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miércoles, 13 de agosto de 2008

2003 –5 años de mí – 2008: Infamia cordobesa

Jeremías Alves es el jefe de la estación de Villa María. En su playa había amontonadas varias locomotoras de Nuevo Central Argentino. Varios maquinistas estaban haciendo tareas pasivas hasta nuevo aviso. Otros, esperan con paciencia que se acaben los incendios en el Delta del Paraná. Un empleado de Ferrocentral tomaba sol en pleno andén. En conclusión, nadie hacía nada, o muy poco era lo que se hacía.

Para desgracia de todos, todos se atan a los delegados del gremio. Por eso, los hermanos Carreras habían ganado una fama a la suya: con artimañas, con trampas, haciendo todo por izquierda. Y entre los ferroviarios había generado una cierta división, donde unos estaban a favor de ellos y otros en contra. Uno de los que nunca podría digerir la actitud de los hermanos Carreras es él: Edgardo Rey Balmaceda.

Edgardo se sentó una calurosa noche junto con Jeremías y allí le contó en detalles cómo habían hecho para llegar a dónde estaban los hermanos Carreras: ninguno de ellos nunca trabajaron en los puestos designados, después, fueron designados como maquinistas a “dedo” y al poquito tiempo, se autoimpusieron como delegados sin que nadie les avisara absolutamente nada. Pero aceptaron porque casi todos están convencidos de que ellos son garantía de que varios permanecen en sus puestos. De ahí supo que a Pancho Pérez lo habían mandado a asfixiar con el humo de una RSD-35 de FEPSA. La pregunta que flotaba era ¿y qué tenía que ver la otra empresa en esta redada? Se termino de encontrar la respuesta cuando Hernán Catalano confesó, con sus miedos, lo que Pancho había visto hacía tiempo y espacio. Motivos de sobra había para despreciar a los hermanos Carreras.

La cuestión es que Edgardo podía soportar un acomodo de esa clase, pero algo no lo podrá dejar pasar: la Julieta con la cual tenía un amor secreto después de varios encuentros a escondidas. A ella nunca le contaría esta mugre, pero sí lo haría al jefe, porque bien sabía que al jefe las correrías intestinas le importaban un bledo.

Alguien, de esos que nunca faltan, no faltó al clásico que le diría que Rey había estado en la oficina del jefe hablando mal. Uno de los Carreras lo descubrió a Rey con Julieta pero se hizo el tonto. Espero a que se separara para llevarla como un botín de guerra a la playa ferroviaria. A la noche siguiente, Edgardo no encontró a Julieta y lo sería así durante los cuatro días siguientes. Al quinto, alguien le había escrito en un papelito la siguiente frase “Tu Julieta está presa de mi cama y no tiene escapatoria”. Edgardo sospechó que los hermanos Carreras estaban usando a su Julieta como botín de guerra cuando nada tenía que ver. Se daba cuenta de que estaba muy solo, pues ninguno se prestaba a la ayuda. Quiso pedirle ayuda a Jeremías y éste le contestó que se quedara tranquilo. Estaba desesperado pues los días pasaban y eran una angustia insoportable. Pero un buen día, sin quererlo ni buscarlo, Hernán Catalano vió algo que no debía haber visto: entre los frondosos árboles, un grupito de ellos le daba de azotes a algo. De lejos imaginó que era un animal, pero cuando lo vió de cerca, quedó pasmado, paralizado. No tenía perdón alguno acabar con la vida de un semejante. Luego se supo que era una bella niña después de que quedara molida de los golpes... desfigurada en su físico y desnuda. Corrió a contarle al jefe y éste no tuvo la mejor ocurrencia que tomar la Víctor Sarrasqueta del año del ñaupa y empezar una desenfrenada balacera. Cuatro de las nueve balas que disparó Jeremías dieron en el cuerpo de Catalano. Por suerte, no pasó a mayores. Las restantes balas, porque al salir al andén disparó seis más, dos dieron en Rey Balmaceda. Una de ellas lo hería muy mal. Pero Alves no se arrepentía de lo hecho, según él, estaba convencido de que era justo lo que hacía puesto que tanto Catalano como Rey habían dicho allá en Retiro, ante los capos lo que sucedía, cuando en verdad, hasta el momento nadie sabía nada, solamente los rasos. Y encima estaba en el medio el caso de Pancho Pérez, que después de tantas idas y venidas, con un poco de suerte y viento a favor, podría empezarse una investigación judicial como corresponde.

Por fortuna, Rey y Catalano salieron del hospital bien, pero con las marcas de las heridas. Entonces se presentaron los dos en pleno andén: delante estaban los hermanos Carreras y, al mismo tiempo, Alves. Rey supo entonces que los hermanos Carreras eran los culpables de todo el menosprecio que hacían a todos. Sin dudarlo un momento, con una navaja, y mucha, mucha bronca, les rubricó dos sendas y tajantes heridas de sangre.

Alves consiguió salir airoso aduciendo desde un inicio importarle un bledo, pero no tanto. Delante de las narices de Rey y los hermanos Carreras, sacó un calibre 22 y fusiló de una a Catalano. Así desprecié, desde entonces hasta la fecha, por triple partida, a los hermanos Carreras y al jefe Alves. Pero amaré por la eternidad, de aquí a que me vaya a la tumba a ella, a Julieta.

2003 – 5 años de mí – 2008: Lección entrerriana

Nota previa a la lectura: Por haber herido la sensibilidad de algún/os lector/es, he considerado oportuno hacer una enmienda. A continuación se detalla el cambio.

“...cazar pajaritos a hondazos...” por “...pegar monedas viejas en la vereda y hacerle creer a los caminantes que cuando se disponían a levantarla, se les rompía el pantalón...”

