Nota: Este es un cuento de terror. Están advertidos.
Maribel corría. Corría por esas vigas paralelas de acero sin prisa. Sola. Solitaria. Maribel está en perfectas condiciones mecánicas. Hacía poquito había salido de su última revisión técnica. A pesar de su edad, podía gritar muy fuerte todo el tiempo que fuese necesario. De pronto, sin que ella lo supiera, levantó velocidad. Y empezó una alocada carrera sobre los rieles. Parecía que ya iba a descarrilar. Sus motores iban a todo vapor, pero no comprendía porque de golpe y porrazo estaba haciendo una desbocada carrera. Y de golpe, los durmientes empezaron a partirse al medio. En un cierto punto, comenzaron a desaparecerse quedando los rieles en el aire. Maribel no comprendía lo que le sucedía. Tuvo miedo y era lógico: gritaba muy, pero muy fuerte. Sus bocinazos sonaban como estampidos. Todos los sonidos eran similares en volumen.
La vía se desapareció. Pero Maribel seguía corriendo alocadamente. ¿Estaba volando? No se sabe. Lo que sí se supo es que su carrera acabó cuando tuvo delante de sí una especie de niebla cerrada, que se la tragó íntegra. No dejó rastros ni nada. Solamente en la atmósfera se percibían los ecos de los gritos y los bocinazos en pedido de auxilio.
Analía levantó del suelo un soplete que se le había caído accidentalmente a un mecánico en el taller de Spurr. Frente a la vista de todos, se encendió solo y empezó a diseccionarla. Daiana corrió a auxiliarla. Pero el cortito trayecto hasta llegar a su hermana, cada vez se le hacía más largo. Más eterno. Sus gritos desgarradores, parecían silenciados. Analía intentaba quitarse el soplete pero en una cuestión de unos cortos minutos, la estaba diseccionando viva. Íntegra. Ni siquiera la desmantelaba. A viva voz.
Cuando le dio el tiempo a Daiana de poder llegar hasta Analía, ya esta no era más que un montón de hierros retorcidos. Quemados. Con olor a quemado, muy intenso. Quiso ver que podía hacer para que pudiera volver en sí, pero no lograba su cometido. Corrió a buscar algo de agua para apagar los restos humeantes. Pero era tarde: Analía era historia. Daiana sabía como domar estas cuestiones: saco su varita mágica y a la misma le ordeno regresar con vida a su hermana.
- ¿No estaba muerta? – pregunto Analía.
- Era en el pasado. No puedo develar el secreto que hace el retorno a la fuente de la vida – contesto Daiana.
- Temperley desde hoy te odio y te odiaré para el resto de mi vida y de mis viajes que tenga para hacer maldita sea. Y a tí Bahía parece que no aprendiste un pomo lo que demonios te dijo Bragado, Pinamar se hace la idiota, Mardel vive en las estrellas, Elisabetta y Doris me pudren porque hablan hasta por los codos, Miramar comete las mismas estupideces y Lanús me da asco... – eran los reproches que hacía tiempo se venían escuchando en el patio de Plaza. Todos tenían un común denominador: iban dirigidos a sus hermanas GM. Más que reproches, eran los delirios que venía teniendo La Chabona y nadie atinaba a saber sus causas.
- ¿Qué haces Chabona? – pregunta Vidal mientras recibía fuertes palmadas de La Chabona. Y ahora estaba agresiva: sin motivos aparentes, las golpeaba. Vidal forcejeaba. Tuvo un palo a mano y se lo asestó en donde pudo: la dejo inconsciente. Luego le agarró cargo de conciencia: pensó que la había matado. Rato después, volvió en sí. Miraba con sus ojos desorbitados. Saltones. Vidal pensó: calma, firmeza, autoridad y culo.
- ¡No! No debes golpearnos a nosotras Chabona – dijo Bragado.
- Son lo más asquerosas que pueden existir en este mundo, ratas de cloacas – gritaba La Chabona.
- ¡Estas loca Chabona! ¡Loca! ¡Mil veces loca! – gritaba Lanús.
- Ratas inmundas, ratas cochinas, vinieron a copar la parada hijas de su gran perra – gritaba también La Chabona.
A esta altura, solo restaba tratar de conservar la autoridad. La calma. Firmeza. Y un poco más, culo.
La Chabona se esparció encima suyo combustible. Luego tomó un fósforo, lo encendió y se lo auto arrojó, ardiendo ferozmente. Gritos. Gritos y más gritos. Delante de sus hermanas GM que dejaban que se quemara. Si de veras se quieren, hubieran hecho algo para revertir semejante locura, para impedir semejante incendio. Acabó cuando llegaron los bomberos.
En el Taller Pérez sonó el timbre. Estaban los mecánicos y los ingenieros arreglando locomotoras. Por casualidad, estaba María Eugenia.
- ¡Un momento! – gritó María Eugenia hacia fuera.
Vio que venía un tropel de ingenieros de la empresa Ferrocentral. ¿Qué hacía realmente M. Eugenia en Pérez? Estaba de reparaciones. Los ingenieros fueron directo a ella.
Quiso huir y no pudo. Los ingenieros se convirtieron en gigantes que avanzaban a grandes zancadas y ella parecía una miniatura.
- Una locomotora nunca puede escapar al examen de los ingenieros – dijo uno de ellos. Esa voz singular empezó a convertirse en voces plurales, ecos resonantes contra la pared.
De repente, Pérez quedó a oscuras y volvió a iluminarse incandescentemente. Miró a todos lados y vio el sucumbir de las locomotoras. Pero solo las GAIA habían adquirido tamaño semejante para estar listas y atacarla.
María Eugenia gritó. Gritó hasta donde pudo. Buscó la salida. Corría alocadamente. No sabía adonde podría ir a parar. Se sabe que Úrsula la vio pasar y la sacó siguiendo.
En semejante carrera, al trasponer el cambio, rompió un boguie, pero igual siguió. Tocó la bocina pidiendo auxilio. Gritaba:
- ¡Los ingenieros me quieren matar! ¡Me quieren matar los ingenieros!
Úrsula, en su alocada carrera, deseo saber el motivo de la huida. En un punto, no se sabe donde, estaban los mecánicos de ALL dispuestos a largarse encima por tal de acabar la alocada carrera. Pero cuando pasaron, equivocaron a quien acabar frenando:
- Es la Euge la que corre desbocada, yo la persigo para saber cuál es el motivo.
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