Segunda Parte
Mariela siempre fue aplicada en la escuela. Tuvo notas altas.
Le tocó en suerte un colegio de monjas. Y su distanciamiento le hizo muy bien.
Hasta que los trenes entraron de lleno a su vida.
Pero entre roces, idas y vueltas, Patricio supo llegar a lo más hondo de Mariela.
- ¿Sabes que tu hermana me ha hecho una denuncia en contra mío? – le dijo Patricio un día.
- No que supiera. Aparte, ¿cómo sabía ella quién eras tú? – deseo saber Mariela.
- Estabas en ese momento. Mariela, sé que por ahí entre tú y Tamara no hay gran relación pero tampoco ella debe generar discordia alguna ¿ah? – le contestó Patricio.
- Y pensar que yo nunca le digo nada de sus amigas re conchetas, que me son de lo más desagradables que hay, no ponen una pata en un tren ni en pedo, les baja el estatus... conchetas de mierda – critica Mariela.
- Siempre tengo mi as bajo la manga: la amenace con hacerle un daño físico que le dejaría la marca para el resto de su existencia, pero después cuando me fui a dormir, pensé en ti, me dio lástima por ti, no por la despreciable de tu hermana. Bendita conciencia... – contesta Patricio.
- Serias capaz de... – largó Mariela.
- No me conoces ni la cuarta parte de lo que soy. Mira Mariela, no te das una inmensa idea del aprecio que tengo por ti. Más allá de los roces iniciales... me generaste mucha simpatía. Porque sos una mina simpática pero a veces, el mundo no siempre es como uno desea que sea. Aparte, no me daría el cuero a esta altura de las circunstancias de osar hasta lo más hondo de tus entrañas como seguramente habrán querido hacer algunos compañeros míos, o no – le comenta Patricio a Mariela.
Mariela lo mira por largo rato reflexionar y le suelta – En realidad, tengo a mi hermana y a mi vieja, mi padre no... bueno, nunca se hizo cargo de mí cuando lo he requerido en su momento. Siempre tuve a mi tía preferida, pero vive en Rosario y siempre que puedo, me escapo a Rosario. Me tomo el espanto de TBA... o de últimas, el detestable Ferrocentral. Siempre me bancó, en las buenas y en las malas. Hay veces en las cuales he ido a visitarla no desde Retiro, entonces sabe que he salido desde Bahía Blanca -.
Y se tomó el tren de carga – Yo debo relevar en Olavarria pero te voy a dejar en buenas manos. No entristezcas Mariela – le suplica Patricio antes de partir en la 9061. Mariela quería llorar.
Partieron con un corte de 70 vagones vacíos hacia Bahía Blanca. Finalmente, cuando la noche avanzó, Mariela se durmió. – Pobre... la venció el sueño – dijo Patricio para sí mismo. Mariela dormía en el suelo. Patricio le dio un trapo para que no durmiera sobre la suciedad.
A las 3.35 de la madrugada de un día domingo arribaron a Olavaria. Patricio llamó a Mariela – Mariela... Mariela... llegamos a Olavarria, debo relevar -.
Mariela despertó toda despeinada.
- Luces mejor así – le dice Patricio.
- Ya te vas... – dice Mariela.
- Acá relevo, pero te dejo en buenas manos, que van a saber tratarte como yo. Si se portan mal, no más tienes que llamar a este teléfono – le decía Patricio y anotaba un teléfono celular en un papelito – Siempre vas a ocupar un lugar de privilegio en mi corazón -.
Vaya uno a saberlo, pero ante una despedida dolorosa para Mariela, ambos se despidieron con un gran beso en la boca. Y regresó raudamente a la cabina.
Felipe no le era ni fu ni fa que estuviera ella. Es más, durmió y despertó cuando se hizo la luz del día.
Por allá el convoy llegó a Bahía – Bueno señorita – dijo un poco secamente Felipe – ha llegado hasta Bahía Blanca, la verdad que no quisiera que usted me siguiera camino hasta Zapala. ¿Sabe? -.
