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jueves, 27 de marzo de 2008

Los cuentos de Bolívar y María Eugenia LXXXI: El plan Cibriano

Nota: Fantasía


A varios meses de realizado el traslado de los tranvías de Polvorín a Lynch, entre los tranvías empezaron a tejer distintas estrategias para poder volver a Polvorín, luego de saberse que el traslado del Taller Polvorín a otro lugar quedara anulado. Una de las alternativas era un plan secreto que incluía a Cibriano como carta en la resistencia.

A las nueve menos cuarto de la noche, Cibriano llegó al Taller Lynch. Había estado desde las 17.30 en el Taller Federico Lacroze, junto con algunos subtes y con un teléfono en mano para conocer la evolución del plan que se tejía.

Pero tanto Yatay como Monte Caseros eran cómplices del plan. Aunque G601 fue quien advirtió realmente el peligro.

No es conveniente que Cibriano esté con ustedes aquí en el taller.

¿Por qué?

Porque si toman preso a alguno de nosotros en la ejecución del plan, alguno quedará para terminar de hacerlo efectivo – explicó G601 con sobrada experiencia de lidiar en Metrovías.

Sí, hermana, escuchamos bien: ¡el traslado será efectivo!

Nos defenderemos hasta la muerte.

Para eso hace falta que Cibriano esté libre.

En ese momento, Cibriano entra al Taller Lynch y saluda a todos. Truman Capote tiene una expresión grave encima suyo “Si ésta sale bien, démonos por satisfechos” repetía una y otra vez. Toma mucho café.

Un rumor empieza a dar vueltas en el seno del grupo. Todos se horrorizan. En voz baja hay balbuceos.

Sí, me parece que sí.

¿Quién te lo dijo?

No se trata de Ordóñez.

Ordóñez no es nada, la tuerca más dura es Roggio.

Pidió un soplete.

¿Qué?

No lo dejen solo.

Quiere hacer un disparate.

Ahora más que nunca, Cibriano tiene que esconderse.

No, es que Pepito va a usar el trole como arma para hacer frente a los guardias en Caballito.

Más que troles, usaremos vapor, con unos cuantos grados de temperatura.

Más de uno pensará que es verano, no invierno.

En ese instante, Cibriano sale por una puerta lateral del Taller Lynch y evade a la policía apostada en el lugar. Viaja rumbo a Caballito. Llega a Polvorín. Allí encuentra todo tal cual como estaba cuando se había ido en el traslado. Vuelve a evadir a la guardia del lugar. Una vez en Polvorín, se atrinchera en la nave de los tranvías para seguir las noticias de lo que acontecía en Lynch.

Mientras en Lynch todo estaba en calma. Una llamada de Cibriano los puso en alerta. Truman Capote responde:

¡Llegué a buen puerto!

Si pudiste tú, ahora vamos nosotros.

¿Qué esperan para venir?

Ir a la carga.

Los demás tranvías salieron a la carga. Usando el plan de Cibriano, salieron de a uno para despistar. Pepito y 22 alcanzaron a salir. Truman Capote, Lopa y Lupe fueron encerrados en el lugar. Mientras Pepito y 22 seguían viaje, Truman Capote llamó a Polvorín.

No importa Cibriano, nos quedamos presos pero ya saldremos.

Ni vengan... nos van a sacar igualmente – fueron las últimas palabras de Cirbriano antes de que cortaran la línea desde la guardia.

El plan de Cibriano hizo agua finalmente. En un carretón nuevamente fue embarcado y enviado rumbo a Lacroze, donde se dispuso que quedara preso. Pero lo que no advirtieron es que atrás venían otros más en viaje. Estaban haciendo una bicicleta.

22 y Pepito pasaron la noche en la calle. “Que nos saquen con la fuerza pública” – gritaba Pepito en la madrugada.

Advirtieron la presencia de más tranvías cuando quisieron sacar los subtes. “¡¡¡¡Una vez más que haya que regresar a los tranvías a Lynch y los paso a todos con el soplete!!!!!” – gritó en la guardia el capo mayor de Metrovías, Benito Roggio. Sus gritos se oyeron varios metros a la redonda. Urgente volvieron a llamar a un remolque para traslados. Llegó. Mientras subían a 22 al remolque, Pepito no pudo con su genio y con un elemento cortante, tajeó las gomas del carretón. “Éste no sale hoy” decía.

Enojadísimo, Roggio amenazó con pasar a los tranvías con el soplete. Mientras tanto, encerrado en Lacroze y con custodia, Cibriano pensaba un nuevo plan pero en éste caso no se trataba sobre el regreso a Polvorín, sino más bien, en “Un retorno en paz a casa”.

Estaba todo dicho: el plan salió mal y se notaba en todos. Nuevamente los tranvías, a dormir a Lynch, excepto Cibriano que seguía preso en Lacroze siguiendo por teléfono los acontecimientos ¿Cibriano, un as de espadas o de copas? Las cartas ya estaban echadas.


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