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lunes, 16 de junio de 2008

Cuentos de Alcoba 2007 IX: Flechazo de amor

Nota: Se autoriza su difusión por cualquier medio citando el nombre del autor. Este cuento debe ser interpretado como un cuento de amor, que puede semejarse o diferir de la realidad.


Melina esperaba el Martita ascendente en estación Pilar. Se sentó en un banco, abrió el sobre anónimo, sacó tres hojas de cuaderno universitario y en silencio leyó:


Hola cariño:


Como ignoro por completo tu nombre, decirte cariño me preció la forma más adecuada de poder dirigirme hacia ti. Pero no menos para expresarte lo que siento hacia ti.

La primera vez que te ví fue, justamente, en la estación de trenes de Retiro. Tú no tenías ni la más pálida idea que alguien te estaba fichando, no para mal, porque sé que vas a pensar que quien te escribe esto tiene una doble intención, que puede conducirte por un muy mal camino, pero te aseguro que vi vas a pensar eso, estás sumamente equivocada.

No puedo decirte en qué lugar estaba, solo yo puedo saber dónde me hallaba, pero sí recuerdo claramente cuando te ví que descendías del tren de larga distancia, caminabas por el andén 2, cargando dos bultos de mano y una mochila, evidenciabas cierta molestia por el peso que llevabas, pero no me impidió poder fijar mi mirada sobre esa figura, que no será de modelo de renombre, sé que tienes algo que haces de imán...

Mi amor, ignoro si tienes novio, pero te aseguro que si así fuera y lo tuvieras, haría de todo. Movería cielo y tierra para yo ser tu novio, tu futuro esposo y el padre de los hijos que quisiésemos tener – si es que deseas tenerlos o puedes -.

Te daré algunas pistas sobre mí, ese cupido anónimo. Por empezar, mi uniforme te lo va a delatar. Si te digo que uso pantalones y camisas de grafa, color azul, y botines negros de trabajo, es factible que digas “¿Y de este mamotreto me voy a enamorar? ¿A quién piensa conquistar este mugriento?”. Creas o no, cariño mío, detrás de ese uniforme un poco mugriento – que no siempre termina mugriento – hay cerebro, materia gris.

Te preguntarás: ¿cómo conseguí tú domicilio? Eso es lo de menos, pero sé absolutamente todos tus movimientos. También sé que todos los jueves tomas el tren a Junín y regresas los días martes para los menesteres de la Capital. Sé que cada vez que vas a viajar, vistes unos divinos pantalones de jean coloridos que te juro que me sube la bilirrubina hasta el extremo, verte así con el ombligo expuesto, las camisas tan prolijas, quisiera tenerte conmigo para...

...porque en el trabajo mío, en los códigos masculinos – hablando un poquito de psicología ¿no? – las mujeres desde su concepción son bellas, pero cuando uno es flechado por una en particular, internamente, no solo se siente en lo físico – el corazón a uno se le acelera, las hormonas segregan hormonas, pero los pensamientos... más allá de las fantasías – sé que me pueden agradar las mujeres, muchas, hasta las que aparecen por la televisión, pero tú no te me puedes escapar a mis tiernos deseos...

En este momento, y para que sepas de veras quien soy, te irás a encontrar con un sobre anónimo pero te pido que no temas, no me tengas miedo, porque tanto tú como yo desconfiamos, ya sabes, conocemos los códigos que se manejan, son los mismos.

Pues te hablé de mi uniforme. Te dije qué días tomabas el tren, te hablé de que te ví un día en Retiro, pero querrás saber qué hacía yo en cada uno de esos lugares. Te conté que supe de tu domicilio y ahora sabrás.

Tu domicilio me lo dijo nada menos que un amigo íntimo tuyo, así que imagina que me conoce. Lo tienes más cerca de lo que imaginas, siempre me habla de ti. Nunca diré qué piensa realmente, si te lo digo, tal vez lo matarías – mira la colase de amigos que tienes a quienes confiar tus secretos -. En las reiteradas veces que te he visto tanto en Retiro, como en Pilar o en Junín, te he observado desde la cabina de la locomotora: yo sé que nunca se te hubiera ocurrido alzar la cabeza para ver si el amigo que está ahí puede ser del agrado o no. Y tantas veces viajas a Junín, son las veces que te he llevado y te he traído, y no te has dado cuenta.

Yo ya sé quien eres, no sé cómo te llamas, pero me gustaría algún día poder tenerte tan cerca, tan, pero tan cerca, estrecharte entre mis brazos, acariciarte, en un frondoso árbol que sé que hay en Junín, poder apretarte y darte un beso tan grande... besarte por un rato largo mientras paso mis manos por ese divino cuerpito que deseará – o no – que sea explorado internamente.

Y no te sigo escribiendo más porque en este momento yo... bueno, mi físico... bah, me está sucediendo otra cosa que quiero guardar para pasar un momento muy íntimo contigo, que algún día será.

Me despido hasta muy pronto


Lisandro


PD.: Muchacha ojos de papel, cuando me contestes, déjame la carta en la estación de Junín, pero en el sobre, colocá mi nombre para que sepan a quien va dirigida, sino va a venir cualquier papanatas, lo va a abrir y va a chismosear lo nuestro. Si quieres me puedes poner un punto de encuentro, no me voy a ofender”


Cerró las hojas, las guardó en el sobre y se levantó con los bultos porque el tren se aproximaba. Y una vez más, Melina partía rumbo a Junín, a encontrarse con su novio.

Tras unas largas horas de viaje, el tren llegó a Junín. Allí la esperaba su novio. Pero vió que del bolso de Melina sobresalía un sobre blanco. Lo tomó:

  • Melina... ¿Qué es este sobre?

  • ¿El sobre? No, no es nada – dijo haciéndose la desentendida.

Franco, el novio de Melina, lo abrió, sacó las hojas.

  • No recuerdo haberte escrito una carta de amor en tiempo si nos vemos bastante seguido...

Melina palideció.

Franco abrió las hojas de cuaderno universitario y empezó a leer. Un rato después le dijo:

  • Melina... ¿Quién va a escribirte una carta de amor, anónima? Bien sabes que ambos tenemos una relación de amor y compromiso?

Melina no contestó.

  • ¿No habíamos acordado acaso que éramos el uno para el otro? ¿No es así?

  • Franco...

  • Melina, estoy perdiendo los estribos...

  • Franco, te lo digo de una: esta carta apareció en mi casa, en Pilar. Ignoro si quien la firma cómo averiguó para saber todos mis datos... ya sabes.

  • Firma un tal Lisandro, acusando decir que lo conozco...

  • ¿Y hay un Lisandro en la estación?

  • Sí, el que está en el tren de larga distancia. Yo a él no le conté ningún secreto, con quien tengo más trato es con Marcelo, no con él. Así que dejate de joder escribiendo cartitas o que te escriban cartitas.

Franco arrojó a la basura la carta de Lisandro.

Esa semana, Melina no viajó a Buenos Aires. Franco fue a ver a Lisandro.

  • Lisandro...

  • ¿Sí?

  • Dime si es cierto ¿Te gusta...?

  • ¿Yo? Es tu novia pedazo de imbécil...

  • ¿Y por qué le escribes cartas de amor?

  • ¿No puedo escribir cartas de amor?

  • Pero ella está comprometida conmigo... nos estamos por casar dentro de muy poquito tiempo.

  • Una paloma correntina me dijo que ustedes dos andan más cerca de dirse cada uno por su lado porque uno que yo sé, pero que no via a mencionar, se ratonea a los cuatro vientos...

  • ¿Y a usted quién le dijo? ¿Diga? ¿Vamos?

  • A mí naides me dice las cosas, yo soy todo oídos... Aparte, si me gusta ella ¿qué? ¿acaso me vas a impedir eso?

En la noche, cuando Franco regresó a su casa, discutió con Melina:

  • Ya supe quién anda tras tus pasos...

  • Dime quién es...

  • El Lisandro ese que te dije.

  • ¿Y quién es?

  • Es uno que no tiene otra cosa que hacer que escribir tontas cartitas de amor.

  • Su carta no me pareció nada tonta...

  • Y bien que sabe de lo nuestro... pero pretende hacerme creer que nosotros estamos por separarnos...

  • Bueno, en parte dice la verdad, nuestra relación es... mediocre, si debo calificarla de una forma.

  • ¿Qué es qué?

  • Mediocre dije Franco.

  • Yo sé por dónde radica tu mediocridad Melina.


Continúa en la 2ª parte

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