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sábado, 21 de junio de 2008

2003 – 5 años de mí – 2005: Blanco Jardín

2ª parte


Blanco pasa por la casilla de maquinistas. Allí, Edmundo lleva a Blanco a la cocina.

Encalada... están pasando algunas cosas graves con usted – le dice Edmundo.

¿Ah sí? Que casualidad que sean conmigo... – contesta Blanco.

No, sabe porque los otros días se le dijo expresamente que debía recuperar el atraso, y lejos de recuperarlo, lo incrementó más. Ahora está el problema con su sueldo y me pasó por encima... – le recrimina Edmundo.

Mira, no sé si te lo dijeron, pero tal vez sea el primero en revelarme hacia ti, vos acá en el mundo de los rieles no servís ni para taco de fusíl– le dice irónicamente Blanco.

Ah, por cierto. ¿Usted sabe que de acá desapareció la pava con la azucarera? – vuelve a decirle Edmundo.

¡Ya sé! También vas a decir que soy un chorro. ¡Pero que boludo que soy! – exclama Blanco.

Precisamente, para no tratarlo de ladrón, desvistase... – le ordena Edmundo a Blanco.

A Blanco se le desorbitaron los ojos - ¿Qué? Estás loco...

No estoy loco y desvistase... le ordena Edmundo a Blanco y éste empieza a quitarse las ropas hasta quedar con la camisa y el pantalón.

¿Ves que entre mis calzoncillos es medio dificultoso que pueda meterme una pava y una azucarera? Sos un estúpido Salerni – contesta irónicamente Blanco.

No, pero me voy a tomar el trabajo de revisar su bolso – dijo Edmundo y empezó a sacar una por una las cosas que Blanco tenía en el bolso.

Y dale que va el pajarón este – refunfuña Blanco.

Bien... puede vestirse – dijo Edmundo y salió de la cocina. Blanco se vistió y volvió a guardar las cosas en el bolso.

Días después, volvió a Retiro para prestar servicio. Firmó el parte diario. Y si algo debía complicar el asunto, es que la conducción del tren la tenía Blanco y su socio era nada menos que Edmundo.

Ese viaje a Tucumán fue uno de los peores. Ninguno de los dos se dirigieron la palabra, salvo para aumentar un poco más la tirantez entre ambos.

Lo de su sueldo por el momento está congelado... – dijo Edmundo.

¿Congelado? ¿O vos lo echaste al freezer? – pregunta Blanco.

No, porque de la empresa no dan ninguna respuesta – contesta Edmundo.

¿O no será que vos no te calentás en averiguar un corno? - pregunta Blanco.

Pero yo jamás voy a actuar de esa forma con ninguno de los compañeros... – dice Edmundo.

No me hagas cuentos chinos Salerni... mirá que conmigo sos un flor de turro – le dice Blanco.

Yo a usted lo trato como a todos los demás compañeros Encalada... – le dice Edmundo.

A otro perro con ese hueso Salerni... no me hagas creer que soy un pelotudo porque te aseguro que el tiro te va a salir por la culata... – dice Blanco.

No sé... pero mira. Para bajar la temperatura, mi sugerencia es que hagas llegar a horario el tren, por cierto, llevas un atraso considerable de veinticinco minutos – le dice Edmundo.

¡Vos y los atrasos me tienen harto! Mantente con la jeta sellada si no quieres que te haga migajas bajo estos hierros – dijo Blanco amenazante.

Estación Tucumán. El tren arriba con dos horas y diez minutos de atraso. El andén se colma de pasajeros que abandonan la formación. Mientras, Edmundo y Blanco bajan de la locomotora.

Blanco va a hacer el desacople. Edmundo lo vuelve a recriminar - ¿No le dije acaso del atraso en el viaje?

Blanco terminó el desacople, subió al andén y tiró los guantes engrasados en el suelo - ¡¿No te dije acaso que me tenés las bolas llenas?! Y le dio un empujón a Edmundo, que casi lo hace caer.

Mire Encalada... por favor, guarde la calma porque esto va para peor... – le dijo nuevamente Edmundo.

¡Me podriste con tus cuentos! ¡Me tienes harto! ¿Entendiste? ¡Harto! ¡Te pido que veas qué pasa con mi sueldo de hace por lo menos dos meses, después el atraso de las seis horas, después me humillas tratándome de chorro y ahora otra vez con los atrasos!!! – le grita Blanco a Edmundo.

Medio pasaje se detiene para ver la discusión entre Blanco y Edmundo.

¡Porque a usted nunca le dijeron que como maquinista es un desastre! – le dijo Edmundo.

¿Desastre? Veamos que tan desastroso soy – dijo Blanco y le dio una trompada en la nariz de Edmundo, que lo hizo caer en el suelo - ¿Viste que desastroso soy conduciendo?

Estación Tucumán. Edmundo toma un líquido corrector y en el parte diario borra el presente de Blanco, colocando la frase “ausente sin aviso”. Jaime entra a dicha oficina y ve a Edmundo lo que hace, pero éste no se da cuenta que lo observa Jaime.

Edmundo saca las hojas y al darse vuelta se topa con Jaime – Parece que conmigo no se jode ¿verdad? – le dijo irónicamente.

Perdón, usted no tiene nada que ver con TUFESA así que lárgate de aquí – le contestó Edmundo.

Sí, tienes razón, pero no te das una idea de la sorpresa que te está esperando... – le dijo Jaime.

Jaime se fue a un locutorio de la capital tucumana. – Blanco... este turro de Edmundo Salerni hay que sacarlo del medio...

¿Qué hizo ahora? – pregunta Blanco.

¿Qué hizo? Te puso en los partes diarios “Ausente sin aviso”, o sea, vos, este mes, no ves la plata ni en sueños – le dijo Jaime.

Semanas después, en Retiro notificaron a Blanco de que no cobraría el sueldo por haberse ausentado del trabajo injustificadamente, junto con eso una suspensión de tres meses sin goce de sueldo.

Blanco no se quedó de brazos cruzados y una noche descubrió la alteración de los parte diario. A la mañana siguiente, tuvo una charla con uno de los directivos de la empresa.

Señor... mire, vengo a plantearle el tema de las ausencias injustificadas... – dijo Blanco.

Acá en las planillas figura ausente sin aviso.

Sí, dirá eso, pero ponga el papel al trasluz y verá que está mi firma de puño y letra – le dijo Blanco al directivo, tomo el papel, lo puso al trasluz y se distinguió la firma de puño y letra de Blanco.

Pero usted no es un ferroviario que vaya a hacer esta chanchada... máxime teniendo en cuenta su legajo...

Si señor, será cierto, pero mucho más cierto es que acá dentro de esta empresa hay muchos detestables ¿no le parece? – dice Blanco.

Hasta tanto pudiesen resolver el lío de los presentes, Blanco momentáneamente esta suspendido. Pero si algo debía ser el punto límite, fue cuando Edmundo Salerni acusó a Blanco de haber roto una locomotora de la empresa NCA. La acusación llegó a la empresa TUFESA y dictaminaron el despido definitivo de Blanco Encalada.

Encalada, el lunes de esta semana entrante es el último viaje que usted realiza para esta empresa, desde Retiro a Tucumán – fue lo que le dijeron de la empresa.

¿Se puede saber cuál es el motivo del despido? – deseo saber Blanco.

Usted ha roto una locomotora de la empresa Nuevo Central Argentino – le contestaron.

Blanco desconfió. Y había un buen motivo.

Es evidente que el mundo es demasiado chico para todos... no cabemos todos en él – dijo Blanco delante de los directivos de TUFESA.

Al salir de la oficina, Blanco se sentó en un banco y empezaron a correrle las lágrimas. Al mismo tiempo, se le pasaron por su cabeza los recuerdos de Edmundo Salerni, ese delegado que estaba esperando ver a Blanco fuera de los rieles.

Blanco se secó las lágrimas y se fue a la explanada de Retiro a comprar un arma. La guardó en el bolso, junto con las balas. Al lunes de la semana entrante, tomó servicio, como de costumbre.

Cuando firmó el último parte diario, todos lo miraron. Y Blanco también los miró. Sabía que este último viaje lo acompañaba Edmundo Salerni. Si algo hacía que para ambos fuese el último viaje, era: para Blanco, el último día de trabajo, pero para Edmundo, el último día en la tierra.

Bajo un sol el tren llegó con cincuenta minutos de atraso a Tucumán. Edmundo fue a hacer el desacople. Blanco abrió el bolso y de adentro sacó la pistola. Bajó al andén, el mismo se mostraba colmado de pasajeros.

Edmundo vuelve de hacer el desacople y ve a Blanco “Bueno Encalada, fue un placer haber compartido unos cuantos años acá trabajando juntos” – le dijo. Blanco levantó la mano derecha, destrabó el gatillo, apuntó, sin mediar palabra, efectuó todos los disparos disponibles en la pistola. Edmundo jadeó y cayó al suelo, sobre un charco de sangre.

Blanco bajó la mano, de su mano cayó la pistola al suelo mientras miraba impasible a Edmundo, que yacía en el suelo sin vida. Segundos después se sentó al borde del andén.

Minutos después, Jaime aparece corriendo y se sienta al lado de Blanco, lo abraza - ¿Qué hiciste Blanco?

A Blanco vuelven a correrle las lágrimas por sus mejillas, le contesta – Más de lo que perdí, no tengo más por seguir perdiendo.

No es por eso pero... ahora te van a llevar preso y peor aún, sabe Dios si tendrás retorno al mundo de los rieles.

Blanco Encalada fue arrestado en la estación de trenes de Tucumán y juzgado por un tribunal de la capital tucumana. Fue condenado a 8 años de prisión por el homicidio simple de Edmundo Salerni. Su amigo incondicional, Jaime, fue el único que fue a verlo durante el tiempo que estuvo preso.

Salió en libertad en el año 2005.

¿Qué sucedió después? Blanco se empleó en un taller mecánico por unas pocas monedas a arreglar automóviles. Hasta que un buen día, su amigo Jaime Loria acompañado de un ingeniero de Ferrocentral, fueron a verlo. Él estaba debajo de un automóvil, con su ropa llena de grasa.

Varios días después, en su casa, suena el teléfono. Atiende.

Señor Encalada, mañana preséntese en la estación de trenes de Tucumán – fue lo que oyó Blanco. Se quedó helado. O porque tal vez no podía creer lo que había oído.

Al día siguiente caminó hacia la estación de trenes de Tucumán. En la misma oficina, lo esperaba una entrevista.

Señor Encalada. A usted se lo notificó para volver a servicio, pero tenga en cuenta que usted cuenta con un antecedente judicial... – le dijo un directivo al cual nunca le había visto la cara.

Los ojos de Blanco se pusieron vidriosos. Recordó aquel día trágico.

Semanas después, Blanco volvió a tener el mando de un tren. Pero para él, nada volvió a ser como antes...

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