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jueves, 27 de marzo de 2008

Los cuentos de Bolívar y María Eugenia LXVII: Recuerdos de un viaje a Pontevedra

2ª Parte


Nota: Es una fantasía. Los nombres pertenecen a la realidad. Toda coincidencia con la realidad es pura casualidad.

El relato está inspirado en un accidente ferroviario sucedido hace unos años atrás en Alemania.


El altoparlante volvió a anunciar “Trenes a estación Pontevedra desde estación Empalme Zamora salen en 5 minutos”.

La gente iba subiendo a ese tren destartalado. Andrés también subió “¿Dónde me he metido?” preguntó. Pensó por un momento estar en la India pero estaba en Empalme Zamora, en España. Ya no había asientos disponibles “¿Y en éstas porquerías?” pensó. Miró los cuatro vagones que componían la formación y vió que todos seguían el mismo patrón: roturas por todos lados, puertas que no cerraban, inexistencia de vidrios y asientos de chapa “Solo pensé que podía suceder en el tercer mundo pero acá veo que sí se viaja de primera...” dijo. Entonces optó por irse a la puerta donde se sentó en un escalón “Y ya que estamos... sigámosla” dijo.

En esos 5 minutos el tren terminó de colmarse. Andrés pensó “Si después de ésta llego a casa, es porque Santiago de Compostela lo quiso así”.

“Santiago nos va a cuidar” – le dijo un panadero.

“¿De veras?” – pregunta Andrés.

“Santiago siempre nos cuida... hace tantos años que viajamos en éste espanto ferroviario rumbo a Pontevedra y por una vez más no nos va a dejar a pie” – le dice el panadero.

“Santiago es el santo de quienes estamos en ésta postergación” – le dice Andrés.

“¿Sientes que tu oficio es una postergación para ti y para Compostela?” – le pregunta el panadero.

“Mmmm... No sé... me siento bien así... trabajo duro, por pocos euros, no vivo en la riqueza pero no puedo quejarme” – le contesta Andrés.

“Mira... yo hace veinticinco años que laburo en ésta panadería industrial de Zamora, nunca he percibido un aumento merecido, nunca vacaciones pero sí hay momentos en los cuales estoy con muchísimo trabajo, mientras unos disfrutan de un buen momento, yo trabajo y trabajo, pero no me quejo porque al trabajo lo cuido tanto como mi familia y mi casa” – le dice el panadero.

Andrés se miró las manos. Dijo “Mi Gaby debe estar pensando que tuve un accidente en el taller... pienso en ella y sus ojos parecieran quererme decir que la vida no es justa”.

Justo en ese momento, el altoparlante anunció “Tren a estación Pontevedra despachado”. Y el tren se puso en marcha. El calor continuaba. La gente estaba apretada en los vagones.

“La vía rota es un clásico” – le dice el panadero.

“¿Tanto?” – le pregunta Andrés.

“Mira, a nosotros siempre nos tuvieron postergados por ser del desierto, pero ser del desierto es un sentimiento que se lleva en las venas” – le dice el panadero.

“Yo estoy en un taller reparando de todos los vehículos ferroviarios que llegan a él... aunque siento que los ingenieros viven en otra galaxia” – empieza a contar Andrés.

“Vos nunca te preocupes... Santiago tarde o temprano les va a pasar la factura. Sé feliz de estar dónde estás” – le dice el panadero.

El tren aceleró su marcha. El viento fresquito les sentaba lindo, aunque no todos tenían la posibilidad de disfrutar del aire.

Tras 10 minutos de viaje, llegó la primer parada: Estación Coimbra. En un breve intercambio de pasajeros, siguió viaje.

La charla con el panadero siguió. “En realidad debería haber tomado el ICE pero lo perdí por una cuestión de horarios” – le cuenta Andrés.

“Yo nunca supe del ICE, siempre supe de ésta postergación. Aunque te cuento que antes que viniera RENFE, íbamos mejor. Podía hasta viajar en clase primera y de primera, pero lo bueno se acabó” – cuenta el panadero.

“En esa era yo vivía solo, perdido por suerte en el medio de éste planeta. En realidad vivía en Francia, más precisamente en Normandía, en el sector de las Colinas de Normandía. Con navegar el Canal de la Mancha, estaba en Gran Bretaña y si habré hecho ese recorrido en barco...” – rememora Andrés.

“¿Por qué te viniste de Francia hasta éste polvoriento desierto?” – le pregunta el panadero.

“¿Por qué? En realidad me vine desde Normandía porque tuve la excusa perfecta para rajar de ahí, estaba de más bien: tenía casa, un trabajo de más bien pago pero yo fui el cabeza hueca que por seguir los pasos de mi Gabriela, terminé en éste taller” – cuenta Andrés.

