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domingo, 25 de mayo de 2008

2003 – 5 años de mí – 2005: Como buenos amigos

Nota: Es un cuento de terror. Están avisados


2ª parte


Sonó el celular. Valeria se obligó a quedarse delante de la bacha hasta verla vacía y asegurarse que no salía más agua. Después atendió el celular.

Al ver la pantalla iluminada, le saltó el nombre de Silvina.

  • Es Silvina Fiori, ¡chicos! – gritó feliz.

Nelson acudió a donde estaba sentada Valeria con la nena en brazos que estaba llorando.

  • ¡Valeria! – gritó -. Andrés quiere matar a la nena, pero no sin querer. ¡La quiere matar a propósito!

  • ¡Mentira! – gritó Andrés, que estaba por detrás -. Sos un mentiroso rematadamente mentiroso, Nelson ¡No jodas más la paciencia!

  • ¡Lo odio! – gritó Andrés -. Quiero que no exista más, Valeria, por qué tengo que soportarlo.

  • Cállense – pidió Valeria -. ¡No oigo nada! ¡Hagan lo que quieran, pero cállense! Nelson ve a limpiarte toda la mugre que tienes encima y no oigo nada.

  • Valeria dijo que hagan lo que quieran – le dijo Nelson a Andrés, que sonrió y dejó de gritar. Llevando a Carolina en brazos, se fueron al baño y Nelson se limpio la suciedad que tenía encima.

Valeria volvió a prestar atención a la voz de Silvina, que provenía desde el celular. Entregaba una atención absoluta, concentrada. Al principio sonreía. Después dejó de sonreír. Después hizo gestos que eran inútiles, porque su interlocutora no los podía ver. Después cortó y sintió que tenía ganas de llorar y que quería estar sola. Después escuchó un ruido largo, complejo y violento. Andrés gritó. Valeria salió corriendo del camarote hacia el baño.

Parado sobre el lavatorio, Andrés gritaba asustado. Nelson trataba de no llorar, milagrosamente entero en medio de los cables colgando del techo. Andrés había trepado al lavatorio para ver los cables (o revolver). Los tirones hicieron que quedaran colgando. La bebe estaba bien, llorando eso sí. Tuvo más ganas de llorar.

Levantó a la bebe, harta de soportar los despelotes de sus amigos y se fue al camarote. Minutos después aparecieron tanto el guardatren como el inspector.

  • Señorita, disculpe, pero hemos de hacerle un llamado de atención...

  • Si es por despelotes, ya estoy resignada – contestó con ganas de llorar -.

  • No llore, pero por todos los inconvenientes generados, no queda otra que abonar una multa.

Valeria abonó la multa sin decir nada. Realmente quería llorar y no le salía. Hasta que finalmente le salió. Delante del camarero.

  • ¡Quiero que se acabe ya esta pesadilla infernal a Córdoba! – gritó-.

  • Falta un tironcito – le contestó el camarero, consolándola.

Y miró hacia el techo. Se encerró en el camarote. Afuera estaban Andrés y Nelson, que bastante le habían hecho pasar. Valeria se sentó en una de las camas, apoyó la cabeza sobre una toalla y se puso a llorar. Lloró y lloró, aliviándose, sintiendo que un sollozo provocaba al otro.

Muy lentamente, tratando de no hacer ruido, dio vuelta la llave en la cerradura y abrió la puerta de golpe. Andrés, que estaba del otro lado apoyándose con todo su peso, cayó sobre el suelo alfombrado golpeándose su calvicie. Camino hasta el coche comedor a buscar leche. Nelson, sentado, sostenía a la bebe sobre su falda. Le dio una trompada en la cara, arrancándole la bebe de los brazos. Nelson tropezó contra una silla y eso le dio tiempo a Valeria de adelantarse. Pronto estuvo otra vez en el camarote con Carolina. Andrés golpeaba la puerta con los puños y gritaba. Pero Valeria estaba encerrada en el camarote.

