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lunes, 16 de junio de 2008

Cuentos de Alcoba 2007 XIII: Yo si tal vez...

1ª parte


Hete aquí que mis compañeros me dijeron: déjate de hinchar las pelotas, sos un chico con mucha juventud por delante, disfruta del día y de la noche al por mejor... vivís en la urbe, no será gran cosa, hay inseguridad por todas partes pero seguí adelante con tu vida.

Claro. Eso me dijeron mis compañeros. Pero en un descanso en González Catán, quise saber si hay alguna danza por ahí que pudiera ser bailada de a dos, sin ser la clásica cumbia villera. Y me dijo: “¿Quieres de verdad salir del mundo de la villa? Yo sé de otro. Pero mira que el caballero conduce siempre a su compañera, tenlo presente. Acá en González Catán, hay un salón de baile llamado Aníbal Troilo. En ese salón siempre hay bailes de 2 x 4, dicho en gráfico, es el clásico tango de Buenos Aires. Pues bien muchachito, los viernes y sábados son de velada nocturna, los domingos se baila por la tarde, pero bueno, te irás enterando de los horarios, etcétera, etcétera. Bien. Irás a ese salón. Te vestirás con traje, si es posible, negro y camisa blanca. Te sentarás por cualquier lado, inocentemente, pero puedes optar por sentarte en el mostrador y tomarte alguna bebidita. Varios optan por la cerveza, pero la cerveza te da ganas de ir al baño luego, por eso, no la recomiendo. Tantearás el ambiente. Cuando creas que te hallas listo, te acercarás a alguna de las damas que estén cercanas a la caja registradora”.

Yo escuchaba con atención. Luego pedí a un compañero mío que me cubriera la próxima salida, así me daba tiempo a seguir escuchando al amable pasajero. Me siguió diciendo: “Las damas optan por un vinito, no piden cosas fuertes, pues por una cuestión de fineza, las cosas fuertes es de hombres, quizás, por una cuestión de bruteza ¿no? Y la cerveza, más vale que queda para el hombre, ya te había dicho anteriormente el efecto que produce, y en una dama, no es para nada elegante verla entrar y salir del baño. No es muy bien visto”.

Yo ando solo y el resto de la semana de la paso encerrado en un habitáculo, como le digo a la cabina de la locomotora, haciendo varios viajes a diario por el conurbano. Y digo la verdad, me pudre estar todos los santos días ahí haciendo esa tarea tan monótona como rutinaria, pero por lo menos, a veces ligo un buen acompañante con quien matar el tiempo y cuando llego a casa, directamente más que cocinar, es a irme a la cama. Entonces, no me entero que estoy solo. Pero hay momentos en mi vida en los cuales me gusta estar en compañía con los míos, aunque hace tiempo me dí cuenta que busco algo distinto y si es posible, que me aprieten y apretar bien fuerte. Confieso que odio esas apretadas que hacen mis compañeros con las amigas del terraplén, esas son para pasar el momento, no sirven en absoluto.

Me puse a pensar seriamente en lo que me dijo este hombre y ahí me dí cuenta que puedo ser muy suelto bailando cumbia, pero de tango no sé absolutamente nada. Pero si no iba, era lo mismo que la nada. Así que fui a ver a mi tío, que vive a la vuelta de mi casa y le pedí prestado su traje negro, ese que usa en su trabajo como chofer de velorios, pues no podía ir con mi uniforme de trabajo, qué espanto sería. Los zapatos los saqué de unos que tengo guardados por ahí, no eran los ideales, pero algo, eran algo. Y la camisa... no sé, mi viejo me prestó una.

La hora, en tanto, pasaba. Eran las 20 cuando salí de mi casa e hice las siete cuadras que separan mi casa de ese salón. En el camino, por mi cabeza se me cruzaron mil y un pensamientos, pero acabé concluyendo que estaba algo nervioso y mis manos me lo delataban: estaban sudadas. Y el billete de cinco pesos para pagar la entrada, estaba todo arrugado cuando lo saqué de mi bolsillo.

Una vez que traspasé la puerta de calle hacia el interior, me resultó un sitio muy extraño, pisos de azulejos blanco y negro, mostrador, escenario esperando a que la orquesta viniese en minutos a tocar, alguna que otra mesa dispuesta para alguna pareja que rondara por ahí, aunque, el lugar se mostraba bastante iluminado, pero después, esa luz se volvería en apenas, una penumbra. Y la gente caía despacio al baile. Es que el baile estaba anunciado para las 21 y eran las 20.50, faltaban unos 10 minutos, pero yo ya tengo sorbida experiencia de ferroviario, que esos 10 minutos se pueden convertir en 15, 20 y alguno que otro más...

Para matar la espera, me senté frente al mostrador y empecé a observar las bebidas disponibles, me hice el planteo si acá la gente se agarra las mismas borracheras que en los boliches, si en el peor de los casos, también se cagan a trompadas limpias en la calle por meras boludeces, y si no terminan en la comisaría, hospital o en el más allá. Quiero creer que por ser algo más fino, también habrá más delicadeza a la hora de beber, dado la clase de bebidas: licor, coñac, whisky, paddy, caña de azúcar, y, después las clásicas, el vino y la cerveza. Y tuve tiempo para mirar una carta, si alguien quisiera picar algo en caso de haber hambre. No diré los precios porque... venían algo saladitos, pero para ganarse la complacencia de la dama, hay que tener unos pesitos de reserva, total, todos los meses tengo mi sueldo.

La orquesta tardó unos 15 minutos en empezar a tocar, yo ni enterado, estaba más prestando atención a la parte de las bebidas del mostrador que otra cosa. Y mientras la música tocaba, recordé al hombre que me decía todas las cosas referentes a esta danza. Pero muy poco había oído de ella.

El sábado por la noche, uno busca cualquier cosa, pero solo pido algo: que respeten mi franco. Y yo seguía ahí, en el mostrador observando las bebidas, mientras creo que pasaron dos o tres temas. No sé, pero parecía que me había olvidado a qué venía realmente. Y que era yo quien tenía que fichar, y no los demás que me ficharan.

Me doy vuelta en el asiento y veo que al mismo ritmo que beben alcohol, empieza el camino al baño. ¿El baño un lujo masculino? Parece que aquí, sí. Y para colmo, la puerta era vaivén, cada vez que la empujaban, venía esa ráfaga de amoníaco, bueno, en un boliche esos de cumbia villera, no son muy distintos que digamos, en fin... y volvían más dispuestos a continuar el baile.

La música seguía sonando y yo metí mi mano en el bolsillo para sacar un pañuelo y soplarme los mocos. En ese momento, el más indeseado, vino una señorita muy sensual a sacarme a bailar. Ella sonreía muy sugestivamente y había clavado su mirada en la mía. Yo la miré de arriba hacia abajo y se me heló la sangre, no sé bien el porque, la cuestión que en vez de ser yo quien condujera a la dama, era al revés, era algo que no estaba entendiendo...

Ella optó por tomar mi mano, por sostenerla, tal vez por mi timidez, me llevó a pararnos enfrentados al borde de la pista. Ella sabía cuando dejar que tense el hilo, que el bandoneón creciera y entonces, en algún acorde, yo debería ponerle el brazo alrededor de la cintura y zarpar.


Continúa en la 2ª parte

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