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miércoles, 26 de marzo de 2008

2003 – 5 años de mí – 2008: Cuestiones de señales II

** En nuestro Día, el de las Mujeres **


  • Vanesa – dijo Marto mientras estaban los dos en el cabín.

  • Si amor... – y recibió un beso de Marto -. Lo mejor es estar aquí...

  • Aquí solos... nosotros...

  • Tú me conoces bien... mi vida.

  • Algún día estaremos bajo un mismo techo ¿no?

  • Por supuesto. Sin prisas ni pausas.

Era domingo por la noche. Tan juntos estuvieron que pasaron la noche ahí. Y el lunes, cuando salió el sol, Marto acompañó a su novia al trabajo. Y después se fue a su casa. El día trascurrió como un día normal, de siempre.

Y en la noche, se volvería a enfundar en unas pilchas viejas, a regresar de nuevo al cabín. A mover las palancas en el horario indicado en que los trenes arriban y regresan a Buenos Aires.

Todo fue muy normal. Pero Vanesa dormía en su casa. Un poco lejos para ver que esta noche algo esperaba. Lejos de los horarios de los trenes, el cabín tenía la luz encendida. En el cenicero había cenizas del par de puchos que había fumado.

Dos personas enfundadas en dos uniformes verde oliva y borcegos negros subieron al cabín. Habían espiado los movimientos de Marto. No estaba. Pero esperaban escondidos. Cuando Marto regresa, por detrás lo sorprenden.

  • ¿Qué hacen? ¿Qué hacen? Dejenme en paz...

  • Dejate de joder y cumplí con lo que te pedimos, o la vas a pasar muy, muy mal.

Se resistió pero uno de ellos amenazó con quitarle la vida. Así empezó su calvario por...

Caminando por la vía llegaron hasta el paso a nivel donde los esperaba otro auto con un cómplice. A los empujones lo subieron y salieron a marcha presurosa.

Tomaron por la ruta 2. Marto vio en la oscuridad el tren con destino a Mar del Plata. Sus ojos se clavaron en ese convoy clamando ayuda.

  • ¿Para qué mira ese tren pasar?

  • No... nada... ¿Qué quieren conmigo?

  • Usted nada tiene que preguntar – le dijo uno de los secuestradores secamente.

Se durmió. Llevaba varias horas viajando cuando despertó y vio que el paisaje no era familiar. Estaba en González Catán. De repente, pararon en un descampado. Algo planificaban.

  • Lo mandamos a este que vaya a comprar comida y que saque la pistola y cometa el asalto. Nosotros cargamos la recaudación y seguimos viaje.

Esperaron al atardecer. Pararon frente al almacén.

  • Toma... vas a comprar comida y cuando pida la cuenta, sacas el arma y le pides la recaudación ¿entendiste?

  • Me estás pidiendo algo suicida...

  • Más suicida suena que te volemos la tapa de los sesos...

Nervioso, Marto bajo del auto y fue al almacén. La señora le pregunta qué desea. Éste contesta que un poco de comida para tres. Cuando ella le dice la suma, con mucho nerviosismo, saca el arma y le dice titubeante:

  • E... e... esto e... es... un... a... a... asalto

El tiempo corría y la mujer corrió a llamar a la policía. Pensó que si esperaba un poco más, le diría la verdad y le creerían antes que ir preso. Pero por detrás aparecieron los secuestradores y se lo llevaron hacia el auto, donde lo metieron adentro del baúl y salieron a toda prisa.

Comprimido esta Marto, sin aire para respirar y desesperado. Sin noción del tiempo y el espacio, sintió ganas de ir al baño. Golpeó y uno de ellos abrió la chapa:

  • ¿Qué quieres ahora carajo?

  • Necesito ir al baño... – dijo Marto sumamente nervioso.

  • ¿Por qué no fue al baño cuando estaba allá en Mar del Plata?

  • ¡¿Cómo mierda iba a adivinar que iban a venir ustedes?!

  • A mí no vengas a contestarme así hijo de puta – lo agarró de la remera - ¡¿Me entendió?!

