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viernes, 28 de marzo de 2008

Cuentos de Alcoba V: La dama y la locomotora según Lanús

Nota: Realidad


Entre mis hermanas que pululamos en la Unidad, podemos decir que frecuentamos muy a menudo personas y, porque no hasta también, personajes. Podría estar refiriendo a los pasajeros que corren para que no los dejemos, a todos los ferroviarios que andan atrás nuestro por un motivo u otro... o algún amante que tiene ganas de, simplemente, llevarse un recuerdo nuestro. Porque todo es posible.

Una chica de tez morena, cabellos castaños ocultos bajo un pochito verde y blanco, vestida con un pantalón de gabardina y una chomba blanca, con una zapatillas azules. Así lucía ella.

El maquinista sería el supervisor, con su clásica ropa de ferroviario. Con la complicidad, toda la noche dormiría con el recuerdo de ver a la dama acariciando a la locomotora.

¿Debe existir algún prejuicio para que no haya damas acariciando locomotoras? Vaya uno a saberlo, pero es una pregunta que pasa a ser una incógnita. Todavía no acertamos a saber porque.

El tren llegó a la estación, donde se hizo el relevo. Era imposible pedir que hiciera la maniobra. Era hora de ver cómo lo hacía aquel maquinista experimentado. Tal vez, porque su oficio lo sabe de taquito. Porque conoce hasta el punto y coma de su trabajo. Y sabe hasta el último detalle del recorrido, tranquilo y campestre, de solo unos 45 minutos.

El sol caía a plomo en aquella tarde tranquila. Nada perturbaba aquel viaje tan tranquilo y apacible. La naturaleza se lucía ante la luz del día, de la misma forma que se luce en la noche, con la diferencia de poder apreciarla mejor.

¿Qué palabras podían intercambiar entre aquel maquinista supervisor y aquella dama novata? Cualesquiera fueran, hasta los comentarios futboleros son válidos.

Hasta que aquel maquinista supervisor dejó que aquella dama acariciara a la locomotora tan baqueteada por los viajes. ¿Y el socio qué habrá pensado? Seguramente lo que vió ese día no lo olvidará nunca, a lo mejor todavía debe seguir pensando en lo que vió ese día.

¿Fue un sueño hecho realidad? No sé si tanto como eso, pero fue haber sentido la tierna caricia de una dama hacia una chica de hierro. ¿Qué habrá sentido aquella G-22 que tuvo el placer de verla por primera vez? En su naturaleza tan salvaje, seguramente estallaría de sinceridad al pedir que si los ingenieros encomendaran el oficio de maquinista a las verdaderas damas ¿será que gana la creencia popular de que ellas hacen las cosas con más conciencia?

Diré que las G-22 que tuvieron el placer de encomendarse a ella, habrán sentido por un momento el alivio de vivir el trajín diario... más una vez una de ellas mostró algo de su naturaleza tan salvaje... le advirtió con sus hociqueos, tirones de riendas y varios corcoveos que tuviera cuidado con ella... ¡Y el maquinista supervisor sabía sobre su funcionamiento!

¿Querrán los maquinistas que haya damas con las locomotoras? Una encuesta dirá todo, pero parte de ello acabaría el día en que la sociedad deje de lado los prejuicios “masculinistas” (Porque la otra palabra prefiero no usarla, es un poco más vulgar).

Cualquiera de nosotras amamos que viniera aquella dama con sus manitos tan tiernas a tomar los controles. No importa qué tarea sea, aunque la más pequeñita, pero nuestro es el deseo de verla en vivo y en directo. Ellas sufren el baqueteo roquero pero nuestro es el derecho de tenerla delante nuestro, a bordo de la cabina. Pero... pero... pero el derecho puede ser nuestro, puede ser nuestro aquel derecho, porque por delante puede haber una orden que coarte en forma tajante encomendarnos a ella.

Ojalá que algún día, de algún mes, de algún año y, de algún siglo también, en algún lugar, pero más lo quiero para mi país, ver damas acariciando locomotoras y en serio. ¿Será realidad? Esperemos que sí...

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