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lunes, 16 de junio de 2008

Cuentos de Alcoba 2007 VII: Cuestiones de señales II

3ª parte


Ah, sí, tres días después saltó todo esto, se generó un revuelo en toda Bahía Blanca, pero para eso, podían estar tranquilos porque habíamos hecho el trabajo sucio. La policía vino a desenterrarlo tres días después de haberlo linchado nosotros, pero no la llevamos de arriba. A ellas les dejó la huella indeleble, y nosotros con antecedentes judiciales... nos arrestaron por cinco días, más la larga suspensión que no tengo ganas de recordar, solo recordaré al fiscal cuando nos dijo a todos en la cara “Vayan tranquilos, ustedes son inimputables”” – termina.

Lo miro y no termino de imaginar como el amigo podía haber participado de un linchamiento de esa clase.

No es fácil, pero cuando el desprecio hacia alguien, en especial, de esta magnitud, no tiene límites... podés enloquecer y volverte loco... haces cualquier locura” – me dice.

¿Y El Despreciable?” – pregunto.

¿El Despreciable? Se llama Walter Zamora. Tenía historias como cualquier señalero, pero una vez se pasó de mambo. Mantuvo una larga historia con una nena de 12 años, durante unos 2 años, aproximadamente. Por delante, parecía una persona muy normal, pero de las puertas para dentro, tenía sus ñañas. Descubrieron esto cuando una vez, a esta nena le hicieron un test en la escuela, uno de unos dibujos y saltó la conducta de este tipo. Por suerte, lo llevaron a la comisaría desde su domicilio, no vinieron hasta acá. Ni el sindicato pudo respaldarlo, pero también estábamos listos para echarlo a la calle. Le digo Despreciable porque corrompió una menor, y como dice por ahí, con los chicos No” – cuenta y resalta la última palabra.

Me relajo. Me tomo el vaso de jugo que me dio. Le pregunto “¿Habrá alguna historia prohibida con final feliz?”.

Me mira a los ojos por unos largos minutos. Me sigue mirando como examinándome. Luego me dice “Para saber de una buena historia prohibida, nada mejor que la protagonices en primera persona”.

Lo miro y tardo unos minutos en contestar.

No acostumbro a este tipo de correrías...” – contesto.

Me mira. “Seguramente porque deseas conservarte fiel a tu príncipe azul ¿no? ¿Pero piensas que él te será fiel a ti? Yo personalmente no lo creo, y eso que todo conocimiento tuyo que tengo es este largo rato que estamos conversando. Pero, te hago conocer mi política: te arrepientes ahora, o sigues adelante, no permito arrepentimientos en medio del baile” – me dice.

Asentí. “Deseo formar parte de una historia prohibida” – le dije.

Agustín se levantó de la reposera y vino hacia mí. Me tomó de la mano y me levantó. Luego de abrazarme, me llevó a su camita, tirándome muy suavemente. Yo quedé abajo, pensaba en cosas raras, pensé “¿Qué hice? ¿Y ahora?”. Agustín, firme en su política, seguía adelante. Sentía en mi cuerpo las manos de Agustín, yo no sabía qué hacer, mientras él me acariciaba y me daba besos en el rostro. Llegó un momento en el cual me sentí tan incómoda que supliqué “La voy a cortar aquí”.

Lo miré y Agustín me miro, con ese tono un poco seco, me dijo “¿Recuerdas qué te dije antes de empezar esto? Estas en el baile pero si te sientes extremadamente incómoda, no hay problema”.

Lo último me hizo sentir algo de calma, pero entendí que si quería ver de veras esto, que debía seguir en el baile. Le dije “Entiendo, pero me va a hacer bien”.

Casi como si me hubiera relajado, dejé que las manos suaves de Agustín hicieran lo suyo. Para eso, me animé a hacerlo yo también, me hizo bien, hasta que llegó ese momento del intercambio agradable de microbios. No pudimos parar por un rato muy largo. Me dice “Esto recién empieza...”. “Ya lo creo” – le digo.

Parecía muy inocente, pero bien sabía que iba a terminar para el lado de los tomates “Esto termina en las chuletas” es la frase preferida de Agustín, entonces, mientras estábamos apretados, tuvo mano suficiente para quitarse los atuendos y quitarme los míos también. Vaya, vaya, me era raro, estaba con una persona extraña en paños menores. Y el hombre sabe, no es ningún tonto “Hagamos las cosas adultamente” me dice y veo cómo se protege él para cuidar a su compañera en la cama. Lo miro y me dice “Usted y yo hablamos el mismo idioma, los dos sabemos las teorías y las prácticas de esto”.

Tenía razón. Porque fue cuando me abrazó como un oso, en la cama, los dos fuimos para el lado de los tomates. Era increíble, estábamos ahí, los dos, encerrados, todo muy quieto, nadie perturba en la noche. Qué mejor que pasarla bien. Y claro que la pasé muy bien, por eso quise saber si Agustín le había pasado lo mismo. Me sentí contenta de saber que sí. Estábamos relajados, en la cama, pero bien sabía que vendrían algunas más...

Fue una noche algo extraña para mí, pues me despedí de Agustín con la sensación de haber conocido un señalero un tanto reacio, pero al cual le había arrancado algo más que una sonrisa... su intimidad.

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