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miércoles, 13 de agosto de 2008

2003 –5 años de mí – 2008: Infamia cordobesa

Jeremías Alves es el jefe de la estación de Villa María. En su playa había amontonadas varias locomotoras de Nuevo Central Argentino. Varios maquinistas estaban haciendo tareas pasivas hasta nuevo aviso. Otros, esperan con paciencia que se acaben los incendios en el Delta del Paraná. Un empleado de Ferrocentral tomaba sol en pleno andén. En conclusión, nadie hacía nada, o muy poco era lo que se hacía.

Para desgracia de todos, todos se atan a los delegados del gremio. Por eso, los hermanos Carreras habían ganado una fama a la suya: con artimañas, con trampas, haciendo todo por izquierda. Y entre los ferroviarios había generado una cierta división, donde unos estaban a favor de ellos y otros en contra. Uno de los que nunca podría digerir la actitud de los hermanos Carreras es él: Edgardo Rey Balmaceda.

Edgardo se sentó una calurosa noche junto con Jeremías y allí le contó en detalles cómo habían hecho para llegar a dónde estaban los hermanos Carreras: ninguno de ellos nunca trabajaron en los puestos designados, después, fueron designados como maquinistas a “dedo” y al poquito tiempo, se autoimpusieron como delegados sin que nadie les avisara absolutamente nada. Pero aceptaron porque casi todos están convencidos de que ellos son garantía de que varios permanecen en sus puestos. De ahí supo que a Pancho Pérez lo habían mandado a asfixiar con el humo de una RSD-35 de FEPSA. La pregunta que flotaba era ¿y qué tenía que ver la otra empresa en esta redada? Se termino de encontrar la respuesta cuando Hernán Catalano confesó, con sus miedos, lo que Pancho había visto hacía tiempo y espacio. Motivos de sobra había para despreciar a los hermanos Carreras.

La cuestión es que Edgardo podía soportar un acomodo de esa clase, pero algo no lo podrá dejar pasar: la Julieta con la cual tenía un amor secreto después de varios encuentros a escondidas. A ella nunca le contaría esta mugre, pero sí lo haría al jefe, porque bien sabía que al jefe las correrías intestinas le importaban un bledo.

Alguien, de esos que nunca faltan, no faltó al clásico que le diría que Rey había estado en la oficina del jefe hablando mal. Uno de los Carreras lo descubrió a Rey con Julieta pero se hizo el tonto. Espero a que se separara para llevarla como un botín de guerra a la playa ferroviaria. A la noche siguiente, Edgardo no encontró a Julieta y lo sería así durante los cuatro días siguientes. Al quinto, alguien le había escrito en un papelito la siguiente frase “Tu Julieta está presa de mi cama y no tiene escapatoria”. Edgardo sospechó que los hermanos Carreras estaban usando a su Julieta como botín de guerra cuando nada tenía que ver. Se daba cuenta de que estaba muy solo, pues ninguno se prestaba a la ayuda. Quiso pedirle ayuda a Jeremías y éste le contestó que se quedara tranquilo. Estaba desesperado pues los días pasaban y eran una angustia insoportable. Pero un buen día, sin quererlo ni buscarlo, Hernán Catalano vió algo que no debía haber visto: entre los frondosos árboles, un grupito de ellos le daba de azotes a algo. De lejos imaginó que era un animal, pero cuando lo vió de cerca, quedó pasmado, paralizado. No tenía perdón alguno acabar con la vida de un semejante. Luego se supo que era una bella niña después de que quedara molida de los golpes... desfigurada en su físico y desnuda. Corrió a contarle al jefe y éste no tuvo la mejor ocurrencia que tomar la Víctor Sarrasqueta del año del ñaupa y empezar una desenfrenada balacera. Cuatro de las nueve balas que disparó Jeremías dieron en el cuerpo de Catalano. Por suerte, no pasó a mayores. Las restantes balas, porque al salir al andén disparó seis más, dos dieron en Rey Balmaceda. Una de ellas lo hería muy mal. Pero Alves no se arrepentía de lo hecho, según él, estaba convencido de que era justo lo que hacía puesto que tanto Catalano como Rey habían dicho allá en Retiro, ante los capos lo que sucedía, cuando en verdad, hasta el momento nadie sabía nada, solamente los rasos. Y encima estaba en el medio el caso de Pancho Pérez, que después de tantas idas y venidas, con un poco de suerte y viento a favor, podría empezarse una investigación judicial como corresponde.

Por fortuna, Rey y Catalano salieron del hospital bien, pero con las marcas de las heridas. Entonces se presentaron los dos en pleno andén: delante estaban los hermanos Carreras y, al mismo tiempo, Alves. Rey supo entonces que los hermanos Carreras eran los culpables de todo el menosprecio que hacían a todos. Sin dudarlo un momento, con una navaja, y mucha, mucha bronca, les rubricó dos sendas y tajantes heridas de sangre.

Alves consiguió salir airoso aduciendo desde un inicio importarle un bledo, pero no tanto. Delante de las narices de Rey y los hermanos Carreras, sacó un calibre 22 y fusiló de una a Catalano. Así desprecié, desde entonces hasta la fecha, por triple partida, a los hermanos Carreras y al jefe Alves. Pero amaré por la eternidad, de aquí a que me vaya a la tumba a ella, a Julieta.

