Debo confesar que conozco varios aficionados a este medio, pero solo a una parte les conozco sus caras. Pero de esa parte, solo a esa minúscula parte les conozco sus casas, covachas, cuevas, cavernas...
Es típico de los chicos que deseen llamar de algún modo particular a sus casas: el bunker, la guarida... claro, una cosa es llamar al techo y otra es llamar a esa parte de la casa.
Uno de los nombres con los cuales conozco las habitaciones es Contaduría. Me reservo el nombre de quién me lo dijo. Pero no voy a hablar de la contaduría.
Voy a hablar de mi covacha, más específicamente. Mi habitación la llamo Depósito, porque es el receptáculo de todas las porquerías y alguna encomienda perdida por ahí.
Este depósito es subterráneo: basta bajar 20 escalones para abajo, dar la vuelta hacia la izquierda está el depósito. Es posible encontrar un ropero de madera con cajas y porquerías en el techo, cualquier día de tantas porquerías que recibe, le van a llegar hasta el techo. Ante una emergencia, el ropero contiene ropas y hasta el botiquín de primeros auxilios.
El depósito contiene una computadora, aunque sin SEREP, claro, vetusta pero moderna, en fin, sin impresora pero con una banqueta con rueditas. A su lado, una puerta con los incompletos colores de FA 2, manchada, que oficia de cartelera, es el receptáculo de cuanto comentario, foto o figurita se quiera coleccionar. A mi lado tengo una camita con rueditas y una mesita de luz con cosméticos, los que atesora mi vieja.
Después está la biblioteca que carga con dos cajones, uno con basuras netamente y el otro con mis cosas, específicamente, con todo el papelerío para que no se pierda, los estantes llenos de cacharros por donde se los quiera buscar. A su lado, otra biblioteca con tres estantes, uno de ellos con libros y revistas – de este depósito salen más intelectuales que mecánicos, aclaro -, otro estante con más cosméticos, en el de arriba la muñeca boba junto al Martín Fierro, el Valcote y una botellita recargada de gaseosa y arriba de todo, los retratos míos y uno con mis abuelos.
Tengo mi mesita de luz, chota, en fin, pero para el uso que la quiero me sirve, con un velador y un reloj que marca la hora como el diablo. Me acompaña Marianito, el caballito que me regaló un grande. A su lado, mi cama, con el sombrero de San Lorenzo haciéndome compañía, un rosario para darle al Tata las gracias. A los pies tengo la mesa del televisor de mi viejo, con más libros y un equipo de música guardado, y el televisor apoyado arriba.
Después hacía tiempo había rescatado una mesa donde descansó una maceta hace tiempo y espacio, pero ahora gracias a un círculo de cemento, la pinté y tengo una caja, que es mi archivo donde es posible encontrar los archivos dormidos de la extinción de Ferrocarriles Argentinos, una hemeroteca de las revistas Viva y La Nación y papeles en caso de hacer falta borradores.
Para acabar, la repisa donde descansan los adornos, los tirafondos, piedras y una pared donde cuelga el reloj marcador de la destiladora y el palo staff. Si en este depósito hiciera frío, también hay un calentador eléctrico.
No es depósito de ricos, pero no le falta absolutamente nada.
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