Te lleva unos segundos firmar este petitorio

miércoles, 26 de marzo de 2008

2003 – 5 años de mí – 2008: Cuestiones de señales III

  • ¡Ay!

  • Qué...

  • ¡Ay! ¡Ay!

  • ¿Qué sucede? ¿Estás bien?

  • Está todo bien.

  • Algo te duele...

Vanesa estaba en el catre con Marto. Se acariciaba el vientre abultado. Tenía algunos dolores.

Marto le tocaba la panza a Vanesa. Percibía que el bebe se movía. Pateaba. Con fuerza...

  • Y encima viene el tren de las 4.25...

  • No digas “encima”.

  • En serio, en este momento que me siento como el carajo, ando como el culo...

  • Déjamelo por mi cuenta.

Marto se levantó y dejó a Vanesa en el catre. Tomó las riendas del cabín. Volvió a tomar, después de más de seis años, el manejo de las palancas.

  • No puedo creer que otra vez sea señalero... aunque sea por unos minutos.

Sus hábiles manos otra vez estaban al servicio de las señales. Desde la puerta, vio partir el tren rumbo a Plaza Constitución. En la oscuridad, empezó a recordar todo el tiempo ausente. En esos 6 largos años de ausencia total. Y le dieron ganas de llorar.

Se sentó en la escalera y siguió mirando. Tenía el radio comunicador en sus manos. Salían voces pero lo apagó. Tenía un profundo dolor. En el alma.

Se levantó y fue hasta el catre, donde está Vanesa durmiendo.

Ella se despertó.

  • Adoraría por todas las cosas del mundo volver esto atrás y volver a lo que éramos – le confesó Vanesa.

  • Estás conmigo...

  • Sí... lo sé. Pero estos seis años fueron un gran bache para los dos.

  • No me puedo quitar de encima esos pésimos recuerdos... lo que quiero ahora es, aunque no seamos lo que éramos al inicio, por lo menos, déjame estar cerca de ti – le suplica Marto.

Tiene una gran necesidad de estar cerca de aquella chica embarazada. Porque no solo que la quiere, la ama. Le conoce todo al detalle. Sabe qué es lo que quiere y con lo que soñaron. Y que todo se ahogó.

Marto no ha podido encontrar lugar en los rieles. Y sus días se pasan haciendo alfajores en la fábrica Balcarce. Se siente raro. Aunque admite que no le gusta hacer ese tipo de comidas, pero que si quiere llegar a buen puerto, debe hacerlo.

Vanesa es la nueva señalera del cabín. Pero tiene severas dificultades en el manejo de las señales. A veces tiene compañía, pero en otras, debe hacerlo sola y solita.

  • Marto... ayudame, me cuesta mucho el manejo de las señales.

  • ¿Hiciste el curso de señalero?

  • ¿Curso? ¿Qué curso?

  • ¿No sabías que para ser señalero hay que estudiar?

  • A mí no me dijeron nada. Me pusieron acá, me dieron unas indicaciones básicas y me largaron... ya sabes...

  • Entiendo...

  • Entiéndeme... necesito que me ayudes en esto. Enséñame.

La primer cosa que le enseñó fue aprenderse de memoria los horarios de los trenes, o que si era necesario, que se los anotara en alguna pared. La segunda cosa era que no todas las palancas que estaban ahí estaban activas, solo algunas funcionaban. Lo tercero es estar atento a los pedidos de abajo, ya que un error en los cambios y causa desastres.

La noche del miércoles sí que fue desastrosa. Estaba la GT-22 9082 haciendo maniobras cuando en un descuido, Vanesa activo un cambio y justo pasaba el pesado vehículo. Esto provocó su descarrilo y la rotura de un eje, como así también de un elemento para hacer cambios. Pepe corrió hasta el cabín.

  • Vanesa... has metido la pata hasta la manija...

  • No lo hice porque quise...

  • Lo sé. Pero nos van a acogotar a todos juntos. Encima, se reventó una porquería que no se consigue en cualquier bolichongo...

  • ¿Crees que vayan a rajarme?

  • No.

  • ¿Suspenderme?

  • Si tuviera la bola de cristal, podría decirte qué numero va a salir en la lotería.

  • Lo hice porque como tienes años...

  • Acá todos nos cubrimos, quedate tranquila. Eso sí, haznos la pata y la gamba, vamos a salir a flote y nadie supo que pasó.

A pesar de las pericias, y de que todos sabían que había sido por un error humano. Pero como todos tienen “cuentas oscuras”, todos saben las correrías de todos, y no les convenía que se supiera quién había sido. Sin quererlo, Vanesa se había salvado.

  • Te salvaste muchacha, casi te cuesta caro...

  • ¿Qué se tramaron estos?

  • No. Como todos sabemos, desde el de arriba hasta el más chiquitito, las monerías, una suspensión o una patada en el culo, te puedo asegurar que todo se iba a caer como una fichita de dominó.

  • Espero que no me vengan con las típicas de siempre...

  • No te van a venir a ti porque tienes un cacho más de cerebro que los otros. No van a meterse contigo, para nada. Máxime a sabiendas de que aunque tú estés a cargo en este cabín, Marto sigue mandando en ellas. Y en el fondo, aunque estés con otro, vos lo seguís amando.

Más allá de estar criando a dos hijitos adoptivos y de estar esperando un tercero, en el fondo, Marto podía más. Pesaba mucho en su vida. Pasaba varias horas del día leyendo las largas cartas de amor de aquellos tiempos memoriales. Y acariciaba su vientre que cada vez iba abultándose más.

Toc. Toc. Toc. Marto abrió la puerta. Cuando vio a Vanesa asentando el ingreso del tren a Miramar, avanzó a paso presuroso y le dio un beso largo.

  • Marto...

  • Yo ya sé cómo viene todo – interrumpió él – Dejá de fingir que amas a tu marido. No lo quieres. Sé que me extrañas y adoras poder armar tus valijas para venir conmigo.

  • Es cierto... pero están los chicos.

  • ¿Crees que soy tan tonto, más tonto de lo que cree tu marido? ¿crees que en mi cabeza solo existen esas señales que alguna vez tuve en mis manos o que me paso haciendo postrecitos en Balcarce? Claro, porque tiene cerebro de doctor, qué bajeza más grande la de querer llevarse el mundo por delante...

  • En el peor de los momento me acogió con gran corazón.

  • Porque cree que con dinero compra todo. Pero no eso llamado amor. Creeme: no importa que tengas los niñitos, van a estar bien.

¿Quién iba a decir que tanto tiempo después, Marto volvería a torcer el destino de quedarse con Vanesa? Con astucia, consiguió que se separara de su pareja y se fuera con los chicos a vivir con él.

  • Marto... aquí me tienes...

  • Qué felices vamos a ser todos...

  • Como querías.

  • Tú también deseabas lo mismo. Ya hice demasiadas cagadas en el cabín y la verdad... si pudiera cambiártelo por tu trabajo en Balcarce...

  • Dale.

Marto le cambió el trabajo a Vanesa: él volvió al cabín y ella se fue a Balcarce. Fue todo un alivio para las señales el regreso de Marto y Vanesa no tenía semejante carga, sino la de elaborar ricos postres con sus finitos dedos.


No hay comentarios: