Antes de partir en un viaje a La Pampa, Cañuelas me pidió que fuera a ver el cajón de 9057. Yo pensaba en el camino que ese cajón del que me hablaba Cañuelas era uno de esos que usan para enterrar muertos. Me asustaba pensar que me iba a topar con esa escena, creía que estaba por ver un cajón en varias divisiones y en cada una de ellas tuercas, cables, tornillos y todo lo que se ocurriera.
Repetía “9057”, “9057”, “9057”... Ya parecía loro repitiendo mecánicamente ese número pero lo hacía porque temía olvidármelo.
“9057”, “9057”, “9057”... a cada rato, bah, a cada paso. Menos mal que las vías me llevaron solitas donde me dijo Cañuelas que debía tomar un desvío. Claro, yo en vez de meterme en un desvío hice un atajo.
Bueno, desde ese atajo llegué. Pero me quedaba por conseguir eso que Cañuelas me dijo: el cajón de 9057. Aunque antes que buscar eso, algo se me vino encima, no era que estaba intoxicada ni que no tuviera humor, lo que pasa es que me vino encima otra imagen tan desoladora como ver a las hermanas de Cañuelas en todos los estados que se pudiera pensar. Es entonces cuando pensé que yo digo que sueño pero hay algunas que ni siquiera sueñan... es que los sueños les pasaron por arriba porque saben que el maltrato es parte de sus vidas y que la muerte es un concepto tan instalado que terminan dando rienda suelta a las supersticiones.
Con esa escena pensé que ellas deben cantar “Un pacto” porque sinceramente, requieren un pacto para seguir con vida.
Pero adentro me esperaba otro tanto. Buscando otro cuerpo, así, me metí y a un costado, contra una pared encontré ese famoso cajón del que me hablara Cañuelas. Es un cajón de madera como todos, pero no con tuercas como imaginaba yo, sino ¡Con boletos! Miraba y miraba y eran boletos... Claro, boleto que mirara había un destino distinto y un buen motivo de viaje.
Boletos de cartón, boletos de papel, boletos... boletos y más boletos. Trenes de pasajeros, trenes de carga, trenes de auxilio, maniobras... empresas, Ferrocarriles Argentinos, Ferrobaires... FEPSA... Provincia de La Pampa... Por favor, ¿quién iría a creer todo esto? Me preguntaba mientras veía esa montaña ordenada de cientos y cientos de ellos... Ahora entiendo el cajón del que me hablaba Cañuelas. Alzando mi vista encontré un cuadrito con un boleto quemado. Me pregunté qué podía significar ese boleto quemado y me pareció un buen motivo para desandar la historia, que sea sin medias tintas...
“Tú que has estado mirando mi museo de boletos viajeros – me dice Pico – has podido apreciar el run run viajero... de quienes quieran tienen recuerdos de sobra para poder decir que he danzado en todos los trenes habidos y por haber... Yo perfectamente sé que los ojos que me vieron rodar podrán dar testimonio por sí solos”. Es que lo que me acaba de decir resume en líneas generales su vida de rodar los rieles. “Que mis últimas andanzas fueron por estás Pampas...” – me continua diciendo Pico y entonces en varios boletos veo los viajes a Bragado y aquellos otrora época de viajes a Santa Rosa o General Pico.
“El último destino me generaba un no sé qué...” – dice Pico – “Pos fíjate: acá” y me señala el destino. Leo Junín y ese destino me recuerda a esa vía inundada por esa laguna tan desbordada y no paro de pensar que estaba a kilómetros de caerse ahí, al agua. “Unos le dicen Martita, pero es un tren tan común como cualquiera, aunque tenía la sensación de que en esa vía algo daba vueltas y no era algo de corte positivo” – da una indirecta Pico. Es que ella estaba poniéndose a prueba en un corredor donde las noticias de un adios zumbaban como las moscas en los pueblos aledaños. “Estremecerlos con la bocina y los motores a todo trapo fue mi misión para decirles que siguieran apostando al ferrocarril, que no los vamos a dejar tan fácilmente” – me dice Pico y esas palabras con las cuales ella arma su historia y juntas tratamos de desandar, merecen que un viento las lleve y las disperse por todos los lugares posibles.
