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domingo, 30 de diciembre de 2007

Los cuentos de Bolívar y María Eugenia XXII: Quequén al quirófano

Nota: es una fantasía.

Quequén hace dos semanas leyó una lista pegada con cinta en las paredes de Maldonado. Y mira con ojos feos un lugar al cual todas van y no le escapan. Algunas le escapan porque están a la espera. “Pero no sentirás nada” – le dicen todas, pero Quequén no lo logra digerir. Mardel trata de distraerla con su humor más acerado que nunca, Pinamar le trajo la última edición de un CD de Las Baranda y eso parece haberse convertido en su distracción.

Mira esa lista y se escapa al patio. Va y viene quinientas veces al día. Todas lo saben. Es que no quiere ir ahí. Pero lo necesita urgente. Ella huye, Cobo trata de hacerla entrar en razones pero Quequén peca de cabeza dura. Así pasaron las horas, los días y las semanas.

Y finalmente llegó el día. Amaneció más soleado que nunca, y mucho más frío que de costumbre. Maldonado está dormida pero en un rincón Quequén llora. Cobo la lleva a pasear de un lado a otro. Menéndez, Mardel y Remedios se duermen paradas. Miramar trasnochó y Sevigné hace siestitas de cinco minutos. Que la noche había sido pésima se notaba, el ambiente estaba presto. Son las 7 de la mañana y llaman a la puerta. Quequén se asusta y termina de ponerse más tensa pero para la sorpresa de todos era Pico y traía lapiceras, papeles, pinceles, telas, témperas y muchas revistas para pasatiempos. “Para ustedes chicas” – dice Pico.

“Témperas, tela, pinceles... guau! Muchas pinturas más” – exclama de alegría Remedios.

“Revistas de humor, historietas... super!” – salta de alegría Mardel.

“Mirá todo lo que hay...” – dice Miramar y continúa sacando cosas de la bolsa.

“Y periódicos ferroviarios” – dice Menéndez.

“Pues... ¡Gracias por todo Pico!” – le dicen todas.

“Pues no tienen porqué agradecerme. Son contribuciones generosas. Ustedes saben como es la mano” – dice Pico con toda soltura.

“Ah, sí... entiendo” – dice Dolores.

Mientras todas estaban pendientes de Pico que contaba sus aventuras junto con Karpik, Cobo se paseaba con Quequén por el patio consolándola. Parecían haberse olvidado que habían trasnochado toda la noche. Pero no Cobo. Quequén ve que la hora avanza y su angustia no cesa.

“No lo tomes a mal, es para tu bien” – le dice Cobo.

“¿Bien mío? ¿Cuándo hicieron algo para el bien de alguna locomotora? – dice Quequén en el medio del llanto.

“Bueno, en parte tienes razón, pero pensá que por lo menos estás dando vueltas, yo lo que es estoy tirada por cosas que me conviene no saberlas” – le dice Cobo.

“No saberlas es signo de permitir que prevalezca la ignorancia” – le dice Quequén un tanto consolada.

“¿Me hablas de cerebros pensantes?” – pregunta Cobo.

“Y... sí. Estar tirado en Maldonado sirve para impregnarse de conocimientos, porque hay mucho tiempo libre disponible” – le dice Quequén.

“En eso es cierto. Pero con ciertos sujetos dando vueltas todo el día es imposible hacer ocio intelectual” – le dice Cobo.

“Pero nadie dijo que eso está prohibido” – le dice Quequén.

Un sonido interrumpió la charla. El reloj marcaba las 9 y afuera sigue el frío. El movimiento en el taller empezó. Quequén escucha a los empleados preparar las cosas para la operación y se pone mal.

“No Quequén, otra vez no...” – le suplica Cobo.

“No... no puedo soportarlo” – le dice Quequén en medio de un mar de lágrimas.

“Sí lo pasarás. No seas cobarde Quequén o nunca más ¿eh?” – la amenaza Cobo.

“Nunca más ¿qué?” – pregunta Quequén.

“Nunca más me ves la cara” – le dice Cobo.

Quequén trata de secarse las lágrimas pero no puede. Y aún está angustiada.

“Me voy de acá Cobo” – dijo Quequén y trata de buscar la vía de salida.

“¡Vos no te vas a ninguna parte Quequén!” – la amenazó Cobo y la frenó del sector trasero.

“Me voy para siempre, nunca más volveré” – dice Quequén y tira para escapar.

“No te vas a escapar a ninguna parte, vas a operarte” – dice Cobo y tira del sector trasero para frenarla.

Mientras Cobo anda trás Quequén, las demás se olvidaron de Quequén y están distraídas con Pico. Pero un bocinazo de Cobo distrajo la charla de aventuras con Pico. “¿Pasa algo con Cobo?” – pregunta Pico.

“Cobo... uy! Se me jue de la cabeza... la dejamos colgada” – dice exaltada Menéndez.

“Y esos bocinazos insistentes son pedidos de auxilios” – interpreta Dolores.

“¿Y qué esperamos para ir al auxilio?” – les dice Sevigné y sale a buscar a Cobo.

Todas van a ver por Quequén que quiere irse de Maldonado. Pico le pregunta a Sierra “¿Qué pasa con Quequén?”.

“¿Quequén? Tienen que operarla y no quiere” – responde Sierra.

“¿Se hace la loca?” – pregunta Anastasia.

