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domingo, 9 de mayo de 2010

Trenes del Bicentenario: Al más grande, entre los grandes

En los cables, sobre los rieles y un trole

El trabajo, llevar y traer pasajeros

Desde las maderas hasta las vigas que te forjaron

Y varios tornillos con ruedas y un trole

Hicieron al grande Truman Capote.

Con las luces tú iluminaste el andar en los rieles

En el día y la noche, el frío y el calor, ahí estuviste

En la pujante Buenos Aires luchaste siempre,

Entre los autos, y los colectivos que te harían a un costado

Con tu trole, sobre rieles, llevaste a varias generaciones.

En su corazón y alma de tranvía, la madera guarda ese olor

En tus mandos pasaron varias generaciones de conductores

Y al iluminar por las noches camino al taller

Honor y gratitud

Al gran Truman Capote

Honor y gratitud

Y gratitud

Gloria y ánimo, honra con altura

Al grande, entre los grandes

Venerando al gigante histórico

Al Truman Capote inmortal

Gloria y esplendor, honra en paz.

Trenes del Bicentenario: Coche comedor

El inspector Andrés Tavella estaba en el coche comedor, leyendo un periódico del día mientras tomaba un café con leche y crema. Justamente, a su frente, se sentó la camarera y suspiró ligeramente, denotando cierto cansancio físico.

Ninguno de los dos se dijeron algo: Tavella estaba demasiado concentrado en las noticias y la camarera se sopló la naríz.

“Disculpe la interrupción” – dijo ella. Detrás de la frase. Quería llamar la atención de Tavella.

Tavella apenas miró por encima del periódico, dio un sorbo al café y siguió leyendo.

Pasó nuevamente otro rato donde no se dirigieron la palabra.

Entonces, la camarera, silenciosamente, le tomó el café a Tavella y le dejó la taza en su sitio. Luego se fue a atender a unos pasajeros.

Cuando Tavella fue a dar otro sorbo al café, se dio cuenta que la taza estaba vacía. Cerró el periódico, lo dobló al medio y lo dejó en la mesa. Se levantó y fue derecho a ella:

“Ejem………… irrumpo yo” – se anunció Tavella.

Ella tomaba el pedido de cena de los pasajeros. Uno de ellos, en la desesperación de ver al inspector, le dio el boleto.

La camarera, por supuesto, tenía una cara horrible, sus muecas eran indisimulables.

“¿A qué se debe tu molestia?” – preguntó ella.

“Solo un idiota no se da cuenta qué hago aquí”

“Supongo que a molestar pidiendo boletos”

“A menos que agarre la tramontana para tajearte el estómago”

“¿Mío?”

“Sí”

“¿Por? Si yo no hice nada”

“Entonces vomitá ya el café con leche y crema”

“Ya está haciendo su digestión, pero yo puedo ofrecerte…………..” – intentó ganar tiempo ella.

Tavella, en cambio, se le había puesto la cara de culo. Entonces decidió ir hasta el mostrador y pedir otro café. Justamente, aparece el guarda – “Mire inspector, hay incidentes en el último vagón”.

Tener que ir al vagón por pasajeros molestando fastidió en demasía al inspector.

Al llegar al lugar de los incidentes, separa a los pasajeros que peleaban y los advierte verbalmente “Esto se los aviso una sola vez: por esta vez, los dejamos, la próxima que venga el guarda avisando que están haciendo lío, llamamos a la policía y afronten a las consecuencias ¿entendido?”.

Todos contestaron estar de acuerdo. Y Tavella regresó al comedor, para tomarse el café.

“¿Tenés mi café?” – preguntó Tavella al muchacho del mostrador.

“Se lo tomó la chica” – contestó el señor del mostrador.

“Entonces hacé otro y simple”

En unos minutos hizo el café con leche y crema que tomó a medias. Se lo llevó a una mesa y siguió leyendo el periódico. Justo, pasó la camarera por detrás a dejarle un plato a los pasajeros y, sutilmente, metió la mano en el bolsillo y le sacó el celular a Tavella.

Tavella siguió distraído leyendo y en otra pasada, le llevó la plata y los documentos.

Un largo rato más tarde, Tavella revolvió sus bolsillos del saco y se dio cuenta que le habían sacado el celular, el dinero y los documentos. Pensó que había sido muy irresponsable de dejarlos por cualquier lado pero recordó que los había puesto en los respectivos bolsillos.

Los comensales de la otra mesa habían visto a la camarera sacarle las cosas a Tavella y le dijeron “Mire inspector, nosotros vimos a la chica que vino a servirnos el menú y después se dio vuelta, anduvo revolviendo algo en su saco”.

“Gracias por la información” – agradeció Tavella, se levantó y se fue a ver a la camarera.

“Gracias por venir Tavella” – dijo la camarera.

“¿Sabe a qué vine?”

