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miércoles, 5 de marzo de 2008

2003 – 5 años de mí – 2008: Mayoría de edad

Primera Parte

Mariela Vanesa Sablich se miraba al espejo en tanto que pensaba en uno de sus sueños favoritos: por alguna vez, poder salir de vacaciones.

Su hermana, Tamara Soledad Sablich, no soportaba que su hermana menor pasara largo tiempo mirándose al espejo, como así tampoco le toleraba su pasión por los trenes.

Siempre que tenía oportunidad, Mariela se rajaba detrás de los trenes. Era tan capaz de hacer eso como de dejar plantado a su novio.

Pero ese día, después de mirarse por largo tiempo al espejo, tomó su carterita, y con un pochito ocultó su larga cabellera, sin mediar palabra, se fue.

Cuando llegó la madre al domicilio, quiso saber dónde estaba Mariela. Tamara le contestó que no sabía a dónde había ido, pero sospechaba que seguro que se habría ido detrás de algún tren. Ya no era la primera vez que lo hacía.

Ya todos estaban curados de espanto. – Mariela tiene el delirio de irse de vacaciones – comenta Tamara.

- Eso lo sé de hace rato, si se va, bueno, tiene novio ¿no? – le contestó la madre.

- Eso no es nada, siempre hace lo que quiere y como quiere, a gusto y antojo suyo – decía siempre Tamara. Y era verdad. Como también era muy certero que Mariela hacía rato había pasado la barrera de los 21, dueña y señora de hacer lo que se le ocurriera.

En su familia todos sabían de Mariela y su amor por los trenes, pero ignoraban totalmente “el entretelón” con los ferroviarios y, algún aficionado.

Nunca hizo asco a nada. Ni lo hace tampoco. Pero para conseguir llegar a los gusto, también debía ceder otras cosas. Así supo que el ambiente de los rieles no es fácil de domar.

Los trenes locales los domó como pasajera, como la domaron también los delincuentes afanándole los pocos centavos que llevaba encima. Se hizo habitué de los trenes solidarios. Muy discreta sabía como presentarse delante de aquella gran mole de fierros y robarles las miradas a los maquinistas... aunque eran capaces de echar a todos los aficionados de la cabina, ella siempre tenía su lugarcito. Aunque a plena conciencia supieran que era aficionaba.

A decir verdad, cuando gustaban llevarla, iba. Y cuando no, su premisa era “Punto y a otra cosa mariposa”.

Cumplió uno de sus sueños mayores – vaya si no tiene sueños locos! – tener un tren en sus manos. Siempre con la complicidad de aquel amigo conductor que, por jugado, osado o, imprudente, tal vez, le permitía a Mariela tomar el timón. Eso sí: donde manda capitán, no manda marinero.

Después, por esas vueltas de la vida, viajar en un tren de carga se le hizo un hábito. Gracias a... a Patricio y su no que lo hizo quedar patentado en una fotografía. - ¡Acá no se puede sacar fotos! – le dijo e hizo mover su dedo índice por fuera de la ventanilla. Mariela tuvo la máquina a tiro para retratar más que la máquina, al maquinista con el gesto y su dedo.

Pero quince días después, volvió al playón de Ferrosur, el mismo donde se hubiera topado con eso, solamente que un operario, por hacer la contra de los guardias, le dijo muy sueltamente – Saca todas las fotos que quieras muñeca -. Mariela agradecida. Patricio quería acogotarlos juntos.

- Mira, si deseas una fotografía de la locomotora, primero sabes... – empezó Patricio.

Mariela lo miraba en silencio.

- No sé si me entiendes – empezaba a ponerse denso Patricio.

Mariela siguió mirándolo en silencio.

- Yo sé que sos bonita, pero yo sé que quieres la foto de la locomotora, todo no se puede – seguía Patricio.

Mariela se rasca la cabeza y mira al piso. Hace cuentas mentalmente.

- No sé, ya dije, aún no has dicho nada – le dijo Patricio.

Al final, Mariela le contestó – Yo tengo algo mejor por decirte: ¡sos un pelotudo y un pajero encima! -. Sin anestesia.

Tenía razón. – Mira, ahora me dices eso, yo trataré de tomarlo a bien, pero te aviso que no todas las vas a sacar baratas, por así decirlo. Debes estar prevenida que los ferroviarios somos unos tipos un poco delicaditos de tratar, no somos muy digestibles – le dijo Patricio. Era cierto.

