Dardo Zurano Lezama se acomoda su traje de guardatren con prolijidad detallista. Pero aún más detallista lo es cuando se mira al espejo. Y continúa retocándose mientras lo asaltan muchos pensamientos llenos de recuerdos, de alegrías y tristezas, de dolores y nostalgias, de emociones mientras recuerda en un segundo viajero las tantas veces que ha recorrido los pasillos de los salones, las tantas veces que ha escrito boletos con su puño y letra, los silbatos de partida y las tantas veces que ha visto en los boletos que el destino principal es... Tandil.
Y se detiene en el espejo. Un grandote corpulento enfundado en ese traje gris, de sus ojos emanan lágrimas. No llora de alegría. Sabe al pie de la letra que el día de hoy tiene una gran connotación, negativa, por cierto: hoy será su último viaje en el Tandilero.
¿Qué será de Dardo después de su último viaje? La empresa la solucionó tan simple: un traslado a la base Mar del Plata. Pero nunca le terminó de conformar ese traslado.
Como si el tiempo pasara tan rápido, la hora del tren... sí, la marcada por la empresa que sería la última, pasó. Pasó sin glorias, pero con muchísima pena. Ese día, la estación estaba colmada. Muchos habitantes vinieron a ver como ese tren hacía sonar por última vez su bocina... Como si las súplicas se hubiesen encontrado, allí todos rogaban que el tiempo se detuviera o... o que en los segundos siguientes la historia se diera vuelta...
Y pasó... José Dos Santos se sentó en el andén y detuvo su mirada en los rieles. Pensó en su pasado en Río de Janeiro, que aún no logra asimilar totalmente el español, que continuamente lo mezcla con el portugués. Aún ignora qué lo trajo a esta ciudad bonaerense. Pero no dudó en hacer sentir su voz de protesta a favor de la preservación ambiental en contra de las minas. Su destino había sido el mismo que el de sus compañeros: el traslado a la base de Mar del Plata.
Mientras José quedaba sentado en el andén, Martín Sotelano tenía el timón del tren. No podía concentrarse lo suficiente, de solo pensar que algo tenían que hacer por salvar lo suyo, lo nuestro, lo de todos...
En la noche, el tren se hunde a acabar su recorrido final por la vía Mar del Plata en sentido descendente. Y a media noche, el Tandilero acabó su recorrido. Para siempre ¿para siempre? Martín cuando bajó de la máquina, abrazó a Dardo que lloraba desconsolado como un niño, para decirle “No todo es para siempre”.
“¿De veras?”
“De veras. Siempre que llovió, paró. Dardo...”
“¿Qué?” – y seguía llorando.
“Vamos a mover cielo, tierra y mar. Esto no se queda así...”
Martín decía la verdad.
Pero Dardo no encontraba consuelo. Estaba muy deprimido. Apenas tenía ánimo como para cuidar de su familia. Manifestó ganas de quitarse la vida.
José mitigaba su angustia bailando el ritmo carioca junto a sus amigos, vecinos y compañeros de Ferrosur.
Una noche, Dardo se levantó y en silencio, se deslizó hacia la cocina. Había un espejito en una de las paredes. Se miró. Se le vino una catarata de recuerdos que le hizo emanar lágrimas de dolor. Fue hasta la mesada, abrió el cajón y sacó una cuchilla afilada. Miró las venas de su brazo izquierdo.
Alterado psíquicamente, Dardo se cortó las venas y se hizo daño en otras partes del cuerpo. Desvanecido, cayó al suelo. Horas después lo encontró su esposa, no quería que los chicos no vieran la espantosa escena.
Tuvo suerte, a pesar de haber llegado tan mal al hospital, se pudo reponer muy bien. Pero su parte psicológica, estaba muy alterada. Y había un buen motivo de sobra.
Sus compañeros no supieron inmediatamente este intento de suicidio. Ellos estaban ocupados juntando firmas para que el Concejo Deliberante les prestara su ayuda. Por ahora, contaban con el beneplácito de los tandilenses que se resistían a tener al silencio y a la soledad como compañeros en los rieles.
Así escribió Juan Jelinek en el diario local “No deberá constituir ningún pecado amar lo que cada uno quiera, entonces, no podemos odiar nuestro gran amigo, el tren, porque no somos los culpables de que lo que debía haberse hecho se lo hubiera tragado la tierra o haya quedado esparcido en alguna explosión en alguna cantera tandilera... entonces ¿no será hora de que nos preguntemos que hacen con nuestros pesos que van en impuestos y más impuestos? ¿al relleno de ciertos arcones? ¿a qué negociados?... ¿Por qué nos hemos de tener que ir a la cama con el pensamiento de que el próximo año hemos de resistir y sobrevivir anhelando...? para ustedes les parece una insignificancia, para nosotros, que solo vemos sus espaldas desde Tandil como deciden desde un edificio a punto de venirse abajo allá en Hornos y Brasil... eso es porque ni siquiera tienen las pilchas gauchas suficientes para bajar de aquel 4º piso e intervenir para escribir otra historia... Estamos por brindar por un venidero 2008 pero nos causa tristeza por esto... a todo esto, mis compañeros sufren, y si por suerte, un ejemplar les llega a sus manos – y bueno sería que uno llegara al despacho de Daniel ¿puede ser? – que el guarda corpulento que sabemos ver en el tren, quiso quitarse la vida pero sepa también que nosotros moveremos cielo, tierra y mar para dar vuelta esto. Ahora que en Febrero esto pasa a la Nación, recuerden que aquí hay gente que llora...”.
Plácidamente dormía la siesta José cuando sonó una bocina. Pero siguió durmiendo hasta que el ruido lo despertó. Salió de la cama y fue hasta la ventana para ver el mismo ritual de siempre en ese tranquilito barrio donde habita: raro, pero cierto, porque ahí el tren le pasa por la vereda de las casas. Para José no era nada nuevo que un tren pisara la vereda de su casa, es más, cuando le contó a sus compatriotas en Río, pensaron que era un cuento. Cuando vieron la foto, se convencieron de que era cierto.
Un día de sol, una locomotora liviana se detiene frente a la casa de José. De la cabina baja Juan y le golpea la ventana donde dormía José.
¡José! ¡José!
José seguía durmiendo.
¡José! ¡José!
Abrió un ojo y dormido dijo - ¿Qué?
¡José! ¡Soy Juan! – gritó Juan.
José se levantó de la cama y abrió la ventana.
Juan... – le dijo dormido.
Preparate toda la artillería carioca que acá por la city tandilera viene el náutico...
No tengo soldaditos...
No salame! En quince días viene Scioli y hay que inventar algo para llamar su atención...
Yo estoy soñando...
José tenía la impresión de estar hundido en un sueño.
¡Despertá tarado! ¡Despertá que estás frente a la ventana conversando con un cristiano!
Diré que puede que esté viviendo en la realidad, pero me da la impresión de vivir en carne propia un sueño...
Es que José, a pesar de haberse levantado, no estaba despierto. Soñaba con que era un tren de pasajeros el que pasaba frente a su vereda. Imaginaba que su casa era un simple y mero refugio.
¿Qué esperas con el tren de pasajeros? – pregunta José.
¿Tren? ¿qué tren? ¿qué pasajeros? José salí del sueño...
Pero estás detenido frente al refugio...
¿Refugio?
¿Y qué buscas?
José, estás soñando, acá no hay ningún tren de pasajeros – Juan se impacientó.
¿Y entonces? ¿qué hace toda esta gente esperando subir?
Juan comprendió que José deliraba.
Tres días después, Martín supo del delirio de José. Pero José seguía hundido en más que un sueño, un delirio.
Martín, tengo un alegrón por darte. Luego se la dirás a Dardo.
¿Alegrón? – desconfió – Pues...
Tenemos otra vez trenes de pasajeros...
¿Trenes? Que yo sepa, tenemos los de la vieja Fortabat, o los vestigios pero de los otros...
No, creedme: ví pasar un tren de pasajeros por la vereda de mi tranquilo barrio, había muchos pasajeros esperando para subir. Juan me insistía que yo soñaba.
Bueno, en algo dijo la verdad...
No, está equivocado: vamos a tener servicios en estos tranquilos lugares...
Martín no tardó en saber que en esta historia del silencio tandilero, se estaba cobrando su segunda víctima.
Martín... ¿qué desgracia hice para merecer esto?
Flagelarte Dardo – le contesto Martín.
¿Mal?
Re mal.
Este sitio de cuarta donde vienen a parar de todo tipo de gente habidos y por haber...
¿Y tú?
Hablo de los trastornos...
Bueno... tú también estás algo chiflatuti...
¿Yo? Yo estoy bien, me siento bien...
Estás deprimido. Continuas alterado, no estás bien Dardo, pero quedate tranquilo, que en esta, ya tenemos el segundo lugar.
Pensé que el trastornado era yo...
No. José diría que padece un cuasi deliruim tremens...
¿Delirio carioca?
Sueña con trenes que no existen... los ve por cualquier lado a cualquier hora.
Dardo se desmayó.
A todo esto, Martín iba rumbo directo a ser la tercera víctima en todo esto. Hasta el momento sobrevivía haciendo changas.
Hasta el momento, los compañeros de Ferrosur, en solidaridad con sus colegas de la provincia, se están ocupando de juntar firmas. Dardo consiguió salir del neuropsiquiátrico y está en el INTA. José, en un delirio, totalmente inconsciente, una tarde soleada, tuvo un accidente que lo dejó en estado vegetativo. Por ahora, irreversible.
Veremos como sigue esta historia tandilera...
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