Nota: Toda semejanza con la realidad es pura casualidad.
En ese pueblo, la vía fue desapareciéndose. Primero, esas piedras filosas celósamente encastradas entre sí se fueron perdiendo entre la tierra y otro poco se fueron entre el lavado de las lluvias. Así, el terraplén quedó al descubierto y en poco tiempo fue llenándose de verde, no cesped, sino verde del maligno... yuyos, pajas... ese tipo de especies de plantas que crecen hasta tapar... que tuve la valentía de tomar una foto y parecían que en la foto eran un hermoso paisaje de ensueños... en la realidad, la vía estaba perdiéndose entre los yuyos que impiadosamente se encargaban de ocultarla... hasta que un buen día, esas dos barras de acero, desaparecieron sin dejar rastros... se fueron con su óxido quien sabe a dónde...
¿A dónde podía ir? Acá estábamos estancados, perdidos en el medio de la nada, sin nada que nos saque. ¿Qué más nos queda? Parecemos castigados por los medios de transporte. Querer protestar, es imposible, podemos alzar nuestras voces pero ¿quién nos va a escuchar?
Veo a mis conocidos transitar esos caminos de tierra cansados de tanto trabajar, con la frente baja. La semana pasada, supe de alguien que para llegar al hospital más cercano, debió montar a caballo y salir a la buena de Dios...
***
Volví a la estación. Si bien cuando la conocí estaba algo ruinosa, ahora es una pila de escombros. Apenas quedan los vestigios del fugaz paso de Ferrovías, los carteles dejaron abandonados, solo el baño permanece en pie para creer que el pasado aún se resiste a morir.
Me volví a sentar en el mismo lugar donde sabía molestar al chico de la locomotora. Con la diferencia de que la playa es un montón de yuyos. Un paisaje deprimente.
Pero si vamos abandonando este pueblo, pensé para mis adentros, se muere este poblado de ensueños.
***
Un día me fui a Buenos Aires. Tenía apenas unos 20 pesos, ni para el pasaje de un bondi. No tuve más remedio que hacer dedo.
Debo haber estado como tres horas, fácil, con un cartel en mano, tratando de conseguir que alguien por lo menos me acortara la distancia de viaje. Tuve fortuna que alguien me levantó y me alcanzó hasta Boulogne. Algo es algo. El resto del viaje lo completé en el tren.
Cuando llegué a la estación de Retiro, me fui a golpear la puerta de la oficina. E iba dispuesta a todo. A no rendirme ante el primer no. Porque de alguna manera debía conseguir torcer el brazo de la empresa, que nos dejó en banda.
Toqué la puerta. Nadie atendió. Volví a tocar. Tampoco. Entonces pensé que en el lugar, hay gente, pero que no quieren perder dos minutos de sus vidas en escuchar una petición.
Por detrás, una mano abrió la puerta y me dice “A ese escritorio ve”.
Yo hice lo que me dijo. Medio mundo me miro, hasta que alguien me dijo secamente “¡¿Qué está haciendo usted aquí?!”.
Ni corta ni perezosa respondí “A pedir lo que nos corresponde: un servicio de trenes”.
“¿Ah sí? ¿Y a usted quién la manda?”
“¿Y a ustedes quienes los manda a dejar a todo un pueblo en banda?”
“Es decisión de la empresa”
“Es... es... es la... insensatez de ustedes contra nosotros”.
Y no dijeron nada.
“Usted sabe que activar un servicio tiene sus inconvenientes ¿Vió?”.
“Usted trata de desalentarme. ¡Nunca lo logrará!”
“Mire, acá no se venga con esas” y quiso sobornarme con un fajo de verdes.
“Nadie en mi vida me ha venido a sobornar con plata, ni a comprar mi voluntad. Se perfectamente qué quiero pero no se hagan problema, movere cielo, tierra y mar para que sepan que ustedes son unos corruptos”.
