4ª Parte
Nota: Es una fantasía. Los nombres pertenecen a la realidad. Toda coincidencia con la realidad es pura casualidad.
El relato está inspirado en un accidente ferroviario sucedido hace unos años atrás en Alemania.
“Que los días de verano en ésta villa de Pontevedra suceden al son del viento tan cálido que sopla del interior del continente... también algún viento proveniente de África y trae calor y más calor. Con éste calor allí veo que la suciedad y el sudor de estar en ese taller ferroviario te impregna la piel. Adoras pasar horas y horas en éste escritorio dónde hoy estoy yo escribiendo éstas líneas pero sé que puedo resultarte un santo remedio cuando oyes esas bonitas melodías de los clásicos de la música... nunca te importó qué música sonara pues si algo puede hacer que canalicemos nuestras broncas y penas, eso es y está frente nuestro: el arte.
Tal vez no sea la gran cosa pero trato de hacerte lo más alegre posible la vida en éstos momentos que más lo necesitas... más que triste, son las heridas las que hacen que te duela hasta el alma y que la bronca nos esté envolviendo.
Estoy en tu escritorio y te juro que por ésta lampa que alumbra, en los papeles miles de líneas invisibles se dibujan y contornean al son de mi imaginación...
Realmente ésta noche la tengo que matar tan pronto como pueda porque ya está amaneciendo... tengo que ir al estudio a resolver cuentas. Pero prometo volver a verte porque no puedo dejarte ahí solo, a la deriva. Solo me resta completar ésta papeleta con éste verso “Si pienso en ti siento que ésta vida no es justa”.
“Dios mío...” dijo y la carta cayó al suelo. Luego vino la enfermera y se alcanzó “Gracias” le dijo.
La enfermera el cambió el suero “Que lindo que alguien pueda consolar a un enfermo como tú” le dijo.
“Es mi mujer... yo sé que ella está mal, que extraña, llora... pero yo no busqué que me pasara éste accidente” le dice.
“Es así... pero te queda el largo camino de volver a empezar y a la vez buscar explicaciones” – le dijo la enfermera.
“Ay que los dolores me matan!” – exclamó Andrés antes que la enfermera le hiciera el último control.
Cayó la noche. Andrés estaba en el hospital pero en alguna distancia de Pontevedra, en una casita confortable, estaba Gabriela. Gabriela hacía sonar una y otra vez la flauta. Estaba un poco más serena.
Al cabo de un largo tiempo Andrés salió del hospital y pudo retomar su vida normal. Pero nunca olvidará aquel viaje en el espanto ferroviario, donde casi termina su vida. Bien sabía que su historia no terminaba en volver a rehacer su vida, sino que otra nueva estaba por empezar.
Al cabo de un prolongado tiempo, el tribunal de Pontevedra citó a los sobrevivientes. Ese día quizás era el más esperado por Andrés. Se miró al espejo y sus cicatrices (Marcas y huellas de un mero recuerdo) estaban a la vista. Se miró y no despegó sus ojos de allí “En éste día deberé de comparecer ante un tribunal contando una por una mis marcas” dijo.
Andrés y Gabriela caminaron las 10 cuadras que separan la casa del tribunal. No hubo palabras. Los pensamientos podían más. Al llegar al tribunal, debió eludir a la prensa apostada en la entrada.
Con retraso comenzó la audiencia. El jurado empezó a interrogar de a uno a los sobrevivientes. Andrés se serenó. El fiscal preguntó “¿Qué recuerda usted del viaje?”
“Lo último que recuerdo es que estaba apretado en una puerta y una pared que me daba encima mío... Solo sé que un repente chocamos... y enseguida algo nos vino encima” contestó.
“Pero... ¿Por qué tomó ese tren?” preguntó nuevamente el fiscal.
“Pues perdí el Inter City Express y como no hay mayormente medios de locomoción disponibles, tomé ese tren. Bah, me dijo otra persona que lo usara porque a la hora que era y dado que estaba en medio del desierto, solo hay un tren una vez por día y el tren que sale desde Empalme Zamora a Pontevedra tiene mayores frecuencias, no muchas, pero algo era algo”.
“¿Cuánto abonó ese viaje?” – preguntó el fiscal.
“10 euros” – dijo Andrés.
