Jeremías Alves es el jefe de la estación de Villa María. En su playa había amontonadas varias locomotoras de Nuevo Central Argentino. Varios maquinistas estaban haciendo tareas pasivas hasta nuevo aviso. Otros, esperan con paciencia que se acaben los incendios en el Delta del Paraná. Un empleado de Ferrocentral tomaba sol en pleno andén. En conclusión, nadie hacía nada, o muy poco era lo que se hacía.
Para desgracia de todos, todos se atan a los delegados del gremio. Por eso, los hermanos Carreras habían ganado una fama a la suya: con artimañas, con trampas, haciendo todo por izquierda. Y entre los ferroviarios había generado una cierta división, donde unos estaban a favor de ellos y otros en contra. Uno de los que nunca podría digerir la actitud de los hermanos Carreras es él: Edgardo Rey Balmaceda.
Edgardo se sentó una calurosa noche junto con Jeremías y allí le contó en detalles cómo habían hecho para llegar a dónde estaban los hermanos Carreras: ninguno de ellos nunca trabajaron en los puestos designados, después, fueron designados como maquinistas a “dedo” y al poquito tiempo, se autoimpusieron como delegados sin que nadie les avisara absolutamente nada. Pero aceptaron porque casi todos están convencidos de que ellos son garantía de que varios permanecen en sus puestos. De ahí supo que a Pancho Pérez lo habían mandado a asfixiar con el humo de una RSD-35 de FEPSA. La pregunta que flotaba era ¿y qué tenía que ver la otra empresa en esta redada? Se termino de encontrar la respuesta cuando Hernán Catalano confesó, con sus miedos, lo que Pancho había visto hacía tiempo y espacio. Motivos de sobra había para despreciar a los hermanos Carreras.
La cuestión es que Edgardo podía soportar un acomodo de esa clase, pero algo no lo podrá dejar pasar:
Alguien, de esos que nunca faltan, no faltó al clásico que le diría que Rey había estado en la oficina del jefe hablando mal. Uno de los Carreras lo descubrió a Rey con Julieta pero se hizo el tonto. Espero a que se separara para llevarla como un botín de guerra a la playa ferroviaria. A la noche siguiente, Edgardo no encontró a Julieta y lo sería así durante los cuatro días siguientes. Al quinto, alguien le había escrito en un papelito la siguiente frase “Tu Julieta está presa de mi cama y no tiene escapatoria”. Edgardo sospechó que los hermanos Carreras estaban usando a su Julieta como botín de guerra cuando nada tenía que ver. Se daba cuenta de que estaba muy solo, pues ninguno se prestaba a la ayuda. Quiso pedirle ayuda a Jeremías y éste le contestó que se quedara tranquilo. Estaba desesperado pues los días pasaban y eran una angustia insoportable. Pero un buen día, sin quererlo ni buscarlo, Hernán Catalano vió algo que no debía haber visto: entre los frondosos árboles, un grupito de ellos le daba de azotes a algo. De lejos imaginó que era un animal, pero cuando lo vió de cerca, quedó pasmado, paralizado. No tenía perdón alguno acabar con la vida de un semejante. Luego se supo que era una bella niña después de que quedara molida de los golpes... desfigurada en su físico y desnuda. Corrió a contarle al jefe y éste no tuvo la mejor ocurrencia que tomar
Por fortuna, Rey y Catalano salieron del hospital bien, pero con las marcas de las heridas. Entonces se presentaron los dos en pleno andén: delante estaban los hermanos Carreras y, al mismo tiempo, Alves. Rey supo entonces que los hermanos Carreras eran los culpables de todo el menosprecio que hacían a todos. Sin dudarlo un momento, con una navaja, y mucha, mucha bronca, les rubricó dos sendas y tajantes heridas de sangre.
Alves consiguió salir airoso aduciendo desde un inicio importarle un bledo, pero no tanto. Delante de las narices de Rey y los hermanos Carreras, sacó un calibre 22 y fusiló de una a Catalano. Así desprecié, desde entonces hasta la fecha, por triple partida, a los hermanos Carreras y al jefe Alves. Pero amaré por la eternidad, de aquí a que me vaya a la tumba a ella, a Julieta.
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