“Yo nací en el desierto, me hice en la panadería de Guadiana y tras andar rodando la tierra largo tiempo, terminé en Zamora. Pero ya no tenía escapatoria porque tras mis espaldas tenía una familia hecha” – cuenta el panadero.

“Soy afortunado... no tengo familia que me llore” – le dice Andrés.

“¿No? Que bueno...” – le dice el panadero.

Hasta antes de llegar a la Estación Vigo, en otro empalme, empezó a notar que el paisaje no era muy familiar.

“¿Todos los días pasas por el medio de ésta nada?” – le preguntó Andrés.

“Todos los días... pero hace muchísimos años que están esas cinco casuchas instaladas allí” le contesta el panadero.

Sintió por un momento que se estaba metiendo en el medio de la nada y como que el medio de la nada era. Solo unas cinco casitas miserables alrededor de una parada hacían al paisaje. Y el tren siguió camino.

En el estribo del tren, Andrés pensaba en llegar a su casa pero también tuvo tiempo para reflexionar la charla con el maquinista.

“¿En qué te hace pensar el desierto?” – le pregunta el panadero.

“En muchas cosas... primero, en las confesiones del maquinista y ahora en la otra suerte de confesionario en la puerta del tren” – le dice Andrés.

“Es común... mira, yo ahora pienso en que en unos minutos llegaré a mi casa, hallaré a mi esposa, a mis hijos, que me voy a asear para pasar un grato momento con ellos, compartir la última comida del día y que cuando el reloj marque las 22.30, me iré a la cama porque el despertador me suena muy temprano y volveré a mi nueva rutina de siempre” – le dice el panadero.

“Yo pienso en que voy a llegar a mi casa, encontrar a mi mujer tocando la flauta de pan, seguro alguna de esas hermosas melodías que solo sus dedos saben tocar, porque está harta de haber pasado tanto tiempo haciendo las cuentas en un estudio jurídico” – cuenta Andrés.

Mientras la charla seguía, las estaciónese siguieron sucediendo: Guadiana, Tajo, Morena y Guadalquivir. Pero faltaban 25 kilómetros para llegar a Pontevedra.

En estación Guadalquivir, el tren recibió vía libre. Y el tren aceleró. “Disfrutemos éstos últimos kilómetros de viaje, quien sabe si alguna vez volveremos a vernos” le dice el panadero a Andrés.

El velocímetro del tren marcaba 110 km/h. Iba muy rápido el tren y empezaba a sacudirse. La rueda del primer vagón tenía la llanta reventada.

Pasaron por un desvío tijera y el tren dio un tremendo salto. Andrés y el panadero que estaban sentados en la puerta casi cayeron. “Oye... algo pasa” – dice Andrés.

“¿Qué será?” – inquiere el panadero.

Ambos se levantan de la puerta y suben a la formación. Cuando Andrés está por traspasar la puerta al salón del segundo vagón, algo perfora la unión “¡¡¡¡¡Aaaayyyy!!!!!” se asusta, se tapa el rostro y se da vuelta.

“¿Qué pasó?” – le pregunta el panadero.

“El riel perforó la unión de ambos vagones... acá algo va mal” – le dice Andrés.

Luego un riel perforó el interior del salón del segundo vagón. Entonces los pasajeros empezaron a advertir que algo fallaba. Pero nadie sabía qué era.

Andrés le pidió el celular a un pasajero. Llamó a la compañía RENFE. Del otro lado de la línea nadie atendía. “Diablos... otra vez veré que alguien responda al otro lado de la línea” dijo. Volvió a insistir. “Parece que hasta las líneas telefónicas estaban bloqueadas” – dice.

“¿Será que todos se fueron al rodeo de Valladolid?” – pregunta Andrés mientras disca el número de RENFE.

“No creo que caminando rumbo a Compostela” – le dice el panadero.

Y a medida que los kilómetros pasaban, el problema se hacía más notorio. Al final le devolvió el celular al pasajero.

“¿Cómo parar una bestia de ésta?” – le pregunta el panadero a Andrés.

“No hay forma, a menos que el maquinista sea tan imbécil y no se de cuenta de que algo jala más de lo normal en la formación” – le dice Andrés.

“Señor... ¿pudo comunicarse con la compañía?” – le pregunta el pasajero del celular.

Andrés mira al suelo como queriendo predecir la tragedia “No señor, nadie responde del otro lado de la línea. Supuestamente siempre tiene que haber una guardia, aunque mínima, pero debe estar” – le dice.

“¿Y a quién podemos llamar entonces?” – le pregunta el señor un poco nervioso.

Andrés mira impasible y dice “Encomendarnos a Dios porque todos se borraron del mapa”.

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