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miércoles, 5 de marzo de 2008

2003 – 5 años de mí – 2008: Mayoría de edad

Tercera Parte

Hacía quince días que Mariela estaba en Bahía cuando apareció Patricio con un convoy desde Zapala.

- ¿Volviste a viajar?

- No Pato. He andado acá, pero son un poco reacios.

- ¿Felipe cómo se portó?

- Bien. A mí no me molestó.

Como tampoco constituyó ninguna molestia que ambos apretaron en pleno andén. Creyendo que nadie los veía.

Pero sí había una vista: la de aquel maquinista de la GR con el cual había compartido un par de reflexiones en la estación y en puerto. Le dio celos.

Mariela mientras estaba con Patricio, advirtió la mirada de aquel maquinista - ¿Pasa algo Mariela? – le pregunta Patricio.

Mueve la vista – Hay a la distancia un tipo con una cara de orto... conduce trenes de Ferroexpreso Pampeano... no sé... no me gusta para nada -.

- Que se vaya a cagar a los yuyos ese imbécil cara de papanatas – le dijo Patricio y siguió besando a Mariela.

Pero al maquinista de Ferroexpreso no le quedó más remedio que cruzar las vías porque debía ir a la oficina. Al salir con los papeles, se detuvo a volver a mirarlos – Tal vez te iría sugeriría que te fueras olvidando que existo porque no vas a ninguna parte – le contestó el maquinista de FEPSA.

Patricio le ganó a la hora de contestar a Mariela - ¿Y? Me chupa un huevo, el otro, las pelotas y hasta las tetas. Aparte, maquinistas hay miles. Y si te molesta, ¿qué? No es tu novia ni tampoco tiene nada que la ate ni la líe contigo -.

Volvieron los besos para volver a perderse en la vía. Y cayó el maquinista de FEPSA – No cuente que se perdió ¿no? -.

- ¿Usted cree remotamente que sería tan pelotuda en meterme contigo? -.

- Las vueltas son muy largas o muy cortas Mariela... – Sorpresivamente sabía algo más sobre aquella chica.

- ¿Y cómo supo más de mí?

- Del día que el señalero de la Unidad se la llevó al catre y que el jefe le dio esa pastilla... ¿Vió cómo todos los ferroviarios sabemos todo?

- Ya lo creo. Como eso de extrañar tener un tren en mis finos dedos -.

- Venga. Yo le puedo prestar el tren. Si no le molesta, debemos hacer rancho en Pelicurá...

- No me importa... vamos...

Partieron con un corte hacia Pico pero harían noche en estación Pelicurá. – Vení – le dijo el maquinista.

No era como Patricio, que se conocían un poco más a fondo. En la falda de Andrés Astelarra – y a este sí le manda el apellido porque se manda un mocazo... – le prestó el timón por intervalos de tiempos. No siempre. Es que el recorrido no es sencillo. Curvas, más curvas y contracurvas.

Como tiro se fueron a Pelicurá. Y la noche ayudó a escabullirse. Bajaron por cada costado distinto. Después de firmar, Andrés se fue a buscar a Mariela. ¿Dónde fueron? A un paraje de mala muerte.

- ¿Acá te asignaron para meter la cabeza? – pregunta Mariela.

- He ido a sitios peores, este es de los mejorcitos – contesta Andrés halagando el lugar que le había tocado para parar.

Andrés tomó de la cintura a Mariela y la llevó contra una pared – Ahora estamos solos... a solas aquí – para acabar besándola.

Mariela no pestañeó ni dijo nada. Ya estaba acostumbrada a esta clase de cosas. Y no tardó en quitarle los atuendos para llevarla a la cama. Volver a besarla con pasión. Revolverle los cabellos. Acariciarla. Todo como si estuviera acariciando a su propia mujer. Con la diferencia que esta era un perfecto desconocido.

Como todo buen humano, y bueno, ambos se excitaron.

- Tranquila que todo va a estar bien – le dijo Andrés antes de hacerle el amor.

- Me temo que harás lo mismo que el señalero de Bahía – le contestó Mariela.

- No soy tan hijo de perra, todo va a estar bien – la tranquiliza Andrés – confía en mí -.

En la pura realidad, Mariela disfrutaba de un momento íntimo ignorando el verdadero dolor de cabeza que se venía después. Pero esa noche fue así.

Salieron de Pelicurá a Bahía Blanca. Andrés miraba con muchos deseos a Mariela – No te sientas culpable de mis deseos -.

- No, no. Continúa así...

Semanas después, Mariela empezó a sentirse mal. No atinaba a pensar qué podría ser. Por eso, en otro carguero de FEPSA se fue a Rosario. Allá, a lo de su tía del alma, María Eugenia Anglat. Tomaba mate con Francisco cuando Mariela tocó la puerta.

- Mariela – se alegró Eugenia cuando vió a su sobrina.

- No me mates tía – apenas le salió un hilito de voz a Mariela – Creo que cometí una cagada sin salida -.

A Eugenia se le desorbitaron los ojos. Francisco corrió a la puerta - ¿Qué pasó Euge? -.

Pasmada, Eugenia contestó – No sé... -.

Los tres acabaron en el hospital rosarino.

- No pasó nada señora Anglat, usted está bien, su sobrina cursa una gestación de unos treinta días aproximadamente – le dijo el doctor.

A solas, Francisco dialogó con Mariela - ¿Qué has hecho muchacha? -.