“No. Pasar por ese quirófano es de terror, hay que tener agallas de acero” – cuenta Pico.

Para eso, justo entre todas logran traer a Quequén al taller.

“Mira Quequén, si vos te portás bien en la cirugía, esta noche tiramos el taller por la ventana” – le dice Mardel.

“¿En serio?” – pregunta Quequén acongojada.

“¿Cuando hablo en chiste?” – le dice Mardel.

“Siempre dices chistes...” – le responde Quequén.

“No Quequén, esta vez Mardel habla en serio, no es joda” – le dice Dolores.

“En serio Quequén, si te portas bien, esta noche hacemos una fiesta” – le dice Sevigné.

“Y de paso llamamos al Geriátrico Lynch” – le dice Mardel.

“Ay... que bien chicas. No me puedo quitar este fantasma de la cabeza” – dice Quequén.

“Agallas Quequén, después hacemos un pergamino de la astronomía ferroviaria” – le dice Miramar.

“Vamos Quequén, hazlo, te mandamos con Cobo” – le dice Remedios.

“Que aguante el de Cobo” – dice Dolores.

“¿Y si la mandamos a Menéndez?” – pregunta Sevigné.

“¿Menéndez? Acá afuera es cada tranco una nueva macana que comete” – dice Mardel.

Quequén se le pasa un poco la angustia. Y ellas deciden que Cobo le haga compañía.

El reloj marcó las 11.25 de la mañana. Y llevaron a Quequén al quirófano. Por detrás estaba Cobo, que luego hubo de apartarse a un costado.

Un círculo de veinte empleados empezaron la operación. Encendieron luces y más luces. Entre ellos debatían qué hacer. Quequén miraba a Cobo y se le cayeron algunas lágrimas. Cobo la miró y con su sola mirada le dijo que ella le haría el aguante hasta el final. Y Quequén adivinó con su mirada el pensamiento de Cobo, y eso fue un remedio santo.

Le seccionaron la cabina y el sector de los motores. Pusieron en cero el extintor. Le extirparon los radiadores y le cambiaron los motores. Luego la estaquearon y empezaron la lenta y ardua tarea de cambiar las ruedas junto con el tanque. “Me desnudaron” – prensó Quequén. Y así estuvo por cuatro horas.

El tiempo que permaneció desnuda pasó por jabón y agua. Y pasó por pintura también para lucir mejor.

Y así pasó toda la noche.

Al día siguiente la operación se retomó muy temprano. Le fueron colocados los motores a cero, los radiadores limpiados, el tanque de combustible más limpio que nunca, sus ruedas muy relucientes y en su cabina le hicieron algunas incorporaciones tecnológicas. 17.55 concluyó está operación. Concluyó con todo, con un lavado externo y un secado rápido. Y hubo de pasar otra noche en el quirófano.

Al día siguiente en el horario de siempre los cirujanos se ocuparon del engrase, del aceitado, del combustible y la puesta a punto. Una vez que tenía todo verificado, le pegaron en la trompa un papel con cinta provisorio, el mismo decía:

“26.559

Entrada: mayo del 2004 – 11.25 horas

Salida: 17.55 horas

Locomotora: 9066 – Ciudad de Quequén

Motivo: control

Resumen: puesta a punto”

La llevaron a vía 5 y allí quedó. Cobo salió por detrás de ella.

Quequén se miró a un espejo y se vió más linda que nunca.

“Me siento un poco rara, me duele todo” – dice Quequén.

“Es lógico. Fue estresante, pero ¿estás bien?” – le dice Cobo.

“Si. Pero tengo ganas de dormir, me siento muy planchada” – le dice Quequén a Cobo.

“¿Y la joda?” – le pregunta Cobo.

“¿Qué joda? ¿Y si vamos a la cama?” – le dice Quequén.

“Vamos con las chicas, ellas están pendientes de tí” – le dice Cobo.

Ambas se dirigen donde están las demás.

“Hola Quequén” – le dijeron todas y Pico le tiró papel picado.

“Hola chicas ¿todo bien? Gracias por el aguante” – les dice Quequén.

“Si, todo bien, ahora hay que festejar” – dice Sevigné.

“¿Y si festejamos otro día?” – dice Quequén con cara de cansancio.

“De acuerdo Quequén, hacé el reposo reglamentario pos-operación” – le dice Menéndez.

Quequén prefirió ir a dormir y descansar antes que una jodita. Al día siguiente se levantó temprano y se paseo un rato y vino con las demás a hacer lo de siempre: tomar mate, informarse. O sea, ella siguió con su vida tan normal como siempre. A las siguientes semanas volvería a la vía para trabajar fuerte y feo. “Pero no me olvido que dentro de un tiempo tengo que volver a control” – dice serenamente Quequén.

“¿Volverás?” – le preguntó a Cobo.

“Te hago señales de humo si te parece” – le contestó Quequén.

“Pero luces bien Quequén” – le dice Menéndez.

“Pero dolió mucho la operación” – contesta Quequén.

“¿Y la próxima?” – pregunta Remedios.

“¡Se va a portar bien!” – se apura a contestar Dolores.

“Pues... pues no sé” – contesta Quequén.

“Yo sí sé que te vas a portar bien” – le dice Sevigné.

“Me faltaría que termine siendo compañía de alguna que vaya a ese lugar” – comenta Quequén.

“¿Cómo quien?” – pregunta Pico.

“Como cualquiera de vosotras aquí” – responde Quequén.

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