Te lleva unos segundos firmar este petitorio

lunes, 16 de junio de 2008

Cuentos de Alcoba 2007 VI: Cuestiones de señales II

2ª parte


Pero siempre hay alguien por el cuál uno puede sentir más asco aún...” – le plantee.

Tengo algunos que son peores que el que acabé de contarte. Tengo tres historias más, todas con un común denominador: el delito. La primera, le digo Manos cariñosas, órganos violentos, la segunda la bauticé el mano larga y la tercera la llamo el despreciable. Elige una pues” – me dice Agustín.

Pensé unos segundos pero con los nombres que le había dado, me era imposible sacar el delito que escondían. Entonces elegí una al azar “Elijo pues la historia de “El Mano Larga”” – le dije.

Suspira. “El Mano Larga fue un compañero llamado Rafael César Cestillo, era en un entonces que nos habían mandado a Grumbeïn. Como compañero, era un tipo excelente, pero un buen día empezó a deambular el mundo pesado de las drogas pesadas. Como la droga es algo caro, primero apelaba a consumir todo el sueldo disponible, también inicialmente tenía muy en claro en qué momento hacerlo, pero llegó un momento que lo ayudaron las malas juntas. Me acuerdo que una vez lo ví drogándose y él se dio cuenta. Estaba excitado. Amenazó con matarme si lo delataba. Yo le dije que a ninguno de mis compañeros buchoneo, ni hasta el más peor, salvo que sea muy despreciable. Entonces me dejó irme, pero me quedó grabada la imagen de los ojos desorbitados, como lleno de vitalidad, con la necesidad de descargar la energía... Hasta ahí, nada del otro mundo, después siguió por caer en el mundo del delito. Empezó haciendo el robo del punga, a eso le adicionó el aprender a asaltar con un elemento hiriente, nunca utilizaba pistolas hasta que descubrió que los jubilados eran un blanco fácil a quienes sustraerles dinero. Conforme robaba el dinero, iba corriendo a comprar la droga y volvía el mismo vicio. En Grumbeïn, todos estaban hartos porque sabían quien era el delincuente, la policía hacía la vista gorda. Pero un día fue a asaltar a un alguien equivocado, un concejal de Bahía. Lo asalto, perfecto, pero como lo denunciaron en la comisaría de Bahía Blanca, lo vinieron a buscar hasta el cabín donde estamos ahora. Estábamos tomando mate cuando irrumpieron los milicos y sin mediar palabra, lo tiraron al suelo, lo esposaron y se lo llevaron. Y yo quedé con el mate en la mano mirando lo que hacían con él. Muy poquito tiempo después supe que lo habían condenado a unos largos 20 pirulos de prisión, por robo a mano armada. Hoy está en libertad pero se fue a vivir a Colonia Caroya, Córdoba” – cuenta.

¿Y ahí?” – pregunté.

Hace un gesto indicando que ignora a qué se dedica.

Ahora te contaré las Manos cariñosas, órganos violentos” – me dice.

Por como la has llamado, debe ser un poco peor que la anterior” – le digo.

