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domingo, 9 de mayo de 2010

Trenes del Bicentenario: Al más grande, entre los grandes

En los cables, sobre los rieles y un trole

El trabajo, llevar y traer pasajeros

Desde las maderas hasta las vigas que te forjaron

Y varios tornillos con ruedas y un trole

Hicieron al grande Truman Capote.

Con las luces tú iluminaste el andar en los rieles

En el día y la noche, el frío y el calor, ahí estuviste

En la pujante Buenos Aires luchaste siempre,

Entre los autos, y los colectivos que te harían a un costado

Con tu trole, sobre rieles, llevaste a varias generaciones.

En su corazón y alma de tranvía, la madera guarda ese olor

En tus mandos pasaron varias generaciones de conductores

Y al iluminar por las noches camino al taller

Honor y gratitud

Al gran Truman Capote

Honor y gratitud

Y gratitud

Gloria y ánimo, honra con altura

Al grande, entre los grandes

Venerando al gigante histórico

Al Truman Capote inmortal

Gloria y esplendor, honra en paz.

Trenes del Bicentenario: Coche comedor

El inspector Andrés Tavella estaba en el coche comedor, leyendo un periódico del día mientras tomaba un café con leche y crema. Justamente, a su frente, se sentó la camarera y suspiró ligeramente, denotando cierto cansancio físico.

Ninguno de los dos se dijeron algo: Tavella estaba demasiado concentrado en las noticias y la camarera se sopló la naríz.

“Disculpe la interrupción” – dijo ella. Detrás de la frase. Quería llamar la atención de Tavella.

Tavella apenas miró por encima del periódico, dio un sorbo al café y siguió leyendo.

Pasó nuevamente otro rato donde no se dirigieron la palabra.

Entonces, la camarera, silenciosamente, le tomó el café a Tavella y le dejó la taza en su sitio. Luego se fue a atender a unos pasajeros.

Cuando Tavella fue a dar otro sorbo al café, se dio cuenta que la taza estaba vacía. Cerró el periódico, lo dobló al medio y lo dejó en la mesa. Se levantó y fue derecho a ella:

“Ejem………… irrumpo yo” – se anunció Tavella.

Ella tomaba el pedido de cena de los pasajeros. Uno de ellos, en la desesperación de ver al inspector, le dio el boleto.

La camarera, por supuesto, tenía una cara horrible, sus muecas eran indisimulables.

“¿A qué se debe tu molestia?” – preguntó ella.

“Solo un idiota no se da cuenta qué hago aquí”

“Supongo que a molestar pidiendo boletos”

“A menos que agarre la tramontana para tajearte el estómago”

“¿Mío?”

“Sí”

“¿Por? Si yo no hice nada”

“Entonces vomitá ya el café con leche y crema”

“Ya está haciendo su digestión, pero yo puedo ofrecerte…………..” – intentó ganar tiempo ella.

Tavella, en cambio, se le había puesto la cara de culo. Entonces decidió ir hasta el mostrador y pedir otro café. Justamente, aparece el guarda – “Mire inspector, hay incidentes en el último vagón”.

Tener que ir al vagón por pasajeros molestando fastidió en demasía al inspector.

Al llegar al lugar de los incidentes, separa a los pasajeros que peleaban y los advierte verbalmente “Esto se los aviso una sola vez: por esta vez, los dejamos, la próxima que venga el guarda avisando que están haciendo lío, llamamos a la policía y afronten a las consecuencias ¿entendido?”.

Todos contestaron estar de acuerdo. Y Tavella regresó al comedor, para tomarse el café.

“¿Tenés mi café?” – preguntó Tavella al muchacho del mostrador.

“Se lo tomó la chica” – contestó el señor del mostrador.

“Entonces hacé otro y simple”

En unos minutos hizo el café con leche y crema que tomó a medias. Se lo llevó a una mesa y siguió leyendo el periódico. Justo, pasó la camarera por detrás a dejarle un plato a los pasajeros y, sutilmente, metió la mano en el bolsillo y le sacó el celular a Tavella.

Tavella siguió distraído leyendo y en otra pasada, le llevó la plata y los documentos.

Un largo rato más tarde, Tavella revolvió sus bolsillos del saco y se dio cuenta que le habían sacado el celular, el dinero y los documentos. Pensó que había sido muy irresponsable de dejarlos por cualquier lado pero recordó que los había puesto en los respectivos bolsillos.

Los comensales de la otra mesa habían visto a la camarera sacarle las cosas a Tavella y le dijeron “Mire inspector, nosotros vimos a la chica que vino a servirnos el menú y después se dio vuelta, anduvo revolviendo algo en su saco”.

“Gracias por la información” – agradeció Tavella, se levantó y se fue a ver a la camarera.

“Gracias por venir Tavella” – dijo la camarera.

“¿Sabe a qué vine?”

“A conversar un rato, supongo”

“Si me convirtiera en un perverso, diría usted que soy un delincuente de mujeres”

La camarera no entendía nada. El muchacho del mostrador, la delató “¿Te pensás que Tavella es un pelotudo que no se da cuenta de las cosas? La estúpida sos vos, sos tan estúpida que ni siquiera te sale bien a la hora de ser una simple ratera”

“¡Sos un mentiroso!” – gritó la camarera.

“Solo un alguien de poca inteligencia va a robar delante de la vista de medio coche comedor, todo el mundo vió cómo metías las manos en los bolsillos del saco de Tavella, yo también te ví. Así que tienes dos salidas: o devuelves todo a Tavella y le das una soberana disculpa, o nosotros nos vamos a ocupar de denunciarte y solicitar que te rajen de acá. Pensalo”

Colorada como un tomate, y más vergonzosa que nunca, devolvió el celular, los documentos y el dinero a Tavella. Y soltó “Nunca supiste como cornos comandar este tren”.

Tavella hizo de cuenta que no le dijo nada y agarró las cosas. Las guardó en sus respectivos bolsillos “Espero que hayas aprendido algo de todo esto ¿no?”.

La camarera, miró la cuchilla tramontana que estaba arriba del mostrador, le miró el filo por unos segundos, la tomó e inexplicablemente le dio un puntazo en el abdomen a Tavella.

Por fortuna, no pasó a males mayores “No tengo la culpa que la camarera tenga un comportamiento tipo gaucho rabioso”.

Trenes del Bicentenario: El último día

Hete aquí que ví un nuevo día amanecer,

Pero de especiales connotaciones,

La estación y su inventario lucen impecables

Estáticos ante el final.

Cuando empecé ese día me parecía lejano,

Pero poquito a poquito, la brecha se acortó

La distancia fue cada vez menor,

Y la lejana jubilación, era un comentario.

Tantos años al servicio de los rieles

Si mal me equivoco, creo que fueron como 30,

Una cosa fue desear las vacaciones

Y otra diferente la jubilación.

En mis años he vivido de todo,

Accidentes de tren, historias de empleados, traslados,

A tantos pueblos he servido como jefe de estación

Hasta que vine acá, a Saldungaray.

Y en Saldungaray me quedé pa´ siempre

Dejando atrás mi Córdoba natal

Ahora de jubilado cuido la estación

Habiendo dejado en ella, todo de mí.

Trenes del Bicentenario: Los placeres de un ferroviario

Como soy de carne y hueso,

Y manejo trenes,

Me gané el mote de maquinista,

Más me importa hablar de una cosa:

Mis placeres como ferroviario.

Sentarme a conducir es como ir de viaje por ahí,

Sentir, respirar y gozar de la naturaleza,

Valorar los colores que regala,

Asignarles un sentido emocional,

¡Qué gran placer tenerla a disposición nuestra!

Después de acabarla jornada,

Admito que dejo dos segundos mi papel ferroviario

Y soy uno más

Con defectos y virtudes,

Lleno de vicios y placeres.

Nunca me falta el licor de huevo,

Bien espeso, mi preferido.

Ni tampoco los alfajorcitos de maicena,

Avellanas, nueces y castañas.

¡Menos mal que no sufro por el sobrepeso!

Diré que son lindas las chicas ¡Uy!

Por suerte ando suelto por la vida.

No pienso negar que jamás haya ido a la cama

Y valga la redundancia de algo:

¿es un pecado acaso ir a la cama?