Fantasía.
En un bar en la localidad de General Pico, Fernando golpea con fuerza un vaso de vidrio contra la mesa. Había estado bebiendo caña. A la mesa con un vaso de ginebra, se acerca Teodoro:
Dale Fer, reaccioná, reaccioná que estás mamao – le dice Teodoro.
¡Qué cornos me importa un esto! - contesta borracho Fernando.
Está en juego nuestro laburo...
Lo sé boludo, pero acá en La Pampa hay un hijo de puta o unos, como quieras llamarlo, que nos están vendiendo mal...
¿Te pensas que soy tan pelotudo que no sé que hay alguien ensañado con nosotros?
Yo sé por dónde viene el hilo de la madeja, el perro está entre nosotros, falta encontrarlo...
Sí, pero no podés ponerte en pedo así...
Tenés razón – menea la cabeza Fernando y vuelve a golpear el vaso contra la mesa.
Dejate de joder, no podés seguir así, vamos – lo lleva de un brazo a Fernando y deja un billete arriba de la mesa.
Ambos salen del bar y caminan por las calles de la ciudad bajo un sol tibio rumbo a la estación. Al llegar al andén de la estación, Teodoro le advierte a Fernando:
No pises por la casilla de maquinistas, te van a vender el pedo que tenés y ahí sí que te van a zampar ´e cabeza en el tanque de agua. Están todas las mierdas, ojo, yo en un segundo vengo con los papeles y firmas acá ajuera, porque hasta el jefe está metido hasta la manija – le dice Toedoro.
Y el jefe nada hace a nuestra empresa... ¿Qué demonios tiene con estas ratas?
Mira que pa´ cagarte, todos son madaos a ser, esperame y hazme caso por una vez en tu vida, te lo digo que soy tu socio y tengo pirulos – le dice Teodoro, sale a la oficina del jefe. Allí se encuentra con el jefe:
¿Cómo le baila? - le dice groseramente.
Me baila igual que a usted don, si no desea que lo zampe e' cabeza en la bebida e' los cochinitos – le devuelve la misma respuesta Teodoro.
Dejaron estos papeles...
Sí... los firmo y los devuelvo... esperame un tantito – le dice Teodoro y sale de la oficina del jefe. En el andén, vuelve por Fernando: - Dale animal, zampa un gancho pa' que sepan que diste uso e' tu presencia...
Fernando estaba borracho y apenas coordinaba los movimientos – ¿Podrá usted cubrirme en la conducción?
Más vale que sí... pero ese pedo se te tiene que pasar antes que lleguemos a la Bahía Blanca, nos espera má´e la pesada...
Fernando y Teodoro salen con el tren con destino a Bahía Blanca. Tomándose el tiempo del mundo, hicieron las centenas de kilómetros entre ambas ciudades.
Luego de un día y medio de viaje, arribaron a Bahía Blanca. Uno de los delegados de La Fraternidad pidió tener una charla a solas con Fernando:
Digame... ¿usted tiene alguna desaveniencia por algún motivo?
Fernando lo mira - ¿De pensar para el otro lado? A menos que no tenga ni dos dedos de frente...
Mire, es muy simple, la empresa solicita a los conductores que apuren los tiempos de viaje...
Qué pedido ridículo... - contesta Fernando.
Aparte, también, sin desmerecerlo, los ingenieros no están muy conformes con el desempeño de ciertos ferroviarios, en especial de gente como usted que tiene años...
Y Fernando dió el portazo final – Yo no me voy en palabras zalameras.
Arrastrando los pies, Fernando se fue a su casa. A encontrarse con su mujer y sus nenas. Tres adolescentes en edad escolar. Fue precisamente Mariela, su mujer, quien levantó el tubo a los cinco minutos de haber llegado su marido:
Fer, cariño, alguien desea hablar contigo... es de la empresa
Fernando toma el tubo – Hace un largo rato estuve allá y tengo ganas de tirarme a descansar con mi familia y no en seguir pensando en el penoso viaje, así que no molestes...
No se preocupe porque antes de tomar servicio, pase por la oficina 2.
Fernando se quedó pensativo para contestar luego – La misma oficina de la cual están cocinando alcahueterías... no se preocupe ingeniero, usted será muy ingeniero, pero yo con el sentido común, aprendí a no creer en las zalamerías. Que no tenga que ver su osamenta bajo las ruedas de algún tren por ahí...
Colgó. Tenía bronca de sobra.
En tanto, Teodoro descubrió la mentira que el sindicato escondía: supo que la empresa en vez de enviar los trenes con una dotación mínima de tres personas, lo hacía con dos bajo la excusa de que estaban con mucho trabajo o, por ahí, la demanda. Pero no era así, la empresa lo hacía para gastar lo menos posible en personal. Y el sindicato encubría la excusa de la empresa. Fue precisamente Teodoro quien los sorprendió en plena zancadilla para ponerles las pruebas sobre la mesa: - Muy bien señores, muy bien planeado. Sigan así, sigan porque así es el país que tenemos, donde el ciego es rey y el tuerto, presidente.
Los delegados estaban fastidiosos de que Teodoro los hubiera descubierto, por eso, mandaron a suspenderlo.
