Nota: Fantasía
La puerta del departamento 27 de un piso noveno, ubicado en un edificio de la calle Jerónimo Salguero al 700 y pico se cerró con llave. Llamó al ascensor y llegó a la planta baja. Por el espejo del “montacarga” se reflejaba la imagen de una muchacha, morocha en todo: por fuera y en su ser, maquillaje desde los ojos, pasando por los labios hasta acabar por sus largas uñas de los dedos. Un peinado algo desprolijón por el tipo de corte, en degradé, una chomba blanca de piqué, falda negra hasta las rodillas. Sus piernas lucían como dos palitos con medias transparentes y zapatos a la ocasión.
Se abrió la puerta tijera del ascensor en planta baja y tras caminar despacito hasta la puerta de salida, la puerta de salida a la calle se volvió a abrir para sacar a la luz a dos piernas que bajan el par de escalones como una modelo... se alza aquella esbelta figura seductora tal vez. Frente a ella, había un tranvía estacionado, esperando exclusivamente a ella.
- Arriba señorita
- ¿Yo? Debe usted estar muy equivocado...
- No. Me enviaron buscando a la señorita Malena.
- Y piensa que ando rastreando aquel 168... el...
- ¡Mustafá! Soy yo. El colectivo, va por las suyas. Yo voy sobre rieles.
En verdad, existe un interno del 168 que va a Griveo apodado Mustafá. Cada tanto se lo sabe ver dando vueltas junto a otros colectivos, como el 127, el 19, el 151 cruzándose con el 128 y el 92.
Que se diga lo que quiera, pero Mustafá tranvía sabía que podía robar energía a Edesur, a menos que le cortaran el trole. Nunca se supo de donde salió. Ni tampoco como dio con esa chica.
- Por segunda vez se lo pido: suba que la llevo donde desee.
- ¿Y a dónde podemos ir?
- Donde guste.
- Esta bien... – miró hacia ambos lados mientras veía el pasar de los coches – si usted lo dice.
Con cuidado subió al tranvía. Cuando se aseguró de estar en el asiento, un cortito sonido de la campanilla y se puso en marcha, en medio de todo el caótico tráfico.
No emitió palabra alguna, pues le parecía algo sumamente extraño estar viviendo los mismos recorridos que alguna vez, o tantas veces hiciera en colectivo, y ahora tenía la posibilidad de que un tranvía la llevara a pasear. Pero observó un detalle: no había motorman. Quiso saber cómo hacía para dirigir... o gobernar el vehículo ¿no?
- Perdón...
- ¿Le cuesta demasiado pronunciar la palabra Mustafá? ¿O le genera una profunda vergüenza?
- Ni una ni la otra. Disculpe...
- ¿Por qué?
- He notado que... que más allá de los intentos caballerescos, o cosas por el estilo, no sé quién es, ni he visto nadie que lo dirija en medio de todo el tránsito...
- ¿Cómo no sabe quién soy?
- Pues estoy hablando con un montón de fierros.
- ¿Y los colectivos que habitualmente usas no son muchos fierros? Claro, porque viajas como sardina enlatada. Tienen ruedas infladas con gomas de aire.
- En eso tienes razón... pero quién lo dirige...
- ¿Para qué quiere al motorman? Yo soy suficiente. Yo sé por donde vamos...
- ¿De veras?
- ¿Dudas acaso de que no sepa por dónde voy? Puedes decirme por donde vamos muñeca.
- Pues... me gustaría ir a tantos lados...
- Para eso la dejo aquí. Yo sigo viaje y busco otra Malena que quiera que la lleve a pasear.
- ¿Y para eso me trajo hasta aquí, a Juan B. Justo y San Martín?
- No me especificó donde quería que la llevara y donde quiere que la deje...
- Me parece que lo más sensato sería regresarme a mi domicilio.
- Te dejo en tu domicilio que tengo otra Malena esperándome...
Mustafá tenía algo de apuro en dejar a Malena en su domicilio. Bien sabía que otra muchacha lo esperaba para pasear. Para mimarlo. Quererlo. Atenderlo, porque para él, todo estaba bien. Lo que se dice, un tranvía bien mimoso.
- Hemos llegado.
- ¿Eso fue todo por hoy?
- Sí. Nos vemos en otra ocasión, donde la vida nos cruce. Sin lastimarte, debo marchar, donde un par de manitos me esperan para darme mimitos.
- ¿Mimitos? ¿Así que te miman?
- Por supuesto. ¿Y por qué imaginas que soy como soy?
Y Mustafá se marchó ante la larga mirada de la Malena que lo vió desaparecerse por Guardia Vieja, que fue donde dobló. De ahí se tomó un colectivo que la dejó en Liniers, hasta que pasó Maribel.
- Que pinta la tuya nena...
- Pues... me ha visitado un tranvía...
- ¿Tranvía? Un tal Mustafá seguro.
- Así dijo llamarse.
- ¿Por dónde te llevó?
- Unas cortas vueltas por Palermo, algo de Villa Crespo y me regresó a mi casa, apurado porque otra Malena lo esperaba para darle mimitos.
- Te cuento un secretito. Mustafá, contra todo lo que se diga, es un tranvía que le gustan mucho las Malenas. Yo, como esta mole americana, sé perfectamente que a él le gustan las Malenas como tu, pero las mimosas. Detesta las ordinarias. Tal vez no has sabido llegar hasta donde él quiere. No lo domas tú, sino es él el que te jinetea.
- ¿Cabaretero?
- Tal vez... puede ser. Por eso buscó regresarte a tu domicilio lo más pronto posible. Porque no solo lo externo debe provocarlo, sino cuanto puedes darle. El es así. Y como todo, lo será por el resto de su existencia.
- Que se muera en el cementerio de Haedo...
- No digas eso porque debes saber que las Malenas que han pasado con él, todas, pero todas, terminan suicidándose en los eléctricos del Sarmiento.
- ¿A qué se debe?
- Depresión y desencanto. Les paga así. Por eso, has sido inteligente y no te dejaste llevar por sus encantos. Va a volver por ti. Y ahí lo domarás, a la tuya.
- ¿Y qué hay que elijan los eléctricos del Sarmiento y no otros?
- Porque él les escribe los destinos sin que lo sepan. Ví varios en Liniers, Morón, Ramos... el amor y el encanto se pagan con la muerte.
Después de todo, Maribel tenía razón: Mustafá volvió por aquella Malena de la calle Salguero. Esta Malena que solo ella supo domarlo como ella quiso sin dejarse ganar por sus encantos amorosos y acabar en el suicidio, como otras.
- Bien Mustafá. Supongo que vas venido por mí porque no hallas más Malenas a quienes enviar al degolladero del Sarmiento ¿verdad?
- Mientes en absoluto...
- Tú no tienes pruebas para refutar lo que acabas de decir.
- Por supuesto que sí.
- ¿Ah sí?
- Sí. Porque Maribel te vendió.
- ¿Maribel? Y yo que creía que... que podía ser mi novia...
- Por lo pronto no.
- Que gran odio es la vida... por qué... – y empezó a llorar Mustafá.
- No llores. Vamos. Hazme feliz llevándome a pasear nuevamente por Buenos Aires.
- Te haré feliz y ahorita mismo vamos a desaparecernos de acá – dijo y se marcho.
Nunca más se supo que fue de él.
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