Ese día, Patricio llevó a Mariela en la locomotora a viajar hasta Olavarria. Así fue su primer viaje en un tren de carga. Pero hay otros.

Quien realmente le puso la prueba de fuego fue Adrián. No era maquinista que supiera de visitas externas, aunque tenía sus aventuras. Mariela aceptó viajar con Adrián a Monte Caseros. El viaje de ida fue muy tranquilo. Al llegar a Monte Caseros, Adrián le hizo sentir el peso de estar bailando en el ambiente ferroviario. No podía evitar pensar que Mariela era una muchacha bonita, como todas. Como tampoco podía dejar de pensar en que intentara apretarla, por una vez. No fue muy simpático ese apretón de Adrián, pero lo soportó porque sino era posible que quedara plantada en Monte Caseros. Mariela volvió algo molesta. Pero hay más.

El día que fue de viaje a Bahía Blanca, el señalero de esa localidad se encargaría de la parte pesada. Ya Mariela empezaba a aceptar con cierta resignación que debía jugar el papel de la “puta” a cambio de algo. Es que el señalero se las sabía a todas. Y no daba marcha atrás. Por esa vez, Mariela bajó la cabeza y transó. Transó ir al catre. Se dió cuenta que el señalero ni siquiera tuvo la delicadeza de cuidarla. Se guardó las lágrimas para sí misma. Le bastó bajar las escaleras a la mañana para sentarse en el andén y poder llorar... llorar a los cuatro vientos. Llorar en silencio. Porque en el silencio escondía la angustiosa visita al cabín. Hasta que el jefe de la estación la encuentra sentada - ¿Qué haces a estas horas? -.

- Nada – le contesta Mariela.

- ¿Y por qué lloras? – le pregunta el jefe.

- Nada que deba incomodarlo señor – contesta Mariela - ¿Sabe dónde queda el hospital?

- Esta muy lejos de acá ¿se siente bien? ¿Por qué no espera acá? Llamo a la policía – le dice el jefe.

- Es algo muy tonto señor... – dice Mariela.

- ¿Tonto? Solo los humanos tenemos la suficiente capacidad de sufrir por tonteras y cosas sin sentido. Perdemos horas y horas de nuestra felicidad por aquellas cosas tontas que nos hacen sufrir – le dice el jefe. Certeza como esa, no la había.

- Fue algo muy estúpido, bah, no entiendo porque uno para conseguir una cosita, así de miserable, deba no sé... – le contesta Mariela.

- Ah, ya. Porque el señalero te haya llevado al catre sin ninguna clase de precaución ¿no? Es lógico, pero sucede acá, en la China y en el Congo. Pero tranquila, ven, yo sé del libro gordo de Petete – le contestó el jefe, llevó a Mariela a la oficina y de un estante, bajó una cajita llena de medicamentos - ¿Ves esta cajita? Siempre la tengo en casos de emergencia, en especial estas pastillas – le da una y un vaso de agua – tómala, no digas nada porque acá sonamos todos.

Mariela se tomó la pastilla y se tranquilizó. – Veo que no es la primera vez que se topa con esto -.

- Miles de veces... por eso tengo este arsenal farmacéutico – le contesta el jefe. Mariela quedó mirando con cierta sorpresa el arsenal farmacéutico del jefe bahiense.

Se tomó el tren y volvió a su casa. Nunca daba explicaciones de sus andanzas y viajes. Pero le era suficiente para poder evadir a su hermana, con quien bien poco y nada compartía. De un padre ausente por años y una madre que a lo último perdió el control tratando de domar la rebeldía de Mariela.

- Mariela, ¿por qué no te quedas un poco quieta en casa? Nos gustaría poder compartir algo contigo, algún momento – le habló la madre.

- ¿Para qué? Con una hermana que me envidia todo el tiempo, un padre ausente y un novio de mierda, a veces prefiero estar a cien kilómetros a la redonda – le contesta Mariela mientras ordena unas fotos.

- Yo sé que sufres mucho, pero no te das una idea el sufrimiento que tengo durante los días que te ausentas cuando se que te vas por días y días dando vueltas en los trenes de carga... yo te quiero viva y entera. Soy tu madre, te traje al mundo con mucho amor y cariño y mira... creciste y te has hecho una adolescente rebelde, ya sé que tenés 25 pero para mí seguís siendo la nena – le suplica la madre.

- Pero mamá, creo que aprendí muchas teorías, fui demasiado aplicada en la escuela a cambio ¿de qué? De sacrificar lo bueno de la calle. Amigos... – contesta Mariela.

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