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domingo, 30 de diciembre de 2007

Los cuentos de Bolívar y María Eugenia XIII: El maquinista T

Nota: Toda coincidencia con la realidad es pura casualidad.

Horacio es maquinista. Vive en Bahía desde hace unos años, 11 según él. Trabaja en los trenes desde hace unos 15 años, así dicen sus compañeros. Su edad data en 37 años pero aparenta tener unos cuantos menos. Añora su querida Santa Fe, en donde pasó su infancia hasta que los trenes lo trajeron hasta aquí.

Entrar al ferrocarril no le fue simple. Pasó por todas. Primero fue cuadrillero en Santa Fe, después pasó a ser cambista en la localidad de Ramallo para después devenir en boletero en Retiro San Martín y allí sus puertas se le abrieron a un horizonte impensado: es que en el futuro sería maquinista.

Horacio soñaba en realidad con ser Ingeniero Petroquímico pero la emergencia económica lo forzó a ésto. Pero se sintió bien. Aparentando aceptó hacer el curso y como él mismo dice “Me costó sangre, sudor y lágrimas” llegar a serlo. La práctica fue otro tanto. Pero una vez que aprendió y se puso canchero, se acordó de todo el esfuerzo que hizo. Para ésto, tenía como 29 años.

“A Horacio nunca se le conocieron novias” – dijo un compañero en el Mitre. Pues era verdad, Horacio no se daba fácilmente con los demás, tendía siempre a lo solitario, a aislarse con los periódicos o con los libros, eso sí, cualquier información él siempre la sabía con lujos de detalles y eso hacía que los demás compañeros sintieran por él una profunda admiración. Sabía de todo... “Era de todos y no era de nadie” – cuentan sus compañeros.

En 1993 Horacio fue trasladado por Ferrocarriles Argentinos a Bahía Blanca. Allí pasó a prestar servicios también como maquinista. Conoció desde Maldonado hasta Spurr, y no por encima, sino como la palma de su mano. Otra de las cosas que tiene presente es que el trabajo de maquinista puede ser el peor de todos. Recuerda accidentes, desde los más leves hasta los más graves. Y se enoja. Se enoja con razón contra los peatones y automovilistas.

Hoy es el año 2004. A sus 37 años carga en sus espaldas con una causa judicial como si fuera el culpable de un homicidio. Hace dos años atrás atropelló a una familia que viajaba en su auto y dos resultaron muertos. Los sobrevivientes le iniciaron acciones judiciales y Horacio vió sus bienes embargados como una justicia que día a día ve cómo lo manipula, como le muestra su peor cara y que día a día lo acorrala económicamente.

El juicio no terminó todavía pero a Horacio los problemas se le acabarían tan pronto como él lo pensara. Era lunes. Para el día miércoles, Horacio no era más Horacio, sino era otra persona: pasaría a llamarse Martín y externamente él mismo sufriría unas modificaciones para que nadie supiera que él mismo truchó su identidad: su DNI sería otro y con él podía seguir circulando como si nada. El nombre de Horacio se expendió también un certificado trucho de muerte por paro cardiorrespiratorio. Horacio –o Martín- estaba tranquilo, puso sus nervios de acero y con los pesos que tenía guardados recuperó su casa –que para la justicia la compró-. Horacio siguió trabajando de maquinista, pero con el nombre de Martín, sus compañeros sabían perfectamente que por atrás, esta persona era el “Maquinista T”.

A Martín la justicia no lo molestó nunca más, la familia todavía repudia a Horacio pero lo que menos saben es que la persona a quien repudian es T, un autentico ciudadano T.

“Argentina es un país hermoso, bello y lo quiero porque aquí nací y me hice como persona pero la justicia se ha portado muy mal y gracias a ella, ahí tienen los resultados que querían. Hay una frase que dice que un país cuanto más corrupto es, más leyes necesita” – dice a modo de conclusión Martín.

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