“A conversar un rato, supongo”

“Si me convirtiera en un perverso, diría usted que soy un delincuente de mujeres”

La camarera no entendía nada. El muchacho del mostrador, la delató “¿Te pensás que Tavella es un pelotudo que no se da cuenta de las cosas? La estúpida sos vos, sos tan estúpida que ni siquiera te sale bien a la hora de ser una simple ratera”

“¡Sos un mentiroso!” – gritó la camarera.

“Solo un alguien de poca inteligencia va a robar delante de la vista de medio coche comedor, todo el mundo vió cómo metías las manos en los bolsillos del saco de Tavella, yo también te ví. Así que tienes dos salidas: o devuelves todo a Tavella y le das una soberana disculpa, o nosotros nos vamos a ocupar de denunciarte y solicitar que te rajen de acá. Pensalo”

Colorada como un tomate, y más vergonzosa que nunca, devolvió el celular, los documentos y el dinero a Tavella. Y soltó “Nunca supiste como cornos comandar este tren”.

Tavella hizo de cuenta que no le dijo nada y agarró las cosas. Las guardó en sus respectivos bolsillos “Espero que hayas aprendido algo de todo esto ¿no?”.

La camarera, miró la cuchilla tramontana que estaba arriba del mostrador, le miró el filo por unos segundos, la tomó e inexplicablemente le dio un puntazo en el abdomen a Tavella.

Por fortuna, no pasó a males mayores “No tengo la culpa que la camarera tenga un comportamiento tipo gaucho rabioso”.

Trenes del Bicentenario: El último día

Hete aquí que ví un nuevo día amanecer,

Pero de especiales connotaciones,

La estación y su inventario lucen impecables

Estáticos ante el final.

Cuando empecé ese día me parecía lejano,

Pero poquito a poquito, la brecha se acortó

La distancia fue cada vez menor,

Y la lejana jubilación, era un comentario.

Tantos años al servicio de los rieles

Si mal me equivoco, creo que fueron como 30,

Una cosa fue desear las vacaciones

Y otra diferente la jubilación.

En mis años he vivido de todo,

Accidentes de tren, historias de empleados, traslados,

A tantos pueblos he servido como jefe de estación

Hasta que vine acá, a Saldungaray.

Y en Saldungaray me quedé pa´ siempre

Dejando atrás mi Córdoba natal

Ahora de jubilado cuido la estación

Habiendo dejado en ella, todo de mí.

Trenes del Bicentenario: Los placeres de un ferroviario

Como soy de carne y hueso,

Y manejo trenes,

Me gané el mote de maquinista,

Más me importa hablar de una cosa:

Mis placeres como ferroviario.

Sentarme a conducir es como ir de viaje por ahí,

Sentir, respirar y gozar de la naturaleza,

Valorar los colores que regala,

Asignarles un sentido emocional,

¡Qué gran placer tenerla a disposición nuestra!

Después de acabarla jornada,

Admito que dejo dos segundos mi papel ferroviario

Y soy uno más

Con defectos y virtudes,

Lleno de vicios y placeres.

Nunca me falta el licor de huevo,

Bien espeso, mi preferido.

Ni tampoco los alfajorcitos de maicena,

Avellanas, nueces y castañas.

¡Menos mal que no sufro por el sobrepeso!

Diré que son lindas las chicas ¡Uy!

Por suerte ando suelto por la vida.

No pienso negar que jamás haya ido a la cama

Y valga la redundancia de algo:

¿es un pecado acaso ir a la cama?

sábado, 17 de abril de 2010

Trenes del Bicentenario: La manicuria de Manuela



Por fin llegó mi día. El día que toda locomotora espera para…………….. meh, para no exactamente dar un paseo. Sino para ir de vacaciones no a la playa, nooooooooooooooooooooooo, nada de eso, sino de vacaciones al spa. Perdón muchachos si causo algo de envidia con esto, pero yo con mi cumpas de laburo vamos al spa mecánico, valga la redundancia. Es que los muchachos dijeron que era hora de hacer una revisión general y vamos al taller.

Me enviaron, porque fui yo solita por mis medios, al taller en Spurr. No se crean que Spurr está en el otro mundo, es Bahía también! Así que contenta y sonriente hice la distancia y, a metros de llegar, ya sonreía de oreja a oreja. Lo único lastimoso fue tener que molestar a los mecánicos que no tenían ganas de laburar. Y bué……………. Por eso se les garpa un salario ¿no? Y pensando mejor, nadie les dijo que tenían que hacerlo hoy! Podían haber empezado cualquier día. Mientras esté reposando, yo bien gracias.

Llegué e hizo de cuenta que lo que entró no fue una locomotora, sino una ráfaga de viento. En realidad, empezaron con el spa a los tres días después que llegué ahí.

Directamente me dejaron con todo el triperío al aire libre! Era un pedazo de carcaza con una cabina y los motores ni siquiera existían! Es que se los habían llevado para repararlos, los filtros estaban con demasiado hollín, los cilindros estaban demasiado ajados, fueron a comprar unas lucecitas para mí. Uf, ellos en sus caras se expresaba el apuro que tenían por terminar el laburo, yo hacía todo lo posible para que la estancia en el spa fuera lo más larga posible.

Un buen día cayó una llamada preguntando el plazo de reparación y alguno por ahí dijo que no sabía cuanto. No quiero imaginar la cara del amigo cuando supo del plazo incierto, por parte mía, ni fu ni fa.

Pero la cosa no venía solo de motores simplemente. Es que las ruedas las llevaron a darles un buen torneado creo a un taller de Ferrosur porque aparentemente el torno de Spurr estaba roto. Bendito el ingeniero que pisó ese día por acá y supo de eso! Si que estaba como pa´ chiflar monos! No quedó otra y encima había cola de espera porque adelante mío había un par de GT´s esperando tornear sus ruedas y en tercer lugar venía yo. Por un lado, podía darme por satisfecha.

Después de unos veinte días – valga la redundancia que hubo un paro en el medio – llegaron mis ruedas torneaditas, es decir, reperfiladas, así al menos se gastan de los dos lados! Por suerte, me montaron hasta dejarme toda armadita, eso sí, no tienen ni la más pálida idea del tufo a masilla que despedía…………………………….

Dos días después, cuando el tufo a masilla se evaporó, vinieron los muchachos de la lata, el pincel, escaleras y a pintar. Es mi sección favorita, la pintura. Es como maquillar a una mujer, pero acá te ponen pituca para salir al ruedo otra vez, pero por desgracia, ese maquillaje se va perdiendo a medida que vamos de aquí para allá, o cuando no nos toca una vía hecha pelota, las ramas van pelándonos a rayones mal………………….. pues bien, así somos las locomotoras, sin importar qué transportamos. Todas merecemos una pasada por el spa ¿no?


Trenes del Bicentenario: El diario íntimo del jefe nacido en Santa Fe que se fue a Bariloche

Dice así:

20 de enero: Hoy soy feliz. Por fin puedo decir chau al calor, la humedad y los mosquitos y me mudo con mis cacharros a la estación de Bariloche. Que feliz que soy. Que hermosas son las montañas. Que bonito el lago. Que paisaje más agreste. Que bella campiña.

25 de enero: Como es verano, no me preocupa la nieve. Me preocupa que la estación está muy sucia, toda llena de basura y creo que voy a sucumbir dentro de ella, pero me entretiene estar ordenando mi espacio donde voy a vivir. Es divertido, los trenes vienen una vez cada muerte de obispo y los empleados casi ni los veo. Que gran vida esta.

6 de febrero: Llueve. Aún pienso en toda la basura que tengo por sacar y hace dos días que no para de llover. No tengo teléfono porque de la compañía aún no se les antojo mandar al técnico para que lo repare. Eso sí, soy feliz porque ayer fui al centro cívico, pasé por el banquito y me traje unos sopes encima. Sin contar que me cagué mojando un poco…………………

14 de febrero: El maquinista del tren trae una cara de orto que se le raja al medio y para colmos lo tengo de huesped. Para no acordarme de eso, decido llamar a mi primo a Santa Fe y el muy guacho se estaba comiendo un lechón asado en el patio y yo había comido apenas un guisado de frijoles. Si todo era poco, el maquinista casi me pone el plato de comida de sombrero. Menos mal que no le dije buenas noches porque creo que me muerde……..

1 de marzo: Joda ferroviaria. Tenía el día para mí y decidí salir de picnic a las montañas. Cuando tenía todo listo, llaman por teléfono de la empresa que el tren local circulaba como cualquier día común y corriente. Eso me puso la cara de tuje y adios el picnic.

9 de abril: Hace rato que es otoño y el viento se siente en la cara. El andén parece el ceamse de las hojas que hay caídas en el piso. Las barro y al día siguiente, tengo la misma cantidad y mayor. Estoy un poco cansado de barrer hojas y quemar.

25 de mayo: ¡Feriado! Y vino la primer nevada. Abrí la puerta y el frío me avanzó por todos lados. El andén y las vías estaban cubiertas de nieve, caía en bonitos copitos. Salí corriendo al andén y me fabriqué un muñeco. Después jugamos con el personal de la cuadrilla a una guerra de bolas de nieve.

21 de junio: Invierno. Acá hace como dos semanas que no para de nevar. No puedo asomar la nariz y tengo un frío terrible. Llamé a mi primo en Santa Fe y el muy maricón no me quiso atender porque estaba ocupado. Seguro que al rato irá a pescar algo a la ribera del río Paraná.

2 de agosto: Por suerte pude salir para dar una vuelta en la ciudad. Aproveché a ir al supermercado y casi se me va el sueldo entero en mercaderías. Además, tuve que comprar cables porque casi me electrocuto con la plancha tratando de saber si era la plancha la que no andaba o si era la instalación la que estaba podrida.

15 de agosto: Nuevamente tengo huéspedes en la estación y por la noche, aparecieron los ratones. ¡Casi me acogotan! Tuve que cambiar las camas, lavar las sábanas y llamar a la empresa para que urgente vinieran a hacer una desratización.

