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martes, 10 de noviembre de 2009

Café Ferroviario II: Solo fue un hasta pronto – 1ª parte

A Nelsón y a Juan Pablo que fueron mis compañeros de viaje

De la última vez que dejé de viajar en el Bolívar, muchas cosas me las hice a razón de un planteo, más, metas pendientes. Y muy simple: hacer el recorrido en su totalidad.

Cuando lo dejé, sentí que esa segunda casa que había sido durante tantos años, se me estaba yendo de mis manos. Más, había cosechado dos grandes amigas, que a esta altura no es necesario mencionarlas. Sin la presencia de ellas, varias cosas carecerían de sentido.

Y solo me reduje a algunas visitas esporádicas… pero ni por joda se me iba a ocurrir volver a viajar en el Bolívar, era como que internamente, mi pasado, estaba irremediablemente cumplido. Etapas cerradas. Listo y se acabó.

Solo lo oía. Punto. Hasta que la buena mano de un amigo me ofreció viajar a Daireaux. Y a mí se me encendió una llama en mí. La de los recuerdos, pero, valga la redundancia, sabía que ahora era momento de mirar con otros ojos.

Sí, tal cual. Ese pasaje a Daireaux me impuso retornar a mi segunda casa. Impensado para mí porque a esta altura, era un pasado. En fin…

Y los tiempos se aceleraron después de aquel 1º de enero, cuando, raramente, volví a pedir un boleto para ese tren. Sí, otra vez sería pasajera de ese tren. Para la alegría de mis grandes amigas del camino. Todos a Daireaux.

Ni mi madre ni mi padre, hermanos o abuelos me hacían compañía. Solo estaba yo con un par de amigos. En tres coches clase turista, sentados donde nos uniera un asiento, en el primer vagón, entreverados entre quienes iban a Ernestina o bien se iban de visita a la cárcel de Urdampilleta. Diré que lo mejor en estos casos era concentrarse en el mundo nuestro y no en las caras que poblaban el vagón…

Increíblemente, hasta el guarda era el mismo que hace tantos años atrás. Pero hasta los años se le habían venido encima. A todos nos pasan los años ¿verdad? Todo menos el vicio del pucho.

El día ayudaba a tener al pasaje despabilado, no llamaba a la cena, sino a unos mates. Todo iba bien hasta que a la salida de Empalme Lobos nunca acabe de entender qué le pasó al tren. Por suerte, seguimos viaje.

Mis amigos eligieron mandarse un par de cervezas, por cierto, estaban bastante alegres. Yo, elegí una gaseosa. Por un poco de sobriedad. Y para tener las ideas claras.

Cuando el tren llegó a Ernestina, agradecí que se bajara medio mundo, en especial la nena que tenía al lado mío.

A la salida de 25 de Mayo opto por ir al baño. Ya saben que ir al baño en ese tren, en clase turista, a los zarandeos, es una misión imposible. Piensen si con una mano tienes tus ropas, con la otra te tienes en la pared, con un pie tienes la puerta y con el otro haces equilibrio en una letrina……………. Y bue…………. Todavía era un milagro encontrar una gota de agua a esta altura del viaje.

Me fui a cenar. Me agarro la bronca del siglo porque había olvidado los cubiertos para comer la ensalada pero, valga la redundancia, recurrí a un improvisado cubierto: busqué en el bolso una tijerita de papeles, la limpié y ese fue mi cubierto. Obvio que mis amigos se descostillaron de la risa y uno de ellos, no pudo contener sus ganas de sacar una foto y justo embocó la de la arveja…………… por suerte, no salió.

Promediando viaje me pongo a escuchar música hasta que en Mosconi nos recibieron como el, mejor dicho en gráfico, como el culo. Nos tiraron piedras a la pasada y desde adentro bajamos las persianas tan rápido como se pudo. Tipo en trinchera pasamos esa estación y lo mejor era rajar rápido de ahí………………

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