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miércoles, 2 de enero de 2008

1-jul-07.El último adios

**A Julio y Marcelo que se durmieron en el silencio hace ya 8 años**

Nota: Es un cuento ficticio, lo único real es el accidente

Una fría noche de fines de mayo, como una luciérnaga, un tren desafiaba la baja temperatura. Adentro, casi no había pasajeros, solo unos pocos iban a Bolívar en cuatro vagones iluminados casi en penumbras... en aquella GT-22, dos conductores intentaban no errar los pasos en la vía, pero confiaban plenamente en su larga trayectoria de lidiar siempre en el mismo ramal, aquel que cada tanto se empeña contra sus sueños, en acabar su existencia.

Y bien, el tren llegó. Los relojes marcan las 2.25 de la madrugada y va a esperar a nuevos viajeros para las 3.20. Solo un corto descanso para un viaje tan ajetreado.

Ellos, se van a sus casas. Pisando la arena, aquel conductor del 357 sabe de memoria que va en contra del tiempo... pero va a encontrarse con el tibio calorcito del hogar, y el afecto de su familia.

Su compañero, para eso, aún habrá hecho las dos terceras partes del largo camino a casa. Lidiando con el frío y el desgano de saber que está por caer en cama, piensa en su mujer y sus siete hijos que duermen, que en unas horas más los verá.

Un bocinazo anuncia que el tren se va. Julio en su casa toma un café con leche, mientras piensa que son las 3.20. Que en minutos más estará a solas con Paula, su esposa, que aprovechará ese preciado momento, ya que Martín y Juan Pablo están con los abuelos.

Marcelo llegó a su casa desganado. Tomó el termómetro y se midió la temperatura corporal. Minutos después vio que el termómetro estaba en los 38º. Tenía dolor de garganta. Se tomó una aspirina y cuando el sol despunte, iría a ver al doctor.

Nada incomodaba a Julio: estaba en la cama con Paula, a los besos y a las caricias. Paula no tenía apuro: era su día libre.

En el calorcito de aquella cama, Julio y Paula prefirieron vivir un momento de amor, dando rienda suelta a las pasiones, en mutuo consentimiento, explorando la geografía de sus cuerpos al desnudo, para luego seguirse dando mucho más amor.

¡Gran noche la de Julio y Paula! Amor y sexo como cualquier mortal, claro, luego se escribiría otra historia...

A Marcelo no le bajó la fiebre. Catalina se fue a trabajar y Marcelo debió lidiar como pudo con sus siete hijos.

Era las 10 de la mañana cuando llamó a su suegra pidiéndole que viniera. Cuando vino, se fue al hospital.

En el hospital, el doctor le dijo que la fiebre era por la angina que tenía, luego de revisarle su garganta y detectarle la presencia de placas. Le ordenó la ingesta de un antibiótico, cama y una extendida licencia laboral.

Al salir del hospital, Marcelo compró el antibiótico y se tomó un remís a su casa. Allí, ingirió un plato de sopa, hizo una llamada a la estación de trenes y se fue a la cama. Y el aburrimiento le haría compañía por unos quince días al menos.

Varios días después, Julio estaba sentado en la mesa haciendo la tarea junto con su hijo Martín. Protesta porque no le gusta estudiar historia y Julio le da una mano. En el momento menos indicado, suena el teléfono: era Marcelo, deseaba saber como andaba el laburo.

Julio le contestó que estaba en la cátedra de historia, así que colgó y volvió.

A las 19 vino Paula. Y empezó a prepararse para el día siguiente. Julio se fue a la cama a dormir. Su familia quedó dando vueltas.

El reloj daba la 1.50 de la madrugada cuando Julio ya estaba listo para partir al trabajo. Y nuevamente fue a mirar a Martín y a Juan que dormían, a Paula que estaba en la cama y le dejó un beso. De nuevo a desafiar el frío de la madrugada.

Mientras, Marcelo estaba de licencia, Julio iba en el tren pensando en las vacaciones: que con los ahorros iban a Tandil, siempre y cuando no hubiera ningún imprevisto en el medio...

Allá en Bolívar estaba Marcelo en cama. Y mataba el tiempo pensando en su familia, mientras miraba las fotos: de cuando se casó con Catalina, de cómo llegaron Ana Laura, Joaquín, los mellizos Fabiana y Fernando, y de sus tres hijos adoptivos, Magdalena, Horacio y Javier. Que los años pasan y que algún día serán adultos como él, que se ganarán su sustento pero piensa con tristeza el futuro de Horacio, a causa de su discapacidad mental, para concluir que por el momento, dependen básicamente de su sustento.

Feliz como un chico, Julio fue a tomar servicio en Plaza Constitución cuando supo de sus vacaciones. Tenía mucho apuro por llegar a su casa y encontrarse con su familia.

Tras un largo viaje, Julio llega a su casa. Encuentra la luz encendida y corre a ver qué sucede: Paula estaba con náuseas.

Después de un rato, Julio anunció el merecido descanso. Y planificaron el viaje a Tandil. Pero a Paula le agarraron nuevamente náuseas. Viajar a Tandil estaba siendo algo utópico.

Y fue una utopía no más. Cuando Paula estuvo a solas con Julio en el comedor, lo miró a los ojos, le tomó las manos, se las apretó para decirle que estaba esperando un hijito. Con cariño, Julio soltó lágrimas en silencio para ir a su lado y estrecharla en sus brazos, solo pensar que tenía veinte días pateando ahí dentro...

Veintiséis días le llevó a Marcelo reponerse de la enfermedad. Pero volvió al médico para que lo autorizara a volver a trabajar.

En aquel viaje de reencuentro, Marcelo y Julio conversaron de lo que fue, lo que no fue, pasado, presente y futuro. Como si el tiempo pasado hubiera sido una eternidad...

En vez de descansar, aquel 1º de julio, Julio salió a cubrir a un compañero. Casi como un ritual, volvió a repetir lo mismo de siempre, con la salvedad que en la misma noche volvería. Paradojas del destino, a Paula le dio un fuerte beso – “Esta noche estaré de vuelta, quiero estar con ustedes, mi familia y parar un cacho...” – fueron las últimas palabras de Julio antes de partir de su casa.

Nunca se supo cómo fue la despedida de Marcelo, pues nadie ha querido contarla. Respeto el dolor de la familia.

Ambos salieron en el 358 aquella madrugada. Como un viaje tan normal, a media mañana ese tren se detuvo bruscamente en el PAN de la 205. Un estruendoso choque de un camión con combustible, fue suficiente para llevarse la vida de ellos, que sin quererlo, se despidieron de la Tierra.

A la fecha, Paula estaba embarazada de un mes, Martín cursaba 4º año y Juan 5º. Habían planeado casarse en abril del 2000 en la iglesia de la ciudad de Bolívar.

En febrero del 2000 nació Mariana. Conoce a su padre por fotos. Martín trabaja en los Talleres Pérez en Rosario y Juan está en la municipalidad de Bolívar.

Después del accidente, la familia Contreras residió en Bolívar por dos años más, hasta agosto del 2001. Luego se mudaron a Saliqueló. Allí, Catalina se suicidó producto de la depresión y en el 2005 se mudaron definitivamente a Ingeniero White.

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