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domingo, 30 de diciembre de 2007

Café Ferroviario XXIII: Lo que es ser pasajero en un tren según Camarero Mansilla

Medio mundo critica a los trenes de pasajeros que están como el traste, como el tuje, como el demonio y que se viaja peor que nunca. Sí, es cierto, se viaja pésimo pero veo algo inusitado: todos los santos días como si fuésemos a la cancha a hacer el aguante a alguno, hacemos la fila para viajar, aunque protestando, pero por detrás es un aguante.

Si vemos a Nancy, ella va a decir que en TBA la cosa está bastante bien, aunque algo deja que desear. Pero si vemos a A915 seguramente en su castellano mezcla de inglés dirá que en la línea San Martín se viaja pésimo pero como dice una frase “Consuelo de tontos” dicen quienes frecuentaron la línea que viajar apretados, colgados y en las locomotoras y estribos de vagones viene de hace tantos años luz como se pueda hacer un retroceso en la historia.

Pero no me voy a detener a hablar de estos pasajeros porque mi intención –y me lo está recordando por detrás Camarero Vega, que es mi libretista- que las mejores cosas solo ocurren en trenes de pasajeros, y si hay que poner pimienta a un viaje largo, bienvenido, acá está su oportunidad.

Cuando los pasajeros son 2 o 4, todo bien con los asientos. El problema viene cuando son 1 o 3. El asunto peor viene cuando es 1 y cuando llega al asiento hace una súplica de “¿quién será mi compañero de viaje?” y eso pasa de ser una súplica a una hipótesis a develar cuando subió abordo del tren.

Pues cuentan, los audaces que se atreven a hacerlo, hay de todo. Y para todo. Puede que sean la perfecta ocasión para hacer amistad o que se conviertan en la peor tortura de un viaje.

Hay pasajeros exagerados. Están aquellos que aunque hagan un viaje de 5 horas se llevan un bolso repleto de comida como si fuesen al Aconcagua. Y como ven el viaje interminable, buscan la opción del morfi durante todo el camino.

Después están los desubicados como chupete en el culo. Están esos que ni bien se sientan a los dos segundos empiezan a romper las pelotas y con todo el paqueterío ocupan el espacio que queda, que cuando van a comer demuestran todos los peores modales de mesa y cuando no, por esas torpezas, terminan volcándole a uno encima el mate y se acomodan de tal suerte que uno tiene que comprimirse que cuando se van del asiento los termina maldiciendo y cantando Aleluya! a la vez.

Luego le siguen los pasajeros que son esos típicos jubilados que empiezan a rememorar historias más viejas que la injusticia, critican el estado del tren y empiezan a rememorar las épocas mozas del ferrocarril. Más de uno cuando lo escucha le da ganas de pedirles que no nos refrieguen eso porque estamos viviendo la peor época de los trenes.

También está la típica vieja que empieza a parlanchinear con cosas aisladas de la realidad, luego le sigue con los viajes que hizo hace varios años atrás, después sigue por contar de su vida y termina abriendo el bolso para mostrar ante medio público a qué actividad se ocupa. Y a uno le dan ganas de arrojarla por la ventanilla.

Nunca faltan esos pasajeros ordinarios, que uno no sabe si hablan porque uno no los escucha en todo el viaje. A veces uno se siente de otro planeta al lado de este tipo de gente y no tiene muchas alternativas de qué hacer. Así que la solución es mirar el paisaje o leer si es que la luz lo permite.

¿Y qué es cuando vamos con los niños? Son como todos. Están quienes se quedan tan quietos en el asiento como los que joden todo el camino. Sus jodas empiezan corriendo por el pasillo, luego le siguen con aplastar latitas de gaseosa amontonadas para terminar por último jineteando el asiento de algún CT. Mientras la madre los reta en vano, los chicos hacen oído sordo. ¿Y uno? A uno le dan ganas de salir despedido por el techo del vagón.

Tampoco faltan a esta lista esos cargosos y pesados pasajeros, que dicho en gráfico, esos que viajan con una curda bien zaina cuyos pies se les cruzan. Uno cuando los ve pasa lo más lejos que puede porque teme lo peor. Y cuando pasa por delante de uno que se le van los ojos o se le caen las babas y empieza a chiflar y decir estupideces a las chicas, ahí sí que a uno le dan ganas de embocarle un gancho de derecha tipo la Tigresa Acuña.

¿Entienden ahora que ser pasajero tiene sus lados positivos y negativos? Aunque lo bueno de todo esto es que es posible armar una improvisada excursión de turismo aventura sin la necesidad de contratar una empresa de excursiones.

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