Es verano y los árboles están llenos de hojas. En Empalme Villaguay se juntan los vagones de ALL esperando vía hacia algún sitio pero a los dos minutos arriba el tren local. Como sucede siempre, el espíritu pueblerino está muy presente. Llevo algo así como unos 13 años al frente de esta estación pero jamás olvidaré esta travesura.

Uno de mis compañeros, Andrés, tiene una señora muy divina: Eliana y sus dos princesas, Carolina y Gabriela. Yo los adoro – bueno, no tengo familia que me llore –, todos los días juegan en los andenes del empalme, cuando no también las veo con una gomera trepadas, cazando algún pajarito por ahí.

En la casilla de los cambistas también habita un compañero y tiene un hijo, que es muy compinche con estas niñas: lo conozco más por Pipo. Pipo tiene una madre sustituta porque la verdadera, falleció tres años después de nacido Pipo. Todo el mundo lo conocía por “Ser la piel de Judas”. Estos chicos andaban juntos todo el día, socios en las más diversas e inocentes tropelías: pegar monedas viejas en la vereda y hacerle creer a los caminantes que cuando se disponían a levantarla, se les rompía el pantalón; comer mandarinas o moras de los patios de los vecinos; tirar frutitas del paraíso a los transeúntes con cerbatanas de canutos o de sorbetes; o caminar sigilosamente por los muros para espiar la vida de las gentes. Nada del otro mundo.

Pero una vez se les ocurrió algo demasiado audaz: un robo en la oficina de la estación.

Fue una siesta dominguera, en pleno verano, cuando Villaguay duerme la siesta placidamente y solo las ratas pasean. Por una ventana entreabierta, Gabriela, que era la más flaquita, se metió en la oficina. Pipo – era el mayor y el más vivo – ofició de campana en la ventana. A Carolina le tocaba recibir el precioso botín que se habían propuesto obtener: la recaudación del día.

Por suerte, el robo fue un éxito. También por supuesto, me tomé el trabajo de observarlo todo. Y los dejé hacer.

Esa misma noche, diré que pasó en ambas casas.

En lo de Eliana y Andrés, ambos estuvieron particularmente hoscos con las dos nenas. No les dirigieron la palabra durante la cena y ellas empezaron a darse cuenta de que algo andaba mal. Cuando se fueron a acostar, el papá fue al cuarto de ambas. Se sentó en una banqueta y les dijo, suavemente y con tono muy grave y dolorido, lo que Maciel – yo – le había contado. Le dijo que no lo podía creer. Pero que no le gustaba la idea de que en su casa viviera un alguien sospechado de ladrón. Que no quería avergonzarse de las nenas, las chiquis de crianza, para el resto de su existencia. Así que debieron tomar una decisión: si eran inocentes, debían sostenerlo y Andrés mismo se comprometería a acompañarlas hasta mi presencia para limpiar el nombre de sus hijas y el honor de padre de toda sospecha. Si no lo era, dos eran los caminos posibles: confesar y devolver todo el dinero, o dejar la estación junto con su familia, para siempre.

Supe que esa noche no les dio el beso de las buenas noches. Y ellas se quedaron solitas, aisladas, y así pasaron la peor noche de sus vidas.

A la mañana siguiente, avergonzadas y ojerosas, caminaron los veinte metros que iban de mi oficina a la casa de ellas. Parecía que estaban caminando hacia la silla eléctrica. Previo, en la puerta, Andrés les había dicho:

- Ustedes tienen que asumir cada una su responsabilidad. Van a devolver ese dinero a Maciel, y después le pedirán disculpas. Van a escuchar lo que él quiera decirles, y después regresan. Lo van a hacer todo solitas. Yo las espero acá.

Fue la mayor vergüenza de sus vidas. Yo las esperaba a las dos, pero me sentía grave. No sé que me balbucearon, pero les recibí el dinero y me mantuve en silencio durante muchos, horribles y larguísimos minutos. Hasta que simplemente les dije:

- Nunca más, chicas, no lo hagan nunca más.

Por el lado de Pipo, sé que nunca apareció más por la estación, ni siquiera el dinero, pero aparte, supe que el padre lo echó de la casa y luego no sé como siguió la historia. Después de todo, me dio lástima ese chico más por la actitud del padre, pero bueno, allá él.

Mucho tiempo después, Carolina y Gabriela me contaron que Pipo estaba internado en un instituto de menores de Concordia. Eso me dolió aún más que el dinero que me habían sacado.

Les confesé algo a ambas, un día que estábamos sentadas en el andén: Andrés, como padre de crianza, es un compañero medido, ascético, sobrio, silencioso, trabajador y ambicioso de una seguridad económica que siempre busca para todos. En contrapartida, Gabriela tuvo suficiente inteligencia para comparar al papá de Pipo: se había vuelto alcohólico y, por ende, muy violento.

- No te preocupes por la parte de Pipo, nosotras rompemos el cochinito, al final, la plata va y viene – me dijo Carolina.

Y no supe que contestar.

viernes, 1 de agosto de 2008

2003 – 5 años de mí – 2005: Camarote tomado

Cuando el tren de Ferrocentral arribó a Córdoba, procedente de Retiro, Juani – así le dicen los compañeros uno de los camareros en servicio – lo primero que hizo fue esperar unos minutos a que los pasajeros del coche dormitorio abandonaran sus respectivos camarotes. Así, después de unos minutos, Juani empezó a revisarlos, esperando encontrar algún objeto, de valor, por supuesto.

Todo iba bien, como siempre, hasta que al llegar al camarote 3 lado izquierdo, oyó unas vocecitas. Algo lo llevó a pensar que aún había gente dentro de él.

Apoyó su oreja en la puerta.

Estaba seguro de que, si daba algún movimiento en falso, esas voces se darían cuenta de que las estaban escuchando.

Con mano habilidosa, y tranquilidad, tomó el picaporte de la puerta y lo giró para abrirla. Pero la puerta estaba con llave.

Con audacia, salió caminando de forma tal que no oyeran su andar y regresó con una llave para forzar su apertura.

Antes de forzar la cerradura, golpeó la puerta con el objetivo de negociar. De adentro le contestaron:

- ¿Quién es?

- ¡El tren finalizó su recorrido, abandonen el camarote!

- ¿Y cuál es el motivo del cuál hemos de abandonar el camarote?

- ¿No tiene otra excusa burda para hacer?

- ¿Y qué va a hacer si no nos vamos?

- Forzaré la cerradura de la puerta

- Privación de la intimidad

- No estamos en viaje. Salga por las buenas, o lo hará por las malas.

Finalmente Juani debió utilizar la llave para forzar la cerradura. Cuando abrió la puerta, de golpe, le apuntaron en la cabeza con una escopeta. Eran empleados de TBA.

- ¿No se lo dijimos acaso?

- ¿De qué? Yo no tengo nada que ver en esto...

- ¿No? No importa, porque ahora estas viviendo en vivo y en directo el conflicto con TBA y la UF

- Pero... pero ustedes equivocaron el lugar al cual venir ¿Por qué habrían de elegir un camarote y viajar a Córdoba?

- Si querés salir vivo de acá, más te vale que hagas lo que te decimos y cierres la jeta ¿Estamos?

De repente, en la estación se escucharon ruidos a pasos pesados. Algo hizo suponer que era la policía que venía con la orden de desalojarlos. Afuera, todos estaban con las armas apuntando al dormitorio. Juani solo se limitó a pensar lo siguiente “Espero no acabar como el amigo del banco en Ramallo”.

Pero, la toma acabó por suerte pacíficamente: si no fuera por Juani que salió a interceder ante la policía para no acabar en un mal mayor, esta página, no se estaría contando.

2003 – 5 años de mí – 2005: De Junín a San Carlos de Bariloche

Hace varios años, no tantos, por cierto, acababa el industrial en Junín, pero a pesar de tener ofrecimientos de trabajo de la rama que había estudiado, internamente algo me decía que yo no estaba hecho para eso. Tan corto como un suspiro fue mi estancia en los talleres de Junín, al servicio de estos brasileros de ALL porque descubrí que lo mío tenía que ver con los ejercicios físicos. Entonces pensé “¿Por qué no estudiar educación física?”.

Después de varias vueltas, armé mis maletas, dejé tiradas así nomás las pilchas en el taller y me tomé un micro. Para todo esto, sabía que debía cuidar muy bien los ahorros... los pocos que tenía. Así llegué a Bariloche, sin conocer absolutamente nada. Me tomé un taxi y el muy guacho me llevó a dar mil vueltas sin sentido para acabar cobrándome un dineral.

Mis comienzos no fueron los mejores. Estuve a punto de dejar de estudiar por falta de dinero y, los trabajos esporádicos fueron la segunda causa llegando a ser el desempleo la que ocupara el tercer lugar. Pues entonces, de una forma muy extraña me alisté como un soldadito al servicio de Tren Patagónico. Salí de unos y volvía a otros... paradojas del destino. ¡Y en Junín estaba al servicio de ALL!

Entre tropezones acabé mis estudios. ¿Qué fue de mi vida luego de pasar por la universidad? Y seguí al servicio de los trenes, para mí es como salir a dar un paseo desde Bariloche a Viedma y viceversa. Y se me ha convertido en una rutina...

Jamás en mi vida he estado acostumbrado a convivir con la nieve, cosa que se me ha convertido en algo habitual. Ahí es cuando recuerdo las cuatro estaciones en Junín y acá pareciera que la estación fría es la predominante... es duro acostumbrarse a tanto frío aunque es cuestión de abrigarse un poco más. Es posible creer que uno parece un matambre arrollado de tantas ropas que uno lleva encima.

Sé cuan solo estoy acá en el sur, pero al mismo tiempo pienso que no lo estoy tanto. He ganado no solo compañeros, sino amigos y muchos conocidos, que me han acogido en mis peores momentos y a ellos les debo un tirón y medio! También extraño mucho a mi familia, que duerme en Junín, sueño con que algún día vengan acá a visitarme. A disfrutar de la nieve, que es blanca y hermosa. A esquiar.

Y de paso, si es posible, a dar un paseo ligero en este hotel sobre rieles, así le digo al camarote, porque los pasajeros duermen... descansan mientras un ejercito de ferroviarios – entre ellos me incluyo – llevamos adelante el servicio, velando por la seguridad y la integridad de los pasajeros para que lleguen a destino.

Después de todo, es encantador atravesar el país en el sentido de los paralelos...

Hay paisajes que parecen salidos de ensueños.................

No hay palabras para describirlos. Son para una postal.

Lo que no es para llevar en una postal es cuando se producen desperfectos en la formación. Pero bueno, son tropezones que se dan en la vía, qué se le va a hacer.

Y así, aprendí a saber las historias de mis compañeros. El que vive con su familia, el soltero, el de las novias... el separado, el viudo... años le dicen, no solo de trabajo, sino de historias particulares. Pero, no hace mucho, un compañero de Ferrosur me dijo:

- Hijo, (Siempre me trata así) las abejas nacen, crecen, se reproducen y, lamentablemente mueren. Todo cambia en la vida. Los hombres nos adaptamos a vivir en distintos ambientes. Vos migraste en busca de tu destino. No sientas remordimientos por haber dejado atrás tu infancia en Junín, la novia que alguna vez compartiste besos y abrazos a escondidas, tus amigos, compañeros, estudios y mil cosas. ¿Entendés?

Lo miraba atentamente y mentalmente pasaba como una ligera cinta de video mis mejores momentos de la vida. Hasta que me quedé mirando hacia el horizonte sin pronunciar palabra alguna.

Cuarenta y ocho horas después, alguien golpeó la puerta de mi casa. Pensé en alguien conocido, en algún amigo o algún compañero de laburo. Cuando abro la puerta, me quedé helado. Era Fátima, ella no titubeó dos segundos y... bueno, dio el primer pie volviendo a aquel beso de cuando tenía 16, con la diferencia de que ahora pasaron 12 años. Es decir, por un lado, besar a quien fuera mi primer novia 12 años después fue emocionante porque no es lo mismo hacerlo a los 29 que cuando era un pendejo de 17.

Y sí... 29 pirulos... suficiente para que en ese momento se me fuera toda la cordura a los talones y me la llevara conmigo, a cuatro paredes internas, aprovechando la ocasión – porque si me viera Analía, mi novia real, se me pudre todo -. Volví a hacer todo, exactamente lo mismo que cuando tenía 17, con la diferencia que ya metí gancho: yyyyyyyyyy... me fui a los tomates. Menos mal que estaba solo, y además, que Analía estaba de viaje en la casa de los padres en Talcahuano, del otro lado de la cordillera.

- Yo te diré algo – dijo por fin Fátima.

Me acarició, me volvió a besar para luego susurrarme algo al oído.

- Pero Fati... es un poco suicida lo que sueñas conmigo.

- No Javi... – respondió Fatima – Vine hasta acá para buscarte, a regresarte nuevamente a Junín. Vamos.

Me tuve en mi tesitura: no daría el brazo a torcer, después de todos los años que me llevó acomodarme y volver a empezar, no tengo muchas ganas que digamos.

- Pero Javi... yo quiero que formemos una familia juntos – me dijo con voz denotando algo de tristeza.

Pero la siguiente noticia, la dejaría más triste aún:

- Fátima: sé los hermosos momentos que hemos pasado juntos, en la escuela, en la calle, pero la vida nos ha mandado por dos vías diferentes. Sé que va a serte muy doloroso lo que te diré, pero es preferible que lo sepas: ¿Ves esta chica del retrato? – le muestro la foto – bueno, ella es Analía, mi compañera de tantos buenos momentos. Somos pareja pero con la diferencia que cada uno en su casa. Aparte, hace unos días apenas acabo de saber que vamos a tener familia y no joda esto.

Las siguientes horas las pasó como el reo que aguarda su ejecución. Le serví un buen café con leche, bien caliente. Finalmente Fátima, con cierta tranquilidad, liquidó su tazona de café con leche. Le pregunté que pensaba al respecto. Me contestó algo, infantil, por cierto.

- No te preocupes, Javier – me dijo -. Si querés, un día los llevo a que tú puedas despedirte de las otras novias.

Que las dos tuvieron un encuentro, lo supe. Lo que nunca supe fue qué conversaron. O si solo se miraron las caras.

2003 – 5 años de mí – 2005: Ser cada día mejor...

Hace como veintidós años que vivo solamente con mi padre. Antes que nada, he de aclarar que inicialmente trabajaba junto a él, armando carrocerías, hasta que un buen día, conseguí trabajo en una biblioteca, pero el lugar no interesa. Y ahí es cuando mi vida dio una vuelta de tuercas más. No estoy desconforme por todas las cosas que me han ido pasando a lo largo de la vida: la primera, y la más triste, mi mamá me dejó cuando solo tenía un año y tres meses. Partió para siempre y la conozco en fotos, o lo que me puede contar mi padre. La segunda, aprender a bancarme todas las cargadas en relación a mi nombre, no eran con mala intención, pero como Las Bandana estaban de moda, mi nombre era el blanco perfecto, aunque en realidad todos saben que me llamo Valeria Ottaviano.

Párrafo aparte merece mencionarse mi paso por la secundaria, algo desastroso, una verdadera hecatombe. Porque mi padre me envió directamente al Norberto Piñero pero después me sacó para enviarme al Alejandro Volta y al final terminé creo que en la Confederación Suiza. ¿Por qué tres colegios? Sencillo: En cada escuela técnica se producía el mismo factor: algún año repetía. Y mi viejo estallaba de bronca, los nervios se le iban a la cabeza. En definitivas, tenía 21 cuando llegué a 6º año. Pero reflexionando, llego a la conclusión de que aprendí a hacer algo bueno y muy, muy provechoso.

Mi padre siempre fue un amante a ultranza de los fierros y, no menos podía serlo yo. Con la diferencia que a él le gustan las ruedas del asfalto y, yo salí como “la pata izquierda”: me fui para el lado de los rieles. ¿Qué hicieron? No lo sé, con el estudio que tenía, tranquilamente podía haberme metido a trabajar en el taller de alguna concesionaria, pero poniendo la cabeza en el congelador, preferí hacerme a un costado y ver las cosas desde afuera. Yo sabía porque lo hacía. Porque los rieles son muy lindos, pero no se dan cuenta de lo tan sucios que son.

Y sin quererlo, fui a parar a una biblioteca que da frente a las vías, en el barrio de Villa Urquiza. Es como una sonata escuchar los trenes pasar y pasar, uno tras otro, cuando no rompía la monotonía el paso de algún larga distancia, lo era un traslado o, un carguero que iba a la playa de Colegiales. Yo atiendo la biblioteca pero no uso radio ni aparato de música: los trenes son música para mis oídos. Hasta que de la ventana descubrí que en el paso a nivel que veía, un buen día, apareció una cuadrilla de unos... creo que una veintena de hombres. La gran mayoría vestía de color azul, pero no había casco protector. Obviamente que del segundo piso donde estaba no podía verlos en detalle, por cierto, también me falla la vista, así que...

Al retirarme ese día, crucé ese paso a nivel como de costumbre, y pienso en todo ese ejército que hace falta para mantener un sistema en funcionamiento. Recuerdo que estaban cambiando una catenaria. Pensé que yo también podría haber aportado mi granito de arena pero otras cosas pudieron más en mí y, me autorotulé como desertora.

No sé porque me quedé ahí, parada en el medio de la vía cuando una voz me dijo imperiosamente “¡Señorita! ¡Salga de la vía que viene el tren!”. Corrí porque no era ninguna tonta, no iba a dejar que me pisara. Y en esa maniobra rara, perdí mis lentes. ¿Cuándo los podía encontrar? El tren pasaba y pasaba y pensé que mis lentes ya eran historia, así que no me quedó más remedio que marchar a mi casa y ver por unos nuevos. Sin quererlo, habían sobrevivido al paso de la formación: estaban intactos. ¿Cómo podía ser que un par de lentes no se destruyeran al paso de un tren? Secretos, le dicen. Bueno, no tanto.

Me tomé un bondi rumbo a Retiro y para cuando llegué, mis lentes habían llegado mucho tiempo antes. Accidentalmente, José me entregó los lentes. Intactos. “Perdió los lentes cuando hizo el giro de 90º para salir de la vía corriendo” y me los entregó. Le agradecí y me marché ante su larga mirada. Tuve la sensación que algo se estaba guardando entre manos.

Como que de hecho se lo guardaba. Un buen día, sin que supiera ni nada, llegó hasta la biblioteca. “Hola corazón” – me dijo.

“Hola” – contesté como saludando a uno más.

Tenía la vestimenta de TBA. ¿Pero que haría un obrero de vía y obra a estas horas en una biblioteca?

“¿Buscas algún libro en especial?” – pregunté.

Miró. “No un libro específicamente, sino a tí”.

“¿A mí?” – mis ojos se me pusieron saltones.

“A ti. A nadie más”

“Disculpa, pero has equivocado de persona”

“La dueña de los anteojos ¿no? La misma que casi más comete la imprudencia de dejarse pisar por un tren ¿no?”.

En definitivas, el amigo se las traía entre manos. Y yo buscaba una forma elegante de deshacérmelo.

Por suerte, el amigo se desapareció por un largo tiempo, yo gozaba de la gran tranquilidad de estar sola ni soportar visitas molestas. Y una noche, en un bar, estaba sentada en la barra tomando cerveza. Apareció, pero el muy guacho, me sorprendió por detrás “Hola corazón”.

Sentí un susto interno pero me lo guardé. Me di vuelta y ví que era el mismo. Era como que ya en mi cara se me hacía evidente mi deseo que se fuera. Y pienso que habrá sido eso que al final terminé tomando más de la cuenta. Él sacó tajada, como el mejor.

Como no recuerdo nada, sé que desperté en una cama junto a él. Ida, le dije “¿Qué hago contigo en la cama?”.

Me explicó las cosas que hice. “Te relato lo que has hecho. Como no podías ni contigo misma, te he llevado conmigo hasta acá, en esta cama donde estamos juntos. Tú me empezaste a acariciar y a darme besos. Me pediste un pico y te fuiste de mambo, me mandaste un chupón”.

Lo miré porque no podía explicarme nada de nada de todo lo que acababa de relatar.

Los siguientes días fueron una tormenta que me perseguía hasta que al final, sentí que había torcido mi voluntad. Se ocupó, también, de que me hiciera cargo de aquello que había hecho esa noche.

Como sigue esta historia, es la típica de cualquiera, que a cualquiera le puede suceder. Llegó un punto que me puso muy contenta pensar que estaba noviando con un ferroviario. Hasta que supo que yo amaba los rieles. Pero lo que sigue, era algo que no se me había cruzado por la cabeza: cuando supe que estaba esperando familia, sé que a José lo ví un par de veces más. Y no lo volví a ver durante el tiempo que Carolina estuvo dentro mío. Ni cuando vino al mundo, realmente me sentí tan sola que un hongo en el mundo. Pero me sentía acompañada por mi chiquita, que apenas hacía unas horas estaba afuera. Yo reía feliz. Hasta que volví a casa.

A la vida la miro de otra forma. Pero si hay algo que no puede perderse es esto: la pasión rielera. Así José haya venido solo una vez a verla y después nunca más. No me interesa. Mi vida pasa por dos cosas: Carolina y, por supuesto, los trenes.

2003 – 5 años de mí – 2008: Páginas de un acontecimiento

“Papi... estoy aburrida” – susurró Sheila a su padre, Federico.

“Mamá está trabajando, solo puedo cuidarte, pero debes guardar cama” – le dice Federico mientras está sentado a su lado. Solo está encendida la luz del velador en el dormitorio y la puerta apenas está entreabierta.

“Tengo frío...” – gime Sheila.

Federico va por el termómetro digital. Minutos después sabe que su hija tiene temperatura.

“Toma esto para bajar la temperatura” – le da una aspirineta con un vaso de agua. Ella lo toma.

“¿Qué quieres hacer?” – pregunta Federico.

“No sé” – contesta molesta Sheila.

“Bueno – dice Federico a Sheila – acomoda tus cobijas que vamos a hacer algo muy divertido”.

Sheila se acomoda las cobijas y Federico saca de su caja un cuaderno completamente escrito, a mano. Se sienta en la sillita cerca de la luz.

“Hija: ¿veis este cuaderno? Este cuaderno es un diario de viaje de tu padre” – le dice Federico a Sheila.

Sheila toma el cuaderno y lo hojea – “¿Papá... cuántos viajes hay acá?”.

“Acá – da vuelta las páginas – escribí algo que me sucedió y tu bien lo recuerdas. Nunca supiste de este cuaderno viajero, pero ahora que estas en cama, viene bien, te voy a leerlo”.

Mientras Federico se prepara para leer, Sheila acomoda sus cobijas de la cama.

Federico lee “Como no recuerdo de que estación salí, solo puedo recordar que estaba en las alturas... donde un pestañeo y fuiste. Durante mucho tiempo, años que vengo reptando las alturas salteñas con los largos cargueros y desde la cabina observo los barrancos, es entonces cuando recuerdo aquella tragedia de Quebrada del Agua, que mis compañeros me contaran, que vaya uno saber, cosas de la madre naturaleza le dicen, una locomotora y unos dos o tres vagones cayeron al fondo de un barranco. Y nos arrancó a tres compañeros... Pero... ¿qué es andar en tren por las montañas tan solitario, donde no convive ni un alma en pena? Muy pocas veces pensé en eso, si pienso en la hábil mano del hombre que construyó un camino ahí pero que nadie se atrevió a vivir, dígase que el ambiente también es muy hostil. Las montañas son algo muy bonito en el paisaje, pero solo los que sabemos conducir sabemos de lo tan traicioneras que son. No me las doy de geólogo, pero algo sé. ¡Que nunca se te mueva la tierra ni que tampoco se te venga un alud encima! *** Eran las 8.26 cuando partí de Santa Rosa de Tastil camino a San Antonio de los Cobres. Hacía un día y medio que estaba fuera de casa y lo que podía ser un viaje muy normal, lo dejó de ser cuando del Nevado de Acay, según pude observar en mi mapa Esso del año 1986, de golpe y porrazo ví como el brusco y repentino desprendimiento de esa masa de agua en forma de nieve se había desprendido y cayó en forma de alud... ¿cómo contar esto? Sé que frenó la marcha del tren de una. Así no más. Sin frenos. Punto. Sé que quedé sepultado, porque desde los vidrios solo veía nieve y más nieve. Parecía divertido, pero lo divertido, sería un serio dolor de cabeza... Pensé: desesperar, no vale la pena. Acá tengo dos cosas: o salgo vivo, o me muero. Probé con llamar por el radio: no tenía señal. Es decir, incomunicado. El GPS no funcionaba. También pensé en que si hacía muchos movimientos, consumiría el poco oxígeno disponible. Podía resultar sencillo tomar una pala y hacer un pozo para encontrar la salida, pero no era simple. Tuve hambre... no sed, tenía agua a todo momento, la sacaba como decir... me comía los pedazos de hielo tal cual ¡Qué ni se me ocurriera encender la calefacción! Otra que combinación letal con carbono... *** De repente, sentí ganas de ir al baño y fue cuando pensé seriamente que estaba atrapado y mal. ¿Cómo descargar entonces? A ver, trataré de buscar las palabras finas, que mas que finas, adecuadas y delicadas. No le encuentro la vuelta, es complejo describirlo, porque una cosa es el recuerdo que yo percibí en primera persona y otra diferente es plasmarlo en este papel... al final, diré que hice de tripas y corazón, y en el rincón donde me lo permitiera, mi socio y yo hemos hecho las necesidades. Para todo esto, sabía que era de noche porque miraba el reloj y al menos tenía noción de la hora, pero cuando te hallas en estos aprietos mal, es muy fácil perder la noción del tiempo, y si sigue, la del espacio también, por suerte, si no fuera por aquel mapa Esso del año del ñaupa, no sabría donde estoy. ¿La carga? Ejem... no llevo carga, llevo un convoy vacío pero los vagones están cargados de... nieve. Linda y blanca nieve, dolor de cabeza, por eso, no la quiero tanto... A todo esto, como ni siquiera la radio funciona y comunicarse es lo mismo que perder el tiempo, el aburrimiento fue lo que primó en todos estos días que pasé como “prisionero” – dicho entre comillas – de la nieve. *** Ya había trascurrido casi dos días que estábamos ahí, un poco en las alturas pero también las nieves... ¡Maldita sea! Y otra vez vuelta a lo mismo: paciencia, paciencia, ya vendrán, ¿pero si no venían? ¿qué sería de nosotros? ¿correríamos el mismo destino que la dotación de la locomotora que cayó al fondo del barranco en Quebrada del Agua? Pobres muchachos, solo puedo apelar a mi imaginación así que... calma, paciencia. No pienses en eso, piensa que debes estar vivo, debes luchar por seguir con vida no solo por ti, sino por mis dos solcitos que me dan sentido a mi vida: Sheila y Eunice. Ahí fue cuando me animé a mantener más que nunca la calma, por ellas, que están en casa preocupadas pensando que algo me debe haber sucedido *** Era el día 2 y entre unas cobijas estábamos mi socio y yo, obviamente que nuestras tripitas ya hacían ruidito del hambre, para los colmos, mi socio había olvidado las hojas de coca que sabe traer, no es bueno, pero en momentos como este, es una solución alternativa pero bueno, había que apechugar. Parece gracioso, los dos estábamos acurrucados, el uno al otro pero con buenos propósitos: darnos calor mutuamente. Mi socio se durmió y yo miraba el techo, se me ocurrió en ese momento pensar en mi dos soles. ¿Qué estaban haciendo? Eunice ahora estaría cargando con el deber de llamar a Sheila para que fuera a la escuela, o ayudarla a hacer sus deberes, amén de ir a limpiar esa casa de ricos cuyos patrones son la última miseria que hay, de ávaros, miserables, todo. Me duele cuando pienso que ellos la tienen hace añares a Eunice como empleada doméstica y que nunca son capaces de ponerla en blanco, y cuando tiene que ir al médico, ponen un pero. Recuerdo patente el día que estábamos Sheila y yo tomando la leche en el comedor y que Eunice por traer unos pesitos más, se quedaría haciendo horas extra. Como atendió Sheila, yo hubiera sido más disciplente pero no pude controlar el temperamento de una nena de 11 años cuando se enojó y al patrón le dijo por teléfono “¡Usted tiene una madre que lo parió y yo también! ¡Dejate de romper las pelotas, ponela en blanco que anda muy mal de la vesícula...!”. Colgó. Me puse colorado como un tomate de la mentira, así que en la siguiente media hora estuvo presente. Ni así, ese hijo de su mala leche no es capaz de ponerla en blanco, no importa, yo me jubilaré mañana y compartiremos ese sueldito... *** Lo más lindo que me regaló la vida, en primer lugar, fue Eunice. Mi segundo regalo, algo rodado, por ahí, fue Sheila. Siempre digo que cuando supe que era una nena, se me caían las babas... era cierto. Y de esto hace 11 años... 11 largos años. Pienso que Sheila algún día dejará de ser la nena para ser una adolescente, por eso, queremos disfrutar a pleno de su infancia porque habrá algún día en que ella va a querer volar y es natural, ahí será cuando crea oportuno ella que podrá valerse por sus medios. No estoy en su cabeza, ni en su mente, tampoco puedo predecir ni imponer qué tiene que hacer en el futuro. No quiero apurar las cosas. Es nena y algún día será toda una mujer. ¿Tendrá hijos? No lo sé. De chiquita siempre imaginó mil cosas para ser en el futuro, pero ¿por cuál se decidirá? Por eso, muchos se encuentran con sus padres en el día del padre, en cambio, Eunice y yo le enseñamos a Sheila que tanto el día de la madre como el del padre son los 365 días del año. Y que lo más importante es que nos vea juntos. *** Día 3: ¿Qué hacemos hoy? Aburrirnos, como siempre. Estoy podrido de escribir, ya he escrito una biblia y un calefón. No aguanto más el hambre que tengo y... abandono porque estoy por quedarme dormido. Dulces sueños... zzzzzzzzzzz... dí un bostezo y vuelvo a leer las exiguas palabras del día de hoy. Son las 11.23 de la mañana y escucho ruiditos de que alguien excava. No quiero ilusionar a mi socio pero él se anticipó: tardaron su buen tiempo hasta que lograron llegar hasta nosotros, que estábamos enterrados, totalmente tapados por la nevada. Antes de poner fin a estas páginas, trascribiré la pregunta del socorrista “¿Deseas algo en este momento?”. Yo contesté “Sí, comida, tengo hambre, mucha hambre. Y devuélveme a casa”. *** Volví a abrir el cuaderno en el hospital, diré que me hicieron un chequeo general para ver que estuviera todo en orden, pero cuando me trajeron la milanesa con ensalada de lechuga, tomate y cebolla, por favor, ¡qué manjar! Y lo mejor de todo fue mi reencuentro con ustedes. Sheila, Eunice y yo. Los tres nuevamente juntos. Hasta el próximo tren” y cerró el cuaderno.

“Yo nunca supe de esas líneas” – dijo Sheila.

“Ahora las sabes. Cuando regreses a la escuela, cuéntales a todos lo que hiciste cuando estuviste en cama” – contesta Federico.

2003 – 5 años de mí – 2005: Anarquía ferrófila – 2ª parte

Nota: Toda coincidencia con la realidad es pura casualidad

Cuando llegó el tema más penoso, valga la redundancia, se trataba nada más ni nada menos que votar la expulsión de un socio. Todos debíamos votar, y oh paradoja del destino, votaron que se fuera. En el momento de emitir mi voto, me quedé pensativa unos largos 5 minutos para luego pronunciarme “En este corto tiempo que llevo como socia he visto que acá dentro no aprendimos a convivir ni a tolerarnos los unos a los otros. Me abstengo de votar”.

Unos me aplaudieron, otros quisieron comerme cruda, pero a mí me importó un bledo. Eso, un bledo. Pero volví a mi casa con mis convicciones más firmes que nunca, hice imponer mis principios democráticos.

Semanas después volví a Haedo para continuar con otro socio haciendo unos arreglos de construcción. En le medio, parece que dictaban un curso de no sé que miércoles... y yo ni enterada! Eso juro que me dio por el forro de las pelotas...

Eso tal vez me resultaba sonso cuando un sábado por la tarde apareció de la nada un ingeniero de FEPSA. No sé qué cuernos vino a revolver, no faltó quien saliera con comentarios ilusorios, como promesa política, dispuestos a que las lograra triturar tan pronto como sea posible. No sé porque pero la cuestión que el tipo apareció justo donde estaba yo y el presi le hizo la pregunta más pelotuda que hubiera oído en mi vida “Yo quiero cumplir el sueño del pibe... quiero viajar en la cabina de un tren”. A mi los ojos se me desorbitaron y antes de que el ingeniero pronunciara alguna palabra, estuve yo para decir “¡Vos sos boludo o te recibiste en la Universidad de los Boludos Argentinos!”. El tipo no sabía si reír o llorar, bueno, yo me hice el consuelo de que si el presi había metido la pata hasta el cuadríl, yo la completé.

Al final, entre las disputas que tengo, el mejor amigo fue aquel noble maquinista de la LSM, cuando después de una cortita llamada, me invitó a tomar un café en un sitio mediano en Pilar (Lo que le siga con él es otra historia). Él quería visitar la guarida donde estaba, yo me negué rotundamente. Pero después aflojé, porque me pareció bueno que le conocieran la cara puesto que mi final ahí estaba más cerca que nunca.

Y un sábado a la tarde fuimos los dos. En la noche, cuando se sentaron a tomar el mate, yo anuncié mi retirada: “Señores socios: De la misma forma que levanté campamento de Lynch, pienso hacerlo acá de Haedo, pero no para instalarme en Saldías, sino para instalarme en no sé donde... muchos estén a la pesca de ver en cuál muerdo el anzuelo pero ya en solo un año y cuatro meses de estancia ya no me quitan los sueños... no me arrepiento de amar estos fierros, tampoco de lo hecho por ellos, mucho o poco, en fin. Me he dado cuenta que tanto amor dejado aquí me ha quemado personalmente. Más, pienso que si el país es lo que es, acá tengo un reflejo en pequeño. Porque mi conclusión de esta experiencia es la siguiente, lamento decir que sea de corte negativo, pero en esta entidad reina la Anarquía Ferrófila. Ojalá que esta guerra civil ferrófila acabe algún día...”. Ellos quedaron mudos y guardo estas líneas para que las generaciones futuras de aficionados que vengan lean y sepan donde están parados.

Me fui y aún sigo con este maquinista de la LSM, rodando las RSD-16, pero a Haedo nunca más lo llevé. Bueno, yo procuré que no pisara ahí, porque me imaginaba en qué podría acabar en un futuro.

2003 – 5 años de mí – 2005: Anarquía ferrófila – 1ª parte

Nota: Toda coincidencia con la realidad es pura casualidad

¿Nunca les dije que yo amo los trenes? Solo un puñado de los que me rodean lo saben, casi ando en los límites de ser un marimacho porque la mayoría de mis amigos son varones, hago cosas de varones, si vamos de decirlo de un modo. Yo no conozco mujeres que gusten de estos fierros, pero bueno, cuando hay una en el mundo, más o menos llamemosle el extraterrestre.

Internamente sentí que de algún modo debía hacer algo por estos nobles fierros que se vienen a pedazos porque los están dejando caerse a pedazos y ellos por sí solos van desperdigándolos a la vera de la vía... y yo lo tengo que ver desde mi lugar, como espectadora, no tengo el timón para digitar que cornos deben hacer, o indicar que las cosas deben ser políticamente correctas.

Alguien me chifló en el oído que sí podía hacer algo por ellos, mínimo, pero algo. Muy bienvenida fui cuando en aquella entidad de Lynch fui...

Mis inicios como socia fueron como la frase “Escoba nueva, barre bien”. Todo iba viento en popa, pero no sé, si por suerte o desgracia mía, tenía unos comentarios de corte negativo. Opté por tenerme al margen pero no tanto. Cuando todos pensaban que no cortaba ni pinchaba, cortaba y pinchaba mucho más de lo que podían imaginar...

En este tipo de entidades sabía perfectamente que un día podía estar en la contaduría como al otro terminar con grasa hasta en mis mechones. Todo a cambio de... de preservar una pieza de museo. Sin sueldo, claro.

Con el correr del tiempo, sin haber hecho comentarios de ninguna especie, algo me hizo suponer que a mí me cuereaban. Y mi sospecha se hizo certera aquel día que sorpresivamente fui hasta la guarida que ellos le dicen contaduría. Supe quienes eran los que me criticaban. Juro que me dio tanta rabia que me fui a laburar al galpón con cara de culo.

A la semana, los mismos que me criticaban me invitaban a una cena. En un principio contesté que no. Luego la pensé mejor con mi almohada y decidí aceptar, y de paso, me iba a traer una sin anestesia, bien estilo Sarmiento.

Fui a la cena. En el medio de los comentarios, cuando llegó mi turno, mandé la mía sin anestesia “He de decir que amo mucho estos fierros pero en visto y considerando que el afuera y el adentro son iguales, decido hacerme un paso pidiendo un traslado a Haedo”. Después de la frase, a varios la comida se les quedó en el garguero, uno se atoró y los otros quedaron mudos. Nadie dijo nada y nada tenían por decir.

Levanté campamento de Lynch, bueno, también me mudé de donde vivía: me fui de Coronado a Morón. Y en Haedo hice nuevamente mi campamento.

Y la rueda volvía a repetirse. Cuando uno es nuevo, todos ven de qué forma pueden conocerte, y hasta por ahí te ponen a prueba para ver hasta donde llegas.

Siempre disfrutaba haciendo lo podía, aunque acá era todos los fines de semana encerrarme en un galpón para llenarme de grasa. Pero lo amaba. Y no tardó mucho en que volví a ver la misma hilacha que en Lynch: las críticas. ¿Será que en esa entidad convive el fantasma de la anarquía ferrófila?

Recuerdo que una vez me citaron para una reunión. Fui a Escalada sin saber de qué se trataba. Al llegar, me entero del derrotero de temas. Cuando profundicé en cada uno de ellos, en la mayoría observé un común denominador: todo empezaba y acababa en socios. La verdad, no lo entiendo.

Esa reunión la recuerdo como haber sesionado en el Congreso Nacional. No sabía si levantarme e irme o quedarme. Pero lo hice por una obligación.