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lunes, 16 de junio de 2008

2003 – 5 años de mí – 2005: Blanco Jardín

1ª parte


Tren con destino a Tucumán despachado – fue la frase que se oyó en el altoparlante de Retiro. Segundos después, un convoy de la empresa TUFESA se ponía en movimiento.

Es invierno. Afuera hace mucho frío. Y eso que aún no ha llegado a la primer parada, Rosario.

Adentro, los pasajeros dormitan con el calorcito de la calefacción. En la máquina, un par de personas llevaban el tren. Silencio, demasiado silencio. Apenas se dirigen una mirada.

Estación Rosario. Afuera hace mucho frío, tanto que todos están muy abrigados. El intercambio de pasajeros dura tan solo... unos minutos.

Tan pronto el convoy sigue su marcha. El pasaje descansa. En la máquina sigue el silencio, como si estuviesen conduciendo en un ambiente montañoso. No. Es porque el conductor tiene una mala fama. Porque se puede ser delegado gremial pero no cabe en la cabeza de nadie tener tanta cizaña hacia sus pares. Pues sí, llámese con todas las letras: Edmundo Salerni.

Y el socio tiene sendos motivos para no dirigirle la palabra. Porque Jaime Loria sabe desconfiar. Y mucho más sabiendo que proviene de NCA. No por nada le valió este singular apodo: Ojo de lince, sabe donde hacer blanco.

Jaime y Edmundo parecen sumergidos cada uno en su mundo.

Estación Córdoba. El viento que sopla es incesante. La estación apenas luce iluminada, pero sus luces se mueven al son del viento. Los pasajeros están todos en la sala de espera. En la oficina del jefe, las luces están encendidas.

Un reloj en la sala de espera parece ser la eternidad porque el tren viene con bastante atraso. Y los pasajeros bancan la espera.

Mientras, en el tren, Jaime toma una linterna y mira el reloj que lleva en la pulsera.

¿Cuánto llevamos de atraso? – pregunta secamente Edmundo.

Más o menos unas casi dos horas – contesta Jaime y apaga la linterna.

¿Dos horas Loria? – pregunta irónicamente Edmundo, como culpando a Jaime del atraso.

Jaime miró a Edmundo y luego le contestó – Vos mismo estás llevando el tren... en todo caso, deberías autoculparte del atraso...

En todo caso, Encalada deberá encargarse de llegar a horario... – la siguió Edmundo.

Mirá Salerni... dejá de romper las pelotas porque Encalada es conductor, no Tu Sam – le dijo irónicamente Jaime.

Estación Córdoba. Con el viento incesante, el tren arribó con dos horas y cuarenta y cinco minutos de atraso. Mientras se estaba produciendo el intercambio de pasajeros, en la dotación de conductores también esperaban para el intercambio.

En los largos minutos que el tren estuvo parado, Jaime Loria y Blanco Encalada tuvieron tiempo para hacer un intercambio de palabras.

Che Blanco... ¿no notas el ambiente enrarecido? – pregunta Jaime.

¿En qué lo notas? – contesta Blanco.

En que... bueno, este delegado... mirá si me va a salir... este Salerni... me huele a mala alimaña – dice Jaime.

¿Recién te das cuenta de eso? – dice Blanco.

Pensé que por ahí no lo habías notado – contesta Jaime.

Igual, no te preocupes. Vos sabés que acá dentro siempre hay boludos rematadamente boludos a los cuales les venden un buzón y sabés como les lavan el cerebro... – dice Blanco.

Lo boludos están delante de nuestras narices... pero los chantas y los garcas, son los que desgraciadamente hay que besarles el culo – dice Jaime.

Entre ellos se produce un pequeño silencio. Blanco ve a Edmundo Salerni dando vueltas en el tren - ¿Y este animal? ¿qué cornos merodea? – pregunta.

Tienes suerte porque ya cumplió su horario – contesta Jaime.

¿Lo bancaste desde Retiro hasta acá? – pregunta Blanco.

Sí. Y lo peor es que se puso al mando del tren, a mí obviamente me importa tres cominos, pero cuando le dije que llevábamos unas casi dos horas de atraso, me mandó unas indirectas... – dice Jaime.

¿Indirectas? ¿y se puede saber por qué? – pregunta Blanco.

Indirectas como diciéndome que el culpable del atraso era yo. Y después la siguió contigo. Dijo que vos deberás encargarte de recuperar el atraso que lleva el tren. Yo acabé diciéndole que magia no hacés – dice Jaime.

Siempre tuve la creencia de que Salerni es idéntico a un conejo negro... ni los magos lo hacen laburar – contesta Blanco.

Suena la campana. Blanco y Jaime se despiden. El convoy sigue su marcha.