Alguien de atrás me pone la mano y trata de llevarme hacia afuera, cosa que no pudo dado que dí un giro imprevisto. Y volví a la carga.
“Deberán responder mucho por haber dejado morir ese tren”.
“Llamen a la policía” indico alguien y otro la llamó.
***
Bastaron menos de cinco minutos para que la policía viniera a llevarme a otra oficina, a someterme a un interrogatorio inútil. Ya ni pensaba que fuera a terminar en un calabozo, porque sabía que a algo había venido. No pensaba en ese amigo llamado Mateo, tenía otra misión. Sabía que debía arreglarme sola, debía imaginar que estaba sola en un desierto y con las cosas que tuviera al alcance, arreglarmelas.
El día se acabó y la noche iba ganando espacio cuando un oficial vino a decirme “Tuviste suerte, vete ¡Y no quiero verte más!” un poco desubicádamente.
Sin dar las gracias me levanté y salí al hall central. Estaba semidesierto cuando alguien vestido de azul y botines negros permanecía parado ahí.
Yo no supe a dónde ir cuando me dijo “Lamento mucho este desagradable momento que la empresa te ha hecho pasar...”.
Yo lo miré medio ida “Y tú... Mateo, cuando siempre te has evadido de mí y ahora...”.
“No lo crea seño” - dijo.
“¿Cómo?” - pregunté.
“Vos hiciste que volviera a estar aquí. Tú sabes...”
Miré hacia abajo, no sabía qué hacer. Luego me dijo “Yo sé a qué has venido: viniste a luchar por el tren fantasma, la empresa te mandó acá porque no le conviene que vengas a reclamar algo que les corresponde. Más allá de lo uraño que sea, tú tienes algo que a mí me falta en ciertas medidas: inteligencia”.
Me abrazó y me dió un beso. Yo lloré...
***
Estaba con Mateo durmiendo en un furgón hecho pedazos en la playa del San Martín. ¿Podía ser un sueño lo que me estaba pasando o era la pura realidad?.
No sé qué hora era, pero despertamos, lo supe porque el sol estaba colándose por las endijas pero Mateo me dijo “Hoy haremos algo especial...”.
Lo miré y le pregunté “¿Qué lo ha llevado a mostrar su costado amable?”.
“Lo tomas o lo dejas” - me contestó secamente.
“Disculpa... no pensé que te molestara”.
Salimos de ese furgón maltrecho y seguimos por la playa hasta una vaporera con dos vagones de madera, algo ruinosos.
“¿Ves esa vaporera? Sube y no preguntes cómo sigue esta historia” - me dijo, echó leña, la encendió y salió de la playa hacia la vía principal.
***
El momento que me adentré en vía principal con Mateo me sentí que a mi lado tenía una persona realmente uraña y antisocial, pero al mismo tiempo, una ladrona de trenes.
No pregunté nada, ni abrí la boca para tomar un sorbo de agua, tenía sed pero me las banqué. Mateo estaba ahí, bien firme llevando esa vaporera.
Pero él rompió el hielo “¿Por qué tiembla de miedo? No voy a robarle nada”
“No Mateo, pero tú sinceramente no cambias más... te vas a morir siendo un reacio”
“¿Le parece? Tú tienes algo...”
“No me lo diga porque ya las intenciones con las cuales me baraja...”
“No sabes realmente qué pienso... debí aprender demasiados años de mecánica, electricidad, práctica y tengo derecho a mirar con otros ojos a una seño ¿no?”
Yo callé. Callé porque bien sabía donde empezaba lo malo del viaje. Donde este viaje se iba a convertir en una pesadilla.
El tren se adentró en la misma vía que alguna vez tuviera tantas piedras y ahora era un yuyal crecido. Los pasos había que adivinarlos.
Mateo dijo “¿Sabrá la empresa lo que es esto? ¿Por qué no me habrán dicho de esto?”.
Lo miré y le dije “Yo sabía de esto. No quise decirte nada. No hay problema Mateo, estamos en el baile, bien en el medio”.
“Sí, claro, porque el que conduce soy yo, no tú”.
Grité “¡No tengo problemas en tomar el timón si el capitán decide abandonar el barco!”.
Creo que en ese momento que le grité eso, a Mateo lo hice sentir cobarde.
Penando no sé cuánto más, llegamos a ese pueblo fantasma. Para la sorpresa de todos, el andén estaba colmado de gente. Por las caras, muchos lloraban, otros tiraban florcitas a la vía pero ahí paramos. Al tren le hacían una fiesta. Y la fiesta duró tanto como...
***
...un suspiro.
Al día siguiente, las noticias se nos volvían como un castigo hacia nosotros, parecía que la empresa no quería en absoluto que viésemos el tren. Pero no solo nos costó caro, sino hubo otra víctima de esto: Mateo. Se quedó sin trabajo, por ser declarado por la mismísima Ferrovías como “Ladrón de trenes”.
Pero hay una vuelta de tuercas más.
Mateo aprendió realmente cuando la vida te da ciertos golpecitos, hete aquí que quedó en este paraje. Fui tan amable con él mientras fue necesario, hasta que un día partió a Villa Rosa y ahí supo el verdadero castigo de no tener nada para moverse. Yo lo supe porque lo acompañé con un caballito que conseguí prestado y lo llevé hasta la ruta. Lo ayude a hacer dedo, pero recién a media tarde alguien se dignó a levantarlo para continuar viaje. De ahí en más, que sea lo que fuera.
Yo volví con la cabeza baja, ya me parecía esos chacareros que regresan de trabajar cansados y hartos de preguntarse tantas veces el porqué y porqué. Algo de eso cargaba también.
Mi sombra cada vez se hacía más larga y esa arena polvorienta se mezclaba con el calor del día, de un atardecer que caía y yo que volvía para volver a levantarme en un nuevo día, y pensar, que este poblado, no debe morir así porque sí.
***
Casi un mes después, vaya uno a saber qué pasó en el medio, pero aparecieron las cuadrillas con centenares de hombres trabajando a brazo partido sobre esa vía oculta. Muchas cosas asaltaron mis pensamientos, todas ellas eran objeto de comentarios en la pulpería del pueblo, mientras otros amén de hacer comentarios, terminaban bastante ebrios.
Aquel día que volví de trabajar con la tiza, encontré un papel tirado por abajo de la puerta de mi casa. Lo levanté, lo abrí y leí:
“Pronto las cuadrillas visitarán tus pagos para descubrir esa vía tapada. Se paciente porque nuevamente los iremos a visitar.
Yo volví bien, aquí estoy. La Secretaría de Transportes se apiadó de ustedes y les ¿echó? en cara a Ferrovías haberlos dejado en banda.
Pronto te veré.
Mateo”
***
Sin aviso de ninguna especie, una noche, a la misma hora de siempre, un tren arribó a la estación. Yo estaba de casualidad, pero me fui hasta allá para saber si estaba el don de la carta. No ví a nadie. Bajé la cabeza, dí la vuelta cuando justo me topé con alguien que me dijo “Ya sé que fuiste ahí para ver si estaba”.
“En realidad quiero saber del autor de estas líneas” - dije una excusa.
“No se excuse seño, no se preocupe, así como el tren volvió, yo también he regresado”
“Ya veo... porque volverás a las mismas actitudes urañas y antisociales”
“En realidad, he aprendido algo muy grande de acá: a querer a quienes me quieren y valorar lo que tengo porque ciertas cosas tienen doble oportunidad. Venga seño, vamos a tomar algo sin que el cantinero meta las narices”
“No se preocupe que todos están comentando este acontecimiento”
Era cierto, en la pulpería, todos comentaban el regreso del tren.
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