Por otro lado, como si eso era poco, en General Pico se tejía otro ardid: sacar a los ferroviarios más experimentados. Y Fernando despacito empezó a saber quien era el ideólogo: un tal Matrera.
Teodoro, no te gastes más, porque esto, no tiene remedio, va a reventar en cualquier momento – le dice Fernando.
No te preocupes, estoy suspendido por lo que descubrí... ¿qué querés que te diga? nuestros delegaos, las mierdas que votamos pa´ que nos defiendan, son los que nos sacan el cuerpo, no´ venden... no tienen perdón del Tata... - llora Teodoro.
¿Sabes? Es en estos momentos en los cuales pienso que alguna vez fui feliz en los rieles, me dieron una linda señora y tres divinas niñas, pero ahora ¿qué carajo me dan? un sendo dolor de cabeza carajo!
El problema e´ que son uno´ vendidos, unos chupamedias, alcahuetes y mil cosas má´h, además de mentiroso´ empedernidos. No sé si seguir aquí...
¿Y qué vas a hacer boludo?
Aún no lo sé, si me ves pidiendo limosnas, no me des la moneda, por favor...
¡No seas idiota!
Pero esta porquería no la vamo´h a solucionar, se va a acabar el día que les pianten una buena patada en el culo y se dejen de romper las pelotas... el real problema es que los delegados meten acá a sus hijos a trabajar y el desempeño la verdad, los hubiera puesto ¿sabés a qué? A trabajar e´ una estancia domando potros como lo he hecho yo durante varios años de mi vida.
No saben un pito, no tienen ni noción de la realidad. Mira hasta qué punto que en estación Pelicurá se mandaron con un corte por vía tercera a 40 por hora, enterraron el tren hasta la manija... casi nada, tres luquitas y... nada, una bicoca como por ahí podrían decir: son dos sopes chicos, no pasa nada.
Sí...
Ambos sabían las cosas al pie de la letra. Porque tenían sus años de lidiar en el mundo de los rieles. Y saben quienes hacen y no hacen nada, se conocen entre todos.
Una mañana, Teodoro llegó al playón de Ingeniero White a tomar servicio. Por un motivo extraño, pasó por la oficina 2, miró en el escritorio la parva de telegramas. Uno de ellos estaba dirigido hacia él. Lo tomó y lo leyó. Supo que se extinguía el vínculo laboral.
Lo dejó nuevamente sobre el escritorio. Salió de la oficina y en el playón vió que hacían una maniobra con un corte. Y apoyó su cabeza sobre un riel. En el retroceso con el corte, las ruedas decapitaron a Teodoro. Un momento después cuando regresó con la locomotora, Fernando vió algo raro en el suelo: salió disparado como un rayo y vió que su socio, con quien tantas veces había matado penas, había puesto fin a sus días – Pobre... – dijo mientras puso su mano sobre el cadáver – ahora sí que ya no tendrá sanguijuelas con las cuales renegar. Era cierto, no les dió el gusto de que le dijeran que estaba despedido.
A los veinte días le siguió Fernando. Le habían notificado previamente su extinción del vínculo laboral. Pero pudo comprobar fehacientemente que el ideólogo de todo esto era un tal Matrera. Entonces pensó de qué forma podía hacer para que Matrera tuviera su merecido.
Por favor Matrera, acompáñeme que hoy no tengo socio disponible – fue la excusa que Fernando usó para engañar a Matrera y traerlo desde General Pico hasta Bahía Blanca.
Vamos compañero – le dijo Matrera, con su tono cínico. Y ambos salieron de viaje hacia Bahía Blanca.
Al llegar a Bahía, dejaron el tren cumpliendo con todas las normas. Se despidieron al día siguiente. Fernando fingía absolútamente todo.
Al día siguiente, supieron que la locomotora en la cual habían traído el tren el día anterior tenía una fisura en el tanque. Matrera abarajó a Fernando, culpándolo – Digame, ¿usted no sabe tratar los vehículos aquí?
Usted me está cargando Matrera...
No, fíjese cómo está el tanque, y usted conducía...
¿Y usted qué cornos hace? ¿Nada como siempre? - ya empezaba a perder la paciencia Fernando.
No joda porque ya acá usted está muy jugado, aparte, tampoco es un ferroviario competente cuando se le requiere que haga tal o cual cosa ¿sabe? - le increpa Matrera.
Fernando quedó en silencio y Matrera se acercó a un tanque de aceite, el cual le abrió la tapa y observa el aceite limpio para las locomotoras.
Por detrás se acerca Fernando, lo toma de la cabeza con una mano y lo empuja hacia dentro del tanque y con la otra le termina de sumergir el cuerpo.
¿¡Qué hace!? ¡Está loco! - grita Matrera pero Fernando, en silencio, cierra la tapa sellándola. Adentro, Matrera patalea pero muere ahogado.
Los efectivos que vinieron en ese momento, encontraron el cadáver de Matrera dentro del tanque de aceite. No tardaron nada en saber que el autor fue Fernando.
Aún todavía, mientras los delegados siguen pensando que fue un asesino, Fernando pasa sus días en un instituto psiquiátrico. Lejos de Teodoro, pero no de su familia.
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