Lamentablemente sí, pero la que le sigue, es más asquerosa aún. Estos sí que merecen que se divulgue el nombre y el apellido, porque bien sucio que lo tienen... pobre madre la que lo trajo al mundo, menos mal que murió cuando él tenía 6 años, bueno, el padre la mató de un escopetazo. Volviendo... se llamaba Héctor Paredes, era corpulento el hombre, mediocre como él solo, tenía correrías amorosas con sus amigas, mujeres... sabes, pero muchísimo tiempo después descubrimos algo espeluznante: las llevaba al catre bajo amenaza de muerte... nunca pudimos comprender cómo una persona podía tener la capacidad de someter a la otra por el lado íntimo... una cosa es hacer una daño físico como herir una mano, una pierna, lo que sea, otra muy diferente era el otro daño, el que deja huellas... si no hubiera sido porque... Natalia, es el nombre que siempre damos, nunca usamos el verdadero, un día se sentó a contarnos la clase de compañero que teníamos nosotros. Nunca supimos con certeza cuántas fueron, pero ella nos pidió encarecidamente que hiciéramos algo, lo que fuera. Por esas cosas raras de la vida, su última fechoría lo mandó directo al muere. Recuerdo perfectamente una noche, una mujer deambulaba por la playa como buscando algo. Me la topo y empieza a gritar. Quedé mirándola, entonces pensé que algo podía haberle sucedido. Y ella volvió a bajar la cabeza. Yo la llamé Micaela, el real es otro, nerviosa pudo decirme lo qué le había sucedido. Muy angustiada, me llevó hasta el lugar y me lo señaló con el dedo índice izquierdo. Él miró haciéndose el desentendido, pero ya hacía rato lo estábamos espiando por sus fechorías. Le pedí inmediatamente a Micaela que fuera a buscar a mis compañeros al edificio principal. Mientras él daba explicaciones idiotas, lo miraba con más desprecio... repugnancia, nada me alcanzaba para seguir odiándolo. Finalmente vinieron mis compañeros y les dije la milanesa. Ya no sonaba sorpresa, y esperar que lo echaran, podía ser tarde, así que nosotros, por cuenta nuestra, decidimos que no tenía cabida en este mundo” – cuenta.

¿Y cómo siguió después?” – pregunto ansiosa.

Entre todos lo llevamos, a los gritos pelados al andén polvoriento. Era de noche, bien de noche. Parecíamos todos de acuerdo que a éste tipo teníamos que desaparecerlo de la faz de la tierra. Nos hacía compañía hasta un perro. Pero antes de sacarlo, nos ocupamos de que sufriera de la misma forma que lo había hecho con las mujeres. Nada mejor que tuvimos una botella a mano, la reventamos contra el suelo y sacamos un trozo, lo suficientemente filoso para cortar, y uno de ellos se encargó de hacer el trabajo de cortarle la pilchas mientras los demás hacíamos de estacas, teniéndolo en el suelo boca arriba. Gritaba como un marrano. No nos importó, nos importó sí un bledo. Mientras, diré quién hizo el trabajo, Basilio, fue el corajudo que llegó a la raíz del vicio. Pues, primero le hizo lo que en el campo le hacen a los animales, es decir, lo capó y le tiró las carnecitas al perro que estaba a la espera del bocado. En cuestión de segundos hizo desaparecer los pedazos de carne. Y nosotros gozábamos que él sufría, pero parte del escarmiento que quería que tuviera. Pero Basilio tuvo una idea aún más mejor: sin mediar palabras, tocó con sus manos y cortó desde el tronco el miembro que terminó en el estómago del perro, por lo menos, dentro del desprecio que teníamos hacia él, nos aliviaba pensar que alguien se estaba alimentando con la tripas de este odioso. Mientras, seguía gritando como marrano, tenía motivos de sobra para hacerlo. Yo me salió escupirlo en la cara, tenía asco, pero por lo menos, no tenía cargo de conciencia de que estaba matando a un justo, sino un innombrable. Otros de mis compañeros vinieron con un bidón lleno hasta los bigotes y se lo rociaron sobre él, claro, algunos nos mojamos, pero era lo de menos. Tiramos varios fósforos encendidos y empezó a arder como qué. Gritaba ya desaforado, sabía concienzudamente que se estaba quemando, pero nosotros no nos inmutamos por pedir auxilio. Dejamos que se quemara. Lástima que el fuego no logró consumirlo, y seguía con vida, inconsciente, claro, aunque sus carnes estaban expuestas al vivo. Entonces ahí se nos ocurrió hacer un pozo, lo suficientemente hondo y grande para meterlo ahí. No escatimamos en el sitio, ahí nomás, en la playa. Estuvimos largo rato cavando para meter a este maldito ahí. Lo metimos y le echamos tierra, tanta tierra que después nosotros la apisonábamos para que quedara lisita, como si nada hubiera pasado, pero el olor a combustible estaba en el ambiente. Por una supuesta lógica, la muerte ahí la iba a encontrar por la asfixia” – me relata.

Ustedes hicieron justicia por mano propia... ¿pero nunca se supo?” – pregunto.


Continúa en la 3ª parte

No hay comentarios: