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jueves, 27 de marzo de 2008

Los cuentos de Bolívar y María Eugenia LXXII: Postales del espanto en Luján

Nota: Es un hecho de la realidad transformado a la fantasía. Toda coincidencia con la realidad es pura casualidad.

Éste cuento fue creado con el fin de tomar conciencia de la gravedad de un accidente.

Que quede sujeto a la reflexión. Cada quien que sea libre de opinar sin presiones ni perjuicios.


Invirtió sus fuerzas en tratar de salir con vida. Pensó en su familia y en él, en su alrededor y sus compañeros, y no pudo evitar preguntarse qué sería de su vida en el futuro. Después puso la mente en blanco y cerró los ojos. “¡Pronto llamen a los bomberos!”, gritaban todos afuera en el momento del incendio. Pero Fabio Camargo no había muerto. Atrapado en la cabina de la locomotora volcada, herido hasta el alma, muerto de frío, con sus ropas rotas de los golpes, Fabio creyó que hasta aquí había llegado. El dolor de sus heridas podía más. Estaba quieto adentro de la cabina mientras la locomotora estaba volcada en el suelo y justamente prestaba servicio desde Retiro a Junín.

El dolor era muy intenso. Había mucho movimiento, mucho ruido. Hasta sentí una explosión muy fuerte. Pensé que por mí no se podía hacer nada más y me puse a rezar”, recuerda éste maquinista de 41 años.

El 30 de mayo del 2005, un tren que provenía desde Retiro chocó a un camión en un paso a nivel de la ruta nacional 7, kilómetro 76, cuando se dirigía a Junín. Murió solamente el camionero pero algunos pasajeros y los maquinistas fueron internados en el hospital del lugar. La cabina del camión había desaparecido entre la locomotora volcada. “Estaba manejando y vi cuando el camión se atravesó en las vías –repasa Fabio-. Le digo a mi socio Javier que vamos a chocar al camión y él se tapó la cara con las manos... tal vez para no ver lo que venía. Yo apliqué el freno de emergencia y en segundos choqué contra el camión, después los golpes contra todos los lados de la cabina hasta que me doy cuenta de que volcamos. Y después de volcar, lo peor de todo que podía pasar era que algo explota y se incendia, yo no sabía que era pero había un olor a humo terrible”.

El tren tenía la capacidad de pasajeros completa y una dotación de 15 ferroviarios, entre personal fiscalizador, mecánicos, mozos, camareros y maquinistas. Había partido a las 22.40 de Retiro. Al llegar a Luján por la madrugada del lunes, el tren arrolló a un camión y por ello, la locomotora volcó y los tanques de gas oil explotaron provocando un incendio que pronto pudo ser apagado.

Huir de ese infierno era toda una tragedia: “El tema era que había que salir pero como con mi socio estábamos en la cabina de la locomotora, era imposible de salir. Los pasajeros, por lo que supe, pudieron salir corriendo hasta el final de la formación porque hasta algunos de los vagones descarrilaron y parcialmente alguno se incendió. Dentro de ser un accidente, fue con mucha suerte porque a pesar de lo que nos pasó, podía haber sido peor. Nosotros no podíamos salir de ahí por las múltiples heridas y fracturas que impedían movernos. Pero Javier intentó abrir la ventana de la locomotora y era imposible, estaba trabada, la puerta era imposible, estaba rota. Recuerdo que hasta los vidrios me pinchaban... porque la ventanilla de mi lado estaba con los vidrios rotos”, relata Fabio y evoca aquellas postales del espanto en las que él, invadido por calambres, oía los gritos de la gente que corría alrededor tratando de apagar el fuego y de la gente con crisis de nervios y herida llevada rumbo al hospital. Vuelve una y otra vez la actitud del camionero muerto, que sabe un par de datos “Luego supe que se llamaba Carlos Suárez y era de Coronel Dorrego, se murió inmediatamente”, de su compañero que estuvo a punto de sucumbir de haber inhalado tanto humo “El Tata no me lo llevó, por milagro. Decidió por su cuenta”, dice.

Recuerdo que tenía puesto un suéter colorado con cuadrados blancos. Encima mío tenía mis documentos y todavía no sé ni porque me los puse ese día en el bolsillo de mi camisa, pues siempre los tengo por cualquier otro lado, menos encima mío, pero ese día me los puse conmigo para que me identificaran por si me pasaba algo”, cuenta Fabio. Conserva los documentos manchados de sangre pero lamenta haber perdido el dijecito de las buenas y malas, que le había regalado su hija en el día de su cumpleaños.

De ahora en más, el concepto de muerte ya dejó de ser algo lejano –admite-. Uno vuelve a nacer como adulto y no sabe donde ubicarse. Ahora me pregunto porque me pasó a mi, pero uno sólo encuentra respuestas si lo transforma en un para qué”.

Por haber sobrevivido al accidente, Fabio fue internado en el hospital de Luján con heridas. Allí fue atendido y curado y desde allí un día tomó un tren con destino a Junín. “No cambié, no soy otra persona pero se me agudizaron mis sentidos –confiesa-. Además comprendí que uno no es dueño ni de su vida ni de su muerte”. El tiempo pasa, ahora trata de reponerse. “No me será fácil olvidarme de esto y cada vez que pase por Luján, ella se ocupara de recordarme que le tengo una promesa pendiente y tiene razón” dice y muestra una estampa de la Virgen de Luján. Ahora piensa de qué modo puede servirle su experiencia vivida “Me parecía muy lejano lo ocurrido en 1999 en Lobos y ahora me rozó muy de cerca a mí... entiendo cuando dicen que a los automovilistas hay que tenerles miedo y si en ese momento tuve que acompañar muertos, ahora quiero decirles a mis compañeros que aunque hayan sufrido éste tipo de experiencias, que “Vayan tranquilos, todo estará bien””.

No me siento como un sobreviviente pero toda la vida voy a convivir con lo que me pasó. Siempre tendré en cuenta que esto fue producto de las tantas estupideces humanas que se cometen sin límites...”, asegura. El recuerdo, que nunca afloja, se vuelve más intenso en esos momentos en los cuales está por cruzar ese paso a nivel de la ruta 7, en el kilómetro 76.

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