“Todos los días hacía lo mismo... todos, qué visitas ¿no? Qué viajes aquellos...” recuerda Pico y entonces saco de su cajón unos boletos ordenados prolijamente, todos con destino a Junín. Melancólicamente, recuerda aquellas imágenes que aparecen en forma de postales en las paredes de Maldonado “Representaba un icono para todos... casi como haber tocado con mis ruedas la perfección para demostrar todo... que el orgullo mío estaba patente en la cara de cuánto maquinista viniera a sentarse a decirme “vamos”, no es de menos sentirse así... pensaba en mis hermanas que no tuvieron la misma suerte que yo, que siempre dan un tumba carnero y acá terminan... que devorar los rieles no era cosa simple ni la furia de un motor mucho menos”. Juro que la escucho y pienso en todas esas postales, algunas fotos, otras son acuarelas y otras no pueden ser menos que un recuerdo imaginado que no va a volver otra vez, pero lo revivo en la memoria.
Su vestido tiene para hablar lo suyo “Ahhh! Cuando ellos decían que me iban a pintar porque algo les quedaba pendiente, para mí era como ir a un spa cinco estrellas porque olía a pintura fresca... que tiempos esos... previo lavado, claro. Pero me encantaba levantar arena, sobre todo el verano eran muy especial para mí que es la época en que esa arena que se levanta junto al calor se transforma en el arenal que parece quedar suspendido en el aire y entonces no sabía si estaba sobre un riel o si en mi carrera iba levantando arena también...” cuenta y sigue contándome Pico.
Realmente tiene necesidad de contar su historia. “En realidad yo tendría que estar en La Pampa... aquella provincia desvastada por la aridez de una tala indiscriminada de árboles, la provincia de los desiertos y esos desiertos ¡Qué arenales compañero!!! Señores arenales... aunque lamento mi final, ahí, en cualquier lugar menos en el mío, en General Pico” – cuenta, con mucha melancolía.
Despacio voy entendiendo el significado de ese boleto quemado... porque es la palabra que encaja, chamuscado queda corto. Ahora sé que importancia tiene ese papel quemado, aunque poco se pueda leer, o es algo más negro que un simple papel...
La veo y por fuera es negro por donde se le quiera buscar pero muchos ignoran que es un ángel, un ángel particular.
***
Era domingo. 30 de mayo en el almanaque. Un día soleado y frío tan común como un domingo cualquiera.
La luz se apagó. Terminó la jornada en los locales. Pero empezaba la jornada para otros... Mientras, muchos solo saben del descanso “Buenas noches, buenos días” – agrega Pico. Ella se preparaba para salir.
Finalmente en Retiro solo quedó el desierto de la soledad, la depresión dominguera para dar lugar al inicio del lunes. “El desfile de pasajeros era como siempre... pero era otra clase de pasajeros, no el malón diario” – relata.
El reloj marcó 22.05. “Yo parada ahí, al son del viento... mataba la espera mirando las estrellas y los cartoneros que danzaban rumbo a la villa” – cuenta. “Ni el altoparlante dio la salida”. Es verdad, el altoparlante ni se lo escuchó. Sonó la bocina y los motores empezaron a rugir, como un viaje común.
“Para mí era como un viaje común, nada del otro mundo” – me dice. Como que nada transitaba los kilómetros rumbo a Junín. Pero la ruta 7 le jugó una mala pasada “De repente, en el medio de la oscuridad veo algo – y se le hace una laguna - ... no sé porque tuve encima un acoplado... fue muy rápido, porque recuerdo que, lo divisé encima, choqué y dí una voltereta... es lo que recuerdo, luego no sé, porque... pues, en segundos estaba a un costado de la vía, con un incendio y un montón de hierros aplastados debajo mío...” cuenta. Mientras cuenta me cuesta creer que fuese como la segunda versión de 1999 “Justo pensé en ese momento... que estaba protagonizando la segunda versión de ese año...” – expresa.
“Pues buen ¿Cómo legué acá? Muy simple. Como llegó mi hermana Olivati (9074), de la misma forma llegué yo acá, pero con la diferencia que ella está directamente en el cementerio en Escalda (En realidad es Escalada pero como acá una a otra nos copiamos todas, entonces copiamos a Patagones cuando a esa palabra le suprimió la letra A), lo que pasa es que ella es un carbón, yo al menos sé lo que soy” me dice Pico. Bueno, solo son diferencias pero pareciera que a ellas dos las persigue, mejor dicho, las une el mismo destino “Pero yo anduve de visita por Mercedes y por suerte, se acordaron de venir por mí y no voy a contar mi llegada hasta acá, porque es un viaje común, nada más que Remedios hizo de carro mortuorio, el viaje... una pesadilla, un lento funeral hasta la nave donde estoy y tengo mi museo” – me dice.
Aunque en realidad, Pico se tienta a la ironía “Me tienta continuar riéndome de los demás, de todos y con todos...”.
Así es ella. “Así soy yo, mi número: 9057. Mi nombre de pila: Ciudad de General Pico... para todos soy y seguiré siendo eso, Pico”.
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