Nota: Es un cuento de terror. Están avisados
2ª parte
Sonó el celular. Valeria se obligó a quedarse delante de la bacha hasta verla vacía y asegurarse que no salía más agua. Después atendió el celular.
Al ver la pantalla iluminada, le saltó el nombre de Silvina.
Es Silvina Fiori, ¡chicos! – gritó feliz.
Nelson acudió a donde estaba sentada Valeria con la nena en brazos que estaba llorando.
¡Valeria! – gritó -. Andrés quiere matar a la nena, pero no sin querer. ¡La quiere matar a propósito!
¡Mentira! – gritó Andrés, que estaba por detrás -. Sos un mentiroso rematadamente mentiroso, Nelson ¡No jodas más la paciencia!
¡Lo odio! – gritó Andrés -. Quiero que no exista más, Valeria, por qué tengo que soportarlo.
Cállense – pidió Valeria -. ¡No oigo nada! ¡Hagan lo que quieran, pero cállense! Nelson ve a limpiarte toda la mugre que tienes encima y no oigo nada.
Valeria dijo que hagan lo que quieran – le dijo Nelson a Andrés, que sonrió y dejó de gritar. Llevando a Carolina en brazos, se fueron al baño y Nelson se limpio la suciedad que tenía encima.
Valeria volvió a prestar atención a la voz de Silvina, que provenía desde el celular. Entregaba una atención absoluta, concentrada. Al principio sonreía. Después dejó de sonreír. Después hizo gestos que eran inútiles, porque su interlocutora no los podía ver. Después cortó y sintió que tenía ganas de llorar y que quería estar sola. Después escuchó un ruido largo, complejo y violento. Andrés gritó. Valeria salió corriendo del camarote hacia el baño.
Parado sobre el lavatorio, Andrés gritaba asustado. Nelson trataba de no llorar, milagrosamente entero en medio de los cables colgando del techo. Andrés había trepado al lavatorio para ver los cables (o revolver). Los tirones hicieron que quedaran colgando. La bebe estaba bien, llorando eso sí. Tuvo más ganas de llorar.
Levantó a la bebe, harta de soportar los despelotes de sus amigos y se fue al camarote. Minutos después aparecieron tanto el guardatren como el inspector.
Señorita, disculpe, pero hemos de hacerle un llamado de atención...
Si es por despelotes, ya estoy resignada – contestó con ganas de llorar -.
No llore, pero por todos los inconvenientes generados, no queda otra que abonar una multa.
Valeria abonó la multa sin decir nada. Realmente quería llorar y no le salía. Hasta que finalmente le salió. Delante del camarero.
¡Quiero que se acabe ya esta pesadilla infernal a Córdoba! – gritó-.
Falta un tironcito – le contestó el camarero, consolándola.
Y miró hacia el techo. Se encerró en el camarote. Afuera estaban Andrés y Nelson, que bastante le habían hecho pasar. Valeria se sentó en una de las camas, apoyó la cabeza sobre una toalla y se puso a llorar. Lloró y lloró, aliviándose, sintiendo que un sollozo provocaba al otro.
Muy lentamente, tratando de no hacer ruido, dio vuelta la llave en la cerradura y abrió la puerta de golpe. Andrés, que estaba del otro lado apoyándose con todo su peso, cayó sobre el suelo alfombrado golpeándose su calvicie. Camino hasta el coche comedor a buscar leche. Nelson, sentado, sostenía a la bebe sobre su falda. Le dio una trompada en la cara, arrancándole la bebe de los brazos. Nelson tropezó contra una silla y eso le dio tiempo a Valeria de adelantarse. Pronto estuvo otra vez en el camarote con Carolina. Andrés golpeaba la puerta con los puños y gritaba. Pero Valeria estaba encerrada en el camarote.
Su bebe. Chiquita. Indefensa. Suya. Valeria la abrazo, la olió. La leche empezó a fluir otra vez, mansamente, de sus pechos. Examinó que Carolina estuviera bien. Estaba todo bien. Puso su cara contra la de la bebe, tan suave, cubierta por un vello rubio casi invisible. Despedía calor, amor. Valeria la acunó mientras le cantaba una dulcísima melodía con palabras. Movía incontroladamente los bracitos como si quisiera acariciarla, jugar con su nariz. Tenía las uñitas cortas: no representaban peligro ninguno. La bebe sonrió con su sonrisa desdentada.
Se oyó un toc toc en la puerta del camarote. Valeria fue a abrir. Era el inspector.
El tren ha llegado a Córdoba.
¿Será el fin del infierno?
Tal vez sea así.