Esta es la historia – así narra Andrés – de una mujerzuela oriunda de la localidad de Casilda, Santa Fe, a la que le gustaban muchísimo los trenes.
Cuando los tiempos se lo permitían, una de sus costumbres era irse a mirar trenes a Rosario, ya que en su ciudad, eran parte de un pasado irremisible.
Con mucha celosía preservaba una cámara fotográfica que le había regalado su abuelo: según hubieran pasado los años, aún continuaba retratando aquellos fierros que ruedan por territorio argentino. También había aprendido a guardar dinero para poder utilizarlo en lo que quisiera. Lamentaba estar fuera del alcance de la tecnología disponible en las urbes.
Dígase. Esta chica santafesina, llamada María Gisela Marcos Paz, un buen día vino a Buenos Aires. Los tiempos le eran pocos para visitar todo que quería hacer. Nunca se le hubiera ocurrido pensar que alguien de buen corazón y fe le ofreciera llevarla en la cabina. Agotó el rollo fotográfico en poquitos tiros... Sus ojos miraban absortos cómo pasaba ese paisaje de vías, durmientes, estaciones y gente y más gente. 45 minutos a Ezeiza. ¿Y después? Muy suavemente comenzaron a correr sobre ese inocente rostro unas gotitas que dibujaban el ardiente deseo de seguir viaje... sí, viajar, a donde fuera, a cualquier parte donde la llevaran los rieles. El asunto era viajar.
Y los últimos rayos solares estaban indicando el final del día. Su sombra se hizo tan larga que la noche ganó terreno. Y el motorman ya tenía otra mirada de ella... se frenó.
Mientras tanto... deshojo tantas hojitas del almanaque hasta que partió desde Lacroze con el trayecto con los muertos... dejémoslos en paz y sigamos camino a... creo que Posadas. Lloró desde el camarote... en el silencio y en la comodidad del camarote, de pensar que se iría de travesía a Posadas, la tierra colorada. ¿A comer bananas? ¿Cacao? Mmmm... tal vez algo de eso, pero desde mi lugarcito, le debía un gran respeto.
Santafesina... me contó de las miles de veces que su padrino, un laburante del campo, la ha llevado a bordo de alguna cosechadora o un tractor, pero cortitas distancias. Lo que nunca se me hubiera ocurrido ver es una fotografía del túnel subfluvial que une a los santafesinos con los entrerrianos... lo que es vivir y trabajar en el campo. Así vive Gisela, una chica de 14.
Nuestra travesía camino a Posadas terminaría siendo la más corta... no es porque hubiéramos quedado a la vía, bueno, por quedar en la vía y yo por llevarla a sacar fotos al playón en... no recuerdo bien en qué ciudad de Corrientes, pero no es la popular Monte Caseros. Creo que es en Libertador General José de San Martín.
Las horas pasaban y mientras estábamos esperando que ALL enviara una máquina, nos sentamos en el suelo a esperar... y esperar. La espera acabó en una tristeza cuando la ví marchar para cruzar la vía y fotografiar un espejo de agua. Me dí vuelta y el tren se la había tragado...
Pasó el carguero. Mi corazón estaba hecho mil pedazos. ¿Y ahora? Después que pasó el carguero, me acerqué a la vía y no más era un cuerpo hecho trizas, en medio de un charco de sangre. Sé que tomé un móvil y llamé al número de emergencias, pensando que tal vez podría salvarle la vida. He estado horas y horas en ese hospital cuando un profesional dijo en textuales palabras “Su estado es irreversible”. Yo sé que estuvo como 47 días... 47 eternos días peleando junto a un respirador, cuando me dí cuenta que era un engaño. ¿Para qué? No sigamos prolongando este sufrimiento y demos vida a otros, yo sé de compañeros míos que necesitan ese riñón, ese corazón, ese pulmón... dale Gise, no me escuchas, pero con todo el dolor del alma, para acabar tu dolor, prolonguemos vida.
Nunca diré cual fue el día que expiraste, ni en Casilda jamás sabrán que una partecita de ella está... dispersa en los rieles. Perdón por no avisar.
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