27 de agosto: Aún sigo esperando esa maldita desratización y un cambista tuvo la brillante idea de rociar la madriguera con soda caústica. Para los colmos, la madriguera estaba en la cocina y ¡cuándo podía sacar ese olor! ¡Me cago en las ratas, la estación de trenes, los trenes, el cambista y todo junto!

5 de septiembre: Decidí llamar a mi primo a Santa Fe y me enteré que el muy guacho se metió en Nuevo Central Argentino. Entonces mi sesera empezó a carburar y le pregunté si no había lugar para alguien más y me contestó que iba a ver qué sucedía. Me juego la cabeza que se fue a Victoria, a jugarse unos mangos.

13 de septiembre: La compañía de teléfonos cortó la línea por falta de pago. Lo único que tengo para subsistir es mi celular y a limpiarme los bigotes. Para colmos, se cayó una señora nevada y a la salida, justo ahí no más de la estación, me resbalé en el hielo, caí y me partí una gamba.

30 de septiembre: Hoy por fin me quitaron el yeso. Me llamó mi primo desde Santa Fe para avisarme que diera aviso si quería meterme en NCA, sin dudarlo, dije que sí. Lo único que me quedaba era trabar contacto con Tren Patagónico para que encontraran algún ferroviario cornudo que quisiera venirse a vivir a esta porquería fría que es Bariloche.

13 de octubre: Por fin vino el nuevo jefe. Ya firmé la renuncia. Me tomé el tren a Viedma, luego de ahí seguiré a Patagones hasta Constitución. Después me tomo el rosarino. Luego de haber andado tanto tiempo viajando, me voy a Sauce Viejo a comer un rico asado, después al metegol en lo de mi primo y al día siguiente, a estrenar nueva empresa de laburo. ¡Por fin de nuevo con el calor, la humedad y los mosquitos! ¡Eso sí que es vida!

Trenes del Bicentenario: Terremoto en viaje

No era mi primer terremoto que sufría, ni tampoco el último. Estaba justo en la mitad del recorrido en el ramal del C-14 cuando todo sucedió en apenas unos poquitos segundos que, sin embargo, se transformaron en una eternidad. Recuerdo que iba con mi socio tomando mate cuando las montañas se movieron bruscamente, un extraño temblor se instaló en mi estómago y, por el espejo retrovisor de la máquina, pude ver que los vagones se estaban moviendo de un lado a otro, percibía el sonido de los enganches rompiéndose y los vagones desprendiéndose y rodando como pelotitas hacia el barranco. Estaba de suerte: no llevaba carga alguna y eso me puso dos segundos en calma.

Estábamos solos y en el medio de la soledad. Era poco posible pensar en una salida cuando no se sabía con certeza cómo podía acabar el final. Pero por suerte, el temblor desapareció y volvió la calma. Mi socio estaba nervioso pero era muy aventurado decir que estábamos seguros. Preferimos salir de la cabina y ver qué había pasado en aquellos momentos eternos.

- ¡Estamos en problemas! ¡Perdimos unos siete vagones en el barranco!

Volví y tomé la radio. Avisé de lo que había sucedido pero, evaluando que Argentina es un país para aventureros, seguir viaje a la base con el resto del tren podía ser digno de ser considerado una osadía.

A lo largo de la vía, los estragos estaban a la vista de quien quisiera venirse con varias 4 x 4 a verlos: los rieles habían sufrido un serio deterioro, vivoreos, y revirados también. ¿Podía ser que aquel terremoto hubiera aflojado nuestra ruta de viaje? Era posible que sí, pero mi socio, mi buen compañero de aventuras, lo tomó con la siguiente filosofía “Es hora de confiar en nuestros conocimientos y en nuestra pericia”.

Era un poco complejo rodar por aquella maltrecha ruta. Pensando mejor, así demorásemos una eternidad, íbamos a llegar a puerto seguro. Para colmos, desde las cimas no dejaban de caer rocas, yo pensé que alguna nos iba a obstruir el camino, que de hecho, tampoco nos la hizo tan sencillo poder viajar.

A esta altura, el miedo era un simple y mero recuerdo de una aventura viajera, que no por eso me iba a dar por vencido y no iba a volver más aquí. No. Disfrutamos y amamos ser insectos diminutos trepando las montañas entre el cielo azul y un sol radiante. Amamos viajar de día, odiamos andar en la noche y tenemos un buen motivo: es muy traicionera.

Era evidente que el terremoto había castigado bastante: pasamos por un paraje y las pocas casitas que hay, tenían evidencias de haber sufrido el mismo temblor que nosotros kilómetros atrás. Fue cuando sentimos mucha pena y se me volvió a estrujar el estómago, pero al mismo tiempo pensé que no tengo nada diferente a ellos, que seguramente es posible que mi casa, también la encuentre en las mismas condiciones que la de ellos.

Era de noche cuando llegamos a la base. Ellos estaban sorprendidos de ver cómo hicimos para sortear las consecuencias del mismo temblor que sufrimos nosotros cientos de kilómetros atrás. Todos nos confundimos en un gran abrazo coincidiendo en una cosa: no considerarnos víctimas, sino protagonistas de un hecho al cual, nadie deja de ser protagonista.

Trenes del Bicentenario: En el norte, bien arriba

Ulises amaba su trabajo de viajero. Su ramal favorito era el C-14, aquel que conecta Socompa con Chile. Le gustaba mucho vagabundear ese desierto paraje mientras llevaba consigo detrás un largo convoy de vagones. Sus ojos parecían mirar absortos la quietud del paisaje, examinar hasta el último detalle y, de vez en cuando, vigilar que su tren, que todo esté bien. Bien sabía que apenas se alejaba un poco las cosas se perdían entre el valle y el vacío. En este momento se estaba sintiendo un insecto.

El viento que castiga afuera es fuerte, pero está acostumbrado. Adentro sabe que la máquina lo cobija mientras todo ande bien. Bien mientras ella no se revele a su naturaleza salvaje y siga obedeciendo los mandatos del conductor. Ulises conoce el viento de la montaña, en las alturas, un cambio climático o una falla técnica es suficiente para que un viaje termine mal.

Todos los que están en el norte conocen el ramal c-14 de memoria. Muchos rehusan hacer ese camino pero no siempre hay escapatoria. Todos recuerdan Ojos del Agua. Todos saben cuán salvaje es la naturaleza. Y uno simplemente es un poroto.

Entre las montañas, ese tren de carga parecía un trencito de juguete serpenteando y trepando las alturas. Repostando agua en algún solitario paraje. O llegando glorioso después de haber cumplido su misión. Pero para el final falta un trecho largo, recién salió de la base.

La luz se apagaba y el lucero de aquella máquina guiaba el tren en el andar. El ruido se perdía en el silencio y la quietud de las montañas. Todo muy quieto, todo muy tranquilo.

La naturaleza es sabia, bien todos lo saben. Saben que a veces los traiciona en pleno viaje y la noche guarda sus cosas. Pero para la sorpresa de Ulises, pasó como una noche más.

El amanecer era un lindo espectáculo ver cómo el sol salía entre las montañas elevándose en medio de ese cielo tan azul, libre de nubes. Simplemente en silencio, que lo único que osaba hacer ruido era el tren que pasaba. Esa gran tranquilidad dejo de ser tan agradable hasta que la tierra se movió. Ulises siguió la marcha y pensó que bajar aún más la velocidad del tren podría ayudar a pasar el mal momento.

La tierra volvió a moverse y esta vez sí que frenó. Frenó para ver cómo las montañas parecían moverse, desde sus cimas caían rocas de tamaños y pesos diversos y la vía, el sendero que guiaba el tren, estaba siendo destruida.

No supo como reaccionar. Simplemente se limitó a mirar absortamente desde la cabina los cinco minutos en los cuales la tierra se movió bruscamente.

Bien sabía que no podía hacer mucho.

Al menos, tomó el teléfono y llamó a la base para pedir auxilio – Por favor, vengan a auxiliarme, hubo un terremoto -.

Y después todo volvió a la normalidad. Los desastres estaban a la vista, pero la vía, era imposible de ser utilizada. No quiso seguir por miedo a caer al barranco.

Por la noche, lo sorprendió otro movimiento de la tierra. Dormía. Pero despertó abruptamente cuando el tren caía al fondo del barranco. Y no más.

Por eso, los compañeros de Ulises tienen el cuenta el diario rutero que alguna vez les escribió:

“Compañeros: la vía es el mayor placer que puede existir en materia de viajes, mientras la parte técnica ande como a uno siempre le gusta. Pero la mayoría de las veces nos olvidamos de la madre naturaleza que en su silencio que nos envuelve para relajarnos en el sueño, nos pone siempre a prueba, a ver cuán preparados estamos. Pero sepan que mientras seamos ferroviarios acá en las montañas, es posible perder la vida en el viaje, y por eso no hay que temer. Solo hay que respetarla. Cada viaje, es una aventura, y finalizarlo, es sentir orgullo y gloria de haber completado algo”.

Después de todo, es cierto ¿verdad?

Trenes del Bicentenario: Pehuajó

Un poco en serio, y otro en broma, en la ciudad de Manuelita, en pleno marzo del año 2010, el sótano de la estación de trenes ha vuelto a ser noticia. Más precisamente, fue sacudida por un crimen de singular ferocidad, más notable por el alto rango laboral que ocupaba la víctima. Los detalles eran pocos, imprecisos e inquietaban a cualquiera que quisiera aventurarse a saber más detalles del caso. En la estación, bien se sabía que el auxiliar, un joven cordobés de apellido Méndez Cueto había pedido traslado a la base de Carmen de Patagones, y en su lugar, vino un viejo oriundo de Olascoaga, más conocido como el “Viejo Loureiro” (Loureiro es el apellido, al menos es lo que se sabe). Vino a hacerse cargo de la estación. Los conocidos de su lugar de origen sabían los grosos antecedentes que escondía este viejo patón, gordito, canoso, grandote y de tupida barba blanca.

Se sabe que trata con rudeza a los empleados en la playa ferroviaria. Es inevitable que algún día no haya algún grito, o es posible que acabe insultando a alguno. Y a todos les molesta. Es por eso, que algunos maquinistas de Ferroexpreso Pampeano optaron por tomar otras vías y no bajar por ahí. Nadie investigaba nada hasta que Papalardo bajó con su tren no por simpatía a Loureiro, sino por la curiosidad. Papalardo llegó con su tren cerca de las once. Aunque hubo niebla esa madrugada, la niebla algo se disipó y pudo ver borrosamente la luna llena. Al parecer, Papalardo accedió en absoluto silencio a la oficina de Loureiro y descubrió un libro de contadores. Lo abrió y lo hojeó, dedujo que el viejo era muy amante de las matemáticas o, bien, sabía muy bien como llevar los registros contables.

Siguió hojeando el libro y descubrió que en los lugares donde había estado, había sido trasladado a otro, pues no explicaba cómo podía ser que figuraran tantos destinos y en diversas líneas, hasta de líneas clausuradas por donde no andan trenes de pasajeros. Al parecer, el viejo tenía sus negocios. Tenía mucha habilidad para manejar los ingresos de material del ferrocarril y luego revenderlos, para después hacerle creer al ferrocarril que hubo un robo o fue un extravío.

Detectó que en uno de los pueblos, al parecer fue en Shaw, el viejo tenía un garito clandestino y las apuestas se contaban a miles. No podía explicar cómo una persona de oficio ferroviario, y jefe de una estación, podía enriquecerse de esa manera. En un papel, todo garabateado por un tercero, dice que el garito se levanta porque una noche hubo serios quilombos entre un apostador y la casa, parece que el viejo se quedó con un vuelto y esta persona no se iba a ir sin que le dieran su parte. El viejo desenfundó su arma y lo mató sin más. Los vecinos llamaron a la policía y cuando llegaron al lugar, la escena del crimen había sido limpiada y todo quedó en la nada.

Ni en Olascoaga lo quieren que se lo mandaron a Vaccarezza, pero no tuvo suerte vendiendo las cosas del ferrocarril. Escondía un recorte de diario donde un peón de la cuadrilla redactó una denuncia al juzgado de Mercedes, por la venta de los durmientes.

Cuando Papalardo parecía haber descubierto los verdaderos antecedentes de Loureiro, el viejo lo sorprendió por detrás, abrió el sótano y lo bajó a Papalardo a las patadas limpias.

Papalardo rodó los veinte escalones tipo barco hasta el mugriento suelo. En la caída, se había lastimado todo el rostro, nada más. Cuando se reincorporó para hacerle frente, no tuvo tiempo que el viejo lo volvió a empujar violentamente contra la pared. Esta vez sí se había roto una muñeca, la de su mano izquierda, gemía de dolor. Era insoportable.

“Quejate de dolor todo lo que quieras imbécil” – le dijo el viejo despectivamente y tomó un hacha con la cual le cortó media pierna.

Papalardo supo que de esta no sadría vivo. Su pierna parecía brotar un río torrentoso de sangre. Luego sintió cómo su brazo derecho era separado de su cuerpo. Después siguió por su pierna izquierda y acabó con el brazo izquierdo.

“Termine de matarme Loureiro, no tiene sentido esto” – suplicó Papalardo muy malherido.

Loureiro tomó una marca de animales y la calentó al máximo. Con un cuchillo, abrió el pecho y con la marca fue apretando lenta y gradualmente, hasta reventar el corazón. Luego, el viejo limpió todo. Y el cuerpo lo enterró en el tupido jardín de margaritas.

Ese lunes llegó un tren de ALL. El supervisor de tráfico fue hasta el baño y le llamó hondamente la atención la prolijidad de los sanitarios y el jardín. Cuando salió del baño, ve algo raro y se acerca. Lo toma y tira. Saca un pedazo de puño de camisa. Se lo guardó en el bolsillo. Se va un locutorio en el centro de la ciudad y llamó a un conocido de General Pico:

“Tengo mis sospechas que nuestro cumpa Papalardo tuvo un final amargo”

“¿En qué te hace pensar al respecto?” – preguntó su interlocutor.

“En lo siguiente: hoy fui al baño, cosa rara que estuviera radiante, cuando por lo general ese baño nunca recibe una limpieza, aparte, el jardín también estaba algo revuelta la tierra…”

“¿Y entonces…?”

“Oh, cosa, que entre la tierra había un pedazo de puño de camisa de grafa color azul”

“No me digas que…………………..”

“Espero que estés pensando lo mismo que yo porque algo me hace pensar que acá hay gato encerrado”

Se tomó el tren de pasajeros a Mercedes. Se pasó un día entero para poder tener una entrevista con un fiscal.

“¿A qué me viene a ver a mí si usted no tiene antecedentes?” – comentó el fiscal.

“Simple: tiene que investigar en la estación de Pehuajó. El sótano siniestroso y el jardín esconden algo raro”

“¿En la estación de Pehuajó hay un sótano?”

“Si”

“Digame… ¿qué puede haber según usted en el sótano?”

“Pues… últimamente hasta donde sé, se hablaba de que alguien podía estar en el sótano muerto”.

Una noche, apareció la cuadrilla de Ferrobaires. Siete hombres vestidos al estilo de detectives norteamericanos, con sobretodos largos y armas largas y cortas, fueron dispuestos a ajusticiar al viejo Loureiro.

Golpearon la puerta despacito pero nadie atendió. Abrieron la puerta a las patadas, se metieron buscando a Loureiro pero no lo encontraron en ninguna parte. Salieron a afuera y en el jardín encontraron el cuerpo todo separado en partes de Papalardo. Fueron a los baños y en uno de ellos descubrieron que Fonseca había sido maniatado y puesto cabeza abajo para que se ahogara con el agua.

El capataz le recordó a sus muchachos que esa noche había joda en la seccional de la Unión Ferroviaria en la ciudad. Y se fueron todos en un coche desvencijado, a toda velocidad por la ciudad.

Llegaron a la seccional de la Unión Ferroviaria y encontraron que había una fiesta de disfraces. Aunque uno de ellos supo que Loureiro llevaba el disfraz de Papá Noel. Uno a uno fueron entrando y al rato, la alegre fiesta empezó a silenciarse.

“¿Así festejas el día del ferroviario matando a tus compañeros, los ferroviarios?” – le gritaron desde las alturas.

Y el viejo Loureiro salió corriendo del lugar.

Los demás salieron a seguirlo. La cuadrilla vestida a lo detectivesco, lo alcanzó a los pocos metros.

Maniataron al viejo Loureiro y un séquito de pobladores siguieron a la cuadrilla para ver qué pasaba. Todos sabían de la mala fama de este tipo en el lugar.

Condujeron al viejo Loureiro a la estación “Mira viejo, si debe haber un lugar donde elegir para ajusticiarte, debe ser este, la estación de trenes. Tú mismo con tus asquerosos antecedentes has hecho que todo Pehuajó entero te odiara hasta el extremo y los que laburan detrás de los trenes de carga sienten la presión de estar caminando por calles dominadas por su mafia. Como no hay tiempo de llamar a un patrullero para que te lleve, ni de avisar a la empresa a que te despida, nosotros te vamos a despedir delante de toda esta multitud que ha venido a verte sufrir, padecer, humillarte…………… morir como quien diría. Va a ser la única forma de que todos los muertos que has matado a lo largo de tu vida puedan descansar en paz definitivamente. No es nuestro el trabajo ni la forma de impartir justicia pero en un país donde no hay nada para los justos, los muchachos vamos a enseñarte a morir” – le habló bien clarito el capataz.

Entre todos, con dos escaleras altas, colocaron un cable de acero en una vieja señal de brazo. Cuando todo estuvo listo, hicieron subir al viejo y uno por atrás, lo acomodaron colocándole una bolsa tapándole la cabeza. El viejo les gritó “Se van a arrepentir par de guachos malparidos”

“No te preocupes que si querés te piso con la máquina que está estacionada” – le contestó.

“No hace falta tanto, ya se vá” – le contestó su compañero y entre los dos empujaron al viejo Loureiro. El peso de su cuerpo hizo que el cable de acero fuera la trampa mortal.

Hasta el día de la fecha, el cuerpo del viejo Loureiro sigue ahí colgado…………… vaya uno a saber para qué.

lunes, 8 de marzo de 2010

Trenes del Bicentenario: El padre y el hijo

General Pico luce como una ciudad, una ciudad que se mueve por las mañanas y después del mediodía, se duerme una siesta para después volver a su rutina habitual. A sus habitantes se les dibuja todavía la sonrisa, hasta para brindar por un nuevo y próspero año nuevo. Porque como todos, sueñan. Y soñar no es ningún delito.

En toda la ciudad, solo hay un lugar que hace años parece haberse dormido en los recuerdos, sueños y promesas inconclusas: la estación de trenes. Valga la redundancia, uno la mira y se preserva como esperando el tren…………………. Así fue como Manuel Casanovas le mostró a su hijo Andrés desde chico cómo fue perdiendo a la par de los trenes… en los últimos tiempos, llevó a su hijo consigo para mostrarle la inmensidad de un paisaje que era devorado por un corcel de acero obediente a sus órdenes. Andrés solo sabía de disfrutar del viaje.