2003 – 5 años de mí – 2008: Lección entrerriana

Nota previa a la lectura: Por haber herido la sensibilidad de algún/os lector/es, he considerado oportuno hacer una enmienda. A continuación se detalla el cambio.

“...cazar pajaritos a hondazos...” por “...pegar monedas viejas en la vereda y hacerle creer a los caminantes que cuando se disponían a levantarla, se les rompía el pantalón...”

Es verano y los árboles están llenos de hojas. En Empalme Villaguay se juntan los vagones de ALL esperando vía hacia algún sitio pero a los dos minutos arriba el tren local. Como sucede siempre, el espíritu pueblerino está muy presente. Llevo algo así como unos 13 años al frente de esta estación pero jamás olvidaré esta travesura.

Uno de mis compañeros, Andrés, tiene una señora muy divina: Eliana y sus dos princesas, Carolina y Gabriela. Yo los adoro – bueno, no tengo familia que me llore –, todos los días juegan en los andenes del empalme, cuando no también las veo con una gomera trepadas, cazando algún pajarito por ahí.

En la casilla de los cambistas también habita un compañero y tiene un hijo, que es muy compinche con estas niñas: lo conozco más por Pipo. Pipo tiene una madre sustituta porque la verdadera, falleció tres años después de nacido Pipo. Todo el mundo lo conocía por “Ser la piel de Judas”. Estos chicos andaban juntos todo el día, socios en las más diversas e inocentes tropelías: pegar monedas viejas en la vereda y hacerle creer a los caminantes que cuando se disponían a levantarla, se les rompía el pantalón; comer mandarinas o moras de los patios de los vecinos; tirar frutitas del paraíso a los transeúntes con cerbatanas de canutos o de sorbetes; o caminar sigilosamente por los muros para espiar la vida de las gentes. Nada del otro mundo.

Pero una vez se les ocurrió algo demasiado audaz: un robo en la oficina de la estación.

Fue una siesta dominguera, en pleno verano, cuando Villaguay duerme la siesta placidamente y solo las ratas pasean. Por una ventana entreabierta, Gabriela, que era la más flaquita, se metió en la oficina. Pipo – era el mayor y el más vivo – ofició de campana en la ventana. A Carolina le tocaba recibir el precioso botín que se habían propuesto obtener: la recaudación del día.

Por suerte, el robo fue un éxito. También por supuesto, me tomé el trabajo de observarlo todo. Y los dejé hacer.

Esa misma noche, diré que pasó en ambas casas.

En lo de Eliana y Andrés, ambos estuvieron particularmente hoscos con las dos nenas. No les dirigieron la palabra durante la cena y ellas empezaron a darse cuenta de que algo andaba mal. Cuando se fueron a acostar, el papá fue al cuarto de ambas. Se sentó en una banqueta y les dijo, suavemente y con tono muy grave y dolorido, lo que Maciel – yo – le había contado. Le dijo que no lo podía creer. Pero que no le gustaba la idea de que en su casa viviera un alguien sospechado de ladrón. Que no quería avergonzarse de las nenas, las chiquis de crianza, para el resto de su existencia. Así que debieron tomar una decisión: si eran inocentes, debían sostenerlo y Andrés mismo se comprometería a acompañarlas hasta mi presencia para limpiar el nombre de sus hijas y el honor de padre de toda sospecha. Si no lo era, dos eran los caminos posibles: confesar y devolver todo el dinero, o dejar la estación junto con su familia, para siempre.

Supe que esa noche no les dio el beso de las buenas noches. Y ellas se quedaron solitas, aisladas, y así pasaron la peor noche de sus vidas.

A la mañana siguiente, avergonzadas y ojerosas, caminaron los veinte metros que iban de mi oficina a la casa de ellas. Parecía que estaban caminando hacia la silla eléctrica. Previo, en la puerta, Andrés les había dicho:

- Ustedes tienen que asumir cada una su responsabilidad. Van a devolver ese dinero a Maciel, y después le pedirán disculpas. Van a escuchar lo que él quiera decirles, y después regresan. Lo van a hacer todo solitas. Yo las espero acá.

Fue la mayor vergüenza de sus vidas. Yo las esperaba a las dos, pero me sentía grave. No sé que me balbucearon, pero les recibí el dinero y me mantuve en silencio durante muchos, horribles y larguísimos minutos. Hasta que simplemente les dije:

- Nunca más, chicas, no lo hagan nunca más.

Por el lado de Pipo, sé que nunca apareció más por la estación, ni siquiera el dinero, pero aparte, supe que el padre lo echó de la casa y luego no sé como siguió la historia. Después de todo, me dio lástima ese chico más por la actitud del padre, pero bueno, allá él.

Mucho tiempo después, Carolina y Gabriela me contaron que Pipo estaba internado en un instituto de menores de Concordia. Eso me dolió aún más que el dinero que me habían sacado.

Les confesé algo a ambas, un día que estábamos sentadas en el andén: Andrés, como padre de crianza, es un compañero medido, ascético, sobrio, silencioso, trabajador y ambicioso de una seguridad económica que siempre busca para todos. En contrapartida, Gabriela tuvo suficiente inteligencia para comparar al papá de Pipo: se había vuelto alcohólico y, por ende, muy violento.

- No te preocupes por la parte de Pipo, nosotras rompemos el cochinito, al final, la plata va y viene – me dijo Carolina.

Y no supe que contestar.