Marto no pronunció palabra alguna y nuevamente, esa chapa por la cual respiro algo de aire puro, volvía a cerrarse.

Aguantó las ganas hasta donde pudo. Como pudo, se deshizo de las ropas y orinó ahí nomás adentro del baúl. El olor a amoníaco era terrible.

Al parar al costado de la ruta, los secuestradores abrieron el baúl y descubrieron que Marto había orinado. Había olor.

  • ¡¿Qué carajo te dije acerca del baño?!

  • No podía más...

  • Acá no haces lo que querés, sino lo que mandamos nosotros

  • Justo. ¿Y si en vez de ser orín, hubiera sido un desecho sólido? ¿Una diarrea?

  • Ahora... chupá un poco de aire puro...

  • Gracias.

Vio el pasar de los coches pero no podía evitar pensar en que no sabía donde estaba ubicado, que Mar del Plata estaba ya a muchos kilómetros, que su novia Vanesa estaba desesperada y, que para los colmos, no tenía los documentos encima porque quedaron en el cabín. Pensó también en los cuatro meses que llevaba dando tantas vueltas con los delincuentes, sin sentido. Sufriendo como un perro, maltratado. Extrañaba su casa. Su vida. Todo... todo. Tenía ganas de llorar. Quería llorar. Pero no pudo porque otra vez lo tomaron de las ropas violentamente para llevarlo al auto. Y otra vez a rodar quien sabe por donde.

Veía el atardecer de un nuevo día. Aún tenía esperanzas de poder escapar del infierno donde estaba. No pronunciaba ninguna palabra. Solo le dieron un sándwich y un poco de cerveza. Marto no toma alcohol pero debió hacerlo ante la necesidad de ingerir algo líquido...

Por varios días viajaron por la ruta hasta que llegaron a la localidad de Salvador Mazza. Mar del Plata se hallaba a varios miles de kilómetros. Con un mapa en mano, planificaron el paso por la frontera a Bolivia: cruzando el río con una canoa precaria. Marto se estremeció de pies a cabeza: pensó en dos cosas: o que podía morir, o bien contar el cuento.

Abandonaron el auto y abordaron esa precaria canoa. Cruzaron ese torrentoso Pilcomayo y llegaron bien. En suelo boliviano, robaron una camioneta 4 x 4 y siguieron viaje. Allí la policía los seguía, aunque esta vez Marto sabía que no le quedaba otra que ir a parar a algún penal asqueroso porque estaba involucrado en el robo. Aunque solo era una víctima.

El ascenso por los Andes no le hizo para nada bien a Marto. Sufrió el efecto apunante: mareos y más mareos... por la Panamericana siguieron viaje hasta que tocaron suelo peruano. De todo esto ya hacía como tres años y ocho meses que seguía dando vueltas. Allí debió ser cómplice de sus captores que robaron y mataron a más no poder.

De ese país siguieron camino por la selva del Amazonas hasta que tocaron suelo venezolano. Supo por un momento donde había llegado: estaba en Barquisimeto. Aprovechando un descuido de sus secuestradores, fue hasta un teléfono en una casa rural: llamó a la estación ferroviaria de Mar del Plata, pero nadie atendió. Estaba desolado. Y otra vez a dar vueltas como una paria...

Alguien supo que Marto había ido a ese lugar rumbo al teléfono. Delante de señora que cuida la casa, uno de los captores tomó de los pelos a Marto y se lo llevó a afuera para golpearlo hasta el cansancio. Estaba rendido. No podía más.

  • Me siento mal...

Lo miraron tres pares de ojos amenazantes.

  • Me siento... – y Marto no pudo contener su vómito.

  • ¡Mira lo que hiciste! ¡Mira! – le gritó uno de los captores y lo tomó de los cabellos.

  • Dejenlo... es la última voluntad antes de que lo matemos... – se rieron a las carcajadas.

Y Marto esta vez sí lloró.