- Solo me resta agradecerle el haberme traído hasta acá, señor. Que tenga un grato viaje – le dio su despedida Mariela a Felipe.
En Bahía Blanca, persiguió a los trenes de FEPSA. Indiscretamente, desde algún lugarcito, espiaba los movimientos de las locomotoras. Hasta que alguno con cara de pocas pulgas se acercó para decirle - ¡Aléjese antes de que llamemos a la policía! -.
Mariela lo miró y se fue, sin decir nada.
Pero miraría desde la estación el paso de una GR-12 con un largo carguero, en tanto que al mismo tiempo recordaría al señalero y el dolor de cabeza, como también recordaría con amor al jefe que ofició de doctor y farmacéutico.
Por detrás, el maquinista la sorprendió - ¿Busca algo? – pregunta a modo de excusa.
- Tesoros, tal vez – contesta Mariela.
- Eso es una excusa. No se preocupe, que acá no hay oro – le dice el maquinista.
- Lo sé, pero sí hay trenes... unos cuantitos – le contesta Mariela.
- Muchos ¿verdad? Pero ferroviarios cuatro gatos locos... – le dice el maquinista.
- ¿Cuál es el pedido más extraño que le han hecho? – pregunta Mariela.
Como adivinando la clase de pregunta, le contestó – Diré qué detesto: los aficionados a los trenes. Rompen las bolas, son densos. Que la foto, que la grabación, pero la peor es cuando me piden que los lleve en la cabina y eso me pone de muy mal humor. A veces han sabido pedirme tener el timón y eso me saca de las casillas. Ya te dí los antecedentes, pensalo bien -.
- Ya veo que usted es de los típicos maquinistas con caras de orto. Más claro, echale agua – le dijo Mariela.
Y el maquinista se quedó mirando a Mariela.
- ¿Para qué quiere que le pida algo si usted me va a mandar directamente a la mierda? – le contestó con una pregunta Mariela.
- ¿Sabe una cosa? Cuanta razón tiene – le contestó el maquinista y se fue a la locomotora.
Mariela vió al tren alejarse y ella se fue de la estación. Se fue al puerto, se sentó debajo de una planta cuando ese mismo tren volvió pasar. Al maquinista algo le llamó la atención: la misma persona que había visto en la estación, estaba en el puerto. Mariela no le prestó atención ninguna al paso del convoy. Bueno, dormía la siesta. Rato después apareció por el lugar y Mariela dormía aún.
- Otra vez la veo por aquí – le dijo el maquinista.
- ¿Sí? ¿Algún problema? No vine a pedirle nada, usted vino a molestar – le contesta Mariela.
- No lo crea. Usted sueña con trencitos. A mí me hartan. Convivo con ellos los 365 días del año. Sepa comprender – le contesta el maquinista.
- Yo los amo. Los quiero. Son un gran pasatiempo en mi vida. Gasto gran tiempo de mi vida con ellos. Pero son una grata compañía. Aunque no siempre los ferroviarios... Es como los aficionados a los bondis, una cosa así – le contesta Mariela.
- Cierto. Pero los ferroviarios tenemos otra fama, no sé si le dijeron. Algo pajeros... sin caer en las indiscretas – comenta el maquinista.
- No se haga problema, que el Pato del Ferrosur me las escribió con pluma y tinta china en un pergamino – contestó Mariela.
Miraban el mar. Los barcos. Disfrutando el aire puro.
- No se preocupe, en la vida no todo son trenes. Amo la pelota... el fútbol argentino... el mejor – comenta Mariela.
- Bueno... esa es mi mayor distracción, me gusta poder jorobar a mis pares cuando alguno pierde... clásicos argentinos. La pelota es como tu novia...
- Como lo puede la locomotora, la moto... o la pistola...
- ¿Pistola? Cachonda la chica... tranquilamente podría ser mi novia
- Con un tipo con una caripela de orto, que hazmerreír...
- Es como todo: en los fierros, la mayoría son hombres pero chicas, no he visto. Entonces, suena raro, pero no me es raro en cuanto al ganar terreno...
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