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jueves, 27 de marzo de 2008

Los cuentos de Bolívar y María Eugenia LXVIII: Recuerdos de un viaje a Pontevedra

3ª Parte


Nota: Es una fantasía. Los nombres pertenecen a la realidad. Toda coincidencia con la realidad es pura casualidad.

El relato está inspirado en un accidente ferroviario sucedido hace unos años atrás en Alemania.


El tren hizo unos 10 kilómetros y volvió a pasar por un cambio tijera, el cual uno de los rieles se incrustó entre la unión del segundo con el tercer vagón. Los pasajeros estaban asustados. Pero el tren seguía.

En el puente que une la carretera 5 en Pontevedra, a 5 kilómetros de dicha estación, se acabó el viaje de Andrés. El primer vagón descarrilado chocó contra la columna del puente y el mismo colapsó, cayendo encima del segundo vagón. Adentro, los pasajeros estaban siendo atrapados por los hierros retorcidos de la formación.

Los vagones tercero y cuarto chocaron entre sí haciendo un acordeón. El primer vagón pasó el puente pero quedó descarrilado a un costado de la vía a 250 metros y la locomotora pudo ser detenida 4 kilómetros después.

La hora pasaba. Había pasajeros atrapados en todas partes del tren. Andrés estaba en una de las partes más trágicas: el segundo vagón.

Al lugar asistieron todas las unidades de auxilio. Pero no alcanzaron. Llamaron también al auxilio de la compañía RENFE. Remover los escombros era la tarea más complicada. En más de un caso, eran más los fallecidos que los heridos. Y así lo aceptaron.

“Santo cielo... ¿cómo sacamos a los viajeros de ésta maraña?” – le pregunta un bombero al capitán.

“Que buena pregunta...” – le dice el capitán.

Mientras tanto, los bomberos removían como podían los escombros y sacaban a los heridos. Cinco horas después de acontecido el accidente, Gabriela enciende la televisión y justo ve imágenes del accidente. Corrió a llamar a llamar a la policía y no le supieron decir nada acerca del paradero de su marido.

Tras estar un día y medio atrapado en los hierros retorcidos, Andrés fue rescatado del vagón aplastado. Junto con los demás heridos, fue trasladado al hospital. Su situación no difería en absoluto de los demás viajeros. Es que sus heridas se podían contar por decenas.

En el hospital local fue enviado al quirófano. Mientras era operado, desde el cuartel del bomberos encontraron el bolso que llevaba Andrés y pudieron llamar por teléfono a su casa.

“Hola... ¿me comunico con el 5621-5687-56?” – dijo el capitán.

“Si señor ¿Qué sucede?” – pregunta Gabriela.

“Señora... ¿Usted conoce al señor Andrés? – le pregunta el capitán.

“Si señor, Andrés es mi marido ¿Qué pasó con él?” – le pregunta Gabriela del otro lado de la línea.

“Bueno señora, tengo que comunicarle que su esposo en éste momento está siendo operado de sus heridas en el hospital local” – le dice el capitán.

Gabriela casi sucumbe. “¿En qué momento puedo visitarlo?” – pregunta.

“Mire señora, yo puedo decirle que su esposo estaba atrapado en uno de los vagones más destruidos pero en cuánto a visitarlo, eso quedará en lo que decidan en el hospital local, ellos van a llamarla igualmente, pues a ellos los vamos a anoticiar que usted es la señora del señor accidentado” – le dice el capitán.

“¿Cuándo podré retirar las pertenencias?” – le pregunta Gabriela.

“En el hospital se las van a entregar, quédese tranquila que ellos se van a comunicar con usted” – le dice el capitán.

Horas después recibió otra llamada. Provenía del hospital.

“Señora... la llamamos del hospital para pedirle que por favor se acerque pues tenemos que dialogar con usted” – le dice un médico del otro lado del teléfono.

Gabriela se acomodó y se tomó el bus 9 rumbo al hospital. Durante los minutos que duró el viaje al hospital pensó en mil cosas. Muchas cosas se le pasaron por la cabeza.

Finalmente llegó al hospital. Allí se reunió con el cirujano “Señora, éstas son las pertenencias de su esposo pero vamos a retener sus documentos”.

“Entendido” le dice Gabriela.

“Con respecto a su esposo, le digo que estuvo un día y medio atrapado en los hierros retorcidos y escombros del tren... estaba muy mal herido y a su lado había una persona fallecida. Eso fue lo que dijeron los bomberos” le dice el cirujano.

“¿Cómo estaba?” pregunta Gabriela.

“Estaba inconsciente cuando los bomberos lo sacaron e inconsciente llegó al hospital. Acá directamente fue llevado al quirófano porque sus heridas eran múltiples, fracturas expuestas... ahora está bajo los efectos de la anestesia pero en una sala de terapia intensiva, con suero” – le dice el cirujano.

“¿Estará bien?” – pregunta Gabriela.

“No se sabe... no se sabe... hay que esperar a ver cómo evoluciona en los siguientes días. Recuerde que el accidente que sufrió fue uno de los peores y, encima, que se podía haber evitado tranquilamente si la prestataria ferroviaria hubiera hecho las cosas como corresponde” le dice el cirujano.

“¿Cuándo lo puedo ver?” vuelve a preguntar Gabriela.

“Por hoy, vamos a dejar que vea a su esposo, pero por hoy. Cuando los internados permanecen en terapia, se aconseja evitar las visitas, solo lo que puedes hacer es venir al hospital y retirar el parte médico personalmente o llamar por teléfono, pero lo arreglas después con el jefe de guardia” le dice el cirujano y la conduce a terapia.

El cirujano llevo a Gabriela a terapia donde están los demás internados con dolencias graves. En la cama 51 estaba Andrés, con un suero y conectado a un aparato que iba midiendo sus latidos.

“Señora, acá está su esposo” le dijo el cirujano y dio un vistazo a los papeles que cuelgan del pie de la cama.

Gabriela lo miraba inerte. “Es la peor imagen que he podido ver” le dice al cirujano.

Tras unos 10 minutos, Gabriela se retiró de la sala de terapia y volvió a la oficina, donde retiró el bolso que tenía Andrés ese día y finalizó la visita al hospital.

Conforme los días pasaban, Gabriela llamaba al hospital para saber el parte médico. Los días domingo iba personalmente a retirarlo, y de paso, podía hacerle una pequeña visita.

Tras cuarenta y cinco días de estar dormido Andrés despertó. Despertó sin saber dónde estaba. La habitación olía a hospital. Estaba vendado y con un suero, en la cama 51. Haciendo muecas pudo llamar a la enfermera. Le preguntó por su esposa. La enfermera llamó al cirujano “Cirujano Galvez, el paciente de la cama 51 abrió los ojos y desea saber algo de su esposa”.

El cirujano vino a ver a Andrés. Andrés volvió a manifestarle lo mismo que a la enfermera, pero con muecas.

Un médico del hospital llamó a Gabriela “Señora, por favor, concurra al hospital... su esposo abrió los ojos”.

Gabriela se emocionó “En un rato voy” le dijo al médico.

En un rato, Gabriela llegó al hospital. Pidió encontrarse con el cirujano y un médico la condujo a la cama 51 donde está Andrés.

“Despacio va recuperándose, lo que ahora más nos interesa es que trate de recuperar el habla lo más pronto posible” le dice el médico mientras la lleva a terapia.

Una vez que Gabriela pudo llegar hasta la cama 51, Andrés lloró cuando se volvió a encontrar con ella. Dolorido pudo contarle que está bien y por qué venía en ese tren tan postergado. “Tócame el Himno a la Alegría” le pidió.

“No puedo Andrés... estás en el hospital y puedo estar molestando a los restantes enfermos...” le dijo Gabriela.

“¿Ah? ¿Los restantes? Mejor dí “Los que alcanzamos a contar el cuento pues los contamos con los dedos”” le dijo Andrés a Gabriela.

“¿Quiere decir que mis dedos bastan para contar los sobrevivientes?” le pregunta Gabriela.

“Sí” le contesta Andrés.

“¿Pero por qué diablos tomaste ese espanto ferroviario?” le pregunta Gabriela.

“Estaba en el medio del desierto... había perdido el ICE y ahí no hay nada... No hay ni siquiera línea de bus que te lleve a destino a menos qué desees embarcarte en cualquier espanto ferroviario” – le contesta Andrés haciendo muecas de dolor.

“No puedo creerlo... me cuesta creer aún que por querer llegar a casa hayas terminado aquí” – le dice Gabriela.

“Espera a la segunda parte de ésta historia, esto no se termina en mis dolores que me están matando” le dice Andrés suplicando.

La hora de visita terminó. Gabriela se fue del hospital rumbo a su casa. Lo primero que hizo fue tomar la flauta y empezar a tocar, a tocar y a tocar melodías que ayudan a suavizar los dolores internos. Pero no pudo soportar llorar “Todo por viajar en un espanto... Dios” dice en medio de las lágrimas.

Pero se tranquiliza. La música por lo menos ayudaba a evadir el triste recuerdo de ver a su marido internado en el hospital, contando las heridas por decenas.

Y algo angustiada se fue a la cama. Pero pasó mal la noche. Tuvo la horrorosa pesadilla del accidente de su marido. Despertó asustada “¡Ah!!!” “Por favor, solo fue una pesadilla”, se levantó y salió a dar una vuelta por la casa.

Posó su mirada en una foto que tiene con Andrés “No puedo entender qué esté pasando éste infierno... ¿Cómo estará allá?” y empieza a recordar los buenos momentos vividos. “Si pienso en ti siento que esta vida no es justa” escribió en un papel... Decidió matar la noche y se sentó en el escritorio de Andrés, donde pasa parte de sus horas dibujando, pero el lápiz ésta vez sería para escribir una carta. Con ese papelito, lo apoyó y empezó a escribir:


“Que los días de verano en ésta villa de Pontevedra suceden al son del viento tan cálido que sopla del interior del continente... también algún viento proveniente de África y trae calor y más calor. Con éste calor allí veo que la suciedad y el sudor de estar en ese taller ferroviario te impregna la piel. Adoras pasar horas y horas en éste escritorio dónde hoy estoy yo escribiendo éstas líneas pero sé que puedo resultarte un santo remedio cuando oyes esas bonitas melodías de los clásicos de la música... nunca te importó qué música sonara pues si algo puede hacer que canalicemos nuestras broncas y penas, eso es y está frente nuestro: el arte.

Tal vez no sea la gran cosa pero trato de hacerte lo más alegre posible la vida en éstos momentos que más lo necesitas... más que triste, son las heridas las que hacen que te duela hasta el alma y que la bronca nos esté envolviendo.

Estoy en tu escritorio y te juro que por ésta lampa que alumbra, en los papeles miles de líneas invisibles se dibujan y contornean al son de mi imaginación...

Realmente ésta noche la tengo que matar tan pronto como pueda porque ya está amaneciendo... tengo que ir al estudio a resolver cuentas. Pero prometo volver a verte porque no puedo dejarte ahí solo, a la deriva. Solo me resta completar ésta papeleta con éste verso “Si pienso en ti siento que ésta vida no es justa”.

Empezaba a amanecer. Gabriela dobló la hoja y la metió adentro de un sobre. El despertador sonó. Ella se acomodó y tomó el desayuno. Se sintió más sola que de costumbre “Alguien me falta...” y volvió sobre esa frase “Si pienso en ti siento que esta vida no es justa”. Pero cuando terminó el desayuno, tomó el portafolios y se fue al estudio. Mientras, en el hospital, Andrés deseaba que llegara la hora de las visitas.

El reloj sonó las 17.30. Tan puntual estaba Gabriela. Traspasó la puerta. Su cara vendía todo. “Hoy estoy un poquito mejor” le dijo Andrés.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. “Ya voy a salir de aquí” le dijo.

Gabriela abrió su portafolio “Tal vez quieras matar el aburrimiento del hospital” le dijo.

“Mira, hoy de veras hay una noti más triste: se fue el panadero” – le contó Andrés.

“¿Qué panadero?” – le preguntó Gabriela.

“Un pobre panadero que viajó conmigo en el estribo del espanto ferroviario” – le contesta Andrés.

“Ruego que pronto salgas de aquí” – por suerte suplica Gabriela.

“Voy a salir, voy a salir” – le dijo Andrés.

Una vez más, la hora de visita terminó. Gabriela se fue a su casa pero Andrés decidió mirar los papeles que le había traído “¿Una carta? ¿Quién me escribiría una carta?” dijo.

Abrió el sobre y sacó la hoja. Leyó:


Continuará...


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