Cuentan los libros de historia – no los escolares, por supuesto – que alguna vez, hace varias décadas atrás, Mar del Plata en materia de transporte, estaba dominada por los tranvías. Es decir, el asunto de los rieles no acababa en los trenes.
Basta con recordar las coloridas postales del sol, la playa y el mar. Que es posible que el mar se trague una tormenta o ver la luna brillar sobre las aguas. En medio del tráfico, alguna vez hemos sido felices. No he de tomarlo con dolor, simplemente, vamos a recordarlo ¿sí?
Más de una vez me pregunto si actualmente nosotros no podríamos contribuir al turismo, atrayendo a miles de pequeños a dar vueltas. Lástima que hemos quedado reducidos a un colega que va desde el taller hasta una estación dentro del Parque Camet. Listo.
Algunos dirán que la culpa la tuvieron los colectivos. No sé. Puede ser.
Yo me pregunto cómo en las grandes ciudades del mundo conviven todos en armonía. ¿Será que los cerebros tienen mejor ingenio en materia de planificación de transporte?
Y sí, celósamente, fuimos los reyes del transporte marplatense.
Se cuenta, entre todos, que la estación del Casino era el punto neurálgico de la ciudad. De ahí te tomabas uno a cualquier sitio, el puerto, el faro, Punta Mogotes,
Dicen también que, tanto el motorman como el guardatren, usaban trajes de color azul, zapatos negros, camisa blanca y gorra. Lo llamativo era que no usasen corbata. Tantos años tras no pasaba ni la mitad de las cosas que suceden hoy, es posible creer que su laburo fuere tranquilo. Excepto el guardatren que por enamorarse de una turista y, al verse despechado, dicen que se suicidó arrojándose al mar, otros dicen que lo hizo a la pasada de los trenes a Miramar, lo cierto es que nunca se supo con certeza cómo se desapareció.
También hay que dar cuenta que el tráfico no era para nada parecido a la locura de hoy. Bueno, allá tampoco había edificios en demasía como los hay ahora. Era más tranquila. La vida era otra. Se vé que los que iban a bailar hace tantos años atrás usaban los boletos de cartón del tranvía para escribir despechos amorosos, o bien, lo que no les salió hacer por algún motivo. Celósamente guardamos un cartón donde en el reverso figura la siguiente leyenda “Esta no me dá ni cinco el cuero para llevármela. Asquerosamente imposible”.
Y la llegada de los colectivos nos mató… nos condenó a irnos sin rumbo a ninguna parte. Como la canción de Soledad, “A donde vayas”, así le replicó un motorman a su tranvía “Llévame a dónde vayas… ahí quiero estar… contigo”.
Y en silencio, se fueron… o como digo yo: las aguas se los llevaron.
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