Aquel último viaje, fue una tragedia. Manuel sabía perfectamente que muchos de sus compañeros se quedarían en la calle y sospechaba que él era uno. A ese último viaje le sacó el máximo provecho, de lo que no pudo quitarse de encima fueron los rostros de quienes fueron a despedir a sus familiares en las estaciones intermedias. Andrés se quedo dormido, era lógico, es un viaje cansador, deseaba llegar. Pero cuando llegó al final del recorrido, Manuel lloró delante de aquel coloso de acero como suplicándole que no los abandonara. Entonces, su hijo le preguntó “Papá, ¿por qué lloras? ¿mañana no va a venir el tren?”.

Con sus ojos empapados en sus propias lágrimas y una voz lastimera, le contestó “Mañana no viene el tren. Y no va a volver por largo tiempo…”.

“¿Y quién dijo que no hay trenes mañana?”

“Dentro de varios años sabremos”

“¿Acaso no fue el presidente que está ahora?”

“El presidente es un títere. Lo mandaron y listo”

“¿Y no hay trenes mañana papá?”

“No hijo, mañana y pasado y por el resto de los años que vengan, no habrá trenes”

“¿Y vos dónde vas a trabajar?”

“A ninguna parte. Tengo que buscar un nuevo trabajo para darte tu sustento hijo”

“¿No me vas a llevar más de viaje en tren?”

“No hijo, no iremos más en tren”

Durante los años que cursó la escolaridad obligatoria, el camino desde su casa hasta la escuela lo hacía cruzar las vías por la estación.

“¿Y los trenes papá?”

“Los trenes nos abandonaron…”

“¿Y vos seguirás siendo panadero?”

“Por ahora sí hijo. ¿Crees remotamente que puedo volver acá?”

Y Andrés miró a unos hombres detenidos en el andén. Se dio cuenta que eran ferroviarios por las ropas “¿Y ellos no son ferroviarios? ¿No son compañeros tuyos?”

Su padre los miró y los identificó “Hijo, es muy difícil de explicar esto”

“¿Por qué difícil? ¿Qué lógica hay en esto papá?”

“¿Lógica? Hay cosas que vos no las vas a entender…”

“¿Entender? ¿Entender que nosotros a los trenes los vemos por la tevé?”

“¿Y cuándo fue la última que viste los trenes por la tevé?”

“Ayer, cuando daban las noticias papá”

“Entiendo……………….”

“¿Me vas a explicar si ellos saben cómo es que te quedaste afuera?”

“Hijo, no tengo tiempo para seguir explicando este engorroso asunto, debes asistir a la escuela, vas a llegar tarde a clase”

“Llegar tarde a una clase de ciencias naturales me importa muy poco y nada cuando la escuela no te enseña los entretelones de este proceso que lleva años. No te enseña por qué nos quedamos sin trenes de pasajeros”

“¡Hijo……….!”

“¡Papá! ¡No soy ningún estúpido! Ojalá cuando sea grande pueda ser como vos, ferroviario, y pedir que rindan cuentas por lo que hicieron en mi infancia”

Al llegar a la mayoría de edad, Andrés tuvo la suerte de entrar en Ferroexpreso Pampeano. Mientras iniciaba su carrera de ferroviario como mecánico de locomotoras, tuvo tiempo suficiente para revolver papeles amontonados y descubrir que muchos de los compañeros con los cuales comparte sus días, fueron compañeros de su padre.

Y llegó la hora de asistir a la asamblea. Delante del delegado y sus compañeros, estaban discutiendo un tema cuando levantó la mano para hablar. Para opinar.

“Estimados colegas de trabajo, porque decirles compañeros me resulta imposible después de haber ahondado entre trastos viejos el proceso que nos llevó hasta acá. No se olviden, en primer lugar, que todo lo que acabaron de hacer, lo hicieron en plena democracia, en libertad y complicidad. ¿Hubo compañerismo entonces? De ninguna manera. Todos fuimos cómplices de esta mentira, pero otros se hicieron cómplices para sacar tajada en todo esto. Y lo peor de todo, es que los mismos cómplices del proceso de cierre de ramales, son los mismos que siguen dirigiendo los sindicatos ferroviarios, enriquecidos con los descuentos de cada uno de los afiliados. Ahora que se los dije a ustedes, tengo una explicación para darle a mi querido padre que alguna vez me hizo ver desde un tren el sentimiento que se puede adquirir. No sé cuántos de ustedes le habrán dicho “compañero” a mi padre, no me interesa porque ahora estoy yo acá para acompañarlo en sus últimos días de vida”.

Estas palabras dejaron muda a la audiencia. Nadie pronunció nada opuesto.

“¿No tienen ninguna pregunta para hacer?” – se dirigió Andrés hacia todos.

Uno a uno giraron la cabeza en señal negativa.

Esa noche, cuando volvió a su casa, fue a ver a su padre que hacía un par de meses estaba postrado en la cama de una enfermedad terminal.

“Padre, acá estoy de regreso de un nuevo día de trabajo”

“Espero que estés disfrutando esta profesión, como la disfruté yo”

“Si papá, con la misma pasión que tú. Ahora sigo yo tus huellas”

“Gracias hijo………. Ahora sí puedo morirme tranquilo”