Su bebe. Chiquita. Indefensa. Suya. Valeria la abrazo, la olió. La leche empezó a fluir otra vez, mansamente, de sus pechos. Examinó que Carolina estuviera bien. Estaba todo bien. Puso su cara contra la de la bebe, tan suave, cubierta por un vello rubio casi invisible. Despedía calor, amor. Valeria la acunó mientras le cantaba una dulcísima melodía con palabras. Movía incontroladamente los bracitos como si quisiera acariciarla, jugar con su nariz. Tenía las uñitas cortas: no representaban peligro ninguno. La bebe sonrió con su sonrisa desdentada.

Se oyó un toc toc en la puerta del camarote. Valeria fue a abrir. Era el inspector.

  • El tren ha llegado a Córdoba.

  • ¿Será el fin del infierno?

Tal vez sea así.

2003 – 5 años de mí – 2005: Como buenos amigos

Nota: Es un cuento de terror. Están avisados


1ª parte


Andrés gritó. Valeria estaba en el baño. La edad de Andrés supera los 40, un poco pelado y algunas canas en su barba. Contextura normal para ser hombre. Podía gritar e insultar muy fuerte durante un tiempo prolongado. Valeria conocía a Andrés como si este fuese su hermano mayor. En el trato que tenían, la mayoría de las veces se reducían a visitas a las cabinas, suficientes para conocer las idas y las vueltas, y la forma de ser de este gran amigo.

Pero Andrés gritaba y gritaba muy, muy fuerte. Tan fuerte lo hacía cuando tenía un accidente en el trabajo, cuando alguien se le atravesaba en la vía imprudentemente, cuando se le perdía el abrigo olvidando que lo había dejado en el coche, cuando discutía con sus compañeros y cuando peleaba con su novia. Todos los gritos parecían similares en volumen, en pasión, en intensidad. Solo cuando sabía de la visita de Valeria u otras amistades a las que quería con todo, se volvía asombrosamente silencioso, esperando el momento para saltar callado, felino, sobre su presa. El silencio era, entonces, más peligroso que todos los gritos: ese silencio en el que Valeria había encontrado una vez a Andrés oprimiendo a Carolina, la bebe de Valeria, haciendo presión sobre su rostro (la boca y la nariz), la dejo casi azul.

Andrés grito, gritó y gritó. Valeria había ido al baño, se enjuagó con cuidado, con urgencia, bajo el chorro de la canilla y, secándose todavía con una toallita que tenía encima, corrió por el pasillo hasta el camarote donde estaban ella con la bebe, Andrés y Nelson. Andrés estaba tirado en el suelo, gritando. Nelson le estaba dando trompadas y patadas en la cabeza y el cuerpo, en forma rítmica. Por suerte Nelson no tenia puestos los zapatos colegiales.

Valeria tomó a Andrés de la chomba y lo puso contra la pared, con fuerza, tratándole de demostrarle, con calma y con firmeza, que le estaba dando el castigo merecido por haberle querido hacer daño a su hijita. Tratando de no demostrarle que tenía ganas de vengarse, de hacerle daño.

Después se acercó a Nelson y lo ayudo a levantarse. Lo calmó para que dejara de agredir a Andrés. Le acariciaba el rostro y los hombros, sentada en el borde de la cama. Nelson lloraba en silencio. Era un hermoso milagro que la bebe no hubiera despertado. Entonces, Valeria buscó en su bolsillo del saco un caramelo, Nelson continuaba llorando pero se lo agradeció. No lo comió.

  • Te agradezco, guardalo para ti – dijo Nelson.

  • Yo sí lo quiero – dijo Andrés -. Si le ofreces a Nelson, no lo hagas delante de mis narices.

  • Eres caradura. Tú, Andy, más bien no te mereces que te nada de parte mía después de lo que quisiste hacer con la bebe.

  • No jodas Vale, dale que tenés caramelos – dijo Andrés. Y ahora Nelson estaba de su lado. Entre los dos intentaron meter las manos en el saco de Valeria, que quería quitárselo. Andrés la llevó contra la pared mientras Nelson le metio las manos en los bolsillos. Valeria sacó las manos de Nelson de los bolsillos con brusquedad. Calma. Firmeza. Autoridad. Amor.

  • ¡No! Mis bolsillos no se tocan.

  • Tenés más, tenés más, no seas ¡dale! – gritaba Andrés.

  • Dale, sacalos, tenés – se sumó Nelson.

  • Chicos, es muy tarde, sugeriría apagar la luz por la beba, hay que dormir – dijo Valeria. Autoridad. Firmeza. Culo.

Andrés y Nelson la dejaron y se pusieron sus pijamas. Ambos se fueron a sus camas, en tanto que Valeria se acostó junto a la bebe. Andrés había fijado sus ojos en Carolina. Valeria pensó que dormidos iban a hacer un viaje a Córdoba más tranquilo. Apagó las luces y apenas dejó un foquito encendido.

Ambas dormían en la cama plácidamente cuando Andrés se levantó silenciosamente y fue al baño. La bebe despertó y empezó a llorar. Como una respuesta automática de su cuerpo, empezó a manar leche de su pecho derecho empapándole el camisón. Sonó la puerta.

  • ¡Un momento! – dijo Valeria hacia la puerta.

Buscó el pasaje y con la bebe en brazos abrió la puerta. Era el guardatren que pedía los boletos. Era un hombre medio gordito, canoso y algo petisón. Nunca lo había visto, pero ninguno permitiría, salvo alguna emergencia, que ingresara al camarote.

El olor a leche enloquecía a Carolina, que lloraba y picoteaba el camisón como un pollito buscando granos. El guardatren revisó el pasaje, lo picó y se lo devolvió. Valeria quedó mirando al guardatren alejarse y pasar por los restantes camarotes pidiendo los pasajes. Después volvió adentro. Sacó un vaso y puso un poco de la leche que le había quedado calentita en un jarrito. Se sentó para amamantar a la bebe. Cuando se le prendía al pecho, ella sentía una sed repentina y violenta que le secaba la boca. Sentía también que una parte de ella se iba a través de los pezones. Mientras Carolina chupaba por un lado, del otro pecho partía un finito chorro pero con mucha presión. Cuando Carolina estuvo satisfecha, se la puso sobre el hombro para hacerla eructar. Ahora había que cambiarla. También debía quitarse el camisón mojado ella. Sin que sus amigos lo supieran. Primero cambiar a la bebe.

Fue al baño. Le quito los pañales sucios. Los enrolló y los metió en una bolsa para luego llevarlos al cesto de la basura. La chiquita se sonrió con su boca desdentada y agitó las piernas, feliz de sentirlas en libertad. Le lavó la cola en una bacha con agua tibia y con una toallita le pasó óleo. La cola no estaba paspada. Apareció Andrés.

  • Andy ¿Me puedes llevar a la beba al camarote mientras tiro esta bolsa y me lavo las manos? – pidió Valeria.

Andrés llevó la bebé con inesperada, inhabitual rapidez. La dejó en la cama y regresó por Valeria. Traía las manos mojadas.

  • ¿Qué pasó que tienes las manos mojadas?

  • Nada, Vale, estaba curando una herida.

Nelson gritó. Valeria corrió al camarote. Los gritos eran muy fuertes y provenían de ahí, del camarote de donde estaban. Andrés se plantó delante de la puerta.

  • No entres ahí, Vale, de verdad, por favor, no entres, perdoname.

Los alaridos de Nelson eran más fuertes que el mismísimo sonido del tren. Deslizándose por debajo de la puerta del camarote, un flujo lento y constante de agua jabonosa inundaba el pasillo haciendo crecer una mancha de color oscuro. Valeria sacó del medio a Andrés y abrió la puerta. Nelson tenía la cara pintada de varios colores y en el pelo de Carolina un pegote de pasta dentífrica. Su bolso estaba revuelto y sus cosméticos, tirados en el suelo, empapados, en medio del charco de agua que provocaba el desborde de la bacha. Andrés había salido del lugar, seguramente, para evadir la situación.