Jaime observa que el tren se va, en tanto que Edmundo se acerca - ¿Ya charló bastante con su amigo?

Jaime se dio vuelta - ¿Y a usted qué carajo le importa lo que hago con mi vida personal?

No, a mi para nada. Siempre y cuando no se trate de cuestiones laborales... – dice Edmundo.

Y si fueran cosas de laburo ¿qué? – contesta firmemente Jaime.

Para eso estamos los delegados – dice Edmundo.

¿Y? ¿sabés qué? Los delegados me chupan un huevo – contestó de lleno Jaime.

El tren sigue la marcha. A las dos y cuarenta y cinco minutos de atraso que tenía al llegar a Córdoba, otras dos horas más se le sumó de atraso.

A Blanco le sudaban las manos. Nervios, le dicen. Se seca las manos en el pantalón y vuelve a tomar el controller.

Estación La Banda, Santiago del Estero. Blanco se asoma por la ventanilla de la locomotora como haciendo una súplica a los pasajeros que hagan el intercambio tan pronto como sea posible. Y no despegaba sus ojos de los pasajeros, que se tomaban el tiempo. El guarda, camino hasta la locomotora.

¿Qué pasa Blanco? – pregunta el guarda.

Blanco quedó mirando impasible, hacia ninguna parte. Quedó mudo.

¿Sucede algo que estás sudado? – vuelve a insistir el guarda.

Blanco reacciona – No, no.

Pero hace un frío infernal y vos sudás... bajá un poco la temperatura de la calefacción de la locomotora... – dice el guarda.

No... la tengo apagada... – contesta Blanco.

¿Y entonces? – pregunta el guarda.

No tengo tiempo de contarlo acá... – dice Blanco y vuelve a mirar a los pasajeros que aún no han finalizado el intercambio – Los minutos que se pierden en el intercambio de pasajeros en las estaciones son minutos preciosos para llegar a horario.

Blanco bien sabía que el atraso del tren era debido al estado regular de la vía. Sabía que los pasajeros no eran los culpables, pero ante una presión así, todo se juntaba en él.

Media hora más tarde, Blanco puso en marcha el convoy. Suplicaba que el tiempo se detuviera.

Finalmente logró llegar a Tucumán. Lo primero que miró fue el reloj y se dio cuenta de que había sumado seis horas de atraso.

Blanco caminó hacia la oficina de la empresa. Allí lo esperaba una llamada telefónica.

¿Qué se encargó a usted? – fue la pregunta que sonó en la oreja de Blanco.

¿Qué? – preguntó Blanco sin entender.

Si usted no recuerda el encargue que se le hizo – volvió a decir Edmundo.

Blanco puso una mano en el tubo del teléfono. Un inspector le preguntó - ¿pasa algo Encalada?

Blanco colgó el teléfono. Firmó el parte diario y se fue.

Cinco días después volvió a estación Tucumán para tomar servicio nuevamente. Al pasar por la oficina, encontró una notificación - ¿Por qué no cobraré mi sueldo? – preguntó Blanco a un administrativo.

Y no le supieron contestar. ¿Por qué no le preguntas a alguno de los delegados gremiales? – le dijo al final el administrativo.

Tres días después, fue a ver a Salerni, pero en Retiro.

Salerni... mira, en Tucumán me entregaron esta notificación de que no podía cobrar mi sueldo, pregunté y nadie supo contestarme – preguntó Blanco a Edmundo.

Bueno, hazme una notificación que dentro de dos días te contesto – le dijo Edmundo.

Blanco hizo una notificación y se la entregó a Edmundo. Algo le hizo desconfiar a Blanco que Edmundo no iba a hacer la averiguación.

Dos días después, se cumplió la profecía de Blanco: Edmundo no tenía noticias sobre el no cobro del sueldo. Le acusó diciéndole que no tuvieron tiempo para contestarle en la empresa.

Pero como Blanco no era ninguna clase de maquinista tonto, resolvió ir personalmente a la empresa.

¿No apareció por casualidad por aquí el delegado Salerni con un reclamo mío? – preguntó Blanco a un jerárquico.

El jerárquico dio un giro de 360º con sus ojos y le contestó – No que yo sepa, a ver – y le pregunta a los demás - ¿Alguien recuerda que haya aparecido Salerni con un reclamo de Encalada?

Los demás contestan que no, algunos oralmente, otros con la cabeza.

No – le dice el jerárquico.

Blanco se quedó mirando al jerárquico, y luego miró el papel.

¿Cuál es el reclamo? – pregunta el jerárquico.

Es por esta notificación que me apareció en Tucumán por el no cobro del sueldo... – contestó Blanco.

Mirá, esto es simple. En este momento estamos así, a cuatro manos. Pasá mañana por acá que vamos a contestarte – le dijo el jerárquico.

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