1ª parte
Eran las 19.45 cuando hacía ya poco más de quince minutos el tren había partido rumbo a Plaza. El sol caía a plomo sobre la calurosa tarde, en un andén tan polvoriento como el que hay en la estación de trenes de Bahía Blanca.
Pensé para mis adentros que de alguna forma debía continuar mi paseo, pero el deslucido aspecto de la playa ferroviaria no me daba mucho ánimo para seguir dando vueltas allí, así que salí caminando por el medio de la vía.
Uno camina y mientras camina, piensa en las mil y un cosas, no puedo decir perfectamente qué era, solo sé que me detuve delante de una casilla tan alta... tranquilamente podría ser una perfecta vivienda para una persona. Salí de la vía, subí tranquilamente la escalera y llamé la puerta. Mientras pensaba que la persona que estaba adentro no sentía el calor para nada... yo me estaba cocinando, solo las ventanas estaban abiertas.
Segundos después un alguien me abrió la puerta. Tenía una mirada de perro, mal, me miró como queriéndome acusar de un delito. Secamente me preguntó “¿Qué haces aquí?”. Yo me quedé muda y fría como una estatua, ahí fue cuando no sentí más el calor, no supe qué contestarle... No sé, habrá sido eso lo que hizo que dejara entrever una sonrisa para decirme “Adelante”.
Agradecí. No le desprecié la invitación. Inmediatamente tuve la sensación de entrar a un sauna. Sauna, horno de panadería, horno de ladrillos, todo lo caluroso le cabía. El calor que hacía ahí dentro era insoportable, a pesar de los dos ventiladores encendidos que tenía “Verás que acá dentro hace tanto calor como en el Sahara” me dijo.
“¿No se sentiría más cómodo si nos vamos a afuera?” le pregunté inocentemente.
Sin emitir ninguna respuesta, apagó los ventiladores y fuimos a afuera.
“Todos los veranos son lo mismo, uno está pero tranquilamente podrías deshidratarte...” – me dijo describiendo lo que sufre en el verano.
Nos sentamos en el borde del andén. Bien no sabía a qué había ido a molestar a ese hombre.
“No me malinterprete, usted sabrá, pensará que soy de por más ordinario pero le aseguro que es mentira” – me continúa diciendo.
“Si supiera que...” – dije y me cortó.
“Ya sé que estabas por decir: no me siento cómoda y tengo ganas de rajar ¿no? Le pido que no lo haga, la verdad, después de todo, me hizo muy bien que usted viniera, tengo necesidad de intercambiar palabras con alguien extraño” – me dijo.
En verdad, tenía necesidad de compañía “Usted sí que se siente un hombre solitario ¿verdad?” – le pregunté.
“Este trabajo, al menos acá, es solitario...” – me contestó y se quedó pensativo.
Minutos después de silencio, le pregunté “¿Por qué no se distiende? Deje de lado por un momento el reacio lenguaje rielero y hágalo más fluido” – le digo y lo miro.
“Tiene razón... y sobrada razón. No usamos nombres, somos meros apellidos o sobrenombres, pero el ser seco, es una herencia de jefes, supervisores, inspectores... toda esa maraña de superiores que están sobre tu cabeza” – contesta.
Nuevamente miramos la vía que lucía brillosa ante el sol que caía a plomo.
“Voy a pecar de chusma, pero me pica la curiosidad de saber cómo se llama usted” – me hace un planteo imperativo.
Yo contesté – “Yo me llamo Noelia. ¿Y tú?”.
Se quedó pensativo. Luego me contestó – “Me llamo Agustín... Agustín Coll. Tengo algunas cosas interesantes para que las sepas y varios puedan saberlas”.
“¿Se pueden contar acá?” – pregunté.
“Vamos al cabín” – me contestó, nos levantamos y fuimos al cabín. El calor había aflojado notoriamente “¿Tienes un abrigo para regresar después a la parada?” – me pregunta.
“No” – contesté.
“Después le doy una campera, no se preocupe, ahora viene lo mejor” – me dijo.
Me senté, cómodamente en el sillón que me ofreció. Él lo hizo en una reposera con un cuerito de oveja, para que sea más mullido.
“Verás, acá en los cabines son buenos sitios para historias e historias, en especial las otras” – empezó.
Lo miro.
“Usted sí que está lista para oír... Alguna vez, Bahía Blanca fue una ciudad esplendorosa, con muchos trenes... también muchos más empleados que los cuatro pelagatos que ves hoy en día. Acá en el cabín supimos haber hasta 15, claro, todos desperdigados en diversas partes. Cuando empecé, además de digerir la teoría y la práctica, amén de pagar el derecho de piso y todo eso, empecé a ver muchas historias prohibidas. La primera recuerdo que era un compañero jubilado actualmente, era especialista en mujeres... minitas por decirlo de una forma. A todas tenía la especialidad de envolverlas de una forma tal que caían rendidas a sus pies, les prometía un buen pasar, casa, lo típico de todo esposo en la vida de pareja. Las seducía no con flores, sino con cosas un poco caras para ese entonces. Joyas, alhajas... no era ningún tonto el hombre, era un flor de vivo. El problema era que mi compañero se jugaba el sueldo en las apuestas de azar, y el restante se lo tomaba. Cuando estaba solo, era cuando más se volvía empedernido en el azar y el alcohol... varias y reiteradas veces recuerdo haberlo visto totalmente en pedo en el trabajo... no coordinaba los movimientos, se mostraba con cierta morbosidad, era capaz de tocarse las partes íntimas... provocaba muchísima vergüenza en White. Nunca pude comprender como un tipo así tenía suerte con las chicas... y le pasaron señoritas con todas las letras. ¿Qué hacía con ellas? Mientras se ocupaba de seducirlas, siempre llegaba un punto donde tarde o temprano, las vivía económicamente, dejándolas sin un peso encima, endeudadas hasta la manija. Tal vez te preguntarás cómo lo hacía. Muy simple: era una suerte de harem, esos de los árabes. Tenía varias al mismo tiempo, supo tener tantas que todos los compañeros perdimos la cuenta, pero cada cuatro por tres nos desayunábamos con algún escandaloso final. Las paredes hablan ¿verdad? La cuestión es que él no solo las seducía inocentemente con un regalito, sino sabía como conducirlas hasta el catre. Todas pasaron por esa instancia, para bien o para mal, nadie zafó. Fue una época en la cual sentí repugnancia hacia él, a pesar de que soy humano y tengo mis sentimientos, sabes...... pero así fui dando mis primeros porrazos acá en este ambiente” – relata Agustín.
“Menos mal que está jubilado...” – le dije.
“Por suerte Noelia, tampoco está en tierra para escuchar que estamos hablando de él, que Dios por favor lo tenga allá consigo y no lo largue. Viejo de mierda, mañoso de porquería, disculpe mi lenguaje, nunca le tuve simpatía, no fue mi santo de devoción. Hace... unos 3 años se murió, se murió solo como un perro y enfermo a más no poder, todo por el alcohol, amén que a esa pobre familia, es lo único que valía la pena, les dejó cuentas... maldito azar” – me dijo.
Continúa en la 2ª parte
No hay comentarios:
Publicar un comentario