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viernes, 17 de octubre de 2008

Un pacto para vivir



Fotos Gentileza: Roberto Yommi, Marcelo Soto y Fede Pallés (Del SAT)
Videos Gentileza: Fragmentos de la película de Pino Solanas (ATE Rosario)

2003 – 5 años de mí – 2008: Historias del terraplén

Desde la ventana del quiosco ubicado en el andén descubierto de la estación de Cañuelas, Elena, la quiosquera, observa con atención el movimiento de trenes. Algo más que trenes, el personal en particular. Porque es la responsable de que varios caigan bajo sus garras.

Pacientemente, mientras vende caramelos, alfajores y chocolates, le cobra a la señora que está en la ventana con sus nenes, se acerca Marcelo al tranco de paseo. Se sienta en el banquito, y cuando se va la señora con sus hijos, se acerca a la quiosquera.

Pocas palabras y dos gestos bastaron para que los dos concretaran un encuentro a solas. Es que el encuentro fue directo: a un cuartito, con un somier, Elena y Marcelo fueron a tener un encuentro íntimo.

Pero ahí no acaba todo.

Después de dos horas, Elena volvió al quiosco. No era ninguna tonta la chica: había dejado un reemplazo. Norberto oficiaba de comerciante mientras la esperaba. Cuando llegó hasta el quiosco, Marcelo se fue al tren y quedó en el negocio con Norberto.

El tren ni bien partió, el andén quedó desierto. Elena y Norberto aprovecharon para apretar como si fuesen dos novios, con la diferencia de ser dos conocidos de tránsito. Por delante apretaban, por debajo metían mano sin hacerse ninguna clase de problemas. Menos mal que las golosinas tapaban todo… casi, casi terminan en lo mejor, pero la llegada inoportuna del tren desde Ezeiza cortó todo.

Algo excitado salió Norberto del negocio y, como si hicieran relevos de personal, arribó al lugar Alexander.

Elena, como buena comerciante, había adquirido suficiente destreza, audacia y astucia para vender; también empleó esas mismas virtudes para aprender el oficio de la chica de buenos momentos, a la vera de la vía.

Desde su llegada, hace unos cinco años atrás, permitió darle un poco de alegría a la estación. Pero en los últimos tres años, las andanzas del personal se hicieron muy conocidas entre todos, y no faltó quien las desparramara por todos lados, y se hicieron eco en las bases de Temperley, Lavallol, Escalada y, en Plaza Constitución llegó muy atenuado.

Alexander era muy popular a la hora de las andanzas terrapleneras. No perdía ocasión de estar con cuanta muchacha se le cruzara por delante del tren. Pero de todas sus conocidas, Elena tenía ganada por varias cabezas la medalla de oro: siempre elegía Cañuelas para sus aventuras amorosas, y él mismo las contaba en un papelito con un lenguaje raro, y las guardaba a todas. La prefería a ella porque según él “Era la que mejor entendía sus gustos en la cama”. Bueno, a él le era lo mismo tener una cama, porque siempre tenía el as bajo la manga para tener un rato amoroso. Ninguna clase de delicado el hombre.

Elena tenía en un cuadernito escrito en italiano las correrías diarias. Tenía ese cuaderno escrito en italiano porque, en caso de que viniera algún curioso externo, no entendiera absolutamente nada. Como que de hecho ha sucedido varias veces, que solo alcanzaron a hojearlo, pero nunca lograron entender ese italiano que habla y escribe muy fluidamente.

Pero un buen día, aterrizó al negocio Mario. Como buen amigo de andanzas, sabía como era el juego. Y con el tiempo se convirtió en habitué de Cañuelas. Hasta que, mientras Elena atendía unos clientes, Mario sacó de un cajón un cuaderno. Lo abrió y vió esas escrituras. Y las empezó a leer. Elena miraba de reojo a Mario leyendo las escrituras y le sonó sospechoso que estuviera detenido en la primer hoja, con atención. Cuando acabó, deseó saber cuál fue el motivo que lo llevó a mirar ese cuaderno.

Mario le dijo que su técnica empleada era buena, pero acabaría por aclararle que él se dedica a hacer traducciones de italiano. Y le leyó las notas del cuaderno. Le ofreció darle una perfección del italiano a cambio de buenos momentos a solas. Y así fue. Él se convirtió en el “docente” de italiano, mientras Elena perfeccionaba el idioma. Sin descuidar el motivo principal por el cual aterrizó.

Un día, por esas cosas, Matías hacía maniobras con una locomotora de Ferrosur. Y desde la cabina vió unos movimientos extraños. Sigilosamente, dejó el vehículo, camino y con todo el tiempo del mundo, escondido en un árbol, pudo observar que Elena tenía relaciones con un auxiliar de la estación. Lo hizo hasta el final, salió como que si nada sucediera, cruzó la vía y se fue con los compañeros a la casilla. A comentar lo que había visto en el quiosco. Justamente, no falto Lisandro que oyó la conversación que había tenido con sus compañeros sobre lo que vió. En la oficina de la Unidad lo atajó a Matías. Sin mediar demasiadas palabras, le mostró un video donde aparecía él mismo, y otros compañeros de Ferrosur con la quiosquera.

Y se armó el tole tole monumental.

Como si el andén fuera el cuadrilátero de boxeo, se enfrentaban todos contra todos. Mientras, Elena atendía su quiosco.

Primero fueron a las palabras, para luego saltar a los fuertes gritos e insultos. Pero luego apareció Elena, quien enfundada en una bata, se puso en el medio, se quitó el cinturón y dejando caer la bata, quedó con lo básico cubierto. Y los contrincantes enmudecieron. Clavaron sus ojos en el físico de ella. A nadie le convenía que estas cosas se supieran.

El único al cual se le pudrió el rancho fue a Lisandro. Porque Ferrobaires lo despidió, según las malas lenguas, por “prostibulero”, y vaga en las oficinas como administrativo en la municipalidad.