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lunes, 8 de marzo de 2010

Trenes del Bicentenario: El padre y el hijo

General Pico luce como una ciudad, una ciudad que se mueve por las mañanas y después del mediodía, se duerme una siesta para después volver a su rutina habitual. A sus habitantes se les dibuja todavía la sonrisa, hasta para brindar por un nuevo y próspero año nuevo. Porque como todos, sueñan. Y soñar no es ningún delito.

En toda la ciudad, solo hay un lugar que hace años parece haberse dormido en los recuerdos, sueños y promesas inconclusas: la estación de trenes. Valga la redundancia, uno la mira y se preserva como esperando el tren…………………. Así fue como Manuel Casanovas le mostró a su hijo Andrés desde chico cómo fue perdiendo a la par de los trenes… en los últimos tiempos, llevó a su hijo consigo para mostrarle la inmensidad de un paisaje que era devorado por un corcel de acero obediente a sus órdenes. Andrés solo sabía de disfrutar del viaje.

Aquel último viaje, fue una tragedia. Manuel sabía perfectamente que muchos de sus compañeros se quedarían en la calle y sospechaba que él era uno. A ese último viaje le sacó el máximo provecho, de lo que no pudo quitarse de encima fueron los rostros de quienes fueron a despedir a sus familiares en las estaciones intermedias. Andrés se quedo dormido, era lógico, es un viaje cansador, deseaba llegar. Pero cuando llegó al final del recorrido, Manuel lloró delante de aquel coloso de acero como suplicándole que no los abandonara. Entonces, su hijo le preguntó “Papá, ¿por qué lloras? ¿mañana no va a venir el tren?”.

Con sus ojos empapados en sus propias lágrimas y una voz lastimera, le contestó “Mañana no viene el tren. Y no va a volver por largo tiempo…”.

“¿Y quién dijo que no hay trenes mañana?”

“Dentro de varios años sabremos”

“¿Acaso no fue el presidente que está ahora?”

“El presidente es un títere. Lo mandaron y listo”

“¿Y no hay trenes mañana papá?”

“No hijo, mañana y pasado y por el resto de los años que vengan, no habrá trenes”

“¿Y vos dónde vas a trabajar?”

“A ninguna parte. Tengo que buscar un nuevo trabajo para darte tu sustento hijo”

“¿No me vas a llevar más de viaje en tren?”

“No hijo, no iremos más en tren”

Durante los años que cursó la escolaridad obligatoria, el camino desde su casa hasta la escuela lo hacía cruzar las vías por la estación.

“¿Y los trenes papá?”

“Los trenes nos abandonaron…”

“¿Y vos seguirás siendo panadero?”

“Por ahora sí hijo. ¿Crees remotamente que puedo volver acá?”

Y Andrés miró a unos hombres detenidos en el andén. Se dio cuenta que eran ferroviarios por las ropas “¿Y ellos no son ferroviarios? ¿No son compañeros tuyos?”

Su padre los miró y los identificó “Hijo, es muy difícil de explicar esto”

“¿Por qué difícil? ¿Qué lógica hay en esto papá?”

“¿Lógica? Hay cosas que vos no las vas a entender…”

“¿Entender? ¿Entender que nosotros a los trenes los vemos por la tevé?”

“¿Y cuándo fue la última que viste los trenes por la tevé?”

“Ayer, cuando daban las noticias papá”

“Entiendo……………….”

“¿Me vas a explicar si ellos saben cómo es que te quedaste afuera?”

“Hijo, no tengo tiempo para seguir explicando este engorroso asunto, debes asistir a la escuela, vas a llegar tarde a clase”

“Llegar tarde a una clase de ciencias naturales me importa muy poco y nada cuando la escuela no te enseña los entretelones de este proceso que lleva años. No te enseña por qué nos quedamos sin trenes de pasajeros”

“¡Hijo……….!”

“¡Papá! ¡No soy ningún estúpido! Ojalá cuando sea grande pueda ser como vos, ferroviario, y pedir que rindan cuentas por lo que hicieron en mi infancia”

Al llegar a la mayoría de edad, Andrés tuvo la suerte de entrar en Ferroexpreso Pampeano. Mientras iniciaba su carrera de ferroviario como mecánico de locomotoras, tuvo tiempo suficiente para revolver papeles amontonados y descubrir que muchos de los compañeros con los cuales comparte sus días, fueron compañeros de su padre.

Y llegó la hora de asistir a la asamblea. Delante del delegado y sus compañeros, estaban discutiendo un tema cuando levantó la mano para hablar. Para opinar.

“Estimados colegas de trabajo, porque decirles compañeros me resulta imposible después de haber ahondado entre trastos viejos el proceso que nos llevó hasta acá. No se olviden, en primer lugar, que todo lo que acabaron de hacer, lo hicieron en plena democracia, en libertad y complicidad. ¿Hubo compañerismo entonces? De ninguna manera. Todos fuimos cómplices de esta mentira, pero otros se hicieron cómplices para sacar tajada en todo esto. Y lo peor de todo, es que los mismos cómplices del proceso de cierre de ramales, son los mismos que siguen dirigiendo los sindicatos ferroviarios, enriquecidos con los descuentos de cada uno de los afiliados. Ahora que se los dije a ustedes, tengo una explicación para darle a mi querido padre que alguna vez me hizo ver desde un tren el sentimiento que se puede adquirir. No sé cuántos de ustedes le habrán dicho “compañero” a mi padre, no me interesa porque ahora estoy yo acá para acompañarlo en sus últimos días de vida”.

Estas palabras dejaron muda a la audiencia. Nadie pronunció nada opuesto.

“¿No tienen ninguna pregunta para hacer?” – se dirigió Andrés hacia todos.

Uno a uno giraron la cabeza en señal negativa.

Esa noche, cuando volvió a su casa, fue a ver a su padre que hacía un par de meses estaba postrado en la cama de una enfermedad terminal.

“Padre, acá estoy de regreso de un nuevo día de trabajo”

“Espero que estés disfrutando esta profesión, como la disfruté yo”

“Si papá, con la misma pasión que tú. Ahora sigo yo tus huellas”

“Gracias hijo………. Ahora sí puedo morirme tranquilo”