  • ¡Conduce! ¡Conduce! – el acompañante le puso el revolver en la cabeza.

  • Esta bien... – dijo Marto y se sentó al volante. Empezó a conducir en la ruta ignorando por donde iba.

Sin saberlo, se adentró en la selva. Por una suposición, pensó en el Amazonas. Y supo que estaba en Brasil porque los carteles estaban escritos en portugués. Siguió dando tantas vueltas que al final terminó en la favela. Su infierno acabó ahí. Porque en un tiroteo con la policía de Brasil, dos murieron y uno fue detenido. Marto escapó. Como ilegal, a trabajar de mozo de un restaurante en una playa brasileña.

Con unos reales, se sentó en una mesa y los contó. Y empezó a pensar en la forma de poder regresar al punto de partida. Sacando cuentas, llevaba 5 años y once meses rodando la Sudamérica como rehén. Y ahora como ilegal. Pero el dinero no le alcanzaba. No quería ir a la policía.

Una tarde, un policía vino hasta el lugar donde estaba trabajando de mozo. Preguntó por Marto. Y le dijeron que era el mozo. Se dio cuenta que lo estaban rastreando. Pensó en una nueva pesadilla.

  • ¿Otra vez? ¿Qué quieren?

  • Acompáñeme al destacamento.

  • ¿A qué?

  • Usted estaba en esa banda...

  • No. – se angustió – Era rehén.

Miró el mar. Se volvió al oficial.

  • Estaría de por más agradecido si me devolvieran a mi Mar del Plata. Estoy harto. Hace ya seis años que estoy dando vueltas como una paria y quiero volver...

  • Por eso, primero va al destacamento y después al consulado.

Marto no tenía los documentos pero el regreso a Mar del Plata demoró una semana más. Seis años después, todo se le había dado vuelta: su trabajo como señalero ya no lo tenía más, había otro en su lugar.

  • Lo compadezco... pero algo hay para hacer en la estación.

  • No te preocupes...

  • En serio. Yo sé que podés hacer: ayudarme en esto. No entiendo nada.

Era nuevo.

Pero él sabía las mañas de las señales ahí.

Mar del Plata había cambiado mucho. Pero su querida novia, su amada novia, Vanesa, no residía más en esa casita. Preguntando, llegó a la nueva casa y la vió. Tenía dos hijitos. Esperaba un tercero. Tocó la puerta.

Abrió Vanesa.

  • Marto – sonrió. – Marto...

Miro de arriba hacia abajo el progreso de Vanesa.

  • Sí...

  • ¿Qué es de tu vida Vane...?

  • Marto, hasta que te secuestraron, sabes lo que éramos. Después, con el correr de los años, de ver que no había noticias tuyas, debí resignarme y rehacer mi vida. Acá me ves, dos hijitos adoptivos y uno en camino. No tengo una gran pareja pero bue... es el padre de mis chicos.

  • ¿Flojo?

  • Dejalo de lado... no tiene sentido. Si por una remota casualidad pasara algo y pudiera volver contigo, me harías muy feliz. He guardado todo, absolutamente todo. Porque me has hecho muy feliz. Ah, y no sé cómo vas a tomar esto: hay un señalero provisorio, en unos días tomo yo ahí.

Marto se marchó. Sin rumbo a ninguna parte. Como si no pudiera encontrar su lugar en el mundo.

Tal como le dijera Vanesa. Ahora ella mandaba en aquel puesto de señales. Se oyó un toc toc en la puerta. Era Marto.

Vanesa sonrió. Sintió otra vez el estar viviendo un viejo recuerdo.

  • Vamos a la cama.

  • Pero estás...

  • ¿Y tú crees que en este momento voy a privilegiar lo que llevo acá dentro? Para volver contigo, hay que poner las cuentas en cero.

  • Mira, prefiero que lo tengas, pero no cometas ninguna crueldad. No te sientas en la obligación.

A la cama. Un beso. Un par. Y más. Muchos más. Que todos juntos se hacen un apretón. Un apretón lleno de caricias, como hace seis años atrás.

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