta gente... sí, esta gente que esperara el paso del vaporero, hoy los dejaremos en la vía compañero.

Pero su compañero, el guardatren, estaba más pensando en que su jornada laboral acabaría más temprano. Lo único que lo puso alegre fue ver la llegada de la grúa para volver a la vía la máquina.

- Bueno Marcos, me pegas el tubazo así vuelvo mañana – sugirió su compañero.

- Sí, sí, vaya tranquilo – le contestó Marcos, en señal de que podía tomarse el día.

- Que careta el guardatren...

Marcos se metió la radio al bolsillo y restregó las manos con cierta bronca por la actitud del guardatren.

- No puedo creer que solo esté por un puñado de billetes – dijo por fín. Si fuera el dueño de este expreso vaporero, te juro que ya lo hubiera rajado hace tiempo y espacio.

Entre tanto, una veintena de operarios estaban trabajando tratando de regresar a la vía la máquina con el tender. Trabajaban a contrarreloj: las horas pasaban y las tareas se ponían cada vez más dificultosas. Todo se complicó cuando descubrieron que faltaban 10 metros de rieles y durmientes.

Ese mismo día la cuadrilla pidió al taller de Haedo rieles, durmientes y clavos para vías, además de algunos hombres de más. Es que en el lugar del descarrilo, los rieles estaban retorcidos y los durmientes ni existían. El balastro había sido removido violentamente quedando solo la tierra revuelta. Por la tardecita pasó el tren de larga distancia rumbo a Bragado, con suma precaución.

Desde la GT, curiosamente, su colega Reyes, se tomó su tiempo para parar, asomarse por la ventanilla de la locomotora y averiguar qué le había sucedido:

- Marcos... ¿qué ha acontecido? – preguntó Reyes con su acento español.

- Solo fue un pequeñito incidente – le contestó Marcos mostrando la evidencia.

- ¿Pequeño gran incidente? Casi nos hemos clavado de narices ¿Cuánto tardarás en volver con el expreso vaporero?

- Casi nada... aunque creo que va llevar un tiempito.

- A mi regreso de Bragado estarás...

- Si tienes suerte y fortuna y no me sigues encontrando aquí.

Reyes hizo sonar la bocina de la GT y siguió viaje. De pronto, varios niños pasaron para ver al tren de vapor descarrilado. Entre ellos empezaron a comentar con preocupación cómo irían a viajar. Pero más querían saber cómo iban a volver a la vía al tren.

Con ojos tristones veían que la cosa no era simple. La noche estaba ganando terreno y la cuadrilla paró para descansar. Pasó la noche en un vagón dormitorio y retomaron las tareas al día siguiente muy, muy temprano.

En tanto, los niños y los adultos volvían a sus lugares. Y deseaban saber cuándo podrían volver a viajar en el expreso vaporero. A media mañana, sin que nadie atinara a saberlo, llegó una citación para Marcos. Debía realizar un descargo en la oficina de Moreno por el tema del descarrilo.

En un colectivo llegó a Moreno donde hizo el descargo. Pero los delegados y los supervisores no creyeron que el descarrilo fue una mera causalidad y lo culparon por haberlo provocado. Tan rápido como sea, como se dice vías dentro y fuera, más rápido que los bomberos, le dieron por la cabeza cinco meses sin sueldo, y lo peor de todo, a sudar la frente junto a la cuadrilla.

Colorado lo que se dice colorado como un tomate no se puso, pero que la temperatura de su cuerpo trepó varios grados eso sí. Y no es porque estuviera enfermo, sino porque también su corazón latía más rápido y sudaba por todos lados pensando que él era el responsable del descarrilo.

Marcos se dio cuenta de que tenía que desenmascarar a aquellos que se ensañaron con él, y qué mejor cosa le resultó que ponerles las evidencias en las jetas.

Si hay tecnología que no se note, con móvil en mano fotografió cada cosa que podía ser sujeto a pericias.

No obstante, cuando la cuadrilla reparó totalmente el tramo de vía roto, encontró entre unos pastizales una herramienta de porte pesado, que el descarrilo había sido provocado por terceros. Eso lo llevo a la conclusión de que habían aflojado la vía. También sospechó de algunos más, pero tenía varias confusiones: por un lado, los viajeros que culpaban a vándalos pero Marcos tenía sus buenos motivos para pensar que todo provenía de alguna reñida interna.

Y se hizo efectiva la sospecha de Marcos: cinco ferroviarios afectados por telegramas de despido de hace unos meses, pidieron la reincorporación pero como la empresa se lo negó, provocaron esto. Y las pruebas estaban a la vista. Entonces, para solicitar que levanten la suspensión de aquel maquinista que pasa con el vaporero por Gowland, se juntaron varios viajeros y fueron a reclamar exigiendo la pronta restitución de Marcos, o de lo contrario, amenazaron con bloquear el paso de los trenes.

Los delegados y los supervisores cuando vieron la muchedumbre, pensaron que tal vez los iban a linchar, pues ellos cantaban “¡Marcos a la vaporera, por un tren más justo!”.

Alguien, suicida, pero debían dar una respuesta a una muchedumbre enardecida, dijo “¡Les prometemos que tan pronto como sea posible, lo tendrán!”. Desde el fondo se escuchó un gordito enérgico que gritó eufórico “¡Lo queremos ya! ¡Ya! ¡Nosotros no esperamos! ¡A él sí lo esperamos! ¡A ustedes, ratas del diablo, no!”.

Y se desató el tole, tole monumental. Bloquearon la vía por espacio de unas tres horas hasta que apareció la vaporera con el ténder y los vagones. Se anunció con todo. En un primer momento desconfiaron hasta que alguien de la multitud vió que de la cabina era Marcos, gritó: “¡Es Marcos, embarquen todos!”.

Marcharon al ritmo de la vaporera hacia Mercedes. Un tren más. Pero el más apreciado, sin lugar a dudas. El de los niños. Los adolescentes. Estudiantes, universitarios, laburantes. De todos. El mismo que nos lleva y trae todos los días.

Aloooo...” – dijo Marcos desde la cabina en estación Universidad de Luján. Una chica le siguió el verso “...presidente Chávez. ¿Cómo está usted?”

2003 – 5 años de mí – 2008: No me dejes Pico mío

Nota: Marcos, tú sabrás entender lo que quiero decir


Agarré mi montura de caballo, ya para eso vendí mi gateado, bonito el cuatro patas, que durante años me llevó de mi casa al laburo, al menos me quedo con la conciencia limpia de que lo tiene un alguien que lo va a querer y cuidar tanto como yo. También metí en mi par de bolsos toda mi ropa, mis papeles y algunas cosas para aseo personal, y los pesos ahorrados. No, ya había regresado de la tierra misionera pero la cosa estaba tan podrida que mi mujer me pegó una patada tan grande en el culo porque… bueno, nos llevábamos como el orto. ¿Pero qué pasó para que llegara a este extremo? Bah, es revolver recuerdos viejos, pero es bueno tratar de entender los motivos, a mi juicio, no van a restaurar lo perdido, pero me sirve para reflexionar el presente. Era grande la chica, morrocotuda, llena de rulos, prolija como ella sola. A decir verdad, la cosa vino mal parida de salida: fue una de mis tantas andanzas del terraplén. Me mandé una soberana cagada y no tuve más remedio que hacerme cargo. Por eso acabé unos varios años junto a ella. Pero no me resigno, porque después de esa cagada, a pesar de que no hubo perdón que valiera, algo bueno hubo y fue ese gran hijo que vino. Después de todo, a mí me hizo feliz. Aunque Marisol (así la llamaré, para preservar su identidad original) no opinaba lo mismo.

Así quiso el Tata, la Pacha Mama y la madre natura que nuestro único hijito lo llamásemos Pepe. Era más conocido por Pepito. Pepito es ahora todo un muchacho, como yo, que trabaja… lo quiero y lo extraño mucho. Es mi hijo.

Creo que tuve demasiada paciencia para soportar durante largos años a Marisol. Más lo hacía por Pepito. Y cuando ví que pudo ganarse sus pesos por sus medios, decidí, con todo el dolor del alma, irme de casa. Bien recuerdo a Pepito cuando casi, en un suplicio, me preguntó qué iba a hacer, si me iba a rodar el planeta entero. En la estación de trenes, me dí vuelta para decirle llorando, a mares “Algo está cambiando en mí”.

Subí a ese tren de pasajeros de Ferrobaires. Me senté en un asiento de primera clase en la ventanilla y miré a mi Pepito. Lo ví que lloraba y yo no era menos. Me vino una catarata de recuerdos… sí, los mejores. Me golpeó la ventanilla y la abrí. Me dijo que volviera, que aunque su vieja no lo quisiera, él siempre lo estaría esperando con los brazos abiertos. El puñal más grande de mi vida.

Cuando sonó la bocina y esa ALCO se puso en marcha, el paisaje empezó a pasar y mi corazón se iba deshaciendo en mil pedazos… me planteaba qué estaba haciendo. Pero no me quedó otra: dejar mi casa e irme a… bueno, tenía boleto a estación Once de Septiembre. Los últimos rayos solares se iban desapareciendo y entre tanta tristeza me dormí. No sé cuánto dormí, pero parecía que había tomado una pastilla de clonazepan porque ni siquiera desperté en las siguientes horas que siguieron al viaje.


Pasaron dos meses que estaba rodando la tierra entera hasta que encontré una guarida aceptable en Haedo. Yo pensaba en una cosa: al menos, tenía laburo aunque ¿de qué me servía tener trabajo si mi casa era una vivienda rodante? De nada. Le había estado mintiendo a mi hijo para que no se preocupara, porque conociéndole sus actitudes, era capaz de hacer de esa casona un cuarto para que me vuelva, pero a esta altura, no tenía ni cinco de ganas de seguir aguantando a mi ex. Me empecé a conformar con poner el traste en la silla y dar vueltas desde Moreno a Mercedes. Ya para eso, creo que fui afortunado en poder ubicarme en otro lado. Podía tranquilamente haberme quedado dando vueltas con las cargas así al menos sentía que Pico no estaba tan lejos pero que al menos, estaba cerca de ella por unos momentos.

Al inicio la pasé bastante mal. Pero volví a levantar mi rancho, como aprendí en el campo. Con la diferencia de que no amasé barro, pero si fuera necesario, lo hubiera hecho. Me costó mucho acostumbrarme al ruido de la gran urbe. Por eso, cuando oigo, y no me canso de hacerlo, a Nino Bravo cantar “Libre”, digo que soy libre, que con la libertad aprendí a soñar y en una de esas noches invernales de frío, tormenta y lluvia, se me dio p’or soñar en regresar a General Pico. Miré mi entorno y pensé en todo lo que me había llevado levantar esto, pero como buen paisano, puedo volver a levantar mi rancho. Los años… sí, los años, pesan y bastante. Ya no era el pendejo o el principiante de los rieles que podía esperar. Ahora no. Es ahora cuando confieso que mi Pepito sueña con mi regreso triunfal a Pico.


¿Quién dijo que acá en la gran urbe iba a estar tan solo como cuando partí? Acá escribí un capítulo diferente de mi vida como ferroviario. Aprendí a mirar a las chicas que salen de la universidad de Luján, con bolsos, carpetas, libros… a mí ni por una remota casualidad se me ocurre ir a los claustros, no me interesa. Aparte ¿y qué podría hacer yo allí? No importa, yo las miraba y mis ojos se me iban por esas muchachas… que lindas! Pero bueno, yo acá sigo destino a Mercedes. A veces rozo el extremo de ponerme colorado como un tomate cuando se me acercan a preguntarme tal o cual cosa. Podría trancar la ventanilla y hacerme el zota, sería una actitud poco gentil hacia el otro.

Y me agarra la noche con uno de los últimos servicios. Admito que desde que he llegado acá, a mi Pepito lo he tenido un poco lejos, pero si hay tecnología que no se note, todos los días despertamos con el clásico buen día, que es un mensaje escrito a través de un aparato llamado teléfono móvil. Algo es algo. Lo que sí es que aún no me he sentado a ver esas cosas de la informática.

Al mismo tiempo, he conocido otras personas, pero no hace que mis viejos amigos y conocidos del camino ya no lo sean. Estamos distanciados por esas cosas de la vida y son parte de mis recuerdos. Coseché buenos amigos… sí, compañeros y aquellos que llegaron por el lado de mi afición. Pero tuve la ocasión de conocer a una chica, Luján, que seguía bien a fondo esta pasión, tanto como los varones. Despegar los ojos de ella creo que… según dicen las lenguas, dí un giro de 270º y ella se ocupó de hacerme dar el de 90º así regresaba al 0 de partida.

Es verdad, le mandé unos mensajes medio extravagantes. A ellos les debo que me hayan hecho llegar hasta mí esta muchacha varios años menor que yo. Pero a decir verdad, empecé a soñar algo distinto con ella. Lograr que viniera hacia el oeste era pedir imposibles.


Bien no se supo como acabaron juntos. Lo que sí, la historia se dio vuelta en 180º, a Pepito el sueño se le hizo realidad: su amado padre, cuando menos lo imaginó, regresó a habitar General Pico. Con una nueva pareja, Luján. Al menos, estaba cerca de todos. Pero una parte de mi vida se había “emparchado”: estaba en mi tierra, la que me vió nacer, crecer, partir y volver. Con los brazos abiertos.

Amo esto. Como los andinos el carnaval, yo amo a Pico. No me lo supliques, Pico mío.