- Si no te ofende, yo sé que tienes confianza con mi tía, pero yo le contaría a otra persona o a mi tía a solas pero... -.

- Lo sé... ando seguido...

- ¿Eres el novio de mi tía?

- No somos novios, pero salimos seguido... No te preocupes que así como tu tía te quiere un montonazo, siempre me cuenta de ti, yo estoy a su lado para acompañarla...

- Y que lo acompañe a usted ¿no?

Pero a su tía le dijo la verdad – Tía Euge... el Pancho será tu amigovio, pero solo a ti puedo decirte la verdad de la milanga...

- Ya la sé Mariela, no importa, está todo bien. Te equivocaste, pero bueno, hay que apechugar... no te des manija, ya está -.

- El padre... ni siquiera es el novio de mierda que venía soportando, sino un bahiense que los mismos bahienses se ocuparon de parir...

- Nena... dejalo en paz. Va a tener mucho amor, vas a ver, no te pongas triste -.

Un día, revolviendo unos papeles, encuentra el celular de Patricio – Tía, ¿me prestas tu celular? Si deseas... – le pregunta Mariela.

Eugenia le alcanza el celular - ¿Vas a llamar a tu vieja? -.

- No, no quiero saber nada con ella. Mientras esté Tamara con las conchetas amigas ocupando el departamento. Patricio cuando baja en el Ferrosur para en un hotelucho de morondanga en Constitución -.

Disca el celular de Patricio porque en su casa no hay teléfono. Lo agarra la casilla – Hola Pato, soy Mariela. No te asustes de esto, estoy en Rosario con mi tía, te pediría que no vengas a visitarme, porque me da vergüenza que sepas esto, solo te pido que veas a mi vieja y le digas que estoy bien en lo de tía Eugenia -.

Patricio levanta el mensaje y llega hasta el edificio de la calle Salguero y Humahuaca. Toca timbre y pregunta por la señora Sablich. La mujer baja del piso 9 hasta planta baja y se encuentra con Patricio.

- Señora Sablich, Mariela me pidió que le envíe a decir que va a pasar un tiempo largo en Rosario por motivos personales...

- ¿Motivos personales? Por favor, comunicate con ella lo más pronto posible y pedile que venga para acá...

- No lo sé, ella no me especificó qué le andaba sucediendo, pero me dijo que estaba bien, que no se preocupara -.

- Pero hace como dos meses que está ausente, que anda vagando por todos los trenes... me preocupa mucho. Usted que la conoce ¿por cuántos divaga? -.

- Hasta donde sé, por algunos... donde mete las narices -.

En realidad, la madre de Mariela quería saber algo más, pero Patricio no iba a largar absolutamente nada de las andanzas de su hija. Pero fue más lejos: cuatro meses después, mientras Mariela divagaba con su vientre abultado, cayó Patricio sin quererlo.

- Mariela... ¿quién ha sido el hijo de puta que te hizo esto? – preguntó Patricio.

- No. Yo fui la culpable... – empezó a llorar Mariela – y... y... Astelarra... -.

- ¿Astelarra qué? ¿Él? ¿En su paseo matutino? – preguntó Patricio.

- En una parada en Pelicurá – contestó Mariela.

Patricio se quedó un momento pensativo. – Es ese que nos miró con tantos celos... en la estación de Bahía – le dijo Mariela.

Volvió a mirarle la panza. – Todos nos equivocamos. No sé cuántos se habrán borrado, no me interesa. Más me importa estar a tu lado. Cuando llegue el día indicado – le dijo Patricio.

El tiempo fue corriendo, como fueron las molestias en aumento. Cada tanto sus pensamientos eran asaltados por aquel recuerdo de Pelicurá. Un dolor insondable. Hasta que una bocina de tren sonó de lo más hondo de su ser...

...y Mariela hubo de ir al hospital. Porque su chiquito había dejado de vivir. Dolor de madre. Abortado.

Con un doble dolor a cuestas, regresó Mariela con su tía Eugenia a la paz hogareña. Hasta que una tarde gris alguien tocó la puerta de la casa de Eugenia.

- ¿Usted conoce a Mariela? – soltó Andrés Astelarra.

- ¿Por qué buscas a mi sobrina? – preguntó Eugenia.

- Pues... supongo que está por traer al mundo...

- Para tu información, ya lo trajo y con el negativo resultado que está en las eternidades celestiales. Si la querés ver, te sugiero que lo hagas en cualquier lado, menos te atrevas a venir a tocar la puerta de mi casa – le contestó firme Eugenia y cerró la puerta.

Mariela se levantó de la cama y se fue a hacer la leche – Tía, ya sé quién era, no me lo digas. Aparte, yo voy a elegir con quien pasar mi vida y más allá de este tropezón, no voy a rendirme a traer un hijo -. Eugenia miró a Mariela algo pasmada.

Y eligió nuevamente traer un hijo al mundo. Finalmente fue el Pato de Ferrosur quien le arrebataría la ilusión a más de uno. Y se la quedó. Porque es su pareja.

Mariela es feliz. Y no oculta su felicidad cuando decidió que con Patricio pasaría su vida. Los momentos íntimos. Muchos. Varios. Como cualquier pareja. Hasta que supieron que ellos iban a ser padres.

Para Patricio, era el fin de su vida solitaria, después de un divorcio.

Y Mariela veía las cosas con más claridad. En una ciudad bonaerense, llamada Bahía Blanca.

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