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martes, 10 de noviembre de 2009

Café Ferroviario II: La marca indeseable

Observaciones: Es solo un cuento.

Era un domingo por la mañana común cuando a las 9.20 el altoparlante de Constitución despachó al tren con destino a Mar del Plata. El cielo estaba de color plomizo y cada tanto hacía amagos de querer llover. Solo soplaba algo de viento y más de uno ahí dentro iban de viaje de placer. Y Carolina no era menos. En realidad, ella se excusó del viaje de placer para visitar a su amigo Franco, el mecánico.

Muy poco se sabía de esa amistad. En realidad, nada debía rendir ante los demás, si su edad superaba ampliamente los 21. Mayor de edad y punto para decidir.

Se sentó en ese asiento clase primera, recostó el respaldar, apoyó su cabeza hacia el costado y se colocó los auriculares. Un rato después se durmió profundamente.

Mientras, un inspector y un guarda empezaron la recorrida pidiendo boletos. Nada parecía fuera de lo normal para la típica tarea de controlar boletos.

Uno a uno fueron por los vagones hasta que llegaron a ese vagón donde estaba Carolina durmiendo en su asiento. El inspector miró a todos lados hasta que le apoyó su mano sobre el pecho haciendo algo de presión. Le acercó el rostro y le respiró cerca de su cara.

Ella despertó algo sobresaltada al ver la mano del inspector sobre su pecho. Lo miró. Éste solo se limitó a decirle “Su boleto”.

Sin salir del susto, sacó de su bolsillo el boleto. Mientras, el guarda seguía con los demás pasajeros, el inspector quedó detenido con Carolina. Como si la hubiese marcado con una cruz, examinó puntillosamente el boleto como buscando algo fuera de los normal. Luego le mandó una mirada acusadora, para luego acabar picando el boleto y retirando la parte A.

“Debe conocer en profundidad la ciudad del Plata ¿verdad?” – preguntó ingenuamente el inspector.

Carolina le contestó “Algo… ¿qué motivo tiene usted para preguntar qué voy a hacer allá?”.

“Nada que llegue a molestar, acostumbro a preguntar por arriba, simplemente”

“Hubiera elegido otro pasajero y, como por desgracia no hay otro tren, tengo que aguantarlo a usted”.

“Hay otro tren, otros, mejor dicho”

“Sí claro, ninguno que me garantice que no le voy a ver su jeta”

A medida que el inspector inquiría a Carolina, ella se ponía molesta.

Finalmente, éste se retiró.

Ella respiró aliviada. Guardó su boleto y se dispuso a seguir durmiendo. Su compañero de asiento le hizo unas preguntas:

“¿Conoces ese sujeto?”

“¿El inspector? No. Para nada” – respondió Carolina.

“Medio pesado. Pide ayuda si es necesario”

“Gracias, mejor no cruzarse con ese tipo. No hay que ganar enemigos”.

El inspector era el que se movía con total libertad en el tren. Pasaba los minutos con sus compañeros en el coche comedor. Ella, en cambio, media los pasos.

Siguió durmiendo hasta que despertó y fue rumbo al baño. Afuera estaba el inspector “Otra nos hemos encontrado ¿no?” – le dice irónicamente.

Carolina hizo caso omiso y se metió al baño. Minutos después salió pensando que se había ido, pero no.

“Un momento – le dice el inspector, la toma del brazo atajándola – contigo voy a conversar un poco”.

“Tú, porque yo no tengo absolutamente nada que conversar contigo” – le contesta secamente Carolina.

“Me supongo que no le gustaría terminar mal este viaje ¿verdad?”

“Si usted se quitara de mi vista, haría mi viaje muy confortable”

A paso apurado llegó al asiento, bajó el bolso y se lavó las manos con alcohol en gel. De su carterita extrajo su celular y se lo echó al bolsillo del jean.

Se fue al pasillo, previo ver que no anduviera el inspector. Sacó del bolsillo el celular y llamó por teléfono. A su amigo, para alertarlo de lo que sucedía en el viaje.

Por detrás, aparece el inspector y le quita el teléfono, cortando la llamada “No sabía que tuvieras un príncipe azúl salvador ¡contestá!”

Carolina miró hacia abajo. No dijo nada.

Miró el ojo de buey y tomó a Carolina de un brazo y la llevó a la fuerza al baño. Se encerraron.

“¿Por qué me trae a este cochino lugar inspector?” – pregunta Carolina.

“Creo que eres perfectamente consciente de todos los males que has hecho en este viaje”

“Yo no hice nada que pudiera ofenderlo………..”

“¿Y su amiguito mecánico? ¿Qué es eso? Parece que la grasa le sienta bien”

“Usted usa sombrero y birome pero tiene en la frente la marca de hijo de puta”

“No te preocupes, por marca, te dejo mi impronta” – le dijo el inspector y abusó de ella.

Después del amargo rato de Carolina, le dijo muy sutilmente “Ahora sal como que si nada hubiera pasado”.

Carolina volvió a su asiento, pero no podía quitar de su cabeza el amargo momento. Tenía ganas de llorar, pero no le salió. Quería pedir auxilio pero se sintió nuevamente sola.

Bajó del portaequipajes su bolso y revolvió. De sus zapatillas de tela le sacó los cordones. Los anudó en los extremos. Se los guardó en el bolsillo.

Contó los pesos y se fue al comedor. Allí en una mesa encontró al inspector leyendo el diario.

Ella se sentó en una mesa y pidió un café con leche. Mientras esperaba que le sirvieran el café, miraba al inspector y pensaba. Pensaba en darle un escarmiento.

Le sirvieron el café y se acercó a la barra a pedir una medialuna. Mientras el mozo calentaba la medialuna, se acercó por detrás al inspector, sacó del bolsillo el cordón anudado y con él le rodeó el cuello. Tuvo tiempo para hacer un nudo y, sin que éste se cortara, con todas sus fuerzas, fue apretando hasta asfixiarlo.

La cabeza del inspector cayó sobre la mesa.

Carolina se llevó el cordón y se fue a su asiento, sin tomar el café.

Al llegar el tren a Mar del Plata, le dijo a su amigo el mecánico “Mi próxima casa son las rejas. Tu compañero es un hijo de puta”.

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