Valeria saco el tapón de la bacha y forcejeó con las canillas.

  • No pude cerrarlas – lloriqueó Nelson.

Para Valeria tampoco era fácil. Habían sido abiertas hasta el punto de ser trabadas. Después de varios intentos, lo consiguió.


Continuará...

2003 – 5 años de mí – 2008: La carta que nunca llegó

En todos los televisores cordobeses, resonaba la siguiente noticia “Tragedia ferroviaria”. Y aparecían las primeras imágenes del tren local de Ferrocentral que había chocado de lleno al carguero de NCA. A esta altura, todos sabían que quienes llevaban los trenes no estaban en vida, pero en medio de tanto dolor, Horacio Drewry, enfundado en su uniforme gris de guardatren, mientras camina al lado de los hierros retorcidos, en ellos va a encontrar una carta.

Levanta ese sobre y ve que está dirigido a Julieta. Abre el sobre y saca ese par de hojas tamaño oficio, tipo block, escritas en puño y letra. He aquí lo que decía:


Querida Julieta:


¿Viste que rápido pasa el tiempo? Y sí, hace ya como un largo año que andamos juntos, con altibajos, pero bueno, no me es extraño.

No pienses que cada vez que me rajo me olvido, no, al contrario, te llevo conmigo como una postal, lamento no tener una fotito tuya, para pensar que estoy tan lejos y tan cerca de ti... pero lo mejor es cuando te tengo delante de mí para darte ese abrazo de oso después de un largo viaje, besarte hasta el cansancio y estar en la cama toda una eternidad.

Sé que has tenido un serio incidente con los capos del hospital de Villa María, ya te dije el remedio, un poco extremista, pero tomá fósforos y querosene, porque la basura, si no la quitas de raíz, la tienes floreciente otra vez.

Sé que como profesional de la salud podrías haber elegido comprarte un cochazo de aquellos pero la verdad, me encanta ese citroen que elegiste, por eso es que donde puedo ayudarte a conseguir los originales, dale, porque ese auto, es una reliquia, un fierrazo (Como los que tengo los 365 días del año).

Hace mucho tiempo que estoy lejos de casa y cuando llegue a Villa María, juro que estaré tan abatido que cuando vaya a mi casa, haré un desvío para dejarte estas líneas y al día siguiente llamarte por teléfono. Necesito dormir, mi físico me lo pide. Es compleja la vida del viajante, aunque verás, tú has visto las hermosas fotos de las sierras que he sacado, parecen salidas de otro planeta!

Son los pros y los contras de mi laburo.

No renuncio a estar sin tu grata compañía, porque de lo contrario, estaría algo solo. En mi casa, mirando basura en la tele (porque lo que hay es porquería) y estar contigo me hace muy bien, como escuchar música, la buena música.

Me gustaría, ya te lo dije, llevarte de vacaciones a algún sitio. He ido con amigos y compañeros y ahora quisiera que fueras tú. Nosotros solos.

Amorcito: te confieso que a la vera de la vía hay muchas tentaciones, que a decir verdad, de físico son muy chotas, pero no las culpo, ellas se ganan la vida con ese trabajo, si algún día llegases a saber que te he sido infiel, aceptaré tu enojo, y, hasta también, tus cachetazos haciéndome saber que te he metido los cuernos.

Lo que un hombre hace por una mujer...

En este momento estamos distanciados, por eso te envío estas líneas. Estás enojada conmigo, te pido perdón. Por sobre todas las cosas, hay algo que te quiero decir... y no me animo.


Edi”


A Horacio, los ojos se le pusieron vidriosos. Tomó su birome, y con su mano izquierda escribió al pie de la carta: “PD: Julieta: Edi, como le dices, te está acompañando desde el cielo...”. Doblo la carta, la guardó en el sobre y cuando regresó a Villa María, en vez de entregarla a su destinatario, la arrojó en un cesto de basura. Y siguió camino a su casa.

Julieta tardó un largo tiempo en saber que su novio no estaba más en vida.