“¿Cómo estaba en capacidad el tren?” – preguntó el fiscal.
“Estaba colmado. Aparte, ese tren más que tren, es un martirio, casi no tiene vidrios, ventanillas, puertas, la gente viaja como puede y las luces no existen. La locomotora andaba bastante mal” – dijo Andrés.
“Antes de relatar lo último que recuerda... ¿recuerda algo que haya pasado antes?” – pregunta el fiscal.
“Recuerdo que estaba con un panadero sentado en la puerta y el tren al pasar por un cambio tijera dio un tremendo salto. Entonces nos subimos a la formación y justo cuando traspaso una de las puertas al salón un riel se incrusta en la unión de los vagones... entonces le pedí el celular a un pasajero y llamé a RENFE, que del otro lado de la línea nunca contestaron” – contó Andrés.
“¿Nunca contestaron? ¿Por qué?” – preguntó el fiscal.
“Nunca. Supuestamente en RENFE tiene que haber una guardia mínima para atender qué pueda suceder en la noche pero no había nadie de guardia en estación Pontevedra” – dijo Andrés.
“Suficiente” – dijo el fiscal y Andrés regresó a su lugar.
Así, uno por uno fueron desfilando los sobrevivientes delante del tribunal. En la sala, el silencio podía más. No volaba una mosca. Pero uno de los fiscales no pudo más y dijo “Si de cada uno hemos de escuchar las imprudencias a las cuales eran sometidos por un viaje ya es más que suficiente como para que otra vez vuelva a repetirse la historia”.
Se levantó la sesión y a la semana siguiente era el turno de los responsables de RENFE. “¡Por Dios que veré cómo van a comparecer éstos caraduras del demonio!” le dijo Andrés a Gabriela mientras esperaba que el tiempo pasara para iniciar la sesión.
“Mira... todo es posible con ésta gente, y si se le puede llamar gente a éstos irresponsables” – le dice Gabriela.
“Irresponsables es poco... todo es poco Gaby, supera todo lo conocido... Sería algo semejante con lo de un hospital cuando se habla de abandono de persona” – le dice Andrés.
“Y menos que estamos en España, lo qué sería si esto hubiese sucedido en un país del tercer mundo...” – dice Gabriela.
“Olvídalo... mira acá, peor allá” – dice Andrés.
Por el accidente fueron culpados los encargados de prestar la guardia en la noche de ese accidente, tres ingenieros y siete ferroviarios que prestan funciones diversas en Empalme Zamora.
Despacio se fue llenando la sala. El fiscal dio inicio a la sesión. Para Andrés y otros más, era un momento crucial. El fiscal empezó a interrogar a los ingenieros, uno por uno:
“¿Ustedes forman parte del plantel de guardia de la empresa RENFE?”
“Sí” – fue la respuesta.
“¿Cuándo correspondía hacer la guardia?”
Y entre ellos empezaron a discrepar. “Ese día no teníamos guardia” – decía Talavera. Marion decía “Pero vos estabas de licencia” y Anaya adujo “Era mi día de franco, la empresa no había designado ingenieros para la guardia de ese día”.
Ante las discrepancias, se generó un largo silencio. Andrés se masticaba la bronca para sí mismo. El fiscal consultaba con los otros integrantes del tribunal y resolvieron ir a cuarto intermedio. En ese lapso, Andrés llama a Ulises:
“Ulises, estoy en el tribunal” – le dice Andrés.
“¿Qué tal los ingenieros?” – pregunta Ulises.
“Se están contradiciendo entre que uno dice que tenía franco, el otro que tenía licencia y otro que dice que no había guardia para ese día” – le dice Andrés.
“No Andrés, eso es mentira. Yo cuando pasé por la guardia del taller, al prestar el último servicio desde Porto a Empalme Zamora, ví la planilla” – le dice Ulises.
“¿Y quién estaba?” – pregunta Andrés.
“Los ingenieros Anaya, Talavera y Marion” – le dice Ulises.
“¿Qué hago ahora si el fiscal se traga esa mentira?” – le pregunta Andrés.
“Fácil viejo: consigue un testigo. Mira que simple” – le responde Ulises.
“Gracias, que buena idea me diste y vos serás el chivo expiatorio. Y conseguime el teléfono del maquinista del tren de carga que llegó esa noche a Empalme Zamora” – le dice Andrés.
“¡Estás loco! ¿Quieres que me rajen?” – le dice Ulises.
“Mira, es arriesgado pero si dejas que esto quede impune, RENFE va a seguir haciendo lo que a ella se le canta las pelotas” – le dice Andrés.
Andrés volvió a la sala. “Gaby, estoy en la mía. Estos desgraciados van a fraguar una semejante mentira para zafar y no asumir la irresponsabilidad de abandonar la prestación de una guardia mínima” – le dice Andrés a Gabriela.
“Razón de más, díselo al abogado y que se entere el tribunal, antes de que sea tarde” – le dice Gabriela.
Y al final se levantó la sesión. Andrés y Gabriela fueron a buscar al abogado. “Doctor Fuentes, suerte que lo encuentro” le dice Andrés.
“Andrés... va bien el caso, solo hay que ver qué siguen declarando los ingenieros” – le dice el abogado.
“Eso justamente, doctor, de eso hay que hablar” – le dice Andrés.
“Pues acompáñenme al estudio y cuéntame qué hay” – le dice el abogado.
Los tres suben al auto y salen rumbo al estudio jurídico. Tras veinte minutos de viaje, llegan al estudio.
En el escritorio, Andrés empieza a contar:
“Doctor, supe que los que los tres ingenieros declararon es toda una farsa que armaron para zafar” – dice Andrés.
“¿Qué te llevó a pensar eso?” – pregunta Fuentes.
“Pues en las estaciones grandes siempre tiene que haber una guardia mínima y en ellas siempre tiene que haber un mínimo de tres ingenieros disponibles. Cuando adujeron lo que adujeron, me sonó demasiado falso como para creer que ellos estuviesen diciendo la verdad” – le dice Andrés.
“A menos que hayas tenido acceso a alguna planilla...” – le dice el abogado.
“Yo no, pero un compañero mío sí. Por eso yo tarde un rato largo en volver, porque estuve hablando por teléfono y me dijo que esa noche sí tenían que prestar servicio en la guardia. Él vio la planilla, porque en la guardia siempre está la planilla a firmar” – le dice Andrés.
“Lo que se puede hacer es buscar testigos y pruebas para dejar en claro que dichas personas no se presentaron esa noche a trabajar” – dice Fuentes.
“¿Testigos? Le rompo la paciencia a Ulises...” – dice Andrés.
“Pero alguien más que Ulises sabe...” le dice Gabriela.
Hasta el llamado de la nueva sesión, Fuentes y Andrés andaban tras la búsqueda de pruebas. Fueron afortunados de encontrar la planilla en la guardia y que la empresa no la hubiera hecho desaparecer “No desapareció porque la escondí en un armario” – le dice Ulises.
Con las pruebas fueron al Tribunal y las presentaron ante el fiscal. El final despacito empezaba a escribirse. Pero quedaba llamar a la sesión para dictar la sentencia.
Uno por uno los días fueron pasando. Pero el día llegó. El tribunal dio inicio a la última sesión.
Había mucha concurrencia. Muchos querían saber el final de un viaje que hacía rato estaba pidiendo justicia. Y no era para menos, había pasado tan solo ocho meses y las marcas seguían abiertas.
El fiscal empezó con la lectura de los alegatos. Andrés miraba a todos lados pero no le soltaba la mano a Gabriela, sus lágrimas empezaron a correr por sus mejillas mientras el fiscal continuaba con la lectura. Unos asientos más atrás estaba la familia de aquel panadero que lo acompañara en ese viaje en el espanto ferroviario. Muchos buscaban un consuelo.
Pero los culpables permanecieron inmutables, mirando la pared impasibles. Hasta que el fiscal anunció “El Tribunal de la Ciudad de Pontevedra resuelve condenar a los ingenieros Anaya, Marion y Talavera a la pena de 40 años de prisión por abandono de guardia e irresponsabilidad ante terceros. Los restantes integrantes de la guardia son condenados a la pena 35 años de prisión por los mismos cargos que los ingenieros. Son las 19 horas, 42 minutos y el caso queda cerrado”.
Los culpables fueron llevados por la policía provisoriamente a la comisaría de la localidad y al día siguiente al penal de la ciudad de Oviedo. Ellos purgan su irresponsabilidad